Más prudente y seguro hubiese sido cimentar la clasificación
sobre los actos habituales del ser humano, así como también sobre los que
ejecuta ocasionalmente, siempre ocasionalmente, que no sobre la hipótesis de
que la Divinidad lo obliga a ejecutarlos
Edgar Allan Poe (El demonio de la perversidad)
Café está bien, gracias, y termino la idea: Dicen que el
amor es algo que no puede explicarse. Esto es porque cada quien tiene un
concepto diferente y porque al final, la visión del amor tangible sirve para no
caer en la desesperación. ¿Te gustan sus senos firmes y las nalgas redondas?
¿Te parece dulce y acogedora? Lo que quieres es aparearte, animal. ¿Admiras su
inteligencia y capacidad de análisis? Lo que quieres es masturbarte a cuatro
manos, ególatra. Si tuviera ligeramente desviada la nariz, oliera un tanto
diferente o su risa fuera más estruendosa, no sentirías lo mismo y, aun los
defectos que le conoces sirven para asimilar los propios. Mientras nada cambie,
estás atrapado. Genética y psicología, ¿amor? Es un eufemismo para la mezcla
del deseo con el miedo. Sí, miedo.
Con ella jugué al póker; mis manos abiertas y las suyas
cerradas. Desarmado de mentiras mostré la nobleza del que oculta la realidad
anteponiendo hechos ciertos; la exquisita representación de la mentira en la
tibia intimidad de la verdad desnuda. Dejé que falseara con suspiros calculados
y miradas insinuadoras. Dejé que viera un yo arrebatado por ínfimas
posibilidades, alegre en ensoñaciones y deseos altos, virtuosos. Luego, por
unas horas, tuve la oportunidad real. Descuida, debes escuchar hasta el final.
Es el miedo motor de la gente y no el amor; el miedo es
real. No temer a la trampa terrible es primordial para sobrevivir. Hay que
dejarse caer en las trampas y desde ahi elaborar escapatorias dignas de
Houdini, Ulises o Dante. Lo horripilante es la posibilidad de caer en el
infierno, no el hecho consumado de pertenecer a las llamas. Sabiendo esto, casi
siempre se gana. ¡Ya sé que no piensas igual! Trato de convencerme, no
convencerte.
Meses transcurridos en profundas charlas donde uno va
dejando hilos sin enhebrar y abstracciones simbólicas; arquetipos y deseos
velados tras el lenguaje corporal y los tonos inocentes de una voz confidente.
Luego, uno de los hablantes cae en cuenta de la “verdad” que siempre estuvo
frente a sus ojos, elabora ideas “propias” y construye definiciones en derredor
de lo que quiere, desea, anhela. El otro hablante, en cambio, lee y aprovecha
el momento en que la manipulación ha surtido efecto.
La última plática en su departamento, fue una soga que se
enredó durante horas sobre una estaca hundida en arenas viejas. Una soga nudosa
de tristeza y melancolía que oprimía el tórax de ambos en un abrazo mortal. Tú
lo quieres, él tal vez no te quiera, sabes que yo te quiero, tú me quieres un
poco. Parece triste, ¿no? Sólo para quién cree que esto se trata de tristeza.
Ella creía sentirse triste; en realidad tenía miedo. Miedo de la posibilidad
del rechazo que, si bien conocía, siempre había estado del lado del que
rechaza. Viejas fotos en sepia de alegrías pasadas, canciones alegóricas a la
soledad, lecturas de autores románticos y un brindis por los éxitos laborales
crearon la sensación de vacío que yo estaba buscando. Nos quedamos callados un
rato; después me miró y quiso que le dijera algo que llenara el silencio que
tras plagar la habitación, comenzó a buscar debajo de su piel. Me levanté a la
cocina, pretextando la necesidad de un cuchillo para untar el pan que
compartíamos. Quería comenzar mi discurso de espaldas, luego, en un acto de
total planificación, acercarme lento, mirando apenas, demostrando en mi camino
hacia el sillón que no había nada que temer, que yo estaba ahí.
Por alguna razón oculta en las oscuridades de mi mente, el
cuchillo que tomé era, por mucho, más apropiado para cortar un gran trozo de
carne que para untar de mantequilla un pan. Lo blandí de un lado a otro en mi
discurso de convencimiento y ella no apartó la mirada aterrada del instrumento
de cocina. Tardé en darme cuenta que cada palabra dicha carecía de significado,
tardé tanto como los trenes que llegan para recoger a nadie. Incluso cuando
dejó que me sentara entre sus piernas, incluso cuando aproximé mi aliento al
suyo, no solté el cuchillo.
Me detuve. No te alarmes. Salí de ahí sin intenciones de
regresar; escapé tan rápido que me llevé el cuchillo encerrado en un puño.
¿Recuerdas que mencioné que mientras nada cambie, se
permanece atrapado? Bueno, su miedo cambió. Y eso es más contundente que el
aroma del cabello o los centímetros de cintura. Cambió su miedo a la soledad
por miedo a mi y de pronto, así, dejó de interesarme. Por eso vengo aquí,
¿sabes?
Verás: Últimamente he perdido el interés en muchas cosas y,
como un salvavidas, interesarme en este asunto me salvó de ahogarme. ¿Sabes por
qué eliminaron el octavo pecado de la lista de capitales? Mentira que sea lo
mismo que la Soberbia. Si la gente identifica el Desperatio, puede luchar
contra él. Desconocerlo los lleva a las iglesias en manadas. Pero yo necesito
volver a interesarme y, tras meditarlo mucho, sé lo que debo hacer. Sabes que
eres ese él del que hablamos ella y yo, ahora sé que también estás… ¿enamorado?
de ella. ¿Logras vislumbrar mi plan? ¡Calma! Es sólo un cuchillo… sí, el mismo.
Resulta poético, ¿no? Entiende, no tengo nada contra ti, incluso, te aprecio un
poco, pero… Necesito su miedo de vuelta: necesito que le tema a estar sola y no
a mí. Necesito su desesperanza más que la mía.
FIN
Mauricio Absalón escribe Ciencia Ficción y Terror, aunque le
gusta escribir de todo en realidad y que el género sea un recurso, no tema. Ha
publicado en las revistas electrónicas Axxon y Forjadores y en tres antologías
impresas de cuentos junto con otros autores.
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