Salió del
espacio puerto y se dispuso a esperar un aerotaxi. Cuando uno se detuvo ante él,
se abrió el costado posterior para su equipaje; el conductor lo colocó
rápidamente, subieron ambos y luego se cerró. Javier era un hombre de unos
cuarenta y cinco años, delgado, con cabello y ojos oscuros.
-Al hotel Tauro,
por favor.
El aerotaxi avanzó,
se elevó surcando los aires con gran pericia; los vehículos se entrecruzaban.
Si él tuviera que conducir… chocaría. Si así se le ponían los pelos de punta.
Era la tercera vez que iba a Marte, y aún no podía evitar tener los dedos incrustados
en los lados del asiento.
Suavemente el
vehículo bajó y siguió una vía lumínica, después tomó otra a su derecha. Cada
vez iba más inclinado, manteniéndose en picada durante un buen rato, hasta que
por fin se estabilizó.
Después de unos
veinte minutos más, se detuvo. El conductor bajó raudo para descargar el
equipaje mientras él se paraba a su lado.
-Son diez euros
-dijo el taxista.
Le entregó el
dinero y se dio la vuelta. Su equipaje iba en la banda conductora; eran varias
cajas voluminosas y algunas valijas. El taxista, antes de irse, le dio su
tarjeta. Él también se paró sobre la banda, que le llevó hasta la entrada del
hotel; su equipaje le esperaba dentro.
Avanzó hasta la
recepción, entregó la tarjeta de su reservación y el recepcionista apenas le
entregó otra tarjeta para su habitación y ya atendía a otra persona. Un botones
se hacía cargo de su equipaje; lo llevó a uno de los ascensores y esperó a que
Javier entrara. Oprimió el 3.
Siguió al joven que
conducía por partes su equipaje hasta su habitación. En la puerta se veía una
placa que ostentaba A 25 al igual que su pequeña tarjeta; se la entregó al
joven, quien la insertó y se abrió la puerta; se la devolvió, haciéndose cargo
del equipaje.
Claro, la propina
-pensó Javier. Medio euro cambió de manos-. Gracias.
Abrió su valija y
sacó su fono visor, revisó los datos y se comunicó con un cliente; era el Sr.
Samuel Arenas, quien le observó sonriente.
-Qué milagro, lo
esperaba en dos días más -Javier le contestó, sonriendo también.
-Tuve que adelantar
el viaje, van de por medio otros asuntos que tengo que resolver.
-Claro, claro, los
negocios. ¿Puede venir mañana a las nueve? ¿Le parece bien?
Javier se apresuró
a asentir.
-Naturalmente, en
la mañana ahí estaré sin falta. Buenas noches.
-Hasta mañana,
buenas noches.
Javier se comunicó
enseguida con otro cliente, el Sr. De
-Usted es… es…
-empezó a decir.
-Javier Arellano,
el anticuario de
-¡Ah, sí! Podemos
vernos mañana a las cuatro de la tarde, ¿le parece?
-Ahí estaré.
Cortó la
comunicación, y luego hizo otra llamada. Con el Sr. Reno. Dejó dicho que si le
llamaba le dijeran que le esperaba a las seis de la tarde.
Guardó todo lo que
faltaba, se lavó y tomó su tarjeta de cuarto, saliendo enseguida fue hacia el
ascensor. Al salir buscó el comedor; cenó maravillosamente, tenía buen apetito.
Entregó su tarjeta para pagar como huésped del hotel y firmó. Se retiró a su habitación,
ya eran muchas emociones por un día, se dijo.
En la mañana
temprano pidió que le ayudaran a bajar algunas cosas, ocupaba un botones. No
tardó en presentarse uno; al timbrar, la imagen del que estaba afuera se mostró
a un lado de la puerta. Abrió y le señaló las valijas y cajas que había
seleccionado. El joven fue sacándolas, y al terminar, fueron al ascensor y una
vez abajo, le dijo:
-Habla al taxi, por
favor -y le entregó la tarjeta del taxista.
-Enseguida.
No tardó en
presentarse el aerotaxi, subieron todo y le entregó la tarjeta con los datos
del Sr. Arenas.
-Qué bueno que se
decidió llamarme, conozco todo aquí -le dijo el taxista y arrancó. A los pocos
minutos estaban ante un edificio grande.
-Hay que bajar aquí
dos de las cajas y la valija -el taxista siguió sus indicaciones y le colocó
todo sobre la banda transportadora. Parándose sobre ella, le dijo Javier-, no
me tardo.
-Aquí le espero
-contestó el taxista.
Al llegar, se
identificó ante un guardia, el cual dio aviso y llegaron unos hombres para
entrar los objetos que traía. Lo condujeron al ascensor, subió al cuarto piso y
allí le esperaba el Sr. Arenas, sonriendo.
-Bienvenido, Sr.
Arellano, pase -y a sus ayudantes, señalando lo que traía Arellano consigo, les
dijo-, pónganlas acá.
«Me da gusto
conocerle personalmente».
-A mí también. Aquí
está todo, bueno, la mayoría de lo que quedé de traerle, como podrá usted
comprobar. He cumplido. Pueden abrirlas, pero con cuidado.
Los trabajadores se
dispusieron a desensamblar las cajas. Javier se acercó y, quitando empaques,
inició a sacar el tan esperado conjunto de objetos que el Sr. Arenas esperaba a
ver con ojos brillantes. Unos peritos entraron mientras se descargaban las cajas.
Le acercaron unas
mesas y fue poniendo las piezas con todo cuidado. Objetos de porcelana, loza,
muñecos, relojes, candiles; así fue surgiendo un maravilloso conjunto de
objetos. Al final, unos cuadros y unos pequeños muebles labrados como
filigrana.
Con manos trémulas
el Sr. Arenas fue tomando cada objeto y estudiándolo; sólo pequeños murmullos
se escucharon de sus labios: dinastía Ming, artesanía colonial, Rembrandt,
Picasso, siglo XVII -y así continuó por más de una hora. Los peritos rodearon
al Sr. Arenas, Javier escuchó un murmullo y cuando terminaron, volviéndose a
Javier, el Sr. Arenas le dijo-, le ofrezco dos y medio millones de euros.
Javier se puso
pálido, pero reaccionó. Dijo, con seriedad:
-Acepto, Sr.
Arenas. La transacción puede hacerse interbancaria; todo está en regla.
Se llevó a cabo la
transacción y al despedirse, se dieron la mano.
-Sí le gustó la
mercancía, ¿verdad?
-Naturalmente, me
gustó, y si más adelante puede conseguir otras cosillas, comuníquemelo.
-Así lo haré
-contestó Javier, dando media vuelta y salió escoltado por el guardia que le
llevó de regreso a la entrada.
La banda
transportadora le condujo hasta el aerotaxi. El taxista le abrió la puerta
desde dentro y le preguntó:
-¿Todo bien?
-Perfecto, vámonos
-y le alargó la tarjeta con los datos del Sr. De
Las bajaron entre
los dos con sumo cuidado y las pusieron sobre la banda transportadora.
-Gracias, no me
tardo.
Era un edificio
enorme. Los guardias le pidieron identificación y la mostraron al lector
electrónico. Uno de ellos le ayudó con las cajas y lo condujo a una oficina; la
secretaria no se molestó ni en voltear. Cuando se abrió la puerta, un hombre ya
mayor se le acercó.
-Le conozco, es el
Sr. Arellano. Bienvenido. A ver qué me trae.
Las cajas fueron
desclavadas de un costado y Javier empezó a sacar los cuadros rebosantes de
celulosa que les fue retirando para mostrarle al Sr. De
Después de más de
una hora, se reunieron a discutir y Javier aguardó. Se hallaba sentado en un
sillón de micro plástico brillante. Le llegó una que otra palabra entendible.
El Sr. De
-Los acepto; son
originales -caviló y añadió-. Le ofrezco seis millones de euros y dos por el
más grande. Son magníficos. No sé cómo lo logró.
-Tardé en
conseguirlos, pero apenas los obtuve le avisé -dijo Javier-. Acepto, la
transacción se puede hacer interbancaria por el fono visor.
Así lo hicieron.
Javier fue acompañado a la entrada y regresó al auto. Al subir le dijo al
conductor:
-Sólo falta uno.
Le entregó la
tarjeta del Sr. Reno y se dirigieron al sitio. Todo era relativamente nuevo,
pero se veía abandonado, feo. Javier dijo:
-Mejor volvamos al
hotel, olvídese de aquí.
El aerotaxi dio la
vuelta y cobró mayor velocidad, llegando a los pocos minutos al hotel.
-¿Cuánto va a ser?
-indagó Javier.
-Cincuenta euros,
señor.
-Por el tiempo y el
buen servicio, gracias -y le dio ciento cincuenta euros, mientras sacaba las
valijas que quedaban. El taxista gritó:
-¡Gracias!
Entró al hotel y se
dirigió a su habitación; tratando de no apresurarse, se aseó y alistó sus
pertenencias. Bajó al vestíbulo, dirigiéndose directamente a la recepción y le
dijo al gerente:
-La cuenta, por
favor. Y si es tan amable de pedir que bajen mi equipaje -le entregó la tarjeta
de su habitación-. A 25.
Inmediatamente se
dio la orden al botones; el equipaje restante fue traído enseguida, y liquidó
el adeudo. Había una fono placa; acercó la tarjeta del taxi y no tardó en
aparecer el sonriente rostro.
-Lo espero.
Se quedó de pie con
su equipaje a un lado.
Encantado,
contempló la luz diurna; cualquiera diría que era solar, la temperatura era
agradable con una ligera brisa fresca. Todo a varios kilómetros bajo tierra.
Había pozas de agua dulce, además un río. Qué más podían pedir, más de catorce
millones de habitantes de los cuales cerca de la mitad eran nacidos en Marte.
Cierto, una vida
diferente; rayos ultravioleta necesarios para el crecimiento, la soya, los
hongos y arroz en las cuevas también iluminadas. Había muchas cosas sintéticas,
pero era vida.
Su vida, si podía
llamarse así, había sido en las excavaciones por entre las ruinas. Rara era la
edificación que no tenía tumbados techo y muros. La guerra entre los mismos
humanos. Con máquinas y con palas se la pasaba, comían todo crudo. En
La bocina del
vehículo le sacó de su abstracción, trayéndole al presente. El aerotaxi se
hallaba delante suyo y el sonriente conductor subía el equipaje, diciéndole:
-Se le olvidó que
vendría, ¿verdad?
-Así es, disculpe
-le contestó, sentándose en el interior-. Vamos a
A los pocos minutos
se hallaban al pie del edificio en cuestión.
-En esta ocasión
hay que bajar todo el equipaje.
Le pagó y se colocó
en la banda con su equipaje por un lado. Llegó enseguida, cargó todo al
ascensor y oprimió el botón al octavo piso.
Al abrirse la
puerta, la atoró con una valija mientras sacaba todo lo demás y tocaba a la
puerta. Mientras quitaba la valija, la puerta se abrió.
-Te vi por la
teleplaca -le dijo la mujer-. Antes que me regañes por haber abierto. Espero
que haya ido todo bien.
Él la contemplaba,
no le daba oportunidad de hablar. Por fin pudo decir:
-Todo bien, ¿entro?
-Claro -contestó
ella-. Te extrañamos. Mira, hay cuatro marcianitos esperándote -le señaló con
la mano a dos niños y dos niñas asombrados ante el hombre que besaba la mejilla
de su madre.
-¿Qué no saludan a
papá? -les preguntó él. Se acercaron, rodeándole, mientras él les miraba
sonriente y les abrazaba. Y mirando a su esposa, le dijo-: Aurora, tendrás a
cinco marcianos desde hoy. Con las cosas que rescaté ya no ocupo el trabajo en
FIN
Elsa Abbadié:
Nacida en Guadalajara, poeta y promotora cultural, organizó por más de una
década eventos literarios y artísticos como directora de los Escritores
Independientes de Guadalajara. Es autora del poemario Una flor más, (ed.
Secretaría de Cultura del Gobierno de Jalisco, 1998).
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