David Roosevelt Bunch
La detecté en mi primera línea de alarmas
cuando aún estaba muy lejos, apenas una mancha en la última colina de plástico
desde donde vigilaba a mis Enemigos. No le perdí pisada en todo el camino, el
largo camino hacia mi fortaleza, mientas ella, niñita errante, llegaba acunando
algo en los brazos infantiles. Por un instante mi memoria retrocedió y pensé:
«Es sólo Hermanita trayendo el Angelín a mi puerta.» Pero mis pensamientos
saltaron al AHORA cuando ella golpeó la puerta, y manipulé el botón de
armamentos hasta que todos los disparadores encañonaron mi Muro Exterior.
-¡La contraseña! ¡Pronto! - grité, y
sinceramente esperé que diera la correcta. De lo contrario tendría que activar
mis disparadores. Y tal vez no fuera uno de los proyectiles rastreros que,
según había oído, la Bruja había creado en los grandes laboratorios de su valle
de plástico. Tal vez no era una muñeca-bomba ambulante camuflada, diseñada para
volarme al cielo y a todos los vientos. Tal vez era realmente Hermanita, que de
veras había olvidado la contraseña secreta.
-¡Delicia y solaz de la gloria matinal! -
canturreó, aguda como una tachuela, y noté que sus grandes ojos eran verdaderos
y pensé que chispeaban amor. ¡Era una niñita!
-¡Avanzar hasta Puerta 10 para
reconocimiento! - Aliviado, abrí la undécima puerta exterior. Ella atravesó las
murallas mientras yo abría las puertas con el pulgar - Esperar descontaminación
- ordené, hablando todo el tiempo por el Gran Parlante, cuando ella se detuvo
ante la penúltima puerta, gordita y rechoncha en su traje espacial de juguete.
Chachareaba alegremente, chachareos de niñita; iba a ver a su papá. Pero yo
debía ser prudente. Ella podía ser una treta, una trampa caza-bobos. Volví
hacia ella mis inspectores y descontaminadores y le dejé atravesar todas las
puertas menos la última, siguiéndola atentamente con mis armas. Cuando se paró
ante la última puerta le pregunté:
-¿Tienes un pase para estar aquí? ¿Bruja
te escribió un papel?
-Me escabullí de Bruja y correteé por el
camino rodante - dijo riendo.
Eso me agradó. Bruja era la esposa, y
vivía a algunas colinas plásticas de distancia, con, se había dicho de tiempo
en tiempo, más de algunos hombres de plástico. Pero no era sólo por Bruja que
yo tenía todos los disparadores y el Muro Visor. Bruja era sólo parte de mis
problemas, la parte más ínfima en el momento, estando el mundo como está; ella
vivía en el Valle de la Bruja Blanca con sus hombres de plástico y en verdad
nos veíamos muy rara vez. Una que otra Navidad intercambiábamos un saludo
glacial
-¡Feliz Navidad allá! - con nuestros
multivisores; a veces en Noche de Brujas yo le mandaba escobas viejas como
prenda de mi amor. Y una vez, en una Pascua muy reciente - nunca pude
explicármelo -, nos encontramos fuera de nuestros muros apuntando nuestros
concavoscopios hacia nuestras respectivas fortalezas mientras el sol
centelleaba sobre las colinas de plástico glacial. Cuando miré directamente su
visor con mi visor y vi la extraña bola azul que era su ojo más nuevo, envejecí
diez años de sólo pensar, pensar en el frío odio-entre-gentes en el mundo. ¿A
quién podía extrañarle, pues, que en los muros exteriores hubiera casamatas de
dos metros de espesor y guerreros de aceronuevo al acecho? No es raro que yo
tema los proyectiles rastreros, las muñecas-bomba ambulantes y el fogonazo del
cohete de la Bruja Blanca, cuando lo único que puedo oponerles es una
vigilancia constante y todas las armas que pueda conseguir. Pero ella tuvo a
mis hijos niñito y niñita… tiempo atrás en aquel otro mundo.
El se ha pasado ahora al bando de los
hombres de plástico y casi siempre juega con sus juguetes del espacio y casi
nunca ve al papá. Le satisface estar lejos de mi, su papá.
Pero como decía, Bruja no era ahora la
única amenaza. Ahora no la consideraba si quiera la amenaza principal. Ella era
sólo una comezón. Los Enemigos implacables estaban más allá de las colinas más
lejanas, y además estaba el Tiempo… el Tiempo que intentaba corromper mis tiras
de carne antes que yo pudiera alcanzar la Idea Ultima.
-Hola, Hermanita. - Los descontaminadores
habían dado el visto bueno; el informe de armamentos había sido positivo:
CONFIABLE en cuanto a su persona, CONDICIONAL en cuanto a lo que traía. Vi que
traía el Angelín y lo juzgué un riesgo razonable: una niñita y su muñeca del
espacio. Los dejé pasar. Y ahora ella estaba frente a mí, un diminuto querubín
de tres años, todo carne y huesos y sangre, todo de ella aún, excepto los
dientes, que eran de acero. Y eso era todo lo que habían tocado hasta ahora los
Reconstructores de Moderan, por respeto a su edad. A los doce, si vivía,
tendría todas las extremidades de metal, y tal vez para esa época le hubieran
laminado algunos órganos. (Yo soy noventa y dos y medio por ciento de
aleaciones metálicas, diseñadas para durar eternamente,) - ¿Cómo estás,
Hermanita?
-Vine a vivir contigo, papá - susurró
ella, bailoteando de júbilo -. Escapé de Bruja. ¡Necesitas amor!
-¡Oh no!
Quedé sorprendido y absolutamente
apabullado. Me levanté de mi silla anatómica y me quedé temblando, manando
sudor frío por todas las tiras de carne. Todas las piezas metálicas de las
zonas reconstruidas me rechinaban y zumbaban. ¡Una niñita viviendo conmigo!
¿Qué sería de mis pensamientos? ¿Mi trabajo? ¿No intentaría seguirme al Salón
Ambiental de lo Primitivo donde las paredes eran de piedra, coloreadas de
sangre brillante? ¿No querría saber qué había en el Salón Blanco de los
Inocentes cuando las bolas de metal negro de dos toneladas se movieran en las
cadenas? ¿No me pondría en la embarazosa situación de querer ayudarme cuando
fuera a alimentar mis tiras de carne con los complicados fluidos del introvén?
¿Y si por capricho, sin que yo lo supiera, un día entraba sola en los horrores
del Tubo del Millón de Espejos, donde en medio de una desolación espantosa y
relampagueante yo busco mi reflejo verdadero?
-Hermanita - grité, y me aferré de cuanto
había a mano, y apoyé las rodillas contra dos guerreros que tenía al lado, de
modo que ahora ya casi no rechinaba ni zumbaba -, Hermanita, ¿sabes qué podría
hacer contigo con sólo apretar un dedo? ¿Sabes que éste es un lugar armado
además de un lugar amurallado, Hermanita? ¿Comprendes que aunque me sostuvieras
o amarraras yo aún podría enviar una señal a uno de mis guerreros automáticos y
él reaccionaría para destruirte?
»Y en última instancia, Hermanita, si a
la larga todo pareciera realmente perdido, podría decir cierta frase a
cualquiera de estos tubos del cielo raso, todos estos tubos en los costados o
el suelo, y eso iniciaría una reacción en cadena en una fortaleza que he
escondido en una montaña lejos de estos muros. ¡Y todo esto volaría! ¡Ni
siquiera entonces ganarías! - Yo temblaba contra los guerreros que tenía al
lado; pues pese a mis esfuerzos, mis manos hacían un ruido tintineante contra
dos postes de acero que aferraba. Y ese monstruito simplemente esperaba, una
niña diminuta con un traje espacial de juguete riéndose de mí, dos ojos azules
y burlones, y aún aferraba lo que según yo podía ver era el Angelín -. ¡No
ganarías, Hermanita! - El sudor de mis tiras de carne goteaba en el suelo.
-¿No me querrías?
-No podría tenerte. No trates de
obligarme. Interferiría con mi pensamiento profundo. Sería una persona
totalmente diferente contigo aquí. ¡No podría indagar en busca de la Idea
Ultima! - noté que hablaba casi a los gritos.
-Entonces me iré, creí que necesitabas
amor.
-No, una visita está bien. Unos diez
minutos, pues eres un familiar Inmediato, si no traes contigo nada para
lastimarme. Pero amor… bien, sería una molestia. Tan poco realista. Y podría
olvidarme de vigilar a mis Enemigos.
-¡Me iré ahora! - Le sobresalía el labio
inferior, indicando que ella pensaba que yo había herido sus sentimientos. O
tal vez fingía. Con las niñitas nunca se sabe.
-Me alegra que pudieras venir - dije.
Temo que lo dije con cierta rigidez. Nunca supe demostrar soltura en esas
ocasiones. Pero como notaba que la visita estaba por finalizar descubrí que ya
no rechinaba. - Ahora, sí debes irte… - dije -. Bruja tal vez esté preocupada,
sabes. En algún otro período de tregua, tal vez, vuelve…
Entonces se marchó, atravesando todas las
puertas, encañonada por las armas. Y noté que seguía mirando por encima del
hombro, pero no tenía lágrimas en los ojos, y me extrañó vagamente que
desnudara los dientes de acero en lo que me pareció una sonrisa diabólica de
niñita. Luego vi que en el suelo había dejado la hinchada y bulbosa muñeca del
espacio, el Angelín, y me agaché para tomarla y arrojársela. Cuando toqué el
Angelín perdí ambos brazos hasta los hombros. Y la manaza de un gigante pareció
levantarme y arrojarme a través de diez habitaciones. ¡Minado! Pero las heridas
no eran serias. Me recobré a tiempo para ver cómo Hermanita subía en un camino
rodante la última colina de plástico. Cuando se volvió para saludar desde la
cima de la última loma, agitando apenas un gordo brazo tubular del traje
espacial en mí dirección antes de volverse hacia el Valle de la Bruja, supongo
que debí desintegrarla con los disparadores. Pues supongo que se proponía
despedirse del lugar donde creía que su papá yacía muerto. Pero aún no tenía
los brazos reparados para apretar los botones, y no tenía la certeza de que
Hermanita fuera realmente culpable de que el Angelín estuviera minado.
Tal vez la culpa era ante todo de Bruja,
y por eso tocaban las bandas y una constelación de banderas y bengalas de
victoria estallaba en el aire del valle mientras yo yacía jadeante sobre los
muñones negros de los hombros.
Y además, enfrento a otros Enemigos,
implacables y malvados Enemigos que agitan las alas en el aire lechoso,
observándome desde una distancia parda. Se afilan astas y garras y dientes
llenos de peligro y sacuden colas reptílicas para la carga zumbante que acabará
CONMIGO. ¡Ah sí! Mañana debo permanecer aún más cerca de mis disparadores y
buscar un modo de redoblar mi vigilancia sobre las colinas.
FIN
No hay comentarios:
Publicar un comentario