El plan internacional para asestar un golpe a la secta ultraortodoxa, oculta en la selva de Chiapas, naufraga en menos de una semana
Integrantes de la secta judía Lev Tahor protestan en la estación migratoria donde se encontraban recluidos en el Estado de Chiapas.JOSE TORRES (REUTERS)
México - 10 OCT 2022 - 00:47 CEST
La extraña imagen terminó por dar la vuelta al mundo. Alrededor de 20 niños y niñas de la secta ultraortodoxa Lev Tahor, conocida como los “talibanes judíos” por sus prácticas extremistas, empujaban a los guardias de seguridad y pasaban por encima de ellos, literalmente, para salir caminando de un albergue en Huixtla, una pequeña comunidad de Chiapas, al sur de México. Llamaban la atención sobre todo las chicas, vestidas con largas túnicas blancas, que las cubrían de la cabeza a los pies y que contrastaban con la noche en la selva chiapaneca. Pero no es solo la vestimenta lo que precipita las comparaciones del grupo con el régimen de Afganistán. El culto, fundado en los ochenta, arrastra acusaciones de maltrato infantil, abuso sexual y tráfico de personas en Israel, Estados Unidos, Canadá y Guatemala, es decir, en todos los países donde se ha establecido de manera permanente. La historia en México no era muy distinta. Días antes, las autoridades habían lanzado una operación internacional de amplio alcance: el último gran golpe contra el colectivo. Aquel escape en medio de la oscuridad, sin embargo, era un presagio de cómo esfuerzos que tardaron dos años en planearse se irían prácticamente por la borda al cabo de unas horas.
Tras recibir las denuncias de antiguos miembros y las investigaciones de un grupo de abogados, expolicías y voluntarios que ha documentado el historial de abusos de la secta para llevarla ante la justicia, unos 80 agentes mexicanos fueron desplegados el pasado 23 de septiembre en Ejido Independencia, una pequeña comunidad de Chiapas, a unos 30 kilómetros de la frontera con Guatemala. Era el último punto donde se había detectado la presencia de la secta o, al menos, una fracción de los 300 miembros que tiene alrededor del mundo. Los elementos del operativo sabrían que iba a haber muchos niños y niñas, por lo que buena parte del contingente policial eran mujeres. Ante la falta de información oficial, se habló primero de que se trataba de un campamento en medio de la selva. Fuentes que participaron en el terreno explicaron a este periódico que en realidad eran dos o tres casas alquiladas, cada una aledaña a la otra, donde los fieles se habían instalado desde hace más de seis meses. Antiguos agentes del Mossad, el servicio secreto israelí, asesoraron a quienes intervinieron, sobre todo para darles contexto de qué era Lev Tahor y qué dificultades podrían encontrar. “Cuando se habla del Mossad es normal que la gente eche a volar la imaginación, pero nuestra participación se limitó básicamente a eso”, comenta uno de ellos.
Seguidores de la secta Lev Tahor, afuera de un albergue en Chiapas, al sur de México, el pasado 28 de septiembre.ALFREDO ESTRELLA (AFP)
La redada contra Lev Tahor tenía tres objetivos. El primero era el arresto de los cabecillas del grupo, que ejercen un férreo control sobre prácticamente todos los aspectos de la vida de los seguidores. Había cuatro objetivos en un primer momento, pero dos de ellos no se encontraban al momento del cateo. Los otros dos fueron detenidos por delitos como secuestro y abuso sexual infantil, y traslados a una cárcel de Chiapas después de que un juez girara una orden de aprehensión, según se informó en la prensa local. El segundo era liberar a las personas que estaban retenidas por la secta, declarado “culto peligroso” en Israel. Personal de la Embajada israelí estuvo presente en el operativo, con la encomienda de prestarles asistencia consular ante la posibilidad de que tuvieran problemas por su situación migratoria y tuvieran que ser deportados. No hubo mayores contratiempos, la actuación de las fuerzas de seguridad “fue impecable”, señalan las fuentes.
El tercer objetivo era rescatar a un niño de tres años que había sido separado de su padre, pese a que las autoridades de Israel y Guatemala habían decidido que él tenía la custodia legal. “No sé nada de él, solo sé que está vivo”, dijo Israel Amir, el papá del niño, en una entrevista a EL PAÍS a finales del año pasado. Amir contaba que su familia entró a la secta cuando él tenía unos 13 años y que al no haber nacido dentro del grupo le costó mucho trabajo adaptarse, a pesar de que sus padres eran judíos ortodoxos. Como otros adolescentes del culto, trabajó como asistente de miembros de la cúpula y fue testigo de abusos sexuales y castigos físicos contra otros jóvenes. “La persona para la que trabajaba me pedía que llamara a niños durante la noche y se quedaba con ellos para violarlos”, aseguraba durante la conversación telefónica.
Cuando tenía 16 años, los líderes de la secta decidieron que estaba en edad de casarse con una chica que no conocía. La práctica de matrimonios infantiles forzados es otra de las denuncias que pesan sobre los mandos del grupo. Más allá de una costumbre religiosa era una estrategia de supervivencia del culto: ampliar la membresía por medio de matrimonios arreglados y obligando a los fieles a tener varios hijos. “Lev Tahor es una secta que ha prosperado gracias al abuso sexual de niños”, afirma Marcy Hamilton, académica de la Universidad de Pensilvania.
Durante dos años, los mandos de la secta supervisaron su relación “marital” y lo presionaron para tener más relaciones sexuales con su “esposa”. Los hombres y las mujeres de la congregación prácticamente no conviven entre sí cotidianamente y Amir describía la incomodidad de ambos en la intimidad, la pareja no había visto a alguien del sexo opuesto desnudo antes de casarse. Finalmente, tuvieron al niño. Cuando el bebé tenía seis meses, Amir decidió escapar. Ya no podía más e incluso enfrentó amenazas contra él y su hijo cuando se enteraron de sus planes de irse. “Lo más difícil fue dejar a mi hijo atrás”, explicaba el joven de 22 años. “No he visto a mi hijo en más de dos años”, agregaba. A partir de ahí inició una batalla legal por la custodia del niño, que terminó cuando Amir recuperó a su hijo tras el operativo en Chiapas y pudo llevárselo de regreso a Israel.
Fuentes cercanas al caso comentan que al menos otra familia viajó a México hace dos semanas para intentar convencer a sus familiares de que abandonaran el grupo, pero no lo lograron. Los niños liberados de la secta fueron llevados al albergue en Huixtla, a cargo del Sistema Nacional para el Desarrollo Integral de las Familias (DIF). En los seis días que estuvieron en el centro, los jóvenes se amotinaron y agredieron al personal de seguridad del centro. Otros miembros de Lev Tahor que hablaron con periodistas de la prensa local, que probablemente no habían escuchado hablar nunca del culto, dijeron que eran víctimas de una “persecución religiosa” y culpaban directamente al Gobierno israelí. Similar a la postura de grupos ultraortodoxos, Lev Tahor tiene posiciones antisionistas por un argumento religioso: la tierra prometida debe llegar por designio de Dios y el mesías, no por la mano del hombre.
Un niño de Lev Tahor se asoma por una valla, en un albergue de Chiapas (México), el pasado 28 de septiembre.JOSE TORRES (REUTERS)
Para entender las imágenes en Chiapas hay que revisar la historia de Lev Tahor. Tras enfrentarse varias veces con las autoridades israelíes, la secta se estableció en Estados Unidos hasta que su fundador, Shlomo Helbrans, fue acusado y condenado por secuestro en Nueva York en los años noventa. Cuando Helbrans salió de la cárcel, pidió asilo por “persecución religiosa” y trasladó la comunidad a Canadá en el año 2000. En 2013, las autoridades canadienses abrieron una investigación por maltrato infantil y matrimonios forzados. Fue un caso similar a lo que se vivió en México, pero fue más aparatoso porque se prolongó durante meses. Varios niños fueron separados de sus padres debido a preocupaciones sobre su bienestar, aunque se les permitía seguir teniendo contacto. La situación fue traumática para los miembros más jóvenes, que no conocían prácticamente nada fuera del grupo y habían sido adoctrinados en la idea de que el “mundo gentil” equivalía al infierno. Asustados, los niños eran instruidos a mentir a las autoridades bajo la promesa de que así volverían a ver a sus padres.
En medio de maniobras dentro y fuera de la ley, la congregación se hizo con la custodia de los niños, se fugó y se asentó en Guatemala en 2014. Fue un escándalo político en Canadá. Ya en territorio guatemalteco, la historia fue la misma. Hubo varias redadas contra el grupo por las mismas denuncias y la reacción fue la misma: decían que eran “perseguidos”. En 2017, tras nuevos problemas con la ley, el grupo se ocultó por temporadas en Chiapas, donde Helbrans murió en circunstancias extrañas, ahogado en el río Shujubal mientras hacía un ritual religioso. Nachman Helbrans, su hijo, asumió el mando y adoptó controles aun más estrictos sobre la comunidad ante el miedo de que su liderazgo fuera desafiado. El yugo al que sometió a los fieles fue tan pesado que su propia hermana desertó y se refugió con sus hijos en una pequeña ciudad al norte de Nueva York. El nuevo líder decidió que no se iba a quedar de brazos cruzados y urdió un rocambolesco plan para secuestrar a dos de sus sobrinos y llevarlos de regreso a Guatemala a finales de 2018.
En una trama digna de Hollywood, los secuestradores de la cúpula utilizaron disfraces, identidades falsas, estrategias para no ser atrapados y distintos medios de transporte para cruzar a México con los dos niños, que entonces tenían 14 y 12 años. La mayor estaba “casada” con el hijo de uno de los participantes en el rapto. Tras la colaboración del FBI y agentes federales y estatales en México, Helbrans y sus cómplices fueron atrapados en una casa de seguridad en San Miguel Tlaixpán, un pequeño poblado a las afueras de Ciudad de México, y deportados a Estados Unidos. Los niños fueron recuperados en la comunidad de Tenango del Aire, días más tarde. Apenas en abril pasado, Nachman Helbrans y Mayer Rosner, su mano derecha, fueron condenados a 12 años de prisión por secuestro y otros delitos. También se dijeron presa de “persecución religiosa”. Otros miembros del grupo fueron deportados de Guatemala a EE UU, donde esperan que avance el proceso judicial.
Tras el vendaval legal contra la secta, la comunidad ha estado a salto de mata por medio mundo. Células del grupo iniciaron un peregrinaje por casi una decena de países de Europa, Oriente Próximo y el norte de África: desde el Kurdistán iraquí hasta Moldavia. De hecho, durante el secuestro de 2018, miembros de Lev Tahor entregaron una petición de asilo a la Embajada de Irán en México, en la que juraron “lealtad y sumisión” al líder supremo, pero no prosperó. Chiapas ha sido un destino recurrente del grupo, por su cercanía con Guatemala y la porosidad de la frontera, por la que han pasado varias veces sin ser detectados.
Después de la salida de los niños, que se dio sin que las autoridades mexicanas aclararan la situación, un juez decidió liberar un día después a los dos detenidos, Menachen Enden Alter y Moshe Rosner (familiar de Mayer Rosner), por falta de pruebas. “100% absueltos”, celebró su abogada tras la decisión. Fuentes familiarizadas con el historial criminal de Lev Tahor acusan actos de corrupción, aunque no han podido comprobarlos. La comunidad regresó presumiblemente a Guatemala, donde permanece el contingente más nutrido de la diáspora de la secta. La Embajada de Israel no hizo ningún posicionamiento público.
El extraño caso de los “talibanes judíos”, rechazados por prácticamente todas las corrientes dentro del judaismo por su extremismo, llegó como un golpe súbito, pero al paso de los días se difuminó de la cobertura mediática. En el fondo, el gran fiasco es el último capítulo de una historia que parece repetirse una y otra vez, en la que México ha aparecido como escenario en más de una ocasión. Una de las personas detrás de los esfuerzos por llamar a cuentas a la secta se mantiene optimista: “No es lo mismo, ahora cada vez más personas conocen quiénes son realmente estos criminales”. La trama de Lev Tahor continúa.
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SOBRE LA FIRMA
Es reportero en México de EL PAÍS. Se especializa en reportajes en profundidad sobre temas sociales, política internacional y periodismo de investigación. Es licenciado en Ciencia Política y Relaciones Internacionales por el Instituto Tecnológico Autónomo de México y es máster por la Escuela de Periodismo UAM-EL PAÍS.
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