El fantasma de Quiroga deambula por los corredores de su vieja casa,
como si quisiera efectuar en la muerte un regreso que no cumplió en
vida.
Brindamos la segunda entrega de nuestro espacio dedicado a Salto
dentro de las leyendas urbanas, gracias a la colaboración de Diego
Moraes. Tras la publicación de "La aparecida de la Ruta 3", Diego nos
deja otro adelanto de su libro "Bestiario del Salto Oriental",
dedicado a las historias sobrenaturales de ese departamento.
En este segundo capítulo, el protagonista no es otro que la figura más
entrañable de Salto: el escritor Horacio Quiroga, cuya trágica y
accidentada vida dejó la simiente perfecta para la creación de una
leyenda tras su muerte.
Según los registros más fieles, la última vez que Horacio Quiroga puso
un pie en Salto fue hacia fines del año 1902 o principios del 1903,
cuando ya estaba radicado en Buenos Aires luego del trauma que le
había provocado la muerte de su amigo Federico Ferrando. Juró entonces
-cosa que literalmente cumplió- no regresar jamás en su vida. Las
razones parecían justificadas: la ciudad natal, para Quiroga, no era
otra cosa que un enorme signo de su desdicha personal. Salto había
sido el escenario de dos muertes que calaron hondo en su espíritu (la
de su padre Prudencio en 1879, y la de su padrastro Ascencio Barcos,
en 1891). Fueron los salteños quienes desdeñaron con indiferencia sus
ejercicios literarios en Gil Blas y en La Revista; y era también
salteño, finalmente, el hermano del alma que acababa de morir, víctima
de su propio descuido. Nada parecía haber en Salto que el precoz
escritor -por entonces de apenas veinticinco años de edad- pudiera
asociar con la felicidad o siquiera lejanamente con la alegría.
Sin embargo, muchos son los biógrafos que han advertido que, hacia los
últimos instantes de su vida, Horacio Quiroga planeó casi secretamente
una íntima reconciliación con el suelo natal. En buena medida, este
propósito ya podría adivinarse considerando con atención la
correspondencia quiroguiana hacia la época de su segundo exilio
misionero y las reiteradas ocasiones que en ella el escritor recuerda
con cariño y nostalgia las ya lejanas horas de la juventud. En
algunas, como las cruzadas con Fernández Saldaña, Quiroga habla a
menudo de rostros, de nombres y de amigos del Salto, y cuenta con
insistencia humorísticas anécdotas y recuerdos allí vividos. En otras,
como las mantenidas con su amigo y coterráneo Enrique Amorim, el
escritor habla mucho más explícitamente de un proyecto general de
"rever el paisaje salteño", proyecto que incluía no solamente una
revaloración de las posibilidades estéticas del recuerdo del terruño
sino también, acaso, una vuelta al hogar ("Al fin y al cabo -escribió
una vez- hasta los elefantes van a morir todos al sitio dónde dieron
sus primeros trotes"). De hecho, este último propósito estuvo muy
cerca de concretarse hacia el año 1935 cuando el propio Amorim le
realizó una invitación al chalet "Las Nubes", que Quiroga a la postre
rechazaría alegando su voluntad de evitar los previsibles homenajes
oficiales.
No obstante, la verdadera razón por la que el proyecto quiroguiano de
la recuperación del Salto quedó finalmente trunco fue mucho más
drástico: poco tiempo más tarde el escritor comenzaría a padecer los
primeros síntomas de un irreversible cáncer gástrico, y tanto su salud
como su desequilibrado estado anímico lo arrastraron obligatoriamente
hacia Buenos Aires. Allí, aquejado por el sufrimiento y la soledad, la
idea del suicidio se instaló en su mente con más fuerza que la del
regreso. Sin embargo, es verosímil que hacia sus últimos segundos, y
ya de cara a Dios, Quiroga siguiera pensando, como en un sueño, en su
Salto nativo. Pensó tal vez -como había dejado escrito en el Diario de
Viaje a París- que solamente en Salto había encontrado alguna vez
diversión. Que entre los amigos que lo acompañaron fielmente durante
toda su vida figuraban muchos salteños. Que fueron los primeros
escritos salteños, acaso, los únicos que le produjeron verdadera
felicidad creativa. Que la absurda Comunidad de Los Tres Mosqueteros
-precursora del célebre Consistorio del Gay Saber- fue una de las
experiencias más delirantes que alguien pudiera imaginar. Que los
carnavales salteños le proporcionaron el conocimiento de algunos
amores imborrables; y que fueron muchos también, en definitiva, los
buenos recuerdos de su vida de estudiante en el Instituto Politécnico.
Es también verosímil suponer que la fatídica noche de febrero de 1937
en que Quiroga entró en la muerte en el Hospital de Clínicas de Buenos
Aires, luego de ingerir una fuerte dosis de cianuro, llevara todas o
siquiera algunas de estas imágenes impregnadas en su retina.
Pues bien, tal es la razón, y no otra, por la que el fantasma de
Horacio Quiroga se aparece todavía en tantos lugares del Salto: para
conseguir, desde el más allá, la anhelada vuelta al hogar que su
cuerpo humano no pudo alcanzar en vida. Tal vez también por esta
razón, los lugares en que con más frecuencia se manifiesta su espectro
sean las dos casas que éste habitó en la ciudad. En la primera,
ubicada sobre calle Uruguay, sucesivos inquilinos han visto ciertas
noches al fantasma de Quiroga deambulando por la oscuridad de los
corredores, envuelto en una larga manta de color rojo; y en la
segunda, la casona ubicada sobre Avenida Viera en que funcionaba hace
no mucho tiempo la llamada "Escuela al Aire Libre", suele presentarse
a los niños, caseros y cocineros del centro educativo, la mayoría de
las veces sentado en una silla de hamaca ubicada junto a la estufa del
lugar, aunque también hacia los terrenos del fondo, revolviendo las
plantaciones de verduras o utilizando clandestinamente las
herramientas del galpón. En tales casos, el fantasma aparece
invariablemente con el aspecto con que recuerdan a Quiroga sus últimas
fotografías: enflaquecido, la piel arrugada y amarillenta, la espesa
barba comiéndole la cara, la mirada triste y como perdida en el vacío.
Pero no son por cierto éstos los únicos sitios de sus póstumas
peregrinaciones salteñas. Por el contrario, se refieren apariciones
suyas en la zona de la Costanera Sur, más precisamente en los
alrededores del Mausoleo erigido en su nombre y en el que está ubicada
la famosa -y también maldita- urna de Ezria que guarda sus terrenales
cenizas. Igualmente, hay testimonios que aseguran la presencia del
fantasma de Horacio Quiroga re-editando en bicicleta la célebre
travesía Salto-Paysandú, pedaleando muy orgulloso con su camiseta del
Club Ciclista Salteño.
Tales apariciones salteñas del espectro de Quiroga, naturalmente,
suelen promover el espanto de sus ocasionales testigos. Sin embargo,
viéndolo de otro modo, son la cosa más natural del mundo. Al fin y al
cabo ¿qué otro destino más conveniente para el fantasma de un hombre
que en toda su vida no fue sino un perpetuo desterrado, que el de
intentar recuperar, al cabo de ésta, el familiar sabor del suelo
natal, vale decir, regresar a las entrañas mismas de la madre tierra?
Diego Moraes (Salto, 23 / 2 / 79) es Licenciado en Letras por la
Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación (UdelaR) y
Procurador por la Facultad de Derecho (UdelaR). Ha colaborado también
como redactor en varias publicaciones culturales, tales como Prima
Cruzada (Montevideo) y La Ventana Magazine (Salto). Su libro
"Bestiario del Salto Oriental. Antología de mitos y leyendas
fantásticas del departamento" tuvo una primera edición (promocional,
50 ejemplares) y se prepara una segunda a través de Zujka Ediciones,
2007.
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