EL TEMPLO DE ZEUS
El templo de Zeus, construido
para los juegos olímpicos, fue una de las máximas expresiones del arte griego.
Para realizar la estatua de Zeus, se contrató al más famoso escultor ateniense:
Fidias, el creador de la técnica “crisoelefantina”, que consiste en cincelar la
figura sobre marfil y recubrirla con oro.
En la antigua Grecia, durante
la temporada de los juegos, se mantenía una tregua sagrada en todo el país. Los
atletas que vencían eran coronados en el templo, a los pies de la estatua de
Zeus, que representaba al dios majestuosamente sentado en su trono.
La estatua de Zeus fue
destruida ocho siglos después de su realización.
El artista más famoso de
Grecia era un escultor llamado Fidias, nacido en la ciudad de Atenas. Tan
hermosas eran sus obras que, un día, las autoridades decidieron encargarle una
escultura para el lugar donde se realizarían los juegos olímpicos. La escultura
debía representar la imagen de Zeus, el padre de todos los dioses.
En ese entonces, los juegos
olímpicos no eran solamente una serie de campeonatos deportivos. Se los
consideraba, ante todo, una fiesta religiosa.
Unos meses antes de que se
iniciara la Olimpíada, varios mensajeros recorrían cada rincón de Grecia para
anunciar la fecha exacta del evento. La fiesta se llevaba a cabo en una pequeña
ciudad llamada “Olimpia”, que había sido exclusivamente edificada para venerar
a los dioses. Los atletas que salían campeones tenían que entregarle sus
trofeos a Zeus.
Los juegos de ese año iban a
ser muy especiales, porque estarían presididos por el Zeus creado por Fidias.
Los deportistas que
representaban a cada ciudad se sentían orgullosos por haber sido elegidos.
Uno de ellos era Crátilo, que
venía desde un pueblo lejano para competir en la carrera de 192 metros. Al
igual que muchos otros, llegó a Atenas con bastante anticipación, dispuesto a
dedicarse al intenso entrenamiento moral que requería la competencia.
Para participar de estos
juegos no bastaba con tener el cuerpo en excelente estado; también había que
preparar el espíritu.…
El templo de Zeus quedaba al
pie del monte Olimpo, una montaña tan alta que el pico siempre estaba envuelto
por las nubes. Desde tiempos muy remotos se decía que el monte Olimpo era la
mansión de los dioses, y que en su cima gobernaba Zeus, el soberano del Cielo y
de la Tierra.
También se decía que a Zeus le
gustaba valerse de tres armas para imponer su voluntad: las tormentas, los
rayos y los truenos…
A Fidias le encantaba que Zeus
fuera tan tempestuoso. Y pensó que la estatua debía estar hecha con los
materiales más puros y difíciles de conseguir.
Entonces solicitó a los
gobernantes que le enviaran una buena provisión de marfil y de oro. La recibió
satisfecho y se encerró en su taller para realizar la obra. Quería que fuese su
mejor estatua, el testimonio de su amor por la patria y por el más grande de
los dioses.…
Muy cerca del taller de Fidias
se encontraba el gimnasio donde entrenaba Cratilo. Una tarde en que el atleta
pasaba por ahí, espió por la ventana y quedó deslumbrado por la manera en que
Fidias esculpía.
Pidió permiso para pasar y
enseguida se cayeron bien.
Conversando, se dieron cuenta
de que iban a ser excelentes amigos.
Crátilo le habló a Fidias del
nerviosismo y la emoción que le producía representar a su lejano pueblo en una
competencia tan importante. Y le confesó que quería ganar para darle alegría al
lugar de donde provenía… Sabía que a los ganadores les colocaban en la cabeza
una corona sagrada de ramas de olivo. Y, al regresar, les pedían que ingresaran
por un hueco, cavado en la muralla de su ciudad natal, que luego cerraban para
que el triunfo no pudiera escaparse.
Fidias le explicó a Crátilo
que él, cuando esculpía, se olvidaba de todo. Los pesados compromisos que le
imponía su vida de escultor famoso se iban borrando a medida que trabajaba. Y,
al final, solo le quedaba la felicidad de crear, que nada ni nadie podía
quitarle…
-Debe ser muy parecido a lo
que siente un corredor en los últimos metros, cuando ya está cerca de ganar la
carrera-comentó.
A Crátilo le nació una enorme
admiración por el trabajo del artista. Y empezó a visitar el taller de Fidias
todos los días. Iba un ratito a la mañana y luego a la tarde, después del
entrenamiento. Observaba el entusiasmo con que Fidias esculpía, y suspiraba
emocionado. Pensaba que a lo mejor era Zeus el que ponía su fuerza en las manos
de Fidias. Y deseaba que los dioses le dieran a él un poder similar durante la
carrera.
Fidias estaba totalmente
sumergido en su obra. Todos los impulsos de su cuerpo y de su inteligencia se
orientaban a crear la figura de Zeus. Sentía que sus manos, al dar forma a la
estatua, eran como un rayo que atraviesa una piedra y la transforma en luz.
Cada tanto, Crátilo le
recordaba que debía interrumpir su tarea por lo menos para comer. Y a veces lo
convencía de salir con él a disfrutar del sol.…
Apenas terminó la estatua,
Fidias corrió hasta el gimnasio a buscar a su amigo y lo llevó al taller para
mostrarle la obra.
-¡Este Zeus será el más famoso
de la historia! -exclamó Cratilo-. En tus manos se acorta la distancia entre
los dioses y los humanos.
Cubierto de polvo, Fidias
sonreía. Era el mejor elogio que alguien podía regalarle…
La estatua de Zeus se exhibió
por primera vez durante la inauguración del templo, unos días antes del inicio
de los juegos.
La obra mostraba a Zeus
sentado en su trono. En la mano izquierda sostenía un bastón con un águila
posada sobre la punta. Y en la derecha se apoyaba una estatuilla revestida de
oro: era una hermosa imagen de Atenea, la hija predilecta de Zeus y la diosa
protectora de la ciudad de Atenas.
El artista observaba
satisfecho a los ciudadanos que desfilaban ante la estatua, y disfrutaba al ver
sus expresiones de fascinación. De pronto, cuatro soldados entraron en el
templo diciendo que buscaban al escultor Fidias. Lo encontraron y se lo llevaron
por la fuerza al tribunal. Allí se enteró de que lo acusaban de haber robado
una parte del oro que Grecia le había entregado para hacer la estatua.
Fidias se sintió muy mal. Era
horrible que lo creyeran capaz de estafar al dios y a su patria. Él había hecho
su trabajo con entrega y amor. Así que estaba tremendamente ofendido por esa
calumnia.
-Soy inocente -dijo ante los
jueces-. Y para demostrarlo propongo lo siguiente: que se pese con una balanza
el oro de la escultura. De ese modo se verá si falta algo…
La propuesta fue aceptada. Al
día siguiente empezaron a desarmar la escultura para separar las partes que
llevaban oro. Tardaron varios días en hacer el trabajo.
Crátilo acompañó a Fidias a lo
largo de todo el proceso. Componía para él poemas que nunca podían ser escritos
ni recitados, porque no contenían palabras. Eran poemas que soñaba y que no
recordaba muy bien al despertar. Solo podía contarle a Fidias lo poco que sabía
acerca de esos sueños. Pero eso bastaba para darle ánimo durante la espera.
Finalmente, se comprobó que el
oro de la estatua pesaba exactamente lo que correspondía. Eso confirmaba que
Fidias era inocente. Y tuvieron que liberarlo.
Sin embargo, no le dieron
demasiado tiempo para ponerse contento. Los cuatro soldados regresaron poco
tiempo después con un nuevo problema.
-Fidias -le dijeron-, el
gobierno de Grecia te acusa de haber esculpido tu propia cara en la coraza de
la estatua de Atenea. Es inaceptable que un humano se coloque a la altura de la
diosa… Eres un gran artista, pero tu falta de humildad ha superado los límites.
Esta vez ni siquiera hubo
juicio. Directamente lo trasladaron al calabozo. Cratilo siguió visitándolo dos
veces por día, igual que cuando iba a su taller.
Un día, Crátilo le regaló a
Fidias la corona de olivo que había obtenido por ganar la carrera de 192
metros.
-Esto es lo más valioso que
tengo -le dijo-. Y quiero que desde ahora sea tuyo.…
Esa noche, Fidias escuchó un
ruido extraño en la cerradura del calabozo. La puerta se entreabrió y un rayo
de luz entró con la fuerza de una ráfaga de viento. ¿De dónde podría venir esa
luz a esas horas? Desconcertado, Fidias se levantó de la cama y comprobó que la
puerta de la prisión estaba abierta. Era algo muy misterioso, pero no podía
ponerse a investigar cómo había ocurrido.
Supo que esa era su única
oportunidad para escapar y que debía aprovecharla…
Aquella madrugada, Fidias
cruzó la frontera de su patria. Si se quedaba, lo buscarían para volver a
encarcelarlo.…
Crátilo no se había
equivocado: las obras de su amigo quedaron en la historia como máxima expresión
de la belleza griega. No obstante, Fidias jamás pudo regresar a su patria. Y
empezó a decir que los artistas siempre son extranjeros en su propia tierra. Anduvo
por distintos lugares. Se instalaba en una ciudad durante un tiempo y luego
partía hacia otra. Pasó el resto de su vida deambulando de región en región. Y
en cada lugar al que llegaba, se acordaba de su amigo.
Cada noche, antes de dormirse,
recitaba de memoria los poemas del atleta. Y aquella corona de olivo fue
siempre su tesoro más preciado: el símbolo de una amistad indestructible.
A Fidias le quedó la duda de
si habría sido Zeus o Crátilo quien abrió la puerta del calabozo aquella noche.
Nunca tendría la respuesta. Sabía que no volvería a ver a su amigo ni a su
estatua. Y lamentaba no haberle dicho a Cratilo lo que sintió desde el
principio: para él, la amistad que los unía era todavía más sagrada que la
estatua de Zeus.
FIN
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