-Es víspera de Navidad,
comandante Robín -dijo el Hombre del Espacio-. Será mejor que te vayas a la
cama si quieres que venga Santa Claus.
-Exacto, Robín -dijo la madre
de éste-. Ya es hora de dar las buenas noches.
El niño, vestido con su
pijama azul, asintió con la cabeza pero no hizo el menor gesto de levantarse.
-Dame un beso -dijo Oso. Oso
dio unos pasos torpes y graciosos en torno al árbol y rodeó con sus brazos a
Robín-. Tenemos que acostarnos. Yo voy también. -Era lo que decía todas las
noches.
La madre de Robin movió la
cabeza, entre divertida y desesperada.
-Escúchalos -dijo-. Míralo,
Bertha. Parece un principito rodeado de su corte. ¿Cómo se va a sentir cuando
crezca y no pueda tener aduladores transistorizados que lo mimen
constantemente?
Bertha, la criada robot,
asintió con su cabeza casi humana mientras volvía a dejar el atizador en su
soporte.
-Sí, es verdad, señora
Jackson. Desde luego que es verdad.
-Por otro lado -dijo la madre
de Robin-, sólo van a ser niños por breve tiempo.
Bertha asintió de nuevo.
-Sólo se es joven una vez,
señora Jackson, desde luego. ¿Le parece bien que les pida a estos juguetitos
tan monos que me ayuden a asear todo esto cuando el niño se haya dormido?
El Capitán de los guardias
saludó con su sable de plata. El Guardia Más Grande tocó la retreta en su
tambor, y el resto de los guardias formaron en doble fila.
-Duerme con Oso -dijo la
madre de Robin.
-Puedo pasarme sin Oso, hay
otros muchos.
El Hombre del Espacio tocó la
hebilla de su cinturón antigravedad y se alzó hasta una altura de un metro y
medio como un gracioso globo de anchas espaldas. Con
-Supongo que será mejor que
yo también me retire. No es necesario que me ayudes a desnudarme, sólo tienes
que recoger mis cosas por la mañana.
-Sí, señora. Lástima que el
señor Jackson no esté aquí, hoy que es víspera de Navidad, en estos días…
-Dentro de una semana vuelve
de Brasil: ya te lo he dicho. Bertha, cada día hablas peor. ¿Estás segura de
que no te gustaría ser una criada francesa por un tiempo?
-Ni hablar, señora Jackson.
Tengo demasiados problemas para atender a los hombres que llaman a la puerta
cuando soy francesa.
-Cuando asciendan de nuevo al
señor Jackson, vamos a tener chófer -dijo la madre de Robin-. Será italiano, y
lo será siempre, ¿entiendes?
Bertha observó cómo la mujer
abandonaba la estancia con paso rapito.
-¡Venga, juguetes perezosos!
A vaciar los ceniceros en el fuego y que no quede nada por aquí en medio. Yo
voy a desconectarme, pero la próxima vez que entre en este salón quiero que
todo esté en su sitio o va a haber un buen estropicio de juguetes.
Estuvo observando el tiempo
suficiente como para ver
al Perro de Guinga volcar el
contenido del cenicero más grande sobre los crepitantes leños, al Hombre del
Espacio ir flotando para poner bien las revistas de la mesita de café y a
-A vuestra caja- dijo a los
guardias, y a continuación se apagó.
En el dormitorio más pequeño,
Oso yacía en brazos de Robín.
-Estate quieto -decía Robin.
-Pero si estoy quieto -decía
Oso.
-Cada vez que estoy a punto
de dormirme, te meneas.
-No es verdad -dijo Oso.
-Que sí.
-Que no.
-Que sí. -. -A veces también
a ti te cuesta dormir -dijo Oso.
-Cuando me está costando es
esta noche -respondió Robin con toda intención.
Oso se deslizó de entre los
brazos del niño.
-Quiero ver si está nevando
otra vez.
Trepó desde la cama hasta un
cajón abierto y desde el cajón abierto hasta lo alto de la cómoda. Nevaba.
-Oso -dijo Robin-, tienes un
circuito suelto. -Era lo que su madre decía a veces a Bertha. Oso no contestó-.
Ya sé, Oso -dijo Robin, soñoliento, un momento después-. Ya sé por qué estás
así. Mañana es tu cumpleaños, y crees que no voy a tener nada para ti.
-¿Tienes algo? -preguntó Oso.
-Lo tendré -contestó Robin-.
Mamá me va a llevar a la tienda.
Un minuto después, su
respiración pasó a ser el suspiro regular y pesado de un niño durmiendo. Oso se
sentó en el borde de la cómoda y se quedó mirándolo. Luego, en voz muy baja,
dijo:
-Sé cantar villancicos.
Era la primera cosa que le
había dicho a Robin, hacía ahora un año. Extendió los brazos. Todo es calma,
todo es
luz. Esto le hizo pensar en
las luces del árbol y en el espléndido fuego de la sala de estar. El Hombre del
Espacio estaba allí, pero como era el único juguete capaz de volar, a ninguno
de los otros le caía muy bien. También
-Limitada -se dijo a sí mismo-.
Pensó de nuevo en el fuego y
en los juguetes viejos. Los Bloques que tenía Robin antes de que él,
La puerta de la habitación de
Robin estaba entreabierta. Entraba por la abertura una delgada raya de luz,
para que Robin no tuviera miedo. Oso la cerraba un poquito más cada noche.
Ahora, no deseaba abrirla. Hacía mucho tiempo que Robin no preguntaba por su
Hombre de Madera, su Peonza Cantarina y su Bloque «B», con toda su cháchara de
manzanas, bellotas y caimanes.
En la sala de estar,
-Podemos poner a tres o
cuatro detrás de la librería -gritó él.
-Desde ahí no van a poder ver
nada -gruñó Oso.
-Temíamos que no vinieras -dijo.
-Pon uno detrás de cada pata
de la mesita -le dijo Oso-. He tenido que esperar hasta que se durmiera. Ahora
escuchadme, escuchadme todos. Cuando yo grite ¡A la carga!, tenemos que
lanzarnos todos corriendo sobre ellos. Esto es muy importante. Si se puede, lo
practicamos antes.
El Guardia Más Grande dijo:
-Yo le daré al tambor.
-Tú le darás al enemigo o
irás a parar al fuego con el resto de nosotros -replicó Oso.
Robín patinaba sobre el
hielo. Los pies resbalaron hacia delante y se alzaron en el aire, cayó al suelo
y se dio un tremendo golpe que lo dejó totalmente conmocionado. Levantó la
cabeza, y vio que no estaba en el estanque helado del parque. Estaba en su propia
cama, mientras la luna brillaba por la ventana y era la víspera… no, era ya la
noche de Navidad, ya… iba a venir Santa Claus. Quizá hubiera venido ya. Robin
aguzó el oído para ver si oía renos sobre el tejado y no oyó el sonido de sus
pasos. Luego, escuchó por si Santa Claus estuviera comiendo los pastelillos que
su madre le había dejado en el estante de piedra junto a la chimenea. No se oía
a nadie masticar, ningún crujido. Apartó ahora los cobertores y se deslizó por
el borde de la cama hasta que sus pies tocaron el suelo. Habían llegado hasta
su cuarto los agradables olores del árbol y el fuego. Salió de su habitación
con gran sigilo y los siguió hasta el pasillo.
¡Santa Claus estaba en la
sala de estar, inclinado junto al árbol! Los ojos de Robin se abrieron hasta
tener el tamaño y la redondez de los botones del pijama. En seguida Santa Claus
se enderezó, y no era Santa Claus, qué va, sino la madre de Robin vestida con
un albornoz rojo nuevo. La madre de Robin era casi tan gorda como Santa Claus,
y Robin no pudo evitar llevarse los dedos a la boca para contener la risa al
ver cómo la señora Jackson resoplaba y se aguantaba las rodillas hasta poder
erguirse.
¡Pero Santa Claus había
venido! Había juguetes, juguetes nuevos en torno al árbol.
La madre de Robin se dirigió
al estante de piedra donde estaban los pastelillos y se comió la mitad de uno
de ellos. Luego bebió la mitad del vaso de leche, se volvió para regresar a su
habitación y Robin se retiró a la oscuridad de su propio cuarto hasta que ella
hubo pasado. Cuando atisbó cautamente desde detrás del marco de la puerta, los
juguetes -Los Nuevos Juguetes- empezaban a moverse.
Se desplazaban, se agitaban y
miraban a su alrededor. Tal vez porque era víspera de Navidad. Tal vez se
debiera simplemente a que la luz del fuego había activado sus circuitos. Pero
un payaso se estiró la ropa y se desperezó, y una muchacha andrajosa alisó su
andrajoso delantal -que tenía un corazón bordado- y un mono dio un enorme salto
y se colgó de la segunda rama empezando por abajo del árbol de Navidad. Robin
los vio. Y Oso, que estaba detrás del cojincillo para los pies del sillón del
padre de Robin, los vio también, Vaqueros e Indios Norteamericanos levantaban
la tapa de su caja mientras un caballero abría una puerta de cartón -que
parecía de madera- situada en el costado de otra caja -que parecía de piedra- y
un dragón miraba por encima del hombro.
-¡A la carga! -ordenó Oso-.
¡A la carga!
Salió de detrás del
cojincillo, a cuatro patas igual que un oso de verdad, corriendo muy tieso pero
con gran rapidez, y golpeó al Payaso en la ancha cintura y lo derribó, y a
continuación lo levantó y lo arrojó cerca del fuego.
El Hombre del Espacio se
había abalanzado sobre el Mono: luchaban, vacilantes, en lo alto de un triciclo
de polietileno.
La carga más rápida fue la de
El Payaso intentó luchar con
Oso, pero Oso lo derribó. Los dientes del Dragón estaban clavados en el talón
izquierdo de Oso, pero Oso se zafó de una patada.
El grito más alto y más dulce
fue el de
Cuando la madre de Robin se
levantó la mañana de Navidad, Robin estaba ya despierto, sentado bajo el árbol
con los Vaqueros y viendo cómo los Indios Norteamericanos bailaban la danza de
la lluvia. El Mono estaba encaramado sobre su hombro,
-¿Te gustan los juguetes que
te ha traído Santa Claus, Robin? -le preguntó su madre.
-Uno de los Indios
Norteamericanos no anda.
-Es igual cariño, lo
devolveremos. Robin, tengo algo muy importante que decirte.
Llegó Bertha el robot con
copos de maíz y leche y vitaminas para Robin y café con leche para la madre de
Robin.
-¿Dónde están todos aquellos
juguetes viejos? -quiso saber-. Pues sí que han limpiado bien.
-Robin, los juguetes no son
más que eso, juguetes, naturalmente… -Robin asintió con aire ausente. Un
ternero colorado salía de la rampa mientras un vaquero lo seguía a caballo, el
lazo en la mano.
-Pero ¿Dónde están los
juguetes viejos, señora Jackson? -preguntó Bertha de nuevo.
-Están programados para
autodestruirse, según tengo entendido -dijo la madre de Robin-. Pero, Robin,
¿sabes cómo han llegado hasta
aquí todos estos nuevos juguetes, el Caballero y el Dragón y todos estos
Vaqueros? Casi por arte de magia. Pues bueno, lo mismo puede ocurrir con las
personas. -Robin la miró con el terror reflejado en sus ojos-. La misma
maravilla va a ocurrir aquí, en nuestro hogar, mi cielo.
FIN
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