En un
mayordomo hay algo más que la capacidad de mantenerse erguido. Debe ser capaz
de mirar al suelo con los oídos bien abiertos y la boca bien cerrada. Los
mayordomos, indudablemente, son una raza en peligro de extinción.
-Por
favor, Malone -suplicó apasionadamente la bella morenita-, ¡tiene que ayudarme!
John J.
Malone sacudió torpemente el puro en el cenicero que había en su mesa y cerró
los ojos. Cuando volvió a abrirlos, la mujer seguía allí, sentada frente a él.
-¿Qué es
lo que quiere que le ayude a hacer? -preguntó suspirando. "La elección de
palabras -pensó- era más bien incorrecta, pero la verdad es que no
importaba." Sabía que aceptaría el trabajo fuera lo que fuera. Claro,
siempre y cuando no se tratara de algo claramente ilegal. Y tampoco estaba
demasiado seguro de que esto le frenara. El saldo de su cuenta corriente estaba
rozando los números rojos. Mentalmente fue contando la gente a la que debía
dinero: a la telefónica, a la compañía de electricidad, a Maggie, a Joe el
Ángel, a Ken, al juez Touralchuck (por una desgraciada partida de póquer)…
Una lista
interminable.
-Se trata
de mi marido explicó la mujer-. La Policía piensa que yo lo asesiné.
Malone
volvió a suspirar y preguntó:
-¿Por qué?
Y, por cierto, ¿quién es su marido? ¿Y quién es usted? -También pensó añadir:
"¿y por qué me ha elegido a mí, entre tanta gente como hay?", pero
decidió no hacerlo. Necesitaba el dinero, y además la mujer era hermosa.
Sintió
cómo le renacía la galantería en el pecho. Se sacudió la ceniza caída sobre el
chaleco y esperó tranquilamente. La mujer respondió:
- ¡Oh, sí!
Soy Marjorie Dohr.
Malone
parpadeó, pero no dijo nada. La mujer deletreó su apellido.
-Mi marido
es James Dohr. Quiero decir…, que era James Dohr. Antes de…
Apretó los
labios, luego apoyó la cabeza sobre la mesa de Malone y se echó a llorar.
-Por favor
-replicó éste, palmeándole la cabeza tontamente-. Por favor. Cálmese. Yo…
Pasados
unos segundos, levantó la vista, se secó los ojos con un pañuelo y murmuró:
-Lo
siento, pero ha sido todo tan rápido… James estaba…, muerto y vino la Policía y
yo…
-¡Ah!
-pidió Malone-. Hábleme de la Policía.
Mrs. Dohr
volvió a secarse los ojos.
-¿Me…,
ayudará? -preguntó.
-Lo
intentaré -se ofreció Malone-. ¿Mató usted a su marido?
Mrs. Dohr
se le quedó mirando fijamente.
-Claro que
no -contestó-. Ya le he dicho…
-Sólo
quería estar seguro -se defendió Malone-. Pero la Policía cree que sí lo hizo.
-Es
verdad. Verá, James no se encontraba bien aquel día, así que se quedó en casa.
Yo me fui al cine. Cuando volví estaba…, estaba caído en la sala de estar, con
el puñal en la espalda. Y yo…, yo iba a llamar a la policía.
-Pero, ¿no
lo hizo? -preguntó Malone con dulzura.
-No.
Llegaron…, unos segundos después de que yo volviera a casa. Me acusaron de
asesinarle. Por su…, dinero.
-¿Por su
dinero?-repitió Malone, esperanzado.
-Eso
mismo. Cuando murió el viejo Gerald Deane, le dejó cinco mil dólares a James.
La Policía creyó que yo le maté por eso.
-Una
tontería por parte de ellos -murmuró Malone-. ¿Era su marido pariente de Gerald
Deane? -Recordó al magnate de la aviación. Cinco mil dólares le parecieron muy
poco para un pariente, aunque fuera lejano, si la fortuna era del calibre de la
de Deane, pero a veces la gente hace cosas raras.
- ¡Oh, no!
-protestó Mrs. Dohr-, no había el menor parentesco, en absoluto.
-¡Ah…!
Sólo buenos amigos.
Mrs. Dohr
negó con la cabeza y explicó:
-No eso
precisamente. Verá… Quizá debí explicárselo antes. Mi marido es…, era…,
mayordomo. Trabajó para el viejo Mr. Deane, y después para su hijo Ronald.
Trabajó para Ronald hasta…, que murió.
-Un
mayordomo -musitó Malone.
-Eso
mismo. ¡Malone…!, me ayudará, ¿verdad? Usted no cree que yo matara a mi marido,
¿verdad? Por favor, idiga que me ayudará!
-La
ayudaré -suspiró Malone, obediente-. Y tampoco creo que matara a su marido. La
verdad es que estoy seguro de ello -añadió en un arranque de confianza.
-¿Quiere
decir…, que podrá probar que no maté ajames? ¿Quién lo hizo, pues?
Malone
tosió discretamente y dio una chupada a su puro.
-Antes de
contestarle -dijo en un tono que pretendía inspirar confianza- necesitaremos
unos cuantos datos más.
Una hora
más tarde, con un bagaje de datos sobre James Dhor, Gerald Deane, su esposa
Phyllis, su hijo y su nuera, Ronald y Wendy, Malone se dirigió al bar de Joe el
Ángel. Se dijo que sería un buen lugar para ordenar sus ideas y preparar su
menee para la primera jugada.
Pero la
atmósfera no era tan amistosa como la que recordaba de otros tiempos. Joe se
preocupaba por la factura que Malone le debía, y dejaba que se notara. Malone
tomó unas copas en recuerdo de los tiempos pasados, pero sin poner en ello el
corazón. Y, después de decidir que su primer punto de investigación sería la
casa de los Deane, ya no pensó nada que valiera la pena.
Los Deane
eran los primeros sospechosos, porque eran casi los únicos sospechosos que
tenía. James Dohr parecía haber sido un santo en la tierra. Malone reflexionó.
Según su llorosa viuda, nunca había tenido enemigos. Incluso gustaba a sus
amigos. Esto reducía considerablemente el campo de sospechosos.
Mrs. Dohr
tenía un motivo para el asesinato y Malone lo sabía. Su historia de haber ido
al cine era muy endeble y un niño de pocos años podía echarla por los suelos. Y
no solamente eso, se dijo, sino que el único motivo existente era el que ella
tenía.
No
obstante, creía en su historia. Estuvo desconsolada y hermosa, y parecía hablar
con sinceridad. Además era clienta suya.
Esto
significaba que había que encontrar a alguien más que tuviera un motivo. ¿Y
quien más había?
"Bien
-se dijo Malone-, un mayordomo está en situación de descubrir todo tipo de
cosas de una familia para la que trabaja." Esto era algo que valía la pena
considerar. La primera sospecha apuntaba directamente a un muerto, Gerald
Deane, pero quedaba su viuda y el resto de la familia. Posiblemente, habría
incluso otro mayordomo.
Malone
apuró su vaso y se levantó. Con un ademán amistoso hacia Joe, un ademán que
quería indicar confianza en el pago de su factura en el bar, el abogado se
dirigió a la puerta, la abrió de un empujón, y empezó a buscar un taxi.
La finca
de los Deane consistía en una gran casa levantada en medio de una enorme
extensión de jardines. Malone llegó hasta la entrada principal del palacio de
mármol, bajó, pagó al taxista y subió los peldaños de la entrada.
La puerta
era de caoba maciza. Malone agarró el llamador y lo utilizó. La puerta se
abrió. Un hombre alto y pelirrojo le sonrió.
-Bueno,
¿quién es usted? - preguntó-. No puede ser el nuevo mayordomo. No tiene cara de
mayordomo. Parece un…, un… -Se apoyó pensativo en la puerta y al fin dijo-:
vendedor de licores. Un anticuado y arruinado vendedor de licores. -Dio un paso
hacia dentro y llamó a la izquierda de la puerta-: ¿No tengo razón, Wendy?
Una voz de
mujer llegó hasta ellos:
-Por
supuesto que tienes razón. Si tú lo dices, es que la tienes. ¿Hasta dónde
llegaría si discutiera contigo? Siempre tienes razón.
-Perdón
-suspiró Malone.
-¡Ah!
-dijo el pelirrojo. Malone pensó que parecía lo bastante viejo como para acordarse
del tiempo de la Ley Seca-. Me temo que viene fuera de época -insistió el
pelirrojo-. Hace años que en esta casa no se compra ni una botella de licor.
-Pero…
-empezó Malone.
-Lo sé. Lo
sé -le interrumpió el pelirrojo-. Acaba de llegar del barco. Así y todo, me
temo…
-Soy
abogado -declaró Malone, desesperado-. Estoy aquí a causa de la muerte de James
Dohr.
-Bueno,
naturalmente, si usted… ¿Qué ha dicho?
-James
Dohr -repitió Malone.
Se hizo un
profundo silencio. Al fin, el pelirrojo dijo:
-Naturalmente.
-Su voz había cambiado, era sobria y, en opinión de Malone, diez años más
vieja. Ahora parecía tener cuarenta y cinco años o así-. Siento las bromas. No
puedo evitarlo; eso es lo malo. ¿Ha dicho que era abogado?
-Sí. John
J. Malone. -Y buscó una tarjeta.
-Déjelo.
Es puro formulismo…, pero entre. Le presentaré y así podrá ocuparse de su
asunto. Estamos a su disposición, claro. James trabajó en casa más de cuarenta
años, aunque esto ya lo sabrá…
-Sí
-respondió Malone.
Entró y la
enorme puerta se cerró tras él. El pelirrojo hizo un gesto y Malone le siguió a
través del arco de la entrada hasta una habitación grande y bien iluminada. En
la estancia había tres personas. Una de ellas, según distinguió Malone, era una
doncella perfectamente uniformada. Las otras dos eran una mujer muy vieja
sentada en una butaca de respaldo tieso, y otra más joven. "Mrs. Deane y
Mrs. Deane -pensó Malone-. El pelirrojo, por eliminación, era Ronald. El
bromista Ronald", corrigió amargado.
Ronald
presentó:
-Madre…
Wendy…, os presento a Mr. Malone. Ha venido a preguntarnos sobre la muerte de
James Dohr.
La joven
Mrs. Deane parpadeó y preguntó:
-¿Interrogarnos?
¿Qué sabemos de eso nosotras, Ro-nald?
Ronald se
encogió de hombros. Su madre se movió ligeramente, se inclinó hacia delante y
atravesó a Malone con la mirada.
-Joven -le
dijo en un tono de voz más viejo que su aspecto-, ¿desea preguntarme a mí}
Malone se
dijo que no había nada que deseara más evitar. Pero asintió lentamente,
diciendo:
-En
efecto.
-Muy bien
-respondió la vieja más vieja. Miró a los demás y ordenó sencillamente-:
Dejadnos.
La
habitación se quedó vacía. La vieja más vieja, indicó una butaca junto a la que
ocupaba ella.
-Venga
aquí, joven, y hábleme.
Sintiéndose
un poco como Blancanieves, Malone se acercó y se sentó en la butaca. En el
breve silencio que siguió, Malone se secó una diminuta gota de sudor.
-¡Bien!
-insistió la anciana voz.
Malone se
esforzó por pensar en una primera pregunta lógica:
-¿Conocía
usted bien a James Dohr?
La vieja
se rió.
-¿Bien?
Muy bien, en verdad. Trabajó aquí durante mucho tiempo y no me cabe duda de que
también sabía mucho de nosotros. Quienquiera que le disparara, probablemente
nos hizo un gran favor.
-¿Un qué?
-preguntó Malone escandalizado.
La mujer
le sonrió dulcemente.
-Soy lo
bastante vieja para ser realista respecto a ciertas cosas. Puedo decirle que
James tenía secretos guardados en ese cerebro suyo…, secretos que ahora jamás
se descubrirán.
Malone
respiró profundamente.
-¿Acaso
trató de chantajearla?
-¿Chantaje?
-La anciana rió y dijo al fin-: Joven, ha leído demasiadas novelas de
aventuras. Yo sólo he dicho que guardaba secretos…, como cualquiera que hubiera
trabajado muchos años aquí…, y ahora los secretos han sido enterrados con él.
Es mejor así. De modo que el dinero-del-si-lencio de Gerald ha sido casi
innecesario después de todo.
-¿Dinero-del-silencio?
-repitió Malone con un parpadeo.
-Así decía
el testamento. Ya estará enterado del legado que Gerald le dejó. Los cinco mil
dólares.
-¿Y ese
dinero era dinero-del-silencio? -insistió Malone.
-Naturalmente
-contestó la vieja como si aquello fuera lo más natural del mundo-. Y ahora que
su mujer le ha…
-No fue
ella -cortó Malone al instante.
- ¡Ah!
-dijo la vieja-. Vaya. Entonces sospecha de uno de nosotros.
-Yo…
La vieja
levantó la mano.
-Por
favor. No es necesario que se excuse. Si su mujer no mató ajames Dohr, quizá lo
hizo uno de nosotros. Tengo entendido que James tenía pocos amigos.
-En efecto
-asintió débilmente Malone.
-Vamos a
ver -dijo en tono triunfante la vieja-, no irá usted a sugerir que James fue
asesinado por un desconocido.
Malone
respiró profundamente y dijo al fin:
-Cosas más
raras han ocurrido.
-Sí que es
verdad. Pero, puesto que sospecha de uno de nosotros, habrá pensado en nacernos
preguntas, Mr. Malone. Así que pregunte.
Malone
trató de pensar en alguna pregunta. Pero sólo podía hacer una después de todo,
y la hizo:
-¿Le mató
usted?
-Pues, no.
La verdad es que yo no lo hice. Le tenía cariño a James. Tenía secretos, ¿sabe
usted?
Malone
quiso convencerse de que todo era perfectamente normal. Transcurrieron unos
segundos, luego añadió.
-¿Le
gustaba porque conocía unos secretos?
-En
efecto. Quizá será mejor que se lo explique.
-Podría
ser una buena idea -asintió, cauto, Malone.
-Gerald
odiaba la idea de esos secretos. Siempre que pensaba en ellos se disgustaba;
sin embargo, no podía hacer nada excepto establecer el dinero-del-silencio, en
una cláusula de su testamento. Mientras James Dohr estuvo en esta casa, Gerald
se sintió desgraciado. Y esto me encantaba.
Malone
abrió la boca, volvió a cerrarla y al fin dijo:
-¡Oh!
-Así que
ya ve usted -prosiguió la vieja- que yo tenía motivos, quizá, para fastidiar a
Gerald… Un motivo, lo admito alegremente, puesto que yo no le maté. Pero, en
cambio, no tenía ninguno para deshacerme de James Dohr.
-Bien
-dijo Malone, aunque preguntándose qué otras palabras podían seguir a ésta. Al
no ocurrírsele nada, añadió-: Supongo que ahora debería hablar con su hijo.
-Debería
hablar con todo el mundo -insistió la vieja-. Debería recopilar todos los
datos, Mr. Malone, y satisfacer su curiosidad. -Dio una palmada y al aparecer
la doncella le ordenó-: Haga pasar a Ronald.
Pasados
unos minutos entró Ronald. Su madre le sonrió y le habló con cierta
indiferencia:
-Mr.
Malone quiere hacerte unas preguntas. Me quedaré mientras tanto… -Malone abrió
la boca para protestar, luego lo pensó mejor y guardó silencio, mientras la
vieja añadía-: Será de lo más interesante.
-Fascinante
-afirmó Ronald-, no me cabe duda. ¿Se supone acaso que apuñalé a James en una
pelea callejera?
-No tengo
la menor idea -dijo la vieja dulcemente-. Mr. Malone, ¿no tiene usted que hacer
unas preguntas?
Malone se
secó el sudor de la frente:
-Así lo
creo.
Descubrió
que Ronald era de los que ayudaban. Admitió de buena gana que no sabía nada,
pero esto no quería decir que no tuviera toda clase de ideas, teorías y
sugerencias. Su madre observó aquella entrevista, durante un rato, con sus ojos
fijos y brillantes, pero al cabo de cierto tiempo pareció aburrirse y se dedicó
a lo que parecía, según Malone, una especie de duermevela. Estaba sentada con
los ojos cerrados, cambiando de postura de tanto en tanto, tan alejada de la
entrevista como si se encontrara en Kamchatka.
-¿Qué me
dice de sus enemigos? -terminó diciendo Ma-lone, sintiéndose vagamente
desesperado.
-¿Enemigos?
-repitió Ronald-. James no tenía enemigos. Excepto nosotros, claro.
-¿Ustedes?
-Bueno…
Gerald. Pero esto ya lo sabe, ¿no es verdad?
Malone
asintió.
-Cuando yo
era pequeño solía molestar ajames. Ya sabe lo que son los niños. Realmente, no
creo que nunca le gustara yo.
-¿Y que me
dice de Gerald Deane? -preguntó Malone.
-¿Quiere
decir qué opinaba James de Gerald Deane? La verdad es que no lo sé. Fue siempre
un buen mayordomo. No parecía que hubiera motivos para preocuparse.
-Está
bien. -Malone se iba acercando a la pregunta final y la temía. Pero no podía
hacer otra cosa, así que se decidió-: ¿Mató usted a James Dohr?
-¿Quién,
yo? -exclamó Ronald con expresión sorprendida.
Malone
experimentó la horrible sensación de que se adentraba en un absoluto vacío,
pero trató de ignorarla. Era obvio, se dijo severamente, que Mrs. Dohr era
inocente. Por lo que podía deducir, aquello significaba que uno de los Deane
era el culpable. Uno de ellos había asesinado ajames Dohr.
Lo único
fastidioso era que no sabía cuál de ellos, y tampoco sabía cómo iba a
descubrirlo.
"De
todos modos -pensó-, aún quedaba un Deane que interrogar." La mandó
llamar.
Wendy, la
mujer de Ronald, entró despacio en el salón, y parecía confusa. La vieja Mrs.
Deane estaba dormida en su sillón; Ronald se había ido a otra parte de la casa.
Malone respiró profundamente, pero Wendy habló antes de que él pudiera hacerlo.
-No veo
por qué tiene usted que interrogarnos sobre este terrible asunto -le dijo de
pronto-. Quienquiera que fuera el que asesinó ajames no tenía nada que ver con
nosotros. ¿Por qué iba a ser así?
Malone
suspiró.
-Pensé que
usted tal vez podría saber algo. Por ejemplo, suponga que James conocía ciertas
cosas de la familia. Eso podría ser importante. Si conocía algo de lo que nadie
quisiera hablar…
-Oh!, eso…
-dijo Wendy en tono desanimado-. Cielos, sí. Sólo que es inútil que me pregunte
a mí sobre lo que él sabía. Yo lo desconozco y el testamento se hizo mucho
antes de que yo conociera a Ronald o a los demás.
-¡Ah!
-observó Malone vivamente-. Pero, ¿sabe de qué se trata?
-Naturalmente
-respondió Wendy-. La madre de Ronald se aseguró de que todo el mundo se
enterara; era algo que le encantaba, que disfrutaba comentándolo. Y ponía de lo
más incómodo a Mr. Deane.
-Deduzco
que a usted le molestaba que se hablara todo el tiempo del dinero-del-silencio.
Wendy se
encogió de hombros.
-Me
aburría. Especialmente cuando una no sabía lo que podían ser aquellos secretos,
ni nada.
"Aburrir
-se dijo Malone- no era la palabra adecuada. Confundir quedaba mejor."
Tenía una pista…, o por lo menos creía tenerla. Sólo que era una pista que no
llevaba a ninguna parte, si es que eso tenía sentido. Ni a nada.
¿O sí?
De
sopetón, Malone decidió que sí.
Sabía
exactamente quién era el asesino.
Y Wendy
Deane se lo había dicho.
-Pero lo
que yo no comprendo -dijo Mrs. Dohr aquella misma tarde, pero mucho después- es
cómo logró averiguar cuál era el secreto. Me refiero al secreto por el que
Gerald pagaba el dinero-del-silencio.
-Muy
sencillo -explicó Malone-. El secreto tenía que ver con Gerald, con su esposa o
con Ronald. No podía tener nada que ver con Wendy; ni siquiera pertenecía a la
familia cuando se hizo el testamento. Ella misma lo dijo, y es fácil
comprobarlo.
-Pero
sigue habiendo tres personas -objeto' Mrs. Dohr.
-Pero no
por mucho tiempo. Si el secreto era algo que tuviera que ver con Gerald, no
había motivo para matar a James. Gerald ya había muerto.
-Eso nos
deja a la vieja Mrs. Deane y a Ronald. ¿Por qué Ronald?
-Porque a
Mrs. Deane le encantaba el secreto, y le encantaba que James lo conociera.
Asilo dijo…, y Wendy también. No le habría gustado tanto si ella hubiera sido
el objeto del secreto. ¿Qué le parece?
-Así lo
creo.
-De modo
que no pudo haber sido Mrs. Deane. Tuvo que ser Ronald. Simple eliminación.
Mrs. Dohr
frunció el ceño, y preguntó:
-Pero,
Malone, ¿cuál era el secreto? ¿Qué es lo que James sabía?
Malone
sacó un cigarrillo y lo encendió con cierta indiferencia.
-Francamente,
no tengo la menor idea. Ronald lo sabe, claro, pero no quiere decirlo. Y James
Dohr, naturalmente, era un buen mayordomo. Mantuvo la boca cerrada.
-Así que
seguimos sin saber por qué fue asesinado mi marido -musitó Maggie.
-No
sabemos por qué precisamente. Pero, en todo caso, no parece que importe mucho
ahora. Después de todo, el asesino está a buen recaudo, entre rejas.
Mrs. Dhor
parecía impresionada. Dijo:
-Malone,
es usted maravilloso.
Malone dio
una chupada tranquila, relajada, a su cigarro.
-Eso -murmuró
tímidamente- es mucho menos de lo que soy.
FIN
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