Hija de mi pueblo, cíñete el cilicio y revuélcate en ceniza;
haz duelo como por hijo único, lamento de gran amargura, porque de pronto el
destructor vendrá sobre nosotros
Jeremías 6:26
-Respire profundo y cuente del uno al diez.
… Uno… tranquilo, es rutina, en un rato estarás en una
habitación de lujo y ella estará ahí, a tu lado… Dos… eres muy joven, te lo
detectaron a tiempo, tienes tanto por hacer… Tres… los aceptaron en la misma
universidad, es tu destino, tu vida… Cuatro… en esta época un aneurisma es algo
rutinario, no temas… Cinco… qué sueño, no, es diferente, el cuerpo pesado, como
embriaguez… Seis… luego sigue el otro número, ese, ¿cuál es el que se cruza?…
Sí… Siete…
En el espejo te cubres la cicatriz al peinarte, ya casi no
se nota, te ha crecido rápido el cabello. Mientras te afeitas la observas salir
desnuda de la regadera y cruzar detrás de ti hacia la habitación. Pasó las uñas
por tu espalda en una caricia. La alcanzas en la cama. Dentro de ella y tus
manos en la cabecera. Qué polvosa está la cabecera. Te sales de ella y de la
cama y vas a la regadera: «Qué rápido se acumula el polvo».
Lees junto al ventanal, sentado en una butaca, bajo la luz
diagonal y ámbar de la tarde. Afuera una mezcla de cantos diluidos anuncia el
sueño de las aves. Frente a ti está ella en la última página. Cierra el libro y
sube el pie descalzo a tu entrepierna. Echas la cabeza hacia atrás y
entrecierras los ojos. La luz juega con tus pestañas. Las percibes; pequeñas
motas de polvo tornasol flotan en desorden. Miras el ventanal: «Se está
filtrando el exterior».
La casa ha crecido. No recuerdas la última vez que estuviste
afuera. Tienes esta extraña sensación por instantes de que la casa aumenta una
habitación cada vez que caminas hacia el jardín. Habitaciones nuevas siempre y
también siempre familiares, reconocibles. Y la luz, siempre es de tarde, como
su mirada. Entonces llega ella y olvidas todo; llega tu hogar. Está en cada
cuarto de esta casa como un pequeño fuego y un lugar para habitar. Te abraza en
silencio, te besa, la desnudas. Notas que las prendas al arrastrarse dibujan
trazos curvos sobre la capa de polvo perene en la duela. Sacudes la ropa y una
nube de partículas llena la habitación: «Es una invasor, el polvo. Un asedio de
lo mínimo en oleadas infinitas».
Te mueves. Hay un jardín detrás de los ventanales y el deseo
de salir. Una puerta, otra habitación. La gran casa que has construido con
todas las ventanas orientadas al sol. Te maravilla que siempre la luz de la
tarde entre desde el poniente y el oriente y el norte y el sur. Dudas, siempre
es de tarde y siempre es acogedora la casa. Ella junto a ti. La tomas de la
mano y caminas por la biblioteca, la sala, la cocina, la recámara. Te recuestas
en la cama y ella te acompaña, siempre. Miras el techo; no hay lámpara. Toda tu
casa no tiene lámparas o focos o velas. Petienes la respiración y giras la
cabeza hacia ella. Pone su dedo índice sobre tus labios y el atisbo de angustia
se esfuma. Te besa. Miras al ámbar mirarte. Tienes sueño, cierras los ojos,
escuchas apenas algo que cae. Tu agudo oído sabe del polvo que desciende como
una nevada de noviembre. «No duermas, no dejes que el polvo te cubra».
Ella corre desnuda de habitación en habitación y la
persigues. Tu ropa tenía polvo y te la has quitado. Corres desnudo detrás de
ella. Quieres tenerla; es Voluntad eso. Nunca ha sido tuya. No es posesión;
quieres incorporarte a ella, fundirte. Una tolvanera se levanta tras tus pasos
y van cerrándose las habitaciones que quedan atrás. La casa se ha reducido
durante los últimos minutos, días, siglos. Cierras una puerta detrás de ti y se
transmuta en pared. Es la única habitación, sin salidas, sin entradas. Apenas
una pequeña ventana donde cambia rápido la inclinación del último rayo solar.
Ella está hincada en el centro, no hay polvo. Hace tanto las paredes y el piso
no lucían sus maderas vírgenes. No hay muebles, no los necesitas. Te sientas en
el piso y ella avanza hacia ti, se sienta sobre ti, se llena de ti. Fundida no
se mueve; contracciones y temblor pélvico. Orgasmo. Hogar. Ambos. Hoguera. Algo
es arrancado desde tus entrañas hacia su vientre. Sabes que te mira pero no
puedes levantar la vista, sabes que ríe pero no puedes escucharla. Le acaricias
los brazos y se desprenden células de su piel; el polvo de nuevo. Exhala y se
atomiza, la respiras, está en tus pulmones y la sangre la transporta por tu
cuerpo; te ahogas, toses, das arcadas. El sol desaparece con la habitación. Y
este polvo que te cubre. Tus ojos cerrados mientras sientes que la tráquea te
sale de la garganta. Toses una tráquea plástica desde el centro del pecho, sale
por tu boca. Aire que ha dejado de llenarte, polvo que raspa tu reseca garganta
como cristal. Tus ojos cerrados; miedo al polvo abrasivo. Horror.
-Se retiró la asistencia respiratoria a las 6:26 pm.
Abres los ojos y duelen. La luz tan tenue y así hiere tus
pupilas. Recorres el techo, la pared, su rostro. ¿Ella? Una mujer te sostiene
la mano. Algunas arrugas, ojeras, un par de canas. Su mirada de ámbar. Tiemblas
y la penumbra granulada desciende sobre ti.
«…y todo el polvo de la casa y toda la ceniza del hogar…»
FIN
Mauricio Absalón escribe Ciencia Ficción y Terror, aunque le
gusta escribir de todo en realidad y que el género sea un recurso, no tema. Ha
publicado en las revistas electrónicas Axxon y Forjadores y en tres antologías
impresas de cuentos junto con otros autores. Actualmente produce el
largometraje independiente Kamïk, con guión de su autoría.
No hay comentarios:
Publicar un comentario