David Roosevelt Bunch
Desde que había hecho las paces con los
hombres de la Corte, y especialmente con FIP Z-U, los días habían bailado para
mí, habían tocado música, habían pasado como sueños de crueldad…
Recuerdo que un día me sentía
especialmente bien; las preocupaciones estaban todas anuladas, había un lustre
en el aire, un resplandor, mientras el sol atravesaba el delgado escudo de
vapor blanco de agosto y calentaba nuestros jardines laminados de plástico. Me
estaba preguntando qué distracciones, qué alegrías, qué deportes estivales
debía elegir para programar mi Planif. el gran cerebro que me servía, gorjeo y
centelleo y parpadeo.
Pero quién sabe, tan sólo porque el día
amanece hermoso, con las preocupaciones momentáneamente anuladas, un bonito
lustre de sol de los pájaros de hojalata funcionando en los árboles plateados…
quién sabe. Hay nubarrones que surcan el mundo, hay tormentas que recorren la
tierra, hay hombres huraños que hundirían a martillazos el rostro mismo de Dios
omnipotente si se les cruzara en el camino.
El era uno de ellos.
Yo sabía que mucho metalnuevo venía por
el camino; la alarma emitía un gemido muy uniforme. Había muy pocos blips, esos
sonidos más blandos y tímidos que mellan el ronroneo metálico de peligro e
indican tiras de carne. Lo envidié en cierto modo, pues quizás él tenía más
metal que yo; creo que no le temí, pues tenía a mi alcance todos los cañones de
la Fortaleza y el resto de mi gran potencial de exterminio. Pero le acordé un
honor que normalmente obedece al miedo, un honor generalmente reservado para
ejércitos, o nuevos principios de invasión instrumentados por mis Enemigos para
vencerme, u hombres a quienes sé desahuciados. Lo preparé para Estudio, lo
sintonicé con la Mirada Atenta. Y en cierto modo, al hacerlo, lo noté
formidable y horrible cuando aún estaba muy lejos.
Mas no causaba daño; era formidable y
horrible cuando aún estaba muy lejos. ¡SI! De veras. La cabeza tenía más forma
de cabeza de martillo que de cabeza humana, y parecía picotear y golpetear y
machacar las distancias mientras avanzaba regularmente, una silueta enorme y
brillosa, que no se apuraba ni se demoraba, picoteando picoteando picoteando en
ese andar empecinado. Se acercaba poco a poco en línea recta por el canal, sin
mirar a los costados. Y empecé a preguntarme si venía a verme a mí, o si mi
gran complejo de armamentos sólo era un accidente lateral en el camino que
había elegido para picotear picotear picotear. Pero pronto llegaría el momento
de saberlo, pues pronto llegaría el momento de detenerlo y abrir las puertas o
no abrirlas. Podía ser el Elegido de Dios o la mano derecha de Satanás,
cualquiera de ambos, pero no podía acercarse tanto a mí y a mi fuerte sin ser
juzgado. El momento de virar había pasado hacía rato cuando subieron las
bengalas naranjas y llovieron los panfletos de advertencia. Era la Advertencia
de Línea convencional en el país de las Fortalezas. Y si alguna vez fue
ignorada, yo acababa de verla ignorada por esta silueta con cabeza de martillo.
¿Un hombre? ¿Y bien? ¿Quién podía decirlo?
Todas las formalidades de advertencia las
dejó atrás como si no hubieran existido; si oyó el saludo, lo ignoró
olímpicamente. Siguió avanzando, acercándose a las puertas, y se lo permití
porque lo había examinado bien con la Mirada Atenta, y los informes sobre
armamento y descontaminación habían sido aprobatorios. Mas ni siquiera se
detuvo ante las puertas cerradas; siguió moviendo los pies tercamente y
picoteando picoteando con la cabeza. ¡LOCO! Bien, eso supongo.
Accioné las puertas suavemente con el
control de ABRIR en DESPACIO, y atravesó el hueco cuadrangular. Cuando se
aproximó a mi casilla de acero, de donde yo había salido dejando un pie en la
puerta, por las dudas, pareció notar mi presencia y giró la cabeza unos pocos
grados desde la posición recta que parecía de su predilección.
-¿Propietario? - La voz era una vibración
ronca; aún seguía caminando.
-Sí. ¡Y detente!
Asombrosamente se detuvo, parando en seco
los picoteos; luego rotó para enfrentarme.
-Sólo pasaba. A nadie hiero en mi camino.
Respeto los derechos vitales de los otros. Pero en general no me desvío. ¿Mi
misión? Si tengo una… bien, es muy difícil saberlo.
-Soy el amo de Fortaleza 10 - dije -, el
fuerte con el mejor historial de guerra en toda esta gran comarca. Por elección
mía has desdeñado las bengalas y los panfletos de advertencia; por elección mía
has atravesado las puertas picoteando; por elección mía has cruzado ileso la
Línea de Advertencia. Espero no malinterpretes…
-¡Si he encontrado a Dios, éste es el fin
del camino! - Tanteó un cinturón de hojalata que le colgaba bajo en la sólida
cintura, y con fulminante celeridad blandió un enorme martillo de acero negro
en cada mano. Mi cara casi sintió cómo hendían metal, tiras de carne y hueso.
Desconcertándome, se echó a reír, un sonido cascado e increíble que no
expresaba alegría, y enfundó los martillos en el cinturón de hojalata, donde
colgaban (pensé involuntariamente) como dos signos de interrogación.
-Casi había desistido de encontrar a
Dios. - Luego rió de nuevo. - Pero, bromas y sátiras aparte, no hablemos de
Dios. Por su causa me he convertido en metal para el resto del Largo Viaje.
-¿Eres un sacerdote de hierro? - pregunté
-. ¿Predicas a veces una fe antigua? ¿Clamas por la redención de un mundo? -
Los encuentro a todos aquí en el canal donde la Gran Travesía pasa frente a mi
fuerte, y estoy dispuesto a hacer concesiones a todos ellos. Pero con él
sospeché que había ido demasiado lejos cuando vi que esas largas manos de acero
se convertían en aves de rapiña al acecho y luego, al bajar, en cabezas de
serpientes. Las apoyó ligeramente en los martillos.
-Amigo - dijo -, estoy en tu Fortaleza no
por elección, y por cierto no como huésped.
Aun así no me dejaré burlar. Tú abriste
las puertas. Yo no lo pedí. Si las hubieras dejado cerradas aún las estaría
picoteando, los pies en movimiento. Al rato usaría los martillos. Una vez un
monte de piedra me detuvo un año al sur de la provincia, un año entero de
picotear. Al cabo el monte empezó a desmoronarse, y lo atravesé caminando. Para
mí no tiene la menor importancia: picotear aquí una Fortaleza, derrumbar un
monte de piedra al sur de la provincia, o caminar por tierras llanas en el aire
libre del escudo de vapor. Gastaré el tiempo hasta que esté cansado del tiempo,
y luego simplemente apagaré el mecanismo que me impulsa. No tengo absolutamente
ninguna fe, ningún propósito conocido para existir, y si encuentro el rostro de
Dios, o cualquier parte de ese rostro, estoy programado para golpearlo con ambos
martillos con toda mi celeridad y todas mis fuerzas. Hay para todo esto razones
que explico en detalle aproximadamente una vez cada veinticinco años. - Miró un
sofisticado artefacto de medición que le colgaba del cuello de metal y supe que
los años, los meses, las semanas, los días, las horas, hasta la palpitación del
último segundo estaban comprimidos allí en un apiñamiento de calendarios y
paletas rojas y giratorias. Si el metal puede sonreír, él sonrió, un gesto
desenvuelto y afectado. - Acabas de perder el gran recital por un año, seis
semanas, cinco días y una selecta cantidad de segundos palpitantes, minutos
redondos y horas lentas y farragosas - dijo.
-Tal vez puedas acampar aquí hasta que
llegue el momento de hablar, y entonces oiré tu historia - dije, pues tenía mi
humor conmigo, así como un pie alerta en la puerta de la casilla de acero.
-Di tan sólo que he hallado las
Respuestas - dijo él -. Di tan sólo que has visto al andante-parlante
Hombre-Sin-Pena, un ser que ha escapado del Puño. No fue fácil, me exigió mucho
tiempo y planificación, pero creo que al fin lo he conseguido, la resolución
definitiva de esa agonía incorporada, la Encrucijada Vida-Muerte del Hombre.
No era poco lo que acababa de afirmar.
-¡SI! El andante-parlante Hombre-Sin-Pena
descansa bien de noche. Simplemente se apoya en un poste, la barranca de un
arroyo, un árbol, una vieja rampa de lanzamiento de proyectiles, cualquier
cosa… apaga los controles y los deja programados para encenderse a una hora
adecuada en la mañana. Y siempre lo acompaña la seguridad de la maravillosa
opción; en cualquier momento, cuando el andante-parlante Hombre- Sin-Pena lo
decida, podrá, al desconectar los controles de noche, omitir la programación de
su despertar, y todo habrá terminado. ¡TERMINADO!
-Un momento - no pude evitar sugerir -:
¿no han tenido todos los hombres, en todo momento de la historia, esa misma
opción, no despertar en la mañana? El acto de matarse es apenas más antiguo que
la vida. ¿O hay algo que se me escapa?
-¡SI! - aulló burlonamente -. Se te
escapa casi todo. El andante-parlante Hombre-Sin- Pena es diferente porque es
tan indiferente. He burlado a Dios mediante una maniobra larga y lenta. Me fui
despojando de mí mismo en cientos de mesas de operaciones, a lo largo de los
días, a lo largo del camino. La carne que fui y el alma que presuntamente era
han ido quedando en cientos de baldes de desperdicios en los hospitales, y así
fueron esparcidas en muchos, muchos grandes ríos y muchas, muchas piras de
incineración. Y ahora soy todo «repuestos»: corazón, cerebro, sangre, nervios,
todo. Todo metal ahora, todo programado… ¡Maravilloso! ¿Y sabes una cosa? Nunca
sueño de noche. ¿Cómo podría soñar de noche? Mis descansos son desconexiones.
¡JA!
Ese individuo sabía de qué hablaba.
Empecé a entender su plan. Las otras personas de metal con las tiras de carne
reducidas al mínimo, nos habíamos propuesto superar la Encrucijada del Hombre,
la agonía de su transitoriedad y los temores de larga muerte en el mundo, con
el simple recurso de vivir para siempre. Resolvíamos el gran acertijo no
enfrentándolo nunca. Pero en verdad entreveía que eso podía conducir al tedio.
Y ahora este hombre, que se llamaba a sí mismo el Sin-Pena, había descubierto
un flamante plan que era muy superior al nuestro. El hombre gradualmente
transformado en metal, ¡con todos los pensamientos, actos y necesidades
programados! Bien, por cierto el Gran Misterio y el Gran Miedo parecían
resueltos de un modo lógico y científico. Con el cuerpo de carne y el alma
eliminados tan minuciosamente que ninguno de los dos existía ahora en ninguna
parte, ninguno de los dos podía ser condenado ni consagrado a la redención. ¿Y
quién podía decir que él era un trasgresor? ¿Se había matado? No. Simplemente
se había transformado. ¿Y cuando se desconectara por última vez y, cansado de
todo, no programara un nuevo día, podría decirse que se había matado? Creo que
no sería razonable acusar al metal de suicidio, lógicamente hablando.
Una pregunta se me ocurrió mientras él
esperaba tan desenvuelto y confiado, las dos manos de cabeza de serpiente
apoyadas en los martillos colgantes.
-¿Por qué, si El te ha permitido resolver
El Problema, deseas golpearle el rostro con esos dos martillos, si alguna vez
encontraras ese rostro, en parte o en su totalidad?
Por un instante sólo me clavó los ojos, y
si el metal puede odiar yo diría que odiaba. Sacó los dos martillos y se plantó
con aire amenazador. Pese a los alardes metálicos y la mirada desafiante, la
voz parecía vieja cuando habló.
-La inteligencia no quedó afuera cuando
me reconstruyeron la cabeza. Ahora mis pensamientos son de metal, pero se
articulan. ¿Acaso no sé quién me puso en la Encrucijada? ¿Acaso no lo sé? Y si
El permitió que me convirtiera, a su vez podría quizá reconvertirme. Y juro que
caeré peleando, golpeando hasta que estos martillos estén gastados y mis brazos
sean jirones de metal, antes que El me reconvierta en hombre.
Luego me abandonó, y se alejó picoteando
por la plaza de la Fortaleza. Cuando llegó al extremo opuesto, abrí las puertas
para que se fuera. Salió, aún picoteando, marchando marchando hacia su fin.
¿Quién o qué sabe dónde?
FIN