La primera tristeza ha llegado. Tus ojos fueron indiferentes a los míos. Tus manos no estrecharon mis manos. Yo te besé y tu rostro era la piedra seca de las alturas vírgenes. Tus labios encerraron en su prisión inútil mi primera amargura. En vano tu cabeza puse en mi hombro y en vano besé tus ojos. Eras el oasis cruel que envenenó sus aguas y enloqueció a la sed. Y se fue levantando del horizonte una nube. Su tez morena voló a color. De nuevo fue oscureciendo el tono de los días de antes. Yo abandoné tu rostro y mis manos ausentaron las tuyas. Mi voz se hizo silencio. Era el silencio horrible de los frutos podridos. Oí que en mi garganta tropezó la derrota con las piedras fatales. Yo me cubrí los ojos para no ver las lágrimas que huían hacia mí. Luego tú me besaste, dijiste algo. Yo oía llorar mis propias lágrimas en el primer silencio de la primera tristeza. El alma de ese día llegó de lejos -tu alma- y se quedó en mi pecho.
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