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La Nostalgia del Pasado

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26 de enero de 2022

La Nostalgia del Pasado 9

                                                                       Capitulo 9

 

LAS FIESTAS DE NAVIDAD

 

El aire de las castañas. La melancolía. Los Nacimientos. El olor a musgo. Las visitas. La originalidad del Colegio del Santo Ángel. Instrumentos musicales: las castañuelas. El sorteo de la Lotería. Los productos navideños. El menú y el pollo. La Misa del Gallo. Los álbumes navideños. Los trenes eléctricos. Aliatar. La cabalgata de Reyes. El feliz despertar. La tristeza de los no creyentes. La nostalgia del día de Reyes.

 

A finales del mes de Octubre y primeros de Noviembre llegaba un viento cálido, conocido por el de las castañas, que traía consigo un olor característico de polvo y sequedad, anuncio de las ya próximas Navidades. Se aprovechaba entonces esta sequedad ambiental, impropia del clima de nuestra tierrina, para abrir los armarios roperos y ventilar las prendas de abrigo.

 

En estas fechas, tal vez por la influencia del aire del sur, nos sentíamos tristes y nos dominaba una gran melancolía, incrementada todavía más por la temprana anochecida que motivaba la imposibilidad de jugar con los amigos, ya que cuando llegábamos a casa, a la salida del colegio, era noche cerrada y no había nadie en la calle.

 

Las fiestas de Navidad tuvieron, tienen y tendrán un significado muy especial para la infancia, que se graba en la memoria y permanece imborrable en su recuerdo durante toda nuestra vida.

 

Generalmente caía una buena nevada, que le daba el ambiente preciso y su cercanía implicaba el acopio de musgo y arena, imprescindibles para la instalación del Nacimiento. La construcción de éste dependía, como todo en esta vida, de las posibilidades económicas de cada familia, desde figuras articuladas y con movimiento hasta una única Sagrada Familia. Todas las figuras eran de barro cocido y decoradas a color. Había un amplio surtido para adquirir: el portal, lavanderas para el río de papel de plata, soldados romanos, casitas de corcho, puentes romanos, familias de animales...¡ incluso cazadores con escopetas ! Todos ellos se colocaban cuidadosamente junto al musgo y en los lugares más estratégicos para conseguir el mejor efecto visual. El olor a musgo fresco invadía la habitación donde estaba el Nacimiento, originando así su evocación posterior cada vez que olemos este modesto vegetal.

 

En todas las iglesias se instalaban los Nacimientos con verdaderas obras de arte plasmadas en sus figuras, existiendo también domicilios particulares que rivalizaban con ellas. Era por lo tanto una obligación muy agradable el realizar las visitas a todos estos lugares para ver asombrados los prodigios que allí se exponían ante nuestra mirada. En una casa de la Plaza de la Catedral, tal vez cerca de la clásica tienda de Electricidad Onís, tenían un Nacimiento con muchas partes móviles, el agua del río circulaba en el cauce, las aspas del molino giraban, las lavanderas batían la ropa...Era tal el prodigio que nosotros acudíamos una y otra vez para ocupar los mejores lugares de visionado y quedábamos siempre ensimismados ante aquel espectáculo.

 

Entre todas estas exposiciones públicas de Nacimientos destacaba uno por su originalidad y era el que se instalaba en el Colegio del Santo Ángel, dentro de la clase de los párvulos. En su diseño era responsable una monja de muy baja estatura llamada hermana Ángeles y que no sé si debido a dicha estatura colocaba las figuras grandes en el fondo y las pequeñas en primera fila, pues sin idea de la perspectiva opinaba esta monjita que las grandes se veían muy bien de lejos (para eso eran de mayor tamaño) y las pequeñas se observarían mejor de cerca. De esta manera el efecto visual era horroroso, todo contrario a la lógica, pero no hubo medio de convencerla para que situara a las figuras de este Nacimiento en la posición requerida.

 

Los instrumentos musicales típicos de esta época eran de lo más primitivo, pues aunque las niñas tenían las clásicas castañuelas españolas, los niños nos fabricábamos unas caseras, hechas con un par de tablillas de madera alargadas y que se tostaban al fuego de la cocina ya que sabíamos que con este chamuscamiento se favorecía un sonido más seco, muy apreciado por todos. Estas láminas de madera se colocaban entre dos dedos alternos de la mano para procurar su separación y con un movimiento adecuado se producía su choque y con él un sonido típico, rítmico, que acompañaba en el cántico de los tradicionales villancicos. Con esta modesta orquesta acudíamos de piso en piso y de puerta en puerta pidiendo “el aguinaldo”, que aunque escaso en dinero sí que se conseguían golosinas que al final de la jornada nos repartíamos con gran alegría.

 

El anuncio sonoro de las ya cercanas Navidades era la retransmisión por radio del sorteo de la lotería, con su cantinela típica que permanece invariable hasta la época actual, aunque la verdad no nos suena igual lo de “euros” en lugar de “pesetas”.

 

Las compras de los productos navideños venían limitadas por el severo racionamiento de víveres que entonces padecíamos y del que no se libraba ni el turrón. Total que la variedad turronera solía limitarse a las típicas tres clases: duro, blando y mazapán con frutas, siendo entonces el tamaño de ellos similar al de un ladrillo. Con esta escasez se estableció una costumbre, que perdura todavía en muchas de nuestras casas, de comer el primer turrón en la cena de Nochebuena, sin adelantos como ahora. Este postre se mantenía únicamente para esta noche y para la de Navidad, en Año Viejo, en Año Nuevo y en el día de Reyes. En la mayoría de los hogares este racionamiento era también ampliado a que cada miembro de la familia recibía su trozo de cada especialidad y no había más repetición de la golosina. Era también muy típico comprar sidra dulce a granel, único manjar bebestible para la gente menuda, siendo un lugar típico para esta adquisición un local que estaba en la calle Oscura (Mon) llamado Casa Cechini.

 

El día anterior a la Nochebuena estaba destinado a la solemne matanza del pollo, que en aquellos años comer dicha ave era todo un acontecimiento y se destinaba tal ocasión a los principales festejos del año y que escasamente eran los días de Nochebuena y Nochevieja. Lógicamente el pollo de entonces era de crianza natural, de caleya, y pesaba más del doble que los que ahora comemos. En fin, que el pobre bicho era asesinado a base de un certero corte en la nuca que lo desangraba. Durante la mañana del día 24 entrábamos y salíamos nerviosos de nuestras casas, con visita tímida a la cocina, de la que salían unos olores de lo más apetitoso y poco corrientes durante el resto del año.

 

El día de Nochebuena era de cumplimiento obligado asistir todas las familias al completo a la tradicional Misa del Gallo. La Santa Iglesia de estos años dominaba severamente nuestra vida y costumbres, tal como hemos observado anteriormente y no podía ser menos en esta ocasión. Excepcionalmente había una permisividad ante los fieles consistente en limitar el horario del ayuno obligatorio antes de recibir la Comunión, que se pasaba de las 12 horas reglamentarias a 4. esto significaba para nosotros finalizar la esperada cena antes de las 9 de la noche, para poder comulgar como era debido, agravado con la precaución de beber la clásica copita de vino dulce con que se nos obsequiaba a la gente menuda.

 

Los días siguientes a la Navidad nos parecían lentísimos por nuestra impaciencia en que llegasen los ansiados Reyes Magos con aquellos regalos únicos de todo un año de espera. En los modestos Nacimientos íbamos avanzando unos centímetros cada día a las figuras de Sus Majestades, sobre el camino de serrín o de arena que les conducía hacia el Portal.

 

Este maravilloso ambiente navideño se complementaba con los álbumes que casi todos los tebeos editaban con motivos de estas fiestas. Incluso El Guerrero del Antifaz, Juan Centella, Jorge y Fernando, El Diablo de los Mares, Roberto Alcázar y Pedrín nos deleitaban con sus historietas específicas pero era tal vez el Pulgarcito donde mayor profusión se manifestaba y en ese álbum especial Doña Urraca era menos mala, Don Pío recibía una paga extra inesperada y hasta el pobre Carpanta se comía un pollo en compañía de su fiel amigo Protasio. Estos festines extras de los personajes de nuestras historietas eran fiel reflejo de nuestros festejos: pollo y turrones.

 

Los pocos bazares de juguetes se llenaban con los mismos modelos de todos los años. Debido a la posguerra civil y a la guerra mundial, las fábricas jugueteras elaboraban sus productos con poca variación, por lo cual hubo un largo intervalo de años en los cuales varias generaciones de niños jugamos con los mismos juguetes.

 

Tradicionalmente se producía un suceso extraordinario para todos nosotros, motivado por la exposición de trenes eléctricos en los escaparates de Almacenes La Panoya. Aprovechando su amplitud, se cedían éstos a los propietarios de tal maravilla y se instalaban allí estos inalcanzables juguetes, que nosotros observábamos con deleite tanto en sus momentos de reposo como en pleno funcionamiento. Era el momento en que se cumplían parcialmente nuestros anhelos, tan solo satisfechos por la ávida mirada que fijábamos en aquellos juguetes tan ajenos a la mayoría de nosotros y cuyo prodigio de funcionamiento continuo los sumía en un sueño fantástico.

 

En la radio se oían a diario los clásicos villancicos de siempre, complementados por la visita anticipada del embajador plenipotenciario de Sus Majestades: Aliatar. Este personaje era muy querido por nosotros ya que en sus programas radiofónicos nos anticipaba los muchos regalos que recibiríamos, siempre que fuésemos buenos y escribiésemos la correspondiente carta peticionaria.

 

Al llegar la noche mágica del día 5 de Enero, una vez anochecido, acudíamos ilusionados a presenciar la Cabalgata. El inicio de ésta eran los fuegos de artificio y la quema de una traca con pequeños obsequios.

 

Finalizados éstos, presente aún el olor de la pólvora comenzaba el paso de la caravana, con profusión de bengalas encendidas y en la que en primer lugar llegaba Aliatar montado en un caballo blanco y saludando a la gritería de todos los niños que repetíamos su nombre sin descanso.

 

Tras Aliatar iban desfilando los Reyes y sus modestos cortejos y como complemento pasaban finalmente un montón de mulos cargados con paquetes e incluso algún camión militar para dar mayor sensación de abundancia.

 

Con los ojos encandilados por el espectáculo regresábamos a nuestras casas, con los nervios en tensión, sabedores de las pocas horas que quedaban para recibir los ansiados juguetes.

 

Terminada la cena, ya en la cama, nuestro nerviosismo era tan grande que nos era imposible conciliar el sueño, hasta que de madrugada acudíamos presurosos al lugar donde habíamos dejado nuestras zapatillas y llegaba entonces la alegría y la sorpresa al contemplar los paquetes allí depositados y que tan grandes nos parecían. Con rápidos movimientos deshacíamos los envoltorios y ante nosotros aparecían algunas cosas de las que habíamos pedido y otras que no, pero que eran igualmente valoradas. Además de los clásicos juguetes de hojalata, con su olor inconfundible, había una serie de modestos complementos que también eran muy bien recibidos, tales como los clásicos cuentos de Calleja, de pequeño tamaño y muy coloreadas portadas, banzones en una bolsa de malla, el coche pulga y una mezcla de bolas de anís con otros productos azucarados que se conocía como “revoltijo”.

 

La mañana y el día de Reyes transcurría por tal motivo como un sueño hecho realidad, con la clásica rotura y avería de los nuevos juguetes y con la amenaza inminente de la continuidad del colegio, prácticamente al día siguiente.

 

Nada es más triste y deprimente como la vivencia y el recuerdo de la primera noche de Reyes en la que ya dejamos de creer en ellos. Era un momento doblemente doloroso, uno por perder esa maravillosa ilusión y otra por dejar de recibir aquellos añorados juguetes, que ahora desaparecían de nuestro entorno sin más motivo que el no poder creer ya en los Reyes Magos, cuya presencia admitimos casi hasta cumplir los trece años.

 

Al evocar estos acontecimientos nos llenan de nostalgia nuestros recuerdos y creo afirmar que muchos de nosotros, que henos pasado de niños a abuelos, tenemos todavía nuestro pensamiento en cada Noche de Reyes en aquellas otras pretéritas en que tan grande era nuestra ilusión y tan maravilloso era el despertar.


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