Capitulo 9
LAS FIESTAS DE NAVIDAD
El aire de
las castañas. La melancolía. Los Nacimientos. El olor a musgo. Las visitas. La
originalidad del Colegio del Santo Ángel. Instrumentos musicales: las
castañuelas. El sorteo de
A
finales del mes de Octubre y primeros de Noviembre llegaba un viento cálido,
conocido por el de las castañas, que traía consigo un olor característico de
polvo y sequedad, anuncio de las ya próximas Navidades. Se aprovechaba entonces
esta sequedad ambiental, impropia del clima de nuestra tierrina, para abrir los
armarios roperos y ventilar las prendas de abrigo.
En estas fechas, tal vez por la influencia
del aire del sur, nos sentíamos tristes y nos dominaba una gran melancolía,
incrementada todavía más por la temprana anochecida que motivaba la
imposibilidad de jugar con los amigos, ya que cuando llegábamos a casa, a la
salida del colegio, era noche cerrada y no había nadie en la calle.
Las fiestas de Navidad tuvieron, tienen y
tendrán un significado muy especial para la infancia, que se graba en la
memoria y permanece imborrable en su recuerdo durante toda nuestra vida.
Generalmente caía una buena nevada, que le
daba el ambiente preciso y su cercanía implicaba el acopio de musgo y arena,
imprescindibles para la instalación del Nacimiento. La construcción de éste
dependía, como todo en esta vida, de las posibilidades económicas de cada
familia, desde figuras articuladas y con movimiento hasta una única Sagrada
Familia. Todas las figuras eran de barro cocido y decoradas a color. Había un
amplio surtido para adquirir: el portal, lavanderas para el río de papel de
plata, soldados romanos, casitas de corcho, puentes romanos, familias de
animales...¡ incluso cazadores con escopetas ! Todos ellos se colocaban
cuidadosamente junto al musgo y en los lugares más estratégicos para conseguir
el mejor efecto visual. El olor a musgo fresco invadía la habitación donde
estaba el Nacimiento, originando así su evocación posterior cada vez que olemos
este modesto vegetal.
En todas las iglesias se instalaban los
Nacimientos con verdaderas obras de arte plasmadas en sus figuras, existiendo
también domicilios particulares que rivalizaban con ellas. Era por lo tanto una
obligación muy agradable el realizar las visitas a todos estos lugares para ver
asombrados los prodigios que allí se exponían ante nuestra mirada. En una casa
de
Entre todas estas exposiciones públicas de
Nacimientos destacaba uno por su originalidad y era el que se instalaba en el
Colegio del Santo Ángel, dentro de la clase de los párvulos. En su diseño era
responsable una monja de muy baja estatura llamada hermana Ángeles y que no sé
si debido a dicha estatura colocaba las figuras grandes en el fondo y las
pequeñas en primera fila, pues sin idea de la perspectiva opinaba esta monjita
que las grandes se veían muy bien de lejos (para eso eran de mayor tamaño) y
las pequeñas se observarían mejor de cerca. De esta manera el efecto visual era
horroroso, todo contrario a la lógica, pero no hubo medio de convencerla para
que situara a las figuras de este Nacimiento en la posición requerida.
Los instrumentos musicales típicos de esta
época eran de lo más primitivo, pues aunque las niñas tenían las clásicas
castañuelas españolas, los niños nos fabricábamos unas caseras, hechas con un
par de tablillas de madera alargadas y que se tostaban al fuego de la cocina ya
que sabíamos que con este chamuscamiento se favorecía un sonido más seco, muy
apreciado por todos. Estas láminas de madera se colocaban entre dos dedos
alternos de la mano para procurar su separación y con un movimiento adecuado se
producía su choque y con él un sonido típico, rítmico, que acompañaba en el
cántico de los tradicionales villancicos. Con esta modesta orquesta acudíamos
de piso en piso y de puerta en puerta pidiendo “el aguinaldo”, que aunque
escaso en dinero sí que se conseguían golosinas que al final de la jornada nos
repartíamos con gran alegría.
El anuncio sonoro de las ya cercanas
Navidades era la retransmisión por radio del sorteo de la lotería, con su
cantinela típica que permanece invariable hasta la época actual, aunque la
verdad no nos suena igual lo de “euros” en lugar de “pesetas”.
Las compras de los productos navideños
venían limitadas por el severo racionamiento de víveres que entonces padecíamos
y del que no se libraba ni el turrón. Total que la variedad turronera solía
limitarse a las típicas tres clases: duro, blando y mazapán con frutas, siendo
entonces el tamaño de ellos similar al de un ladrillo. Con esta escasez se
estableció una costumbre, que perdura todavía en muchas de nuestras casas, de
comer el primer turrón en la cena de Nochebuena, sin adelantos como ahora. Este
postre se mantenía únicamente para esta noche y para la de Navidad, en Año
Viejo, en Año Nuevo y en el día de Reyes. En la mayoría de los hogares este
racionamiento era también ampliado a que cada miembro de la familia recibía su
trozo de cada especialidad y no había más repetición de la golosina. Era
también muy típico comprar sidra dulce a granel, único manjar bebestible para
la gente menuda, siendo un lugar típico para esta adquisición un local que
estaba en la calle Oscura (Mon) llamado Casa Cechini.
El día anterior a
El día de Nochebuena era de cumplimiento
obligado asistir todas las familias al completo a la tradicional Misa del
Gallo.
Los días siguientes a
Este maravilloso ambiente navideño se
complementaba con los álbumes que casi todos los tebeos editaban con motivos de
estas fiestas. Incluso El Guerrero del Antifaz, Juan Centella, Jorge y
Fernando, El Diablo de los Mares, Roberto Alcázar y Pedrín nos deleitaban con
sus historietas específicas pero era tal vez el Pulgarcito donde mayor
profusión se manifestaba y en ese álbum especial Doña Urraca era menos mala,
Don Pío recibía una paga extra inesperada y hasta el pobre Carpanta se comía un
pollo en compañía de su fiel amigo Protasio. Estos festines extras de los
personajes de nuestras historietas eran fiel reflejo de nuestros festejos:
pollo y turrones.
Los pocos bazares de juguetes se llenaban
con los mismos modelos de todos los años. Debido a la posguerra civil y a la
guerra mundial, las fábricas jugueteras elaboraban sus productos con poca
variación, por lo cual hubo un largo intervalo de años en los cuales varias
generaciones de niños jugamos con los mismos juguetes.
Tradicionalmente se producía un suceso
extraordinario para todos nosotros, motivado por la exposición de trenes
eléctricos en los escaparates de Almacenes
En la radio se oían a diario los clásicos
villancicos de siempre, complementados por la visita anticipada del embajador
plenipotenciario de Sus Majestades: Aliatar. Este personaje era muy querido por
nosotros ya que en sus programas radiofónicos nos anticipaba los muchos regalos
que recibiríamos, siempre que fuésemos buenos y escribiésemos la
correspondiente carta peticionaria.
Al llegar la noche mágica del día 5 de
Enero, una vez anochecido, acudíamos ilusionados a presenciar
Finalizados éstos, presente aún el olor de
la pólvora comenzaba el paso de la caravana, con profusión de bengalas
encendidas y en la que en primer lugar llegaba Aliatar montado en un caballo
blanco y saludando a la gritería de todos los niños que repetíamos su nombre
sin descanso.
Tras Aliatar iban desfilando los Reyes y
sus modestos cortejos y como complemento pasaban finalmente un montón de mulos
cargados con paquetes e incluso algún camión militar para dar mayor sensación
de abundancia.
Con los ojos encandilados por el
espectáculo regresábamos a nuestras casas, con los nervios en tensión,
sabedores de las pocas horas que quedaban para recibir los ansiados juguetes.
Terminada la cena, ya en la cama, nuestro
nerviosismo era tan grande que nos era imposible conciliar el sueño, hasta que
de madrugada acudíamos presurosos al lugar donde habíamos dejado nuestras
zapatillas y llegaba entonces la alegría y la sorpresa al contemplar los
paquetes allí depositados y que tan grandes nos parecían. Con rápidos
movimientos deshacíamos los envoltorios y ante nosotros aparecían algunas cosas
de las que habíamos pedido y otras que no, pero que eran igualmente valoradas.
Además de los clásicos juguetes de hojalata, con su olor inconfundible, había
una serie de modestos complementos que también eran muy bien recibidos, tales
como los clásicos cuentos de Calleja, de pequeño tamaño y muy coloreadas
portadas, banzones en una bolsa de malla, el coche pulga y una mezcla de bolas
de anís con otros productos azucarados que se conocía como “revoltijo”.
La mañana y el día de Reyes transcurría por
tal motivo como un sueño hecho realidad, con la clásica rotura y avería de los
nuevos juguetes y con la amenaza inminente de la continuidad del colegio,
prácticamente al día siguiente.
Nada es más triste y deprimente como la
vivencia y el recuerdo de la primera noche de Reyes en la que ya dejamos de
creer en ellos. Era un momento doblemente doloroso, uno por perder esa
maravillosa ilusión y otra por dejar de recibir aquellos añorados juguetes, que
ahora desaparecían de nuestro entorno sin más motivo que el no poder creer ya
en los Reyes Magos, cuya presencia admitimos casi hasta cumplir los trece años.
Al evocar estos acontecimientos nos llenan
de nostalgia nuestros recuerdos y creo afirmar que muchos de nosotros, que henos
pasado de niños a abuelos, tenemos todavía nuestro pensamiento en cada Noche de
Reyes en aquellas otras pretéritas en que tan grande era nuestra ilusión y tan
maravilloso era el despertar.
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