Capitulo 10
UN MERECIDO HOMENAJE
La generación
de “oír, ver y callar”. Las niñas que se transformaron en madres heroicas. La
abuela esclava. Los niños y la generación del pluriempleo. El profundo cambio
de costumbres. La ola de erotismo. La adaptación de nuestra mentalidad. Los
hijos emancipados y su dependencia. La generación de la regañina. Nuestra
historia destrozada. La identidad personal. El adulto y el niño.
Nosotros,
los niños y niñas de la posguerra civil nos hemos criado dentro de una sociedad
hambrienta, dormida y silenciosa, donde solamente podíamos seguir las órdenes
de “oír, ver y callar” frente a los adultos y cuya mayor diversión eran los
juegos en plena calle, que suplían la drástica carencia de los necesarios
juguetes.
Nuestra generación, protagonista de estos
relatos durante su etapa de la niñez, ha tenido posteriormente a lo largo de su
pubertad, juventud, madurez y vejez una serie de vivencias y cambios sociales
que ninguna otra ha soportado.
Las niñas, en una amplia mayoría, han sido
preparadas para ser esposas y madres y eso lo han cumplido con pleno acatamiento.
Su gran capacidad de trabajo y sacrificio fue la base fundamental para la
realización de todos los planes de desarrollo desde los años 60 hasta el día de
hoy, pero en pocas ocasiones se les ha reconocido este mérito.
Ellas han sido madres ejemplares y han
tenido la grandeza de cambiar el tipo de educación de sus hijas para que éstas
tuviesen más oportunidades que ellas, procurando que no abandonasen sus
estudios, vigilando celosamente su formación y que su porvenir fuese otro que
el de buscar un buen marido, tal como a ellas les inculcaron desde pequeñas.
Todo ello fue alcanzado gracias a la
generosidad y privaciones de esta magnífica generación de mujeres, que se
merece algo más que este modesto homenaje y que fueron artífices de una
verdadera revolución doméstica.
Con la incorporación de las mujeres al
mundo laboral, el papel de estas madres, actuales abuelas, ha pasado a ser la
clave en la crianza y la vida de sus hijas. En este momento más del 25% de las
mujeres mayores de 65 años ayudan a cuidar a sus nietos a diario y para mayor
trabajo realizan también casi todas las tareas de su hogar. Estas verdaderas
heroínas son propensas a enfermar, con tantas ocupaciones simultáneas,
adquiriendo el “síndrome de la abuela esclava”, nunca mejor descrita una
dolencia con tan pocas palabras.
¿Y qué decimos de los niños? También ellos
tienen méritos acumulados, pues constituye el honor de ser la generación
creadora del “pluriempleo”. Con el fin de lograr que la familia, dependiente
económicamente del padre, por imperativo de la época, tuviese lo mejor que para
ella deseaban, buscabaron todo tipo de ocupaciones para lograr que las pesetas
necesarias llegasen al hogar. Para ello no dudaron en privarse de muchos
caprichos, soportando estoicamente bastantes necesidades personales y al final
ha venido una compensación moral al comprobar lo mucho que ha servido este
generoso esfuerzo.
La pareja así formada, casados por
Con tanto cambio a su alrededor han tenido
que adaptarse a la modificación de unas costumbres, firmemente arraigadas, que
hicieron tambalearse sus anticuados y severos criterios morales. Recuerdo a un amigo
que me comentaba al respecto: “hay una ola de erotismo enorme...pero a mí me ha
pillado sin saber nadar”.
Nuestros hijos disfrutaron, gracias a
nuestra comprensión y adaptación, una serie de libertades que nunca nos pudimos
imaginar para nosotros cuando todavía éramos jóvenes y esto es otra variación
asimilada por nuestra generación.
Como ejemplo de estas libertades y del
cambio de mentalidad tenemos la actual situación familiar, en la que todavía
hay un 20% de nuestros veteranos abuelos que tienen en sus casas a un hijo
mayor de 30 años, totalmente apalancado en el hogar paterno. Esto no se debe a la
carestía de la vivienda ¡ faltaba más !. El verdadero motivo es la liberalidad
con que son tratados en sus casas y éste es el gran mérito de esta generación
nuestra.
Para colmo los hijos emancipados, al
hacernos abuelos, precisan a su vez de nuestro apoyo; los abuelos, tal como
hemos citado, salen de nuevo a la palestra para cuidar los nuevos meones de la
familia e invitan a sus hijos a comer los fines de semana y estos acuden
encantados y provistos de recipientes para llevárselos llenos con los inimitables
guisos caseros de su madre, un tipo de cocina que desaparecerá a la vez que sus
realizadoras.
Es también frecuente ver a los abuelos,
hombres me refiero, carretar cochecitos con nieto, hacer la compra, ser
auxiliar de cocina...¿qué más cambio se puede pedir? Pese a ello siguen gozosos
con estas tareas y con la sonrisa muchas veces resignada ante tanta entrega
continuada.
Un ejemplo característico de la docilidad y
aguante de nuestra generación fue una tira cómica publicada en una revista hace
ya varios años y en la que se observaba a una niña y a un niño soportando
resignadamente las regañinas de sus padres y de sus maestros, después
continuaba con unos jóvenes con similar postura ante los dictados de sus
profesores, jefes y de los mismos padres. Finalmente se les ve ya mayores
aguantando los dictados de sus hijos. ¡ Toda una secuencia de los niños
sufridores y callados desde
Una nación se manifiesta y engrandece a lo
largo de los siglos de existencia por su historia, que se verifica y demuestra
con sus monumentos, edificios y restos arqueológicos que hacen a ésta fuerte en
el presente, al mantener sus raíces profundas e intactas. En nuestro caso
podemos decir que en la mayor parte nos hemos quedado sin historia. En efecto,
cuando en los años presentes intentamos rememorar los testigos sólidos de
nuestra infancia, nos encontramos con que no existen. Los prados, casas, calles
y lugares de nuestra infancia han desaparecido y en su lugar se alzan nuevas
urbanizaciones que todo lo modifican, perturban y destruyen.
Por esta desaparición de nuestro hábitat
infantil, nuestros recuerdos se refugian en un estado imaginario que en el
presente no existe, lo que motiva un considerable aumento de la nostalgia, que
idealiza aún más nuestro reciente pasado y crea el “rincón mágico” descrito
anteriormente.
Con una niñez tan interesante vivida y
fraguada en tantas carencias, hemos crecido y desarrollado con una identidad
personal muy acentuada, fuertes frente a las adversidades y en capacidad de
sacrificio. Lo que más vale en nuestra existencia es aquello que puedes
atesorar en tu interior a lo largo de ella y creo poder afirmar que las
experiencias de nuestra infancia han servido para entroncar en nuestra
vida unas raíces con el pasado muy
difíciles de eliminar, cumpliéndose así en cada uno de nosotros el famoso dicho
de Simone de Beauvoir: “¿Qué es un adulto? Un niño inflado por la edad”.
Finaliza esta evocación con una cita del
entrañable Antonio Mercero, quien con mucho acierto cambia el sentido de la conocida
inscripción final de “R.I.P” por la magnífica equivalencia a Recordando
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