Pablo Ximénez de Sandoval
En el momento de abrir este email, o cualquier otro email, usted ha generado un registro digital. Queda apuntado, vamos. Si pincha en algún enlace, generará todavía más registros. Visitar esa página web (a ser posible, la nuestra) produce datos que son recogidos por la web en cuestión, la compañía que fabrica el navegador que haya usado y el operador de internet que le da la conexión. Cada vez que agarra el móvil, es decir, constantemente, genera datos digitales con cada movimiento del dedo sobre la pantalla y cada cosa que ve o escucha. En el mundo digital todo lo que usted toca, todo lo que mira, todos los sitios a donde va y a veces todo lo que dice, se convierte en datos que están en manos de las empresas que fabrican los aparatos, servicios y apps que haya usado. ¿Privacidad? Privacidad es que yo escriba este boletín con papel y bolígrafo y vaya a entregárselo en mano, o se lo cuente tomando un café. Hay datos que importan y datos que no, empresas más invasivas que otras, pero en el mundo digital la privacidad, en el sentido de eso que usted y yo hemos entendido siempre por privacidad, no existe. La investigadora Carissa Véliz escribe hoy una tribuna titulada Digitalizar es vigilar en la que analiza esta nueva realidad. Cada nuevo servicio de los gigantes digitales, cada nueva utilidad, es terreno ganado al mundo analógico, más datos y más negocio, explica Véliz. “Los titanes tecnológicos nos aseguran que sus nuevas invenciones respetarán nuestra privacidad, por supuesto. Lo que omiten es lo que llamo la ley de hierro de la digitalización: digitalizar es vigilar. No existe tal cosa como una digitalización sin vigilancia. El acto mismo de convertir en datos lo que no lo era es una forma de vigilancia. Digitalizar implica crear un registro, poner etiquetas a las cosas para que sea más fácil encontrarlas y seguirlas. Digitalizar equivale a hacer rastreable aquello que no lo era. ¿Y qué es rastrear, si no vigilar?”. “Necesitamos áreas protegidas similares cuando se trata de la vigilancia. Está en la naturaleza de las empresas tecnológicas convertir lo analógico en digital. Pero convertir todo en un espía potencial es una amenaza para la libertad y la democracia”, razona Véliz. “Hay algunos datos que es mejor no crear. Hay datos que es mejor no tener. Hay algunas experiencias de las que nunca debería quedar registro”. Lea el artículo completo en este enlace. Véliz es profesora de filosofía en Oxford y autora de un libro sobre esto: Privacidad es poder (Debate). El artículo toca uno de las grandes conversaciones alrededor de los gigantes tecnológicos y su presencia en nuestras vidas. La privacidad es, en muchos sentidos, la próxima frontera. Algunos se han dado cuenta de la conversación y están haciendo de la privacidad un poderoso reclamo comercial, moviendo el tablero de juego. La transformación de Facebook en Meta, para que interactuemos en realidad virtual, se enmarca en esa conquista de espacios antes analógicos. Marta Peirano escribía hace poco Facebook propone una nueva arquitectura de la opresión: “De los productores de QAnon, los antivacunas y el asalto al Capitolio llega ahora el metaverso; en este mundo ya no somos el cliente y tampoco somos el producto: los humanos somos un problema a resolver”. Sobre los niños, que ya no conocerán partes de ese mundo analógico, la psicopedagoga Sonia López Iglesias escribe Ocho claves para educar a nuestros hijos de forma responsable en el uso de la tecnología: “Sin duda, educar en tiempos de internet representa un gran reto para las familias. Las redes han cambiado de modo radical nuestra manera de informarnos, de comunicarnos y relacionarnos con los demás”. Y en esta entrevista, la experta en transformación digital Ana Caballero afirma: “Un niño debería poder desarrollarse sin la injerencia del algoritmo”. Si le interesa todo esto, le recomiendo la newsletter que hace Jordi Pérez Colomé, de la sección de Tecnología, y a la que se puede suscribir aquí. |
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