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18 de junio de 2024

RECETA SECRETA .- Charles Mergendahl {Relatos}

 


 

Voy a presentarles este fragmento de folklore a modo de introducción. Entre los componentes de una pequeña tribu de caníbales amantes de la paz, había uno más ingenioso que los demás. No satisfecho con comerse a los blancos, aprendió sus costumbres. Y así, durante una estación de abundante cosecha, redujo a cenizas la provisión de comida de su aldea, y colocó las cenizas en pequeños botes etiquetados con la frase Gente instantánea.

 

-¿Estás segura? -insistió Simón al teléfono-. ¿No quieres que te recoja nada cuando vuelva esta noche?

-No, todo está bien. Polly ha salido con Susie Steele, y yo he planeado una cena exótica…, como sugeriste.

-Verás, es muy importante.

-Claro que sí.

La voz de Sheila sonaba tranquila, demasiado tranquila, y por un momento sintió ciertas dudas. Las desechó.

-Bien. Llegaremos dentro de unos minutos.

-Estaré esperando.

-Recuerda que Mr. Brevoort quiere los martinis secos.

-Colocaré la botella de vermut junto a la de ginebra y la apartaré al momento.

Se echó a reír, casi alegremente.

Simón dijo adiós y colgó, luego se quedó sentado un minuto oyendo su risa alegre.

"Esta noche, no -rezó-, Dios mío, por favor, esta noche no."

Su secretaria apareció en la puerta. Sus ojos claros observaron las manos nerviosas, los dientes clavados en el labio inferior. Anunció:

-Son las cinco, Simón.

-¡Oh…! ¡Gracias, Ida!

-Mrs. Brevoort ha llegado hace un minuto. Dije a Vlr. Brevoort que les recogerías a la salida.

-Muy bien.

Ida titubeó, pero se decidió a entrar en el despacho y cerró la puerta tras sí.

-¿Simón?

-¿Qué?

-¿Te parece prudente?

-¿Qué otra cosa puedo hacer} -Movió las manos, desesperado-. La promoción sale el próximo martes y ya conoces a Brevoort… Le gusta visitar la casa del candidato antes de tomar la decisión definitiva. Así que tengo que llevarlos a casa a cenar, y no encuentro forma de evitarlo.

-¡Pobre Simón! -Ida se sentó al borde de la mesa y acarició los pelillos oscuros del cogote del hombre, diciendo dulcemente-: No puedo olvidar aquellos seis meses en que tu mujer estuvo fuera.

-Sí -rió con ironía-. Fuera.

-Podría volver a irse -insinuó Ida.

-Se irá -le aseguró.

Siguió un silencio mientras los dedos de Ida seguían acariciándole el cogote. De pronto se inclinó y le besó. Sus labios duchos recorrieron duramente los suyos, y repitió en tono práctico:

-¡Pobre Simón…! Bien, ya son las cinco y cinco. -Saltó de la mesa, se arregló la blusa, y dijo mientras salía del despacho-: No te preocupes. Saldrá bien. -Saldrá bien -musitó Simón.

Se levantó, se limpió el carmín de Ida y empezó a ordenar la mesa. Por detrás de la puerta una de las mecanógrafas rió nerviosamente y Simón se cubrió los oídos con las manos. "Esta noche, no. Por favor, Sheila, no hagas nada mal esta noche." Se irguió y se arregló la corbata. Respiró profundamente, se puso el sombrero, sonrió animosamente a Ida al pasar, y cruzó la antesala en dirección al despacho del presidente Mr. Walter Brevoort.

Las hojas de octubre caían como enormes copos de nieve pardos, mientras conducía al atardecer en dirección a su casa de Brentwood. Detrás de él, en el asiento posterior, se sentaban los Brevoort, separados uno de otro, cada uno mirando por su ventanilla. El señor era rechoncho y calvo, con un mechón blanco sobre las orejas. Su mujer era gordita y alegre.

-Tiene una hija, ¿verdad, Simón? -preguntó Mrs. Brevoort.

-Sí, Polly, de doce años; es una niña muy guapa. -Se rió como excusándose de su orgullo. Pero Polly era realmente hermosa: rubia, delgada; sentía verdadera pasión por ella, quizá de forma dominante, posesiva. Repitió-: Muy bonita. -Debió de heredarlo de su madre -bromeó con una risita Mr. Brevoort.

Y Simón dijo que sí, que Sheila era muy atractiva también, y recordó que así se lo había parecido en otros tiempos, antes de que la enviaran al sanatorio y regresara con sus "rarezas" que había tratado de tolerar y que ahora aborrecía. "Podría irse", había dicho Ida. "Se irá", contestó él. Y se iría, porque así lo había planeado. Atosigarla y atosigarla. Exagerar sus rarezas al doctor Birnam. Poner a Polly en contra de su madre. Empujarla hasta el punto límite. Transformarla en una idiota incoherente; pero esta noche, no. -Esta noche, no -exclamó en voz alta. -¿Cómo dice, Simón? -preguntó Mr. Brevoort.

-Nada, nada.

Y siguió conduciendo bajo una verdadera lluvia de hojas secas que caían de los árboles, hacia la casa blanca y cuidada de la esquina.

-Preciosa -comentó Mrs. Brevoort mientras era ayudada a salir del coche.

-Queremos a nuestra casita -dijo, y casi retuvo el aliento mientras andaban.

No respiró del todo hasta que Sheila abrió la puerta y les dio la bienvenida y vio que todo iba a salir bien. Iba elegantemente vestida de negro, con su cabello oscuro bien peinado, las palabras serenas y amables, de modo que nada la traicionaba…, excepto, quizás, el desacostumbrado brillo de sus ojos negros, la media sonrisa en sus labios cuando los levantó para que se los besara.

-¡Qué habitación más acogedora! -exclamó Mrs. Bre-voort, y Mr. Brevoort dejó caer su cuerpo cuadrado en su sillón, diciendo:

-Se aprende mucho de un hombre por su forma de vivir. Un hombre que no vive bien en su casa, tiene que reflejarse en su trabajo.

-Sí, señor.

-A la fuerza.

-Sí, señor.

-Me gustaría conocer a su hija, Simón.

-Más tarde -dijo Simón-. Ha salido con unos amigos. -Miró a Sheila que estaba sirviendo los martinis-. ¿Adonde ha ido Polly, querida?

-A la primera sesión de cine -respondió Sheila-. Volverá a las siete.

-Entonces todavía podremos conocerla -dijo Mrs. Brevoort.

-Es la "hija" de su padre -comentó Sheila yéndose a la cocina.

Simón la siguió con la mirada, ceñudo.

-Encantadora.

-Preciosa -corroboró Mr. Brevoort-. No sé cómo pudo vivir todos esos meses que se fue a visitar a la familia.

Simón murmuró algo relativo a que había sido un tiempo difícil para todos, tragó su martini, murmuró una excusa y pasó a la cocina cerrando la puerta tras sí. Sheila estaba inclinada sobre los fogones, revolviendo un guiso antes de meterlo en el horno. Prudentemente preguntó:

-¿Todo va bien?

-Perfectamente. Salvo que estás planeando volver a enviarme al sanatorio y separarme de Polly y seguir tu ligue con esa Ida.

-Sheila…

-Por lo demás todo va bien.

-Esta noche, no, Sheila.

-Anoche, la semana pasada y el mes pasado. Pero esta noche, no.

-Si trataras de comprender…

-;Oh, lo comprendo, Simón! Lo comprendo perfectamente. Tengo que representar un papel que te proporcionará una promoción en la oficina. Después te desharás de mí y te quedarás con Polly para ti solo.

-Mira, Sheila…

-Y puede que te deshagas de mí, pero no te quedarás con Polly.

-Está bien. Pero ahora, no. ¡Ahora, no!

Se volvió y le sonrió levemente. Sus ojos parecían más brillantes. "Lo mismo que aquella noche lejana, poco antes de que llegaran los hombres con sus batas blancas", pensó. De pronto sintió frío y preguntó:

-¿Puedo hacer algo?

-Puedes sacar la basura si quieres.

-Después de cenar.

-Ahora, antes de que la cocina huela mal.

Puso el pie en el pedal y sacó la bolsa del cubo blanco. La bolsa estaba repleta y bien cerrada.

-No la abras -aconsejó su mujer-. Te marearás.

Se encogió de hombros, metió la bolsa en un cubo, la sacó por la puerta trasera, tiró la bolsa en el depósito de basuras y volvió a la cocina.

-¿Algo más? -preguntó.

-Recuerda solamente lo que te he dicho.

-Te advierto, Sheila… -Pero se calló. Ahora no debía amenazarla. Tampoco debió haberlo hecho anoche. Era locamente celosa y tenía que manejarla con delicadeza, por lo menos hasta que los Brevoort se marcharan.

Volvió al salón y sirvió otra ronda de martinis. Sonó el teléfono. Era Mrs. Steele. Quería saber sí Susie estaba con Polly y si era así que la enviara a casa inmediatamente después de cenar. Le explicó que Polly y Susie habían ido al cine a la sesión de las cinco. Mrs. Steele comentó que era raro que Susie no hubiera ido a casa a pedirle permiso.

-Un minuto. -Dejó el teléfono y llamó a Sheila-. ¿Estás segura de que Polly se fue al cine?

-Claro que estoy segura -contestó Sheila viniendo de la cocina y mirándole.

-Pero Mrs. Steele dijo que era raro…

-No es raro. No hay nada raro. -Sus ojos volvían a brillar curiosamente. Se excusó con Mrs. Steele, colgó y volvió a reunirse con los Brevoort. Hablaban de una nueva serie televisiva que era algo sorprendente y estuvo de acuerdo, pero le resultaba imposible concentrarse. Miró hacia la ventana y vio que se había hecho de noche, de pronto. Pensó que Polly no debía estar fuera de casa a esas horas. Miró a Sheila, que hablaba animadamente con Mrs. Brevoort. Se dijo que los ojos no debían brillarle tanto, ni sus labios estar tan húmedos y tan rojos. Tampoco debería reírse tanto.

- ¡Simón!

Se sobresaltó.

-Phil Silvers…

-Sí, sorprendente.

-No te fijas en lo que se dice -le riñó Sheila.

-Perdóname. Estaba pensando en lo que me ha dicho Mrs. Steele. Me preguntaba a dónde habrá ido Polly en realidad.

-Ya te lo he dicho, Simón. Yo se a dónde ha ido.

Volvió a reír y su risa parecía llegar de otra habitación, de otro mundo, antes de anunciar que la cena estaba lista.

Simón se sentó en la cabecera de la mesa rectangular con Mrs. Brevoort a su izquierda y Mr. Brevoort a la derecha. Sheila encendió las velas, luego pasó a la cocina y volvió con el estofado servido en una gran fuente de cobre. Encendió la pequeña llamita en el soporte de hierro forjado y colocó la fuente de cobre encima.

-Así, claro, no se cocerá -explicó-, pero resulta precioso y se mantiene caliente.

Simón volvió a mirar hacia la ventana. Las hojas secas pasaban rozando el cristal. Apretó los puños por debajo de la mesa. Pensó que Sheila estaba hablando demasiado. Fuera era noche cerrada. Oyó la exclamación de placer de Mrs. Brevoort al pasarle el plato servido. Oyó decir a Mr. Brevoort:

-Curry…, cualquier cosa con curry… Me encanta, me encanta…

Después le pasaron su plato y se quedó mirándolo, humeante a la luz de las velas. La señora lo había probado ya. Suspiró:

-¡Hummm! Delicioso, pero, ¿qué es?

-Es una receta secreta -explicó Sheila-, aunque debo confesar que no la había preparado anteriormente.

-Impresionante -dijo Mr. Brevoort.

-¿Simón? -preguntó Sheila.

-¡Oh, sí…!, sí. -Probó el estofado. Estaba excesivamente sazonado y eso dominaba sobre otro sabor extraño que no podía distinguir-. No está mal -terminó diciendo. Levantó la mirada y se fijó en que el plato de Sheila estaba vacío-. ¿Es que no vas a comer nada?

-No tengo hambre.

-Pero nunca dejas de cenar.

-Ya lo sé. Pero esta noche no tengo hambre.

Ydejó oír de nuevo aquella risita, y vio los rojos labios húmedos, los ojos relucientes. Fuera, un vientecillo empezó a mover los árboles y, en alguna parte, gritó un niño. Sintió frío. Ojalá Polly estuviera en casa. Ojalá hubiera terminado aquella noche y la promoción quedara resuelta para no tener que hacer más comedia con Sheila. Podía hacer que la encerraran…, para siempre…, y vendería esta casa que odiaba y se llevaría a Polly con él y con Ida.

-No estás comiendo, Simón.

-Sí; está bien. Muy bueno.

Pero no tenía hambre. Nunca le habían gustado las cosas raras y solamente había insistido en un plato exótico por los Brevoort. Probó un bocado más y se fijó en un largo pelo rubio en su tenedor, lo retiró disimuladamente, pensando, distraído, que era de Polly porque el cabello de Sheila era castaño oscuro. Se daba cuenta de que los árboles se agitaban cada vez más con el viento que se había levantado. Oyó que Mr. Brevoort decía:

-Sí, repetiré, por favor.

Yque su esposa insistía:

-Sencillamente, tiene que darme esta receta. Cebollas, setas, pimientos y curry… Y me figuro que la carne ha sido antes salteada, pero, ¿qué carne es?

Sheila rió secretamente, él tomó otro bocado y fue entonces cuando encontró una uña. Era pequeña, dura y curvada. Se le había clavado entre los dientes y cuando la examinó a la luz de las velas, al principio no estuvo seguro de lo que era. Luego, cuando se dio cuenta, fue como una extraña sensación de despego, hasta que levantó la mirada y tropezó con la de Sheila que le sonreía.

-¿Te ocurre algo?

-No. Sólo que yo…

-No te preocupes más. Yo sé dónde está Polly.

-Claro…, claro. -Colocó la uñita cuidadosamente a un lado del plato. La miró, como ausente. Sheila había dicho: "No te quedarás con Polly". Y ahora: "Yo se dónde está…, es una receta secreta…, saca la basura, pero no abras la bolsa o te marearás…". Sus ojos brillaban demasiado. Se reía demasiado. En el fondo siempre había odiado el cariño que sentía por Polly. Nunca hasta entonces había dejado de cenar. Su cabello era castaño oscuro y sus uñas, largas y rojas, llevaban días sin cortar. El viento gemía entre los árboles. Y era raro, había dicho Mrs. Steele. ¿Y por qué no volvía Polly a casa? ¿Y por qué había sentido frío toda la noche y ahora se encontraba mareado, y la mano le temblaba descontroladamente, y su cuerpo empezaba también a temblar en un horrible espasmo que no cedía?

-¿Pollo? -preguntó Mrs. Brevoort.

-No, no es pollo.

-¿Ternera? -sugirió Mr. Brevoort.

-No.

-¿Cordero?

-No.

-¿Cerdo?

-No. -Sheila seguía sonriendo-. ¿Lo adivinas tú, Simón? ¿Lo miraste? Apuesto a que miraste cuando fuiste a dejar la basura. Simón… Simón.

Simón dio un chillido. Se levantó y volvió a chillar una y otra vez. Corrió a la puerta y gritó en la noche y en el viento.

-¡Polly…! ¡Polly!

Cruzó corriendo la casa y salió por la puerta de la cocina, jardín abajo hasta el depósito de basura. Levantó la tapa, metió la mano, volvió a sacarla y dejó caer la tapa con estruendo. Vomitó violentamente, y se apoyó, estremecido, contra el porche mientras las hojas se arremolinaban a su alrededor.

 

FIN

 


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