No sirve a mis propósitos llamarte en lenguas, la palabra
antigua; primera de todas, la de los verdaderos nombres. Evoco lo que conoces,
me aproximo enunciando lo familiar para ti, lo observado. Tu especie olvidó
esta lengua, la que hablo-pienso incesante con mis hermanos-yo-tres, la que es
verdad y crea, la palabra que existe y puede ser palpada al pronunciarse más
allá del sonido y sus ecos. Y así, con todo, en tus sueños soy lenguas. En tu
mundo de dos soy tres, soy el tal vez entre tu sí y no, cuando eres estrella de
cinco extremidades yo soy siete inconsistencias virtuosas. Más que día-noche,
soy la curva del horizonte cuando explota-nace lo que se pierde en el borde
tras la montaña de tu sabiduría. Escuchas en sueños, me pones detrás de rostros
familiares. En sueños entiendes profundo-real aquello que no vislumbras en la
ceguera de ojos abiertos. Olvidarás esto en cuanto el día consuma sus rutinas;
una visión que escapa de tu puño como agua-sangre. Sin que lo sepas,
permaneció-estará siempre abajo de tu lengua, incapaz de articular-construir un
objeto. Pero lo sabrás, así podrás perdonarme el día que me veas llegar. No
tendré nada que conozcas y así te resultaré familiar como lo que siempre se
supo. Soy uno-tres, mis hermanos te abandonaron. Ahora yo estoy a cargo de tu
mundo. Los nombres que a mis hermanos-yo les ha dado tu gente son de por sí
complicados: Esperanza, Fe. Y, en ningún concepto de su lengua ni el mayor de
sus sabios los ha comprendido, han estado cerca en gloriosos momentos. A mí,
parte de los tres, es a quien menos comprenden.
Usan mi nombre al alimentar al pordiosero. Me invocan en
innobles templos para salvar a los desprotegidos. Soy el conducto para que se
crean salvados los que tienen el oro y donan el bronce. Se intercambian órganos
y mezclan su sangre honorándome. Eso no soy yo. Nada tengo que ver con la
bondad, nada con la maldad. Mi nombre no los hace mejores ni peores, porque
ustedes no pueden ser yo, no pueden hacer mis trabajos. Estoy en la Tierra
antes que cualquiera de ustedes, humanos, lo más amado-odiado. Le regalé a las
presas algo en el cerebro que anula el dolor cuando son devoradas. Extirpé de
las plantas -primer alimento- las sensaciones. De mí viene el placer en el
apareamiento por sobre el instinto y la tristeza tras alumbrar otro ser que
sólo se cura cuidando al recién nacido. Hay una diferencia con ustedes, pues no
son presas; ustedes son depredadores, todos, los amados-odiados. Mi nombre es
Cáritas, «La Caridad», y nada cercano soy del amor, ni de lo que llaman Dios.
Somos uno-tres, mis hermanos-yo. Sólo estamos nosotros. Somos el ojo en un
triángulo, somos Brahma-Vishnú-Shiva, somos Luna creciente-llena-menguante,
somos todas las trinidades. Nos unen ustedes, buscan grandeza en la suma. Nada
es lo que hay.
Te hablo en lenguas, desde dentro de ti misma, nunca he
estado afuera. Habitamos el interior de todo; uno de mis hermanos los invitaba
a continuar, el otro les daba motivos. A veces yo doy consuelo, cambio el dolor
por olvido.
Mi casa se parece a lo que conoces como un museo. Es
infinita y me da sustento. Mi alimento son retratos de miradas inocentes. La
casas de mis hermanos están en ruinas, ustedes las han derrumbado. Han dejado
de conocerlos y ahora también me están olvidando. Usan falsamente nuestros
nombres para justificar sus acciones, para agradar a algo en lo que quieren
creer y siempre ha sido Nada. Añoran y desean la Nada y la llaman Dios. Algo de
verdad hay velada entre ritos infantiles y ensoñaciones mágicas en la Nada: Paz
Absoluta.
Te hablo hoy que miro un retrato tuyo, de tu pasado, de mi
presente. El tiempo siempre es presente para mí, siempre es pasado para
Esperanza, siempre es futuro para Fe.
He visto en la persistencia del presente el momento en que
perdiste la inocencia. Ese es mi alimento. Un museo-galería, donde los miro a
todos en el instante que conocieron el dolor. A veces los dejo, cuando el
alimento no es suficiente, a veces les regalo deseos vagos, a veces puedo
hacerles olvidar, les borro la mente, les regalo hechos ficticios para
enmascarar la brutalidad de dolores tan grandes. La locura, el olvido, la
pérdida de memoria. El lento y oscuro pensamiento senil para los que no pueden
resistir recordar que antes todo era mejor. Los bloqueos mentales para los
niños abusados.
Ustedes se empeñan en curarlo todo, en devolver el horror y
el sufrimiento. ¿Es más sano para el niño saber que fue ultrajado que suponer
un acontecimiento mágico? Esa lógica usan ustedes y por eso, están matando a
mis hermanos.
He cambiado, no puedo ya cuidarlos, ustedes han crecido.
Pero para mí todo es presente, ningún acontecimiento ya ha sucedido; está
sucediendo.
Encontré la imagen del día en que supiste del dolor.
Encontré los espacios donde a falta de inocencia te regalé olvido. Encontré un
retrato del día en que te hicieron recordar.
He decidido llevarte hoy, en tu sueño, mientras duermes
siendo una niña; recordarás, en lo profundo, haber vivido mucho más y haré que
en ese recuerdo olvides cuándo te robaron eso, que tanto añoras. He visto tu
vida en un instante y es mi naturaleza obtener alimento. Te hablo en sueños,
para que puedas perdonarme, lo que me nutre es el sufrimiento. He de
alimentarme, he de quitarte el dolor, y eso, implica regalarte la Nada.
Este cambio en mí aunque me da sustento, me lo da impuro. Me
transformaré, he dejado ya de ser Caridad. Procesar así el dolor me causa una
enfermedad; añoro el pasado que nunca he vivido, añoro el futuro que nunca
tendré, deseo la Nada, que a mis hermanos y a mí, está negada hasta el día en
que todo el Universo se canse. Mis hermanos se han convertido en Soledad y
Desesperación. Estoy enfermando, y es algo que entendí hasta que decidí
hablarte en sueños; me abraza en la oscuridad, mi nuevo nombre, esta maldición
sublime que ustedes llaman Melancolía.
FIN
Mauricio Absalón escribe Ciencia Ficción y Terror, aunque le
gusta escribir de todo en realidad y que el género sea un recurso, no tema. Ha
publicado en las revistas electrónicas Axxon y Forjadores y en tres antologías
impresas de cuentos junto con otros autores.
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