*
Marzo, 15: Me invade un irreprimible
sentimiento de angustia. Las especies animales se defienden como pueden del
avance de la hiedra, pero, he aquí que descubro un gato flotando en las aguas
de mi aljibe; su blanca piel de muselina ha sido engullida por la increíble
voracidad de aquella cosa. ¿Retornará al mundo mineral?
La gente sigue acudiendo a sus trabajos
(los periodistas a los
sucesos, los dramaturgos a los escenarios)
satisfecha con el fervoroso llamado a la actividad propalado por la radio; no
entiendo el irreversible curso de los acontecimientos y acompaño con aplausos y
mucho optimismo el tranquilo panorama de la ciudad todavía en pie.
Si los empujones de la hiedra me llevan a
saltar dos líneas o a escribir al margen de este diario, solamente yo lo sé, y
espero vivir para contárselo a un amigo prudente.
*
Marzo, 16: Porque yo no estoy loca. Tengo
una réplica muy poderosa para hacer callar las razones de quien pretenda
hacerme creer que confundo la realidad con las novelas y películas de terror.
Me encuentro saludable y hermosa. No tengo más hábitos ni costumbres que
cualquiera de las mujeres que van a los mercados a olfatear las frutas y las
verduras.
Y sé tanto como aquella robusta dama que
después de demorar largo rato a la fila de compradores, se dispone a pagar el
precio exacto de seis cebollas engarzadas. *
Abril, 30: La consulta con el Dr. Alonso
resultó sumamente provechosa. Haciendo un esfuerzo para no discutir con la
enfermera que intentaba reírse de los soplidos que yo lanzaba a las hojillas de
hiedra que perturbaban mi visión, él me habló sobre aquellas cosas de la vida,
el amor y la muerte que dirigen el destino de los desprevenidos. Permito que me
contradiga hasta donde yo puedo adelantar el engaño que, sutilmente, le voy
tejiendo en cada tramo de la conversación. A veces hablamos al mismo tiempo y
terminamos riendo alegremente hasta que suena el teléfono, y adiós, la cita se
acabó por el momento, hasta luego o hasta siempre. Le prometo regresar siempre
que la hiedra me permita hacerlo. Ambos sospechamos que sus honorarios son muy
elevados, pero el temor de avergonzarnos mutuamente nos impide abordar el tema
con la dulzura necesaria. A veces... (el resto es harto confuso).
*
No puedo evitar sentir piedad por las
parejas de enamorados que preparan sus bodas con gran entusiasmo, y además
hacen cálculos sobre el sexo de los hijos que vendrán..., como si no supieran
que la hiedra no les dejará llevar a cabo tan siquiera uno de sus propósitos.
¿Venganza? Qué fiasco tremendo para los novios, sentir su virilidad
empequeñecida dentro del propio apelotonamiento de la hiedra.
La muchedumbre cree sentirse estrujada por
los turistas, en la calle, sin ver ni entender que hay todo un bloqueo obrando
sobre sus miembros y pensamientos. Este sistema parecido al de la fuerza de
luna sobre el mar, busca llevarse el corazón abierto de la gente. Y de todo
cuanto gira y revolotea a su alrededor.
*
Julio, 15: Ha ocurrido lo inevitable: la
hiedra se apiñó con fuerza destructora sobre la reserva viviente: hombre,
arbusto y animal. Creo que solamente seguimos con vida el Dr. Alonso, la
enfermera y yo. Para una complacencia que no he buscado pero que se me da, al
fin de cuentas. *
Observo el rostro de mi enfermera invadida
por la hiedra. Ella pasa un húmedo pañuelo por sus voluminosos libros de
psiquiatría actualizada apilados en los estantes de madera; a veces tantas con
la voz deformada por las corrientes de aire que sacuden las hojillas de su
rostro. Quiere hablarme, pero apenas escapa de su boca un aturdido cloqueo de
gallina. Yo me río. Es tan divertido observar cómo ella toda se transforma,
ahora, en hiedra, abundante hiedra, y el doctor pasa a su lado con la
indolencia aparente de los que tienen mucha prisa, y finge no ver nada. Clarisa
(así se llama la enfermera) indica que dé dos golpes de puño a la puerta del
consultorio y pase adentro. Pero Clarisa debería percatarse de que ya estoy
libre (la hiedra dejó mi cuerpo para pasar al suyo). ¿No resulta evidente que
estoy sana?
FIN
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