¿Le ha ocurrido alguna vez despertar de
repente y encontrarse parado en la baranda de un puente gigantesco o en la
cornisa de algún edificio de cien pisos, oscilando ante el espacio,
preguntándose qué es lo que lo tiene allí listo para saltar? ¿Y en respuesta no
recibe una descarga cerrada de razones que lo acosan: la guerra aquí, el odio
allá y la destrucción mutua al otro lado de la calle, y lo único que importa es
el maldito dinero, y todos los prados están convertidos en basurales, y los
ríos son pura escoria, y a nadie le interesa que triunfe la justicia en vez de
la injusticia o el bien en vez del mal, o la amabilidad en vez de la ira, y es
muy posible que haya un error en alguna parte y éste no sea el mundo en el que
le correspondía nacer ni éste el planeta que usted solicitó y que la única
manera de cambiarlo es saltar de algún sitio elevado con el deseo de que el
suelo sea el umbral de otra vida mejor, estimulante y con alegría, en la que
exista la posibilidad de realizar algo que valga la pena?
Bueno, espere un segundo antes de saltar
porque tengo que contarle una historia. Se trata de una pareja que está tan
loca como dos personas sanas en un manicomio, y que a lo mejor son amigos
suyos. Ellos decidieron que en vez de saltar iban a coger el mundo, darle un
par de golpes y hacerlo girar como ellos querían.
El hombre se llama James Kramer y es
piloto. Ella es Eleanor Frieda, directora de una editorial. Lo que le hicieron
al mundo fue formar una línea aérea.
Se fundó East Island Airways porque Jim
Kramer vio un Cessna T-50 Bamboa Bombee 1941, bimotor, que se deterioraba en un
aeropuerto y quiso rescatarlo, quiso salvarlo.
Se fundó East Island Airways porque
Eleanor Frieda necesitaba una manera de llegar desde Nueva York a su casa de la
playa en Long Island, que no le significara morir literalmente sofocada después
de cuatro horas de viajar entre los parachoques de dos vehículos en medio del
calor del verano.
Se fundó East Island Airways porque la
señora Frieda conoció al señor Kramer cuando ella aprendió a volar y porque al
poco tiempo él entró corriendo en la casa de ella gritando que había encontrado
un Bombee que había que salvar y que si ella ponía una mitad del dinero él
pondría la otra y que podrían hacer algo con él para recuperar lo invertido,
pero por favor apaga la cocina y ven a ver el avión y dime si no es la cosa más
bonita que has visto y quizás no hagamos mucho dinero pero debe de haber muchas
otras personas que también detesten el tráfico y con lo que ganemos con los
billetes por lo menos habrá suficiente para los gastos y ¡podremos salvar el
Bombee!
Así fue cómo Eleanor Frieda vio el viejo
y enorme bimotor esperando allí bajo el sol y pensó que era hermoso y le gustó
tanto como a Jim Kramer, por su majestuosidad, su encanto y su estilo. Tenía
todas esas cosas y costaba siete mil dólares, cuando había otros que se vendían
por cuatro o cinco mil. Pero los otros no necesitaban ser rescatados de dueños
que no los amaban y siete mil dólares entre dos eran tres mil quinientos por
cada uno. Allí y en ese momento nació East Island Airways.
Ya existían taxis aéreos que volaban
entre el aeropuerto de La Guardia y East Hampton, Long Island. Pero, ¿y qué?
Los taxis eran aviones modernos y cada
compañía tenía varios. Vaya, vaya.
El Bombee tendría que ser revisado
completamente y probablemente reconstruido, y eso sería caro, eso podría agotar
gran parte de los ahorros de sus vidas. Interesante.
Les exigirían una serie de papeles y
habría que trabajar para formar la compañía, cumplir los requisitos para
obtener los certificados de explotación, calcular y hacer seguros. En efecto.
Las estadísticas indican, la lógica
señala, el sentido común dice, sin una sombra de duda, que difícilmente habría
un céntimo de ganancia y probablemente más de algún dólar de pérdida. Notable.
El señor Kramer era el presidente y el
piloto jefe.
La señora Frieda era la directora del
consejo, secretaria y tesorera.
Pues bien, a este mundo en que vivimos,
que de vez en cuando nos empuja hacia las barandas de los puentes, no le gustó
especialmente este suceso. Tampoco le disgustó, pero reaccionó en la forma fría
y despreocupada que generalmente acostumbra, y comenzó a apretar los tornillos
a East Island Airways con una cierta ciega curiosidad para ver cuándo iba a
reventar.
-El avión fue lo que menos nos costó
-dice la señora Frieda-, casi nada. Le mostraré los libros si quiere verlos. Yo
no los escondo.
Kramer trabajó cinco meses en el avión,
con una compañía de reparaciones de Long Island. Recubrió el fuselaje, instaló
radios, quitó el forro interior e instaló uno nuevo.
-¿Conoce la expresión: “Guarde su dinero
si ya ha hecho una mala inversión”? -dice-. Pues bien, nosotros tenemos otra
parecida: “Gaste su dinero si ya ha hecho una mala inversión”. Habíamos
planeado invertir algún dinero para dejar al Bombee en condiciones, pero cuando
recibimos la cuenta, decía ¡nueve mil dólares! 9.300 dólares. No podíamos
creerlo. A veces nos sentábamos en una mesa estupefactos, preguntándonos… sabe…
hum… -Su voz se silenció poco a poco pensando en todo eso; la directora del
consejo continúa:
-Todo el mundo, todo el mundo nos
advirtió que no teníamos suficiente capital y que contar con un solo avión era
un desastre para cualquier línea aérea y que eso no daría resultado. Agregaban
que podían probarlo. Claro que no era necesario; nosotros ya lo sabíamos. Pero
ninguno de los dos nos estábamos ganando la vida con el avión y eso ya era
algo. Y si hubiésemos estado utilizando dinero que necesitábamos para pagar
nuestras cuentas o algo así… eh… bueno, de hecho estábamos metiendo dinero que
necesitábamos para pagar cuentas… pero las cuentas esperaban y de algún modo no
nos morimos de hambre.
Cuando finalmente el Bombee estuvo listo
para volar, con las letras EIA escritas tranquilamente sobre el timón de
dirección, había costado a los socios 16.500 dólares. Entre dos eran sólo 8.250
cada uno. Pero no se había perdido el dinero ni habían desaparecido los
ahorros. ¡East Island Airways tenía un avión!
Un avión salón que hace el servicio a los
Hampton,
pero sólo para algunos.
Le invitamos a hacerse socio de
EAST ISLAND AIR WA YS
East Island Airways es un hermoso y
amplio Cessna bimotor forrado en cuero. No es nuevo ni demasiado esplendoroso.
Pero totalmente aprobado por
La cuota de socio era de cien dólares y
el billete costaba quince dólares por viaje, un recorrido de
No dio resultado. Nadie ingresó. El mundo
ejercía curiosamente su presión, atento para escuchar los crujidos.
-Estoy seguro de que muchas de las amigas
de Eleanor esperaban viajar en el avión de forma gratuita. Creo que cuando la
gente recibe un anuncio se imagina que la organización tiene mucho dinero, y
después de todo, ¿Qué es un pasajero más? Al comienzo no nos importaba, sólo
queríamos hacerles saber que existíamos.
No se escuchaban crujidos y eso le
pareció extraño a un mundo competitivo que se destruye mutuamente. No son
muchas las líneas aéreas que llevan pasajeros en forma gratuita sólo para que
se enteren de que existe.
-Las cosas anduvieron muy despacio hasta
el 4 de julio, y luego de pronto comenzamos a transportar muchos pasajeros. La
gente nos llamaba y alquilábamos el avión. En realidad eso funcionó muy bien
porque nos habíamos hecho de muchos amigos al comienzo y conseguíamos tener
unos tres o cuatro días muy ocupados en la semana. Hicimos vuelos a New England
y Maine y muchas otras partes. Estuvimos bastante atareados.
Curioso. Este mundo de ojos de acero,
práctico y exigente, había hecho presión y la única reacción sonaba
extrañamente como si el mundo crujiera un poco.
-La gente estaba siempre esperando que se
estrellara y querían que no funcionara. No puede ser, es demasiado viejo,
decían, pero era, y seguía volando y después de un tiempo ya no sabían qué
pensar. Estaban desconcertados. Se preguntaban si después de todo las cosas
viejas no serán mejores que las nuevas.
-Un avión de madera no se fatiga. Tendrán
dificultades con Beches bimotores, tendrán dificultades con los 310 y todos
terminarán en un montón de chatarra a causa de los problemas que origina el
metal, y dentro de veinte años cuando el tipo les diga: “Le va a costar cien
mil dólares arreglar su avión”, habrá un Bombee junto a él y casi con una
risita contenida dirá: ¿No le gustaría haber tenido largueros de madera?
-Conseguíamos hacer suficiente dinero. La
gente solía decirnos: “Vaya, es fabuloso, ustedes deben estar ganando
millones”. Y yo respondía: “Claro, claro”, porque en realidad no podía ponerme
a explicarle a la gente que de hecho no estábamos haciendo mucho dinero. No lo
habrían entendido.
-Era el tipo de cosa en la que uno
empieza a derrotar al sistema. Todas las compañías trataban de proporcionar a
sus pasajeros aviones rápidos, con una tremenda capacidad, y todo lo que ellos
recibían eran apretones y encontronazos, el equipaje en las narices y ese tipo
de cosas. A nadie más se le ocurriría trabajar con un avión tan viejo y nadie
pensó que duraría más de una semana.
-Después de un tiempo ya lo conocían en
La Guardia. Al comienzo no lograban descubrir qué era. Siempre me decían: Repita
por favor, ¿Qué tipo de aeroplano? Si estábamos haciendo una aproximación por
instrumentos, descendiendo hacia el localizador a noventa nudos, solían
decirme: “¿Qué hace un Cessna bimotor a tan poca velocidad? ¡Puede ir mucho más
rápido!”. Y yo contestaba: “Bueno, podría, pero si lo hago no lograré bajar las
ruedas”. No se podían imaginar que se trataba de un Cessna antiguo, no… ellos creían
que era un viejo Cessna 310. “No -corregía yo-, es un Cessna más antiguo”, y
ellos exclamaban: “¡Ah, uno de ésos!”.
-¿Te acuerdas, Jimmy -preguntó la
directora del consejo-, cuando estábamos aterrizando y la torre nos preguntó:
“Cessna en aproximación final, es ése un aeroplano de alas metálicas?” Y tú
contestaste: “Negativo. Alas de tela”. Y el tipo exclamó: “¡Vaya, ésas sí que
brillan!”
-Sí, a veces hablábamos con un
controlador y nos decía: Oigan, yo tuve un tío que voló en uno de esos durante
la guerra, y luego agregaba: Vaya, vaya… y en ese momento interrumpía Untad para preguntar a qué hora podía despegar y el tipo volvía violentamente a la
realidad.
Pero el dinero, el dinero es el martillo
más poderoso que tiene el mundo para destruir una compañía. Uno tiene que
someterse, uno tiene que ser duro y un poco cruel si quiere competir, y muy
cruel y duro si quiere llegar a la cumbre. East Island Airways decidió no ser
ni lo uno ni lo otro. El primer verano la compañía ganó 2.148 dólares en la
venta de pasajes y pagó 6.529 en gastos de operación. Perdió entonces 4.381
dólares.
Esto es un desastre y un motivo de
desesperación sólo si el propósito principal de la compañía es hacer dinero.
Pero todo el mundo exterior, todos esos postulados del mundo de los negocios
tuvieron que rechinar los dientes, impotentes; porque East Island Airways no
opera según los términos del mundo, funciona según sus propios términos.
-Hablé con Maury, mi abogado, acerca de
eso -cuenta la señora Frieda-. Él me dijo: “Esta inversión es una locura y
espero que no te metas en ella para obtener ganancias”. Luego agregó: “Mira, tú
no gastas dinero en clubs nocturnos, pero tú sabes, todo el mundo necesita algo
que lo exprese, y si es un aeroplano, muy bien. Tu situación te permite gastar
cierta cantidad en divertirte, y si esto es lo que tú quieres, entonces
adelante. Tienes mi bendición y toda mi envidia”. -En su rostro se dibuja una
sonrisa perfecta, tranquila, que desafía al mundo-. Las ganancias no fueron
nunca el motivo, gracias a Dios, pero sí, quería disfrutar, y en eso ha sido un
gran éxito. Realmente me encanta ese Bombee.
Disfrutar. Cuando el primer motivo es
disfrutar y el dinero es el segundo o el tercero, es bastante difícil que el
mundo pueda derrotarte. Cuando la destrucción a través del dinero no dio ningún
resultado, el mundo echó mano de los problemas operacionales: el clima, el
mantenimiento, los retrasos.
-Recuerdo una vez que estaba retrasado
-dijo Kramer-. Había habido una tormenta y el aeropuerto La Guardia estaba a
punto de cerrar, y todos los demás suspendieron los vuelos de los taxis por esa
noche. Me encontraba en República Field, en Long Island, y Eleanor y los
pasajeros me esperaban en . Yo llamaba al aeropuerto cada hora e
intentaba convencer al controlador de que me dijera que no habría una hora de
retraso para aterrizar en La Guardia. Durante la espera sólo me había comido una
galleta. Finalmente conseguí aterrizar en
-De vez en cuando me daba una mirada
malévola -continuó la señora Frieda-, pero yo sabía cuáles eran en serio.
Soportaba el ruido y las tonterías en la cabina de atrás siempre que no
interfirieran con el vuelo. Pero si un pasajero se descuidaba con un cigarrillo,
bueno, le hacíamos una advertencia y terminábamos con el regocijo.
En cierto modo, el mundo duro y extraño
ganó finalmente. Cuando los seguros para los taxis aéreos se duplicaron de mil
quinientos dólares por un verano a tres mil, resultó demasiado. Pero los socios
no parecen en absoluto derrotados.
-Creo que este verano no operaré el
Bombee en el traslado de pasajeros -dijo Kramer-. Quizás tenga que buscar
trabajo en otra parte. Pero de vez en cuando llegaré volando a La Guardia
produciendo ese ruido que es como un gruñido cuando rueda por la pista y que
los muchachos de los hangares reconocen de inmediato. Cuando llego de noche se
me acercan y me dicen cosas como: “¡Caramba, sabe, hay unas llamas que salen de
los tubos de escape!” Y ese ruido… rugiendo y todo y
dicen: “¡Vaya, qué bien!” Y parece que hace feliz a todo el mundo dondequiera
que vaya.
“¿Y el futuro? Creo que no le haría
ningún mal a
Uno tiene la extraña sensación de que, de
algún modo, Kramer va a hacer lo que dice, aunque la línea aérea no gane un
centavo con el vuelo e incluso pueda perderlo.
Pero ésa es la historia de
Y ese ruido que oye usted en la noche y
que es como un gruñido es el Bamboa Bombee, de treinta años, que se dirige por
la pista a despegar hacia nuevas aventuras, lanzando llamas azules por los
tubos de escape, sofocando una risa, y sin importarle especialmente si el mundo
está de acuerdo o no.
FIN
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