Halicarnaso, aproximadamente
350 antes de Cristo.
La tumba del rey Mausolo y de
su hermana Artemisia fue una de las más lujosas del mundo. Tenía unos
Cuando Alejandro Magno
conquistó la ciudad, hizo derribar el mausoleo. En el siglo XIV, los caballeros
de San Juan terminaron de demolerlo y utilizaron sus materiales para el
castillo de San Pedro de Halicarnaso.
Removieron la base de mármol,
y quedó al descubierto una sala subterránea. Desde ahí partía un estrecho
pasillo que llegaba hasta una cripta, donde se encontró el sarcófago de los
reyes. Esa misma noche, unos ladrones vaciaron la tumba.
Solo quedan unos pocos restos
de esa obra formidable. Pero el nombre de esta maravilla se volvió inmortal:
hoy, a todo monumento funerario de características imponentes se lo llama
“mausoleo”.
Hace muchos siglos, en el
reino de Caria, había una ciudad feliz llamada Halicarnaso. Allí vivían
Mausolo, el rey de los carios, y su hermana Artemisia. Ellos eran muy unidos y
querían seguir siempre juntos. Incluso después de la muerte.
Como estaba tan preocupado con
la idea de no separarse nunca de Artemisia, Mausolo encargó la construcción de
un monumento para que los enterraran juntos cuando hubieran muerto. Su proyecto
tomaba como ejemplo las pirámides de Egipto; es decir: el monumento tenía que
ser, al mismo tiempo, una tumba y una obra de arte.
A su pedido, los arquitectos
edificaron un cuadrado de piedra de
En la cima, se colocó una
escultura que representaba al rey y a su hermana viajando en un carro de oro.
Los mejores artistas de la
época fueron convocados para tallar dibujos sobre las columnas. Y toda la
superficie fue decorada con estatuas de mármol que mostraban imágenes de
parientes del rey, de guerreros y de animales majestuosos.
Pero lo más increíble de este
monumento estaba oculto a la vista de la gente. Debajo del piso, Mausolo mandó
instalar un magnífico sarcófago blanco, donde debían ser colocados los cuerpos
de él y de ella. Así, todo quedó perfectamente listo para cuando ellos dos
murieran.…
Con el correr de los años, la
preocupación de Mausolo por su seguridad y por la de su pueblo creció de una
manera desmedida. Y la ciudad de Halicarnaso, que alguna vez había sido una de
las más felices, se convirtió en una de las más tristes.
Para proteger a los habitantes
del reino, Mausolo dispuso que todos se mudaran a las cercanías del palacio y
luego mandó levantar una muralla, con muchas torres de vigilancia, que los
aisló para siempre del mundo exterior.
La gente había quedado
encerrada. Y, desde entonces, el reino se volvió cada vez más sombrío. Nadie
tenía ganas de hacer nada. Se hartaban de ver continuamente las mismas caras
aburridas.
Y así fue como, un buen día,
los habitantes de Halicarnaso empezaron a odiar a su rey.
Pero Mausolo no cambió. Al
contrario, al ver que sus súbditos ya no lo amaban, se volvió todavía más
celoso de sus pertenencias. Cuidaba sus riquezas como un maniático. Por
ejemplo, no permitía que la gente admirara las joyas de su hermana. Y, si
alguien se atrevía a tocarlas, instantáneamente era condenado a muerte. Por
precaución, ella decidió no ponérselas para ir a las ceremonias ni para andar
paseando fuera del palacio.
De todos modos, Artemisia
salía cada vez menos. Le parecía peligroso. Por un lado, porque Mausolo la
convenció de que había muchos bárbaros sueltos que querían asaltarlos. Y por
otro, porque los habitantes de la ciudad, que ya no soportaban que Mausolo los
tuviera aprisionados y apretujados, podían organizar un disturbio en cualquier
momento.
Al final, los reyes dejaron de
tener contacto con la gente de Halicarnaso. Y entre esa gente, que ya nunca
veía a sus gobernantes, empezaron a correr rumores. Algunos decían que los
reyes se habían transformado en unos monstruos horribles.…
Muchos siglos después, tres
ladrones se disponían a robar el sepulcro más grande del mundo: el mausoleo de
Halicarnaso. Les habían informado que, en un lugar subterráneo de ese edificio,
se encontraban enterrados el rey Mausolo y su hermana. Y con ellos, todas sus
riquezas. Un tesoro incalculable.
Mustafá, Alí y Tahar se
reunieron en una taberna. Después de haber comido y bebido con gusto, caminaron
hasta el mausoleo. Rompieron el piso de mármol y excavaron durante casi una
hora. Por fin hallaron un pasadizo que descendía. Se deslizaron por él, agachando
la cabeza para no golpearse. Parecía que ese túnel no se terminaba nunca. Ya
estaban a punto de volverse, arrepentidos, cuando divisaron la sala del
sarcófago.
A la luz de las antorchas,
descubrieron riquezas que habrían dejado boquiabierto a un multimillonario.
Tahar, el más joven de los
tres, comenzó a meter en su bolso todas las joyas que tenía a mano: anillos,
pulseras, collares, gargantillas, diademas, aros, prendedores de oro y piedras
preciosas.
En eso estaba Tahar, muy
concentrado, cuando observó que el yeso de la pared empezaba a caerse a
pedazos. Vio cómo se formaba una pequeña abertura negra. Y luego sintió que lo
envolvía un viento helado.
Las antorchas se apagaron. El
lugar se inundó de un olor insoportable.
En la penumbra, Tahar vio dos
siluetas silenciosas que avanzaban penosamente hacia él. De repente, cambiaron
de dirección y se abalanzaron sobre Mustafá y Alí. Tahar escuchó el ruido que
hace la carne cuando es triturada por los dientes de una fiera. ¡Estaban
despedazando a sus amigos y él no podía hacer nada! Le parecía que las piernas
se le habían vuelto de algodón…
Tahar miró con desesperación a
los dos asesinos. Tenían cabeza de lobo y cabellera de serpientes. Los vio
beber la sangre de sus compañeros lentamente, a pequeños sorbos, como si
estuvieran saboreando un vino. Cuando terminaron con ese festín, los monstruos
desplegaron unas alas de murciélago peludo y salieron volando…
Tahar escapó de allí lanzando
alaridos. Apenas pudo abandonar el túnel, inspiró profundamente y se desmayó.
Se despertó con la salida del
sol. Estaba tirado en la calle, sucio y tembloroso. Se incorporó y, lo más
rápido que pudo, caminó hasta su casa. Necesitaba relatarle a su esposa lo que
había ocurrido la noche anterior. No podía creer que aún estuviera vivo para
contarlo.
Ella abrió la puerta y se dio
cuenta de que pasaba algo malo. Nunca lo había visto tan pálido y abatido.
Tahar se sentó junto a
Magdalena y le contó con lujo de detalles lo que había presenciado. Ella trató
de disimular el miedo y le acarició la espalda para reconfortarlo. Entonces, un
poco más tranquilo, Tahar se puso a reflexionar, y recordó…
La leyenda decía que Mausolo
tuvo un carácter muy amargo. Que toda señal de alegría le resultaba sospechosa.
Que no quería a nadie, salvo a su hermana. Que las virtudes más sencillas le
faltaban. Que no había en su corazón ni una sola pizca de gratitud. Que
convirtió a la ciudad en una especie de cárcel gigantesca, ahogando al pueblo
con su absurda muralla. Que había estado dispuesto a emplear cualquier recurso
con tal de defender su fortuna.
Después de darles mil vueltas
a estas cosas, Tahar llegó a una conclusión. Una explicación posible para lo
ocurrido era que Mausolo y su hermana se hubiesen convertido en dos monstruosos
vampiros…
En ese momento escuchó que
Magdalena lo llamaba para almorzar. Se sentaron a la mesa y empezaron a comer.
Pero enseguida sintieron que golpeaban la puerta.
Magdalena fue a abrir y
regresó a la mesa con una cara tensa. Detrás de ella venían Mustafá y Alí, los
amigos de su esposo. Parecían de lo más divertidos. Se acercaron a Tahar y lo
abrazaron.
-La próxima vez que te
ofrezcamos vino, deberías rechazarlo -le dijeron a dúo.
-¡Qué susto te dimos anoche! -exclamó
Alí, llorando de risa.
-Sí -comentó Mustafá-. Estabas
tan borracho que te lo creíste…
Si bien, habitualmente, Tahar
tenía buen humor, no le gustaban para nada las bromas pesadas. Además, a él
jamás se le hubiera ocurrido jugar con la muerte: no le encontraba ninguna
gracia.
Para colmo, cuando Magdalena
se enteró de que él se había emborrachado la noche anterior, se enojó y le
prohibió que le dirigiera la palabra. Ya le había advertido mil veces que no
bebiera cuando salía a robar…
Los compañeros, recuperados
del ataque de risa, seguían comentando la broma:
-Podemos prestarte los
disfraces…
-Y las pelucas con serpientes
de tela…
-¿Cómo pudiste creerlo?
Tahar no soportaba más. Tomó
un cuchillo de la mesa, lo alzó en actitud amenazante y les gritó a sus
compañeros que se fueran de la casa. Ellos trataban de mantener la seriedad,
pero no podían evitar tentarse y se volvían a reír. Como si supieran que su amigo
Tahar pronto los iba a perdonar.
-Nos encontramos mañana en mi
casa, para repartir el botín -dijo Alí.
-Amigo, esta vez sí que nos
hicimos ricos… -completó Mustafá.
Y se marcharon.…
Tahar soltó el cuchillo, se
sentó y se cruzó de brazos. Jamás en su vida se había sentido tan ridículo. Sin
embargo, no terminaba de creer que la muerte de sus compañeros hubiera sido un
chiste de mal gusto.
Su esposa lo sacó de su
ensimismamiento.
-No te olvides de ir mañana a
buscar tu parte del botín -le advirtió.
Entonces, él se acordó de que
había guardado en su bolso una buena cantidad de joyas. Se levantó corriendo y
fue a buscarlo mientras le decía a su mujer:
-Te traje de regalo las joyas
de la reina Artemisia.
Magdalena vio a Tahar con el
bolso y contuvo la respiración. Estaba emocionada.
Sin embargo, cuando el bolso
se abrió, después de un largo forcejeo, vieron que en su interior no había más
que tierra y cascotes.
Tahar se puso pálido de
pronto. Sabía que sus compañeros no habían tocado el bolso en ningún momento.
Magdalena, sospechando lo que
ocurría, le preguntó:
-¿Estás seguro de que esos dos
hombres que vinieron recién eran tus amigos?
-Nunca se sabe… -respondió él
con un tono preocupado-. A veces las bromas de los muertos son más inteligentes
que las de los vivos…
FIN
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