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23 de febrero de 2024

SOMBRAS EN LA NOCHE {Relatos}

 




                      -Esta fue la noche más larga de mi vida.-

Margot no estaba prestando suficiente atención para determinar cuál de sus compañeros de trabajo había hecho la declaración. Y estaba demasiado absorta estirando su dolorida columna como para ofrecer más que un murmullo en concordancia a cambio. Su espalda lanzó algunos audibles crujidos mientras salían del restaurante.

La temporada de apareamiento de un pájaro raro del que no le interesaba demasiado el nombre finalmente había llegado a su fin. Esta noche había sido la última oportunidad para los ávidos observadores de aves que habían invadido su aislado complejo durante el último mes. Y todos ellos habían irrumpido en el restaurante en cantidades abrumadoras. Había convertido la noche en una prueba de resistencia. Se quedaron mucho más tiempo que cualquier persona sensata, dado que les tomó una hora salir de la montaña. Pero, por fin, se habían dirigido a los autobuses, dejando un horrible desastre a su paso. Encargarse de todo eso los había retrasado mucho más allá de la hora normaNo estando dispuestos a perturbar la naturaleza pura que rodeaba el albergue ecológico, los edificios de alojamiento del personal habían sido construidos en pequeños grupos fáciles de ocultar. Su cansado grupo fue disminuyendo rápidamente mientras caminaban frente a las oscuras cabañas. La noche húmeda los envolvió al instante. A pesar de ello, Margot sintió un escalofrío que le recorrió la espalda. Su mirada fue atraída hacia las sombras que permanecían entre los edificios. Las examinó incluso sin saber lo que estaba buscando. Parecían revolverse y girar mientras, uno por uno, los demás se alejaban en direcciones separadas.

-Está tan tranquilo -las repentinas palabras de Yuri la sacaron de sus pensamientos.

Entonces se dio cuenta de que solo quedaban ellos tres. Margot, Yuri y Stephen compartían el “grupo de alojamiento” más alejado y la mayoría de los turnos nocturnos. Sus pasos resonaban sobre el camino de piedra mientras caminaban por el complejo. Era lo suficientemente tarde como para que las dispersas luces solares del jardín comenzaran a debilitarse, dejándolos con un tenue brillo ambiental y con un riesgo cada vez mayor de pisar una serpiente. Eso solo incrementaba la inquietud de Margot.

Los observadores de aves habían llenado el complejo, y Margot casi había olvidado cómo era sin el constante zumbido de la actividad. Las oscuras y silenciosas cabañas parecían juntarse un poco cuanto más tiempo pasaban a su alrededor.

-Pensé que nunca se irían -agregó Stephen.

-¿Quién hubiera dicho que los observadores de aves eran una multitud tan ruidosa? -murmuró Margot, girando el cuello de un lado a otro.

-Bebieron mucho vino -señaló Yuri.

Stephen, que había estado un poco horrorizado durante todo el mes, parecía haber decidido que Yuri no había puesto suficiente énfasis en sus palabras. Lo arregló levantando los brazos y declarando:

-¡En mi bar se terminó completamente el ron! ¡Se suponía que eso me iba a durar dos meses más!

Margot se rio. -Estaba segura de que saquearían mi habitación buscando cerveza.

Stephen y Yuri se animaron un poco, se miraron y luego le sonrieron ampliamente.

-No los estaba invitando -dijo Margot-. Estoy demasiado cansada en este momento para fingir que dos idiotas como ustedes me caen bien.

-Cruel -señaló Yuri.

-¿Qué tal si nos llevamos la cerveza y te dejamos en paz? -ofreció Stephen.

Margot puso los ojos en blanco: -Bien.

Su alegría fue rápida y poco entusiasta. Fue más por disfrutar el hecho de que ya no había ruido que por realizar cualquier celebración real. El amplio camino se hacía más estrecho al dejar atrás las cabañas perfectamente ubicadas. El rocío de la tarde se reunía entre la densa vegetación del bosque circundante. Era fácil responsabilizar al frío helado que atravesaba la noche relativamente húmeda. El camino se deslizaba más profundamente hacia el bosque. Las ramas agrupadas no tardaron en ocultar las luces del complejo.

La luz de la luna irradiaba desde arriba, convirtiendo de alguna manera las gotas de rocío condensado en bolas de plata líquida mientras que al mismo tiempo daba muy poca visión. Las sombras se envolvieron sobre los tres, enroscándose hasta que apenas podían ver unos metros más allá. Margot fue la primera en rendirse y sacar su teléfono. La aplicación de la linterna penetró en la oscuridad, revelando la niebla que se extendía sobre el camino en espesos filamentos. Ella se movió en un lamentable intento de sacar sus pies del barro.

-No sé por qué te molestas en traer esa cosa -dijo Stephen.

Margot arqueó una ceja y agitó la mano, enviando la luz sobre el hormigón cubierto de hojas.

-Por esto. Obviamente, por esto.

-Sabes a lo que me refiero -descartó antes de hacer la peor imitación humanamente posible de su gerente-. Los teléfonos celulares e Internet no combinan con el escape a la naturaleza que nuestros huéspedes anhelan. Ningún miembro del personal traerá cosas tan modernas e inconvenientes a mi complejo. -Largando un bufido, Stephen agitó un brazo hacia ella, indicando el teléfono de Margot-. ¿Para qué más usarías eso?

-¿Juegos? -ofreció Yuri.

Margot volvió a agitar la mano, esta vez asegurándose de alumbrar los ojos de Stephen varias veces. -¿Como una linterna para que no terminemos pisando serpientes?

Ambos muchachos se burlaron al mismo tiempo como si fueran demasiado varoniles para ser afectados por algo tan banal como los reptiles venenosos.

-¿Cuál es tu problema con las serpientes? -Stephen rio entre dientes-. Son solo pequeños animales, Margot. No hay nada de qué preocuparse.

-¿No fuiste tú el que me hizo perseguir una zarigüeya fuera de la plataforma porque tenía ‘ojos asesinos’? -preguntó.

-Eso es diferente -espetó Stephen, algo horrorizado.

Yuri asintió con la cabeza: -Son esponjosos engendros del demonio.

Ella puso los ojos en blanco. -Nunca entenderé a ninguno de ustedes.

Al doblar una curva en el camino, los árboles se retiraron para exponer la primera de sus cabañas de personal. “Cabaña” era un término bastante inexacto que a los jefes les gustaba usar. En realidad, eran poco más que cajas de envío reacondicionadas. Cada una tenía una cama individual, un baño y poco espacio para cualquier otra cosa. Se esperaba que los empleados usaran la habitación del personal para cocinar, pero como no se mencionaba nada en contra de los minibares en el manual de los empleados, Margot invirtió en uno rápidamente, por lo que Stephen y Yuri estaban muy contentos.

Stephen se adelantó, la ligera niebla se enroscaba alrededor de sus piernas. Su caja de envío era la primera de la fila, un poco más grande que las otras, pero con las peores ventanas. El óxido las había afectado a todas hasta el punto de hacerlas casi imposibles de abrir o cerrar. Las de Stephen eran las peores. Chirriaban con el más mínimo ajuste, que él insistía en hacer constantemente. Ese chillido familiar rompió la noche relativamente tranquila, haciendo que Margot y Yuri temblaran.

-Como uñas en una pizarra -se quejó Margot-. ¿Por qué no pueden dejarlas abiertas?

-Porque la zarigüeya se metería -protestó Yuri.

La luz los inundó, cegando a Margot momentáneamente. Poco esfuerzo se había dedicado a la estética de su pequeño prado. Era solo un tramo de tierra despejada, con cada uno de los tres edificios lo suficientemente cerca como para ser iluminado por los demás. El corazón de Margot se contrajo. La niebla brillaba a la luz. Flotaba debajo de las cabañas elevadas, derramándose con cada leve brisa, ondulando sobre la tierra y llenando el pequeño prado. Se estremeció con el repentino deseo de alejarse de allí. Su escape se ralentizó una vez más cuando pasó junto a la cabaña de Yuri. Porque, por mucho que quisiera salir corriendo, no quería ir sola.

Margot resopló irritada cuando Yuri saltó los pocos escalones que separaban su cabaña del suelo. Aquí, el proceso de encender las luces y el chirrido de las ventanas se repitió. Dejándola esperando a que terminaran.

-Si no las pueden dejar abiertas, ¿por qué simplemente no las dejan cerradas? -gritó lo suficientemente fuerte como para que ambos la oyeran.

Estaba lo suficientemente iluminado como para volver a meter el teléfono en el bolsillo. Aun así, no pudo evitar darse cuenta de lo sola que estaba. Los árboles se alzaban en las sombras, amontonándose a su alrededor, liberando rastros de niebla aparentemente interminables. Se balanceó inquieta sobre sus doloridos pies.

-¿Con este calor? -preguntó Stephen mientras salía de su caja.

-¿Estás tratando de matarnos? -agregó Yuri.

Ambos muchachos la alcanzaron. Tan pronto como estuvieron lo suficientemente cerca para que ella se sintiera cómoda, caminó rápidamente hacia su caja.

-¿Sabes lo que necesitamos? -preguntó Stephen. -Mosquiteros -agregó Stephen.

-Escuché que los pusieron en los sectores del chef -dijo Yuri.

Stephen hizo un ruido estrangulado de asco. -Siempre les dan todo primero.

Margot estaba demasiado cansada y desesperada por salir de la niebla como para prestar atención a esa conversación. Todo lo que quería era quitarse los olores de la cocina del cabello y luego acurrucarse en la cama. Subiendo las escaleras a los saltos, sujetó el picaporte. Se suponía que las puertas debían bloquearse automáticamente. Sin embargo, la suya era tan endeble que, con un tirón en el ángulo correcto, generalmente se abría de golpe. Realmente tendrían que arreglar esto antes de instalar mosquiteros. Se guardó ese pensamiento para sí misma. Agarrando rápidamente dos cervezas, se las arrojó a los muchachos y se acercó para cerrar la puerta. No quería que la niebla se metiera adentro.

-Eh -dijo Stephen-. ¿No nos deseas las buenas noches?

-Buenas noches -les deseó mientras cerraba la puerta.

La delgada tabla de madera no logró sofocar el grito. Hizo crujir la silenciosa noche de forma aguda y estridente. Con su sangre helándose, abrió la puerta de golpe, mirando a los chicos, como si ellos pudieran tener las respuestas. Yuri solo negó con la cabeza, confundido. Stephen se dio la vuelta, tratando de determinar de dónde provenía el grito. La oscuridad se acercaba con la creciente niebla. Era penetrada solo por el pequeño punto de luz a la distancia. La vivienda del chef. Sin discutir, cada uno se volvió para examinar la luz.

-¿Crees que están haciendo otra broma? -bufó Stephen. A Margot le pareció que estaba demasiado molesto. -Me estoy hartando de ellos.

-Se pareció mucho a una de las ventanas, ¿no? -preguntó Yuri.

Antes de que Margot pudiera responder, la luz en la distancia se apagó. Aunque apenas se notaba que estaba encendida, la noche de alguna manera se volvió más oscura sin ella. Durante un rato, todos se quedaron allí, mirando hacia donde había estado la luz. El miedo ascendió como lodo putrefacto en la boca del estómago y, por un momento, pensó que los muchachos también lo sentían. El cambio en la energía, como si cada sombra se hubiera terminado de desarrollar de repente.

-Me voy a la cama -dijo Margot, con su voz mucho más suave de lo que pretendía.

-Ah, vamos -dijo Stephen, empuñando su lata de cerveza de una manera que él parecía pensar que era tentadora-. Al menos tomemos un trago juntos.

-Buenas noches.

Si bien dejaron de intentar convencerla con relativa rapidez, se quedaron afuera un rato, charlando entre ellos. Margot sonrió cuando la tensión que le aplastaba el pecho se aflojó. Le costaba tener miedo a la oscuridad cuando dos idiotas charlaban alegremente en ella. Todavía estaban allí afuera cuando estuvo lista para su ducha.

-¡Vayan a dormir! -gritó bromeando.

Después de burlarse de ella un rato, se alejaron y el mundo quedó en silencio. Sintiendo que su ansiedad regresaba, se dirigió hacia el baño. La ducha helada no sirvió de mucho para combatir el calor sofocante que había llenado la caja mientras estaba trabajando. Con miedo en el estómago y el sudor goteando sobre su piel, Margot era incapaz de dormirse. Se acostó en su cama, frotando la fría lata de cerveza sobre su frente en lugar de beberla, e intentó leer su libro. Un poco de romance de mala calidad le ayudaría mucho a calmar sus nervios.

Cuando el viento empezó a soplar un poco, atraía las voces de los muchachos, y también un poco de alivio. La fatiga comenzó a instalarse gradualmente. No supo cuánto tiempo había pasado antes de darse cuenta de que solo había estado releyendo la misma oración una y otra vez. Para entonces, su cerveza estaba tibia y se había derretido un poco sobre el colchón. Luego de una lucha prolongada para meter su pesado cuerpo debajo de la sábana, recordó que no se había cepillado los dientes. Puede esperar hasta la mañana, se dijo encogiéndose de hombros. Después de unas cuantas palmadas perezosas logró apagar la luz. En la oscuridad, sentía cada brisa aún más. Aun así, mantuvo la delgada sábana de algodón sobre su cuerpo como una segunda piel. El peso era reconfortante, permitiéndole relajarse un poco más.

Un chillido salvaje se propagó por la noche. Margot se enderezó antes de darse cuenta de que se había movido. Con el corazón en la garganta, parpadeó hasta estar plenamente consciente. Su cerebro aletargado finalmente arrancó.

-Estúpidas ventanas -resopló mientras el corazón le latía contra las costillas. Tenían que ser las ventanas. Los resortes del colchón protestaron cuando se volvió a dejar caer contra él-. O estúpidas zarigüeyas. Quizás estúpido Stephen.

Soltando un bostezo que le hizo crujir la mandíbula, rodó sobre la cama y luego volvió a enderezarse. A la luz de la luna, vio los rastros de humo blanco deslizándose sobre el alféizar de la ventana, bajando para acumularse en el suelo. Margot se quitó la sábana de una patada, casi cayéndose de la cama, conteniendo el grito de “fuego” en su garganta. Unos pasos la llevaron a la puerta y la abrió de golpe. ¿Niebla? Su aletargado cerebro tardó unos segundos en comprender lo que estaba viendo.

La niebla no era algo poco común en la cima de la montaña, especialmente en esta época del año. Con los árboles reteniendo el aire caliente, el rocío de la madrugada mezclado con algunos senderos delgados y serpentinos. Esto era diferente. La espesa nube cubría el suelo, bloqueándolo por completo de la vista, la parte superior se enrollaba suavemente contra la base de sus cajas de envío. Con cuidado, deslizó un pie por el umbral de su puerta y se inclinó hacia adelante. Esa posición le permitió ver el otro lado de su ventana. Allí, el mar de niebla se alzaba en forma de picos. Pequeños dedos en espiral que golpeaban contra el revestimiento de metal, intentando alcanzar las ventanas, enroscándose para deslizarse hacia adentro.

-¿Cómo? -La palabra la dejó sin aliento. Rápidamente, se volvió para llamar a Stephen, sabiendo que él disfrutaría de la extraña vista.

Su caja estaba oscura, escondida al borde del brillo dorado que se proyectaba a través de las ventanas de Yuri. La niebla la amplificaba. Iluminaba el aire lo suficiente, lo que le permitió ver algo agitándose dentro de la caja de Stephen. No parecía correcto molestarlo cuando claramente se estaba preparando para acostarse. Margot decidió que no había necesidad de molestarlo y se conformó con tomar algunas fotografías con su teléfono. Se las mostraré mañana. Con eso resuelto, se acostó una vez más.

La niebla se agitaba dentro de su mente. Como dedos esqueléticos raspando el revestimiento de metal, abriéndose paso hacia adentro, arañando el suelo hasta su cama, su espalda. Respirando hondo, Margot se dio la vuelta. El extremo de la sábana se deslizó sobre sus piernas desnudas y tiró de ella hasta cubrirse los hombros. La niebla se había espesado, elevado. La luz de Yuri la atravesaba, transformándola en una tela casi translúcida. La vista familiar más allá se había reducido a apenas unas pocas sombras amenazadoras.

Un escalofrío le recorrió la espalda. Lentamente, se destapó los pies. El tacto con el suelo casi la hizo volver bajo la delgada sábana.

-Es solo un poco de humedad -se reprendió.

Una vez más sus dedos de los pies entraron en contacto con el piso. Tuvo que trabar la rodilla para evitar volver a retroceder. Luego de unos pasos se encontraba frente a la ventana. La niebla seguía goteando sobre el borde oxidado, acumulándose contra el suelo. Hacía demasiado calor dentro de la caja como para que se mantuviera una vez adentro, pero la temperatura comenzaba a bajar, y podía ver que se unía como si fueran sombras cambiantes.

Margot sujetó la ventana y la volvió a colocar en su lugar, temblando cuando el chillido metálico le apuñaló los oídos. Ni bien la ventana estuvo en su lugar, retrocedió tambaleándose, observando la niebla agrupándose contra el cristal. Se espesó hasta que apenas pudo ver a través de ella. Un ruido repentino la hizo retroceder un paso más. Con una brisa, el vidrio tembló dentro de su marco. Los brumosos dedos se colaron a través del pequeño orificio. Haciéndolo más y más grande para poder contonearse hacia adentro. De repente, no pudo soportar la idea de estar adentro con la niebla. Se tambaleó hacia adelante, luchando con el vidrio y el pestillo hasta que pudo trabar la ventana en su lugar. Por un momento, solo pudo mirar fijamente el vidrio, su estómago se revolvió y el sudor frío comenzó a producirle comezón en la frente.

Volviendo en sí, Margot resopló. -Realmente necesito dormir.

Decirlo en voz alta no la calmó como debería haberlo hecho. Miró la niebla un poco más hasta que su determinación flaqueó. No tenía a nadie cerca que la ayudara a mantener su valor. Girando sobre sus talones, casi saltando a la cama, se llevó la manta a la barbilla y se acurrucó debajo de ella. Miró hacia la ventana un rato más antes de poder cerrar los ojos.

El sueño hacía flotar su mente como en agua tibia. Hundiéndola y alargando su respiración. Un grito chirriante atravesó la noche. Sus ojos se abrieron de golpe, el hielo atravesó sus venas, congelándola y robándole el aire de los pulmones. Luego solo hubo silencio. Profundo y espeso, empujando contra su mente, dejándola vibrando con una energía que apenas podía contener. Sus arremolinados pensamientos volvían a la misma pregunta. ¿Y si uno de los muchachos se lastimó?

No era posible tener un tiempo de respuesta rápido tan alto en las montañas. No era algo en lo que pensaran muchos huéspedes al buscar un refugio aislado. Aquí, sobrevivir a cualquier tipo de emergencia médica dependía en gran medida de los primeros auxilios. ¿Y si uno de los muchachos se lastimó?

Sus pies temblaron cuando los sacó de debajo de la sábana. La niebla distorsionaba la luz, convirtiéndola en una bruma blanca que llenaba la habitación. Se arrastró hasta la ventana y, después de un momento para recobrar la calma, puso las manos contra el cristal para poder ver.

Un frío que no debería haber estado allí salió del cristal de la ventana para pegarle en la cara cuando se acercó. Sus esfuerzos y determinación fueron en vano. No había nada que ver más allá del brillo blanco y cegador. Luego solo había oscuridad.

Margot saltó hacia atrás desde la ventana ahora negra. La luz de Yuri está apagada. Ese hecho se le posó fuertemente contra el interior del cráneo. De repente, las sombras parecían una barrera sólida, bloqueándola de cualquier otro ser vivo. Dejándola sola con la niebla y las criaturas que acechaban en su interior. Se esforzó por escuchar. Tal vez un grito amortiguado, un golpe contra el metal intentando llamar la atención, un ruido de pasos arrastrándose vagamente. Cualquier cosa que pudiera sugerir que los chicos estaban tratando de llamar su atención. Ahora que lo estaba buscando, fue plenamente consciente de la pura ausencia de sonido.

No había susurros de murciélagos buscando comida o insectos corriendo sobre las hojas muertas. Tampoco había pequeños animales ni personas. ¿Fuimos los últimos en terminar el turno? ¿No hay nadie más allá arriba? Era consciente de cada centímetro de la distancia que la separaba de todos los demás. De Yuri y de Stephen. Y el edificio principal, pensó, no con poca amargura. Que tiene el único teléfono que funciona en toda la maldita montaña. Respirando profundamente para serenarse, luchó contra la creciente oleada de pánico. No saques conclusiones. Todavía no sabes si algo anda mal. Pero sí lo sabía. Ella lo sabía con una certeza absoluta que nunca antes había sentido. Algo andaba terriblemente mal.

Con cuidado, Margot se arrastró hasta la puerta. El mango se sintió frío al tacto. El terror inundó su estómago al tocarlo, dejándola mareada y temblando. No abras la puerta. El pensamiento ascendió hacia el primer plano de su mente y dejó sus dedos apoyados inquietamente contra el metal. No salgas. Su aliento se sacudió dentro de su pecho, y se apoyó contra la puerta, presionando su oreja contra la delgada madera. El mundo más allá de la puerta estaba quieto. Silencioso.

Cerró los ojos, no es que eso hubiera cambiado algo. Sin las luces de Yuri, solo tenía la luna para ayudarle a ver, e incluso eso parecía estar abandonándola poco a poco. Vuelve a la cama, le susurró la misma voz distante desde el fondo de su cabeza. Deberías estar dormida. Fue consciente del esfuerzo que le llevó evitar que su cuerpo tembloroso siguiera la orden. Lamiéndose los labios, se apoyó con aún más fuerza contra la puerta, decidida a comprobar una vez más cualquier indicio de peligro. Asegurándose a sí misma que, si realmente escuchara algo, tendría las agallas para ir a ver a los muchachos. Y si no hay nada, volveré a la cama, a salvo, sabiendo que soy una idiota paranoica. Conteniendo el aliento, intentó concentrarse. Nada.

Margot se desplomó con alivio. Una risa suave pasó por sus labios mientras se frotaba la cara. Idiota. Su alegría perduró mientras se apresuraba a regresar a la cama y trataba, de nuevo, de ponerse cómoda en el colchón. Pero ahora podía sentir la ventana. No la estructura en sí o la noche que presionaba contra ella. Podía sentir la niebla como si llevara una energía propia. Algo estático y crudo. Algo que hacía que su piel se erizara y le hacía sentir como si mil ojos estuvieran posados sobre ella.

En su mente, la niebla nunca había dejado de entrar sigilosamente dentro de la habitación. Tanteando, los dedos helados se deslizaban por el suelo como serpientes. Acercándose a su cama. Envolviéndose alrededor de sí mismos para hacerse más grandes, más fuertes. Transformándose en algo que podría alcanzarla y tocarla.

Se dio la vuelta, poniéndose de espaldas a la ventana. Eso no calmó las sensaciones dentro de ella. Solo las empeoró. La ilusión se repetía una y otra vez a medida que bajaba la temperatura. Un deslizamiento constante que la llevaba de un calor sofocante a un frío escalofriante. Aun así, su imaginación seguía obsesionada con la niebla. Reproducía el escenario una y otra vez, golpeándolo contra su sentido de la realidad hasta que los dos comenzaban a mezclarse. Acurrucada debajo de su sábana, Margot se la llevó a la barbilla. No quería mirar, intentó con todas sus fuerzas no hacerlo, pero su mirada volvió a ser atraída por la ventana. A las sombras de afuera. A la silenciosa y acechadora niebla.

Giró lo suficiente como para echar un vistazo por encima del hombro. La niebla había sofocado la luz de la luna hasta el punto en que no había ninguna diferencia entre mirar en una dirección o la otra. Todo era negro. Pero ella sintió el cambio. El cabello en su nuca se erizó y su estómago se tensó. La avalancha de sensaciones no dejaba lugar a la incertidumbre. Estaba siendo observada. Margot giró la cabeza para mirar hacia la pared. Sin saber qué más hacer, cedió a su miedo y se cubrió la cabeza con la sábana como una niña asustada. Allí yacía, temblando y acobardada en la impenetrable oscuridad. Observada por las sombras. Maldiciendo la débil cerradura de su puerta. El tiempo pasaba lentamente; los segundos eran marcados solo por su propia respiración interrumpida.

El chirrido oxidado y metálico le hizo pegar un salto. Un viento frío entró de golpe, trayendo consigo el húmedo frío de la niebla. La ventana está abierta. Margot se acurrucó aún más cuando el aire empujó la sábana contra su piel fría. Los gritos brotaron en su pecho, incapaces de atravesar su apretada garganta. Sus pensamientos se fracturaron, convirtiéndose en un mosaico de distancias incalculables e impulsos infantiles.

La más mínima señal de movimiento hacía que su corazón diera un vuelco. Oía el leve chasquido de las uñas contra el revestimiento de metal. Siguió un golpe suave. Luego algo deslizándose. Nada más y, sin embargo, eso cambió todo. Ya no estaba sola en su habitación. Apretando los ojos con fuerza, contuvo el aliento. Sus pensamientos se tambalearon y murieron. Dejando una cámara hueca dentro de ella que se llenaba rápidamente por la agitada niebla, las sombras y los ojos que sentía, pero que no podía ver.

Chasquido.

Golpe.

Deslizamiento.

Lo que sea que estuviera con ella se acercaba. Sintió el frío contra su columna como un toque físico. Tanteando, dedos hechos de aguanieve la tocaban. Los escalofríos le destrozaban los huesos. Sus articulaciones se convirtieron en piedra, impidiéndole moverse, incluso cuando su corazón latía y revoloteaba contra sus costillas.

Chasquido.

Golpe.

Deslizamiento.

Presionando sus labios, Margot trató de estabilizar su respiración, regularla en algo silencioso que aún satisfaga sus pulmones. No lo logró. Cada respiración sonaba como un gemido roto en el aplastante silencio.

Chasquido.

Golpe.

Deslizamiento.

Y estaba justo a su lado. Cerniéndose sobre ella. El aliento cálido cubría la sábana congelada oprimida contra su mejilla.

-¿Estás despierta? -La voz ronca siseó a través de dientes rotos, o una boca llena de colmillos.

Las puntas de las uñas chasquearon contra el marco de metal de la cama, sobre su cabeza. El colchón se hundió cuando se acercó y se inclinó sobre ella. Probando si ella se movía. Apretó los ojos aún más e intentó hacerse la dormida. El aliento caliente llegó en oleadas, calentando su mejilla y añadiendo el hedor a sangre en el aire.

-¿Estás despierta?

Margot se mordió los labios y contuvo el aliento. Lágrimas calientes brotaban de sus ojos. Caían de sus pestañas, y el colchón se movió una vez más. Algo se enganchó en la sábana para apartársela lentamente de la cara. Tanto el aire caliente como el frío la golpearon a la vez. Una extraña contradicción que le indicaba que tan cerca estaba la criatura desconocida. Su aliento le hizo cosquillas en las orejas a la vez que la cama se hundía. Era demasiado fácil imaginarla arrastrándose sobre ella. Sin tocar. Solo observando. Esperando a que ella le dé algún tipo de señal. Sus dedos se clavaron en sus rodillas. No la mires, advirtieron los últimos fragmentos de su mente racional. No te muevas. Se hizo más difícil respirar con las lágrimas inundándole la garganta.

-¿Estás despierta?

El silencio cayó sobre ella. El silencio completamente opresivo que le hizo darse cuenta de que no se había ido. Estaba esperando. Un depredador paciente esperando a que su presa saque la cabeza de la seguridad de su escondite. Temblando, sofocándose y congelándose a la vez, expuesta a la mirada de la criatura desconocida, se quedó allí. Los ruidos no volvieron a oírse. Nada se agitaba. Los ojos permanecían ahí, una presión constante sobre su piel que hacía que estuviera segura de que estaba a apenas un centímetro de su rostro. Que si llegara a abrir los ojos lo vería. Lo sabría. Y este tortuoso estancamiento terminaría. Empezó a sentir el dolor en los músculos poco a poco mientras la oscuridad sobre sus párpados cedía. Ansiaba estirar las piernas, pero no se atrevía a moverse.

El primer golpe en la puerta la hizo saltar.

-¿Margot?

La voz no pertenecía a la bestia nunca vista, sino a su gerente. Su respiración se entrecortó.

-¿Margot? ¿Estás ahí?

De repente, la distancia insuperable que la separaba del mundo se redujo a nada más que unos pocos metros. Tres metros hasta la puerta.

-Vamos, Margot. -Su gerente resopló: -Abre.

Reuniendo su coraje, apretó y liberó sus músculos, tratando de prepararlos para la sensación de movimiento. Dándose vuelta, corrió la sábana y saltó de la cama. Cruzó la distancia hasta la puerta de un solo salto y chocó contra la puerta, abriéndola y saliendo de golpe. Sus pies tropezaron uno contra el otro y cayó. El suelo dio una sacudida, tenía las piernas acalambradas. Le fue imposible evitar su caída desde exiguo patio hacia el camino de abajo. La luz del sol bañó su cuerpo. Era como una mirada húmeda que la dejaba ciega. Los pájaros cantaban en los árboles, y los miembros del personal conversaban mientras se movían en grupos.

-Oye, ¿estás bien? -la mano de su gerente cayó sobre su hombro y ella gritó. Para cuando ella se dio la vuelta, él levantó las manos en señal de rendición-. ¿Qué pasa? Oye, mírame ¿Que está pasando?

-No lo sé -gimió.

Sus ojos se dirigieron a la ventana. Estaba abierta de par en par, permitiendo que la luz del sol brillara en el prístino cristal. Nunca la oyó irse. Nunca oyó a la vida volver. Simplemente estaba allí, hasta el instante en que ya no estaba.

-Margot -presionó su gerente mientras la ayudaba a ponerse de pie.

-Estoy bien. Debo haber estado soñando.

-¿Estás segura?

-Sí. -Margot parpadeó y finalmente apartó la vista de la ventana. -Solo fue un sueño.

-Está bien. -La miró con recelo, pero rápidamente desechó la idea-. ¿Has visto a Yuri y a Stephen?

Giró para verlo de frente. -¿Qué?

-Yuri y Stephen -dijo el gerente. -No se han presentado al trabajo.

Margot echó a correr. Había cruzado la pequeña pradera calentada por el sol y había entrado en la habitación de Yuri antes de darse cuenta de que se estaba moviendo. La ventana estaba bien abierta, la puerta cerrada pero tan fácil de abrir como la suya. Irrumpió en la habitación tranquila y vacía.

-¡Oye, no puedes entrar ahí! -gritó su gerente detrás de ella.

Margot corrió hasta la habitación de al lado, llamando a Stephen antes de terminar de subir las escaleras. Una vez más, la ventana había sido forzada, la puerta aún estaba cerrada y no se lo veía por ninguna parte.

Su gerente apareció en la puerta, un poco agitado y molesto. -¿Sabes dónde están o no?

-Se suponía que estarían aquí -susurró.

-Bueno, aquí no están. Mira, si se fueron a beber algo con los chefs…

Sus palabras se cortaron abruptamente cuando ella se dio la vuelta para mirarlo.

-¿Qué pasa con los chefs?

-Ellos tampoco se presentaron a trabajar. -Las palabras salieron desdeñosamente antes de darse cuenta de lo que estaba diciendo.

Pero su conclusión fue diferente a la de ella. El gerente se alejó apresuradamente, llamando a algunos trabajadores dispersos, llamándolos para formar un grupo de búsqueda antes de que se alejaran demasiado. Margot estaba parada en el umbral de la habitación de Stephen, abrazándose a sí misma incluso cuando el sol latía sobre ella sin piedad. A su alrededor, el bosque estaba lleno de pájaros e insectos y pequeñas sombras que se acurrucaban bajo las montañas de hojas. No están perdidos, susurró una voz en su cabeza mientras estudiaba el bosque y sentía que éste le devolvía la mirada. Se los llevaron.

-Estaban despiertos o desaparecidos.

 

FIN

 

2023 Editado por Paya Frank @Blogger

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