-Esta fue la noche más larga de mi vida.-
Margot no estaba prestando suficiente
atención para determinar cuál de sus compañeros de trabajo había hecho la
declaración. Y estaba demasiado absorta estirando su dolorida columna como para
ofrecer más que un murmullo en concordancia a cambio. Su espalda lanzó algunos
audibles crujidos mientras salían del restaurante.
La temporada de apareamiento de un pájaro
raro del que no le interesaba demasiado el nombre finalmente había llegado a su
fin. Esta noche había sido la última oportunidad para los ávidos observadores
de aves que habían invadido su aislado complejo durante el último mes. Y todos
ellos habían irrumpido en el restaurante en cantidades abrumadoras. Había
convertido la noche en una prueba de resistencia. Se quedaron mucho más tiempo
que cualquier persona sensata, dado que les tomó una hora salir de la montaña.
Pero, por fin, se habían dirigido a los autobuses, dejando un horrible desastre
a su paso. Encargarse de todo eso los había retrasado mucho más allá de la hora
normaNo estando dispuestos a perturbar la naturaleza pura que rodeaba el
albergue ecológico, los edificios de alojamiento del personal habían sido
construidos en pequeños grupos fáciles de ocultar. Su cansado grupo fue
disminuyendo rápidamente mientras caminaban frente a las oscuras cabañas. La
noche húmeda los envolvió al instante. A pesar de ello, Margot sintió un
escalofrío que le recorrió la espalda. Su mirada fue atraída hacia las sombras
que permanecían entre los edificios. Las examinó incluso sin saber lo que
estaba buscando. Parecían revolverse y girar mientras, uno por uno, los demás
se alejaban en direcciones separadas.
-Está tan tranquilo -las repentinas
palabras de Yuri la sacaron de sus pensamientos.
Entonces se dio cuenta de que solo
quedaban ellos tres. Margot, Yuri y Stephen compartían el “grupo de
alojamiento” más alejado y la mayoría de los turnos nocturnos. Sus pasos
resonaban sobre el camino de piedra mientras caminaban por el complejo. Era lo
suficientemente tarde como para que las dispersas luces solares del jardín
comenzaran a debilitarse, dejándolos con un tenue brillo ambiental y con un
riesgo cada vez mayor de pisar una serpiente. Eso solo incrementaba la
inquietud de Margot.
Los observadores de aves habían llenado
el complejo, y Margot casi había olvidado cómo era sin el constante zumbido de
la actividad. Las oscuras y silenciosas cabañas parecían juntarse un poco
cuanto más tiempo pasaban a su alrededor.
-Pensé que nunca se irían -agregó
Stephen.
-¿Quién hubiera dicho que los
observadores de aves eran una multitud tan ruidosa? -murmuró Margot, girando el
cuello de un lado a otro.
-Bebieron mucho vino -señaló Yuri.
Stephen, que había estado un poco
horrorizado durante todo el mes, parecía haber decidido que Yuri no había
puesto suficiente énfasis en sus palabras. Lo arregló levantando los brazos y
declarando:
-¡En mi bar se terminó completamente el
ron! ¡Se suponía que eso me iba a durar dos meses más!
Margot se rio. -Estaba segura de que
saquearían mi habitación buscando cerveza.
Stephen y Yuri se animaron un poco, se
miraron y luego le sonrieron ampliamente.
-No los estaba invitando -dijo Margot-.
Estoy demasiado cansada en este momento para fingir que dos idiotas como
ustedes me caen bien.
-Cruel -señaló Yuri.
-¿Qué tal si nos llevamos la cerveza y te
dejamos en paz? -ofreció Stephen.
Margot puso los ojos en blanco: -Bien.
Su alegría fue rápida y poco entusiasta.
Fue más por disfrutar el hecho de que ya no había ruido que por realizar
cualquier celebración real. El amplio camino se hacía más estrecho al dejar
atrás las cabañas perfectamente ubicadas. El rocío de la tarde se reunía entre
la densa vegetación del bosque circundante. Era fácil responsabilizar al frío
helado que atravesaba la noche relativamente húmeda. El camino se deslizaba más
profundamente hacia el bosque. Las ramas agrupadas no tardaron en ocultar las
luces del complejo.
La luz de la luna irradiaba desde arriba,
convirtiendo de alguna manera las gotas de rocío condensado en bolas de plata
líquida mientras que al mismo tiempo daba muy poca visión. Las sombras se
envolvieron sobre los tres, enroscándose hasta que apenas podían ver unos
metros más allá. Margot fue la primera en rendirse y sacar su teléfono. La
aplicación de la linterna penetró en la oscuridad, revelando la niebla que se
extendía sobre el camino en espesos filamentos. Ella se movió en un lamentable
intento de sacar sus pies del barro.
-No sé por qué te molestas en traer esa
cosa -dijo Stephen.
Margot arqueó una ceja y agitó la mano,
enviando la luz sobre el hormigón cubierto de hojas.
-Por esto. Obviamente, por esto.
-Sabes a lo que me refiero -descartó
antes de hacer la peor imitación humanamente posible de su gerente-. Los
teléfonos celulares e Internet no combinan con el escape a la naturaleza que
nuestros huéspedes anhelan. Ningún miembro del personal traerá cosas tan
modernas e inconvenientes a mi complejo. -Largando un bufido, Stephen agitó un
brazo hacia ella, indicando el teléfono de Margot-. ¿Para qué más usarías eso?
-¿Juegos? -ofreció Yuri.
Margot volvió a agitar la mano, esta vez
asegurándose de alumbrar los ojos de Stephen varias veces. -¿Como una linterna
para que no terminemos pisando serpientes?
Ambos muchachos se burlaron al mismo
tiempo como si fueran demasiado varoniles para ser afectados por algo tan banal
como los reptiles venenosos.
-¿Cuál es tu problema con las serpientes?
-Stephen rio entre dientes-. Son solo pequeños animales, Margot. No hay nada de
qué preocuparse.
-¿No fuiste tú el que me hizo perseguir
una zarigüeya fuera de la plataforma porque tenía ‘ojos asesinos’? -preguntó.
-Eso es diferente -espetó Stephen, algo
horrorizado.
Yuri asintió con la cabeza: -Son
esponjosos engendros del demonio.
Ella puso los ojos en blanco. -Nunca
entenderé a ninguno de ustedes.
Al doblar una curva en el camino, los
árboles se retiraron para exponer la primera de sus cabañas de personal.
“Cabaña” era un término bastante inexacto que a los jefes les gustaba usar. En
realidad, eran poco más que cajas de envío reacondicionadas. Cada una tenía una
cama individual, un baño y poco espacio para cualquier otra cosa. Se esperaba
que los empleados usaran la habitación del personal para cocinar, pero como no
se mencionaba nada en contra de los minibares en el manual de los empleados,
Margot invirtió en uno rápidamente, por lo que Stephen y Yuri estaban muy
contentos.
Stephen se adelantó, la ligera niebla se
enroscaba alrededor de sus piernas. Su caja de envío era la primera de la fila,
un poco más grande que las otras, pero con las peores ventanas. El óxido las
había afectado a todas hasta el punto de hacerlas casi imposibles de abrir o
cerrar. Las de Stephen eran las peores. Chirriaban con el más mínimo ajuste,
que él insistía en hacer constantemente. Ese chillido familiar rompió la noche
relativamente tranquila, haciendo que Margot y Yuri temblaran.
-Como uñas en una pizarra -se quejó
Margot-. ¿Por qué no pueden dejarlas abiertas?
-Porque la zarigüeya se metería -protestó
Yuri.
La luz los inundó, cegando a Margot
momentáneamente. Poco esfuerzo se había dedicado a la estética de su pequeño
prado. Era solo un tramo de tierra despejada, con cada uno de los tres
edificios lo suficientemente cerca como para ser iluminado por los demás. El
corazón de Margot se contrajo. La niebla brillaba a la luz. Flotaba debajo de
las cabañas elevadas, derramándose con cada leve brisa, ondulando sobre la
tierra y llenando el pequeño prado. Se estremeció con el repentino deseo de
alejarse de allí. Su escape se ralentizó una vez más cuando pasó junto a la
cabaña de Yuri. Porque, por mucho que quisiera salir corriendo, no quería ir
sola.
Margot resopló irritada cuando Yuri saltó
los pocos escalones que separaban su cabaña del suelo. Aquí, el proceso de
encender las luces y el chirrido de las ventanas se repitió. Dejándola
esperando a que terminaran.
-Si no las pueden dejar abiertas, ¿por
qué simplemente no las dejan cerradas? -gritó lo suficientemente fuerte como
para que ambos la oyeran.
Estaba lo suficientemente iluminado como
para volver a meter el teléfono en el bolsillo. Aun así, no pudo evitar darse
cuenta de lo sola que estaba. Los árboles se alzaban en las sombras,
amontonándose a su alrededor, liberando rastros de niebla aparentemente
interminables. Se balanceó inquieta sobre sus doloridos pies.
-¿Con este calor? -preguntó Stephen
mientras salía de su caja.
-¿Estás tratando de matarnos? -agregó
Yuri.
Ambos muchachos la alcanzaron. Tan pronto
como estuvieron lo suficientemente cerca para que ella se sintiera cómoda,
caminó rápidamente hacia su caja.
-¿Sabes lo que necesitamos? -preguntó
Stephen. -Mosquiteros -agregó Stephen.
-Escuché que los pusieron en los sectores
del chef -dijo Yuri.
Stephen hizo un ruido estrangulado de
asco. -Siempre les dan todo primero.
Margot estaba demasiado cansada y
desesperada por salir de la niebla como para prestar atención a esa
conversación. Todo lo que quería era quitarse los olores de la cocina del
cabello y luego acurrucarse en la cama. Subiendo las escaleras a los saltos, sujetó
el picaporte. Se suponía que las puertas debían bloquearse automáticamente. Sin
embargo, la suya era tan endeble que, con un tirón en el ángulo correcto,
generalmente se abría de golpe. Realmente tendrían que arreglar esto antes de
instalar mosquiteros. Se guardó ese pensamiento para sí misma. Agarrando
rápidamente dos cervezas, se las arrojó a los muchachos y se acercó para cerrar
la puerta. No quería que la niebla se metiera adentro.
-Eh -dijo Stephen-. ¿No nos deseas las
buenas noches?
-Buenas noches -les deseó mientras
cerraba la puerta.
La delgada tabla de madera no logró
sofocar el grito. Hizo crujir la silenciosa noche de forma aguda y estridente.
Con su sangre helándose, abrió la puerta de golpe, mirando a los chicos, como
si ellos pudieran tener las respuestas. Yuri solo negó con la cabeza,
confundido. Stephen se dio la vuelta, tratando de determinar de dónde provenía
el grito. La oscuridad se acercaba con la creciente niebla. Era penetrada solo
por el pequeño punto de luz a la distancia. La vivienda del chef. Sin discutir,
cada uno se volvió para examinar la luz.
-¿Crees que están haciendo otra broma?
-bufó Stephen. A Margot le pareció que estaba demasiado molesto. -Me estoy
hartando de ellos.
-Se pareció mucho a una de las ventanas,
¿no? -preguntó Yuri.
Antes de que Margot pudiera responder, la
luz en la distancia se apagó. Aunque apenas se notaba que estaba encendida, la noche
de alguna manera se volvió más oscura sin ella. Durante un rato, todos se
quedaron allí, mirando hacia donde había estado la luz. El miedo ascendió como
lodo putrefacto en la boca del estómago y, por un momento, pensó que los
muchachos también lo sentían. El cambio en la energía, como si cada sombra se
hubiera terminado de desarrollar de repente.
-Me voy a la cama -dijo Margot, con su
voz mucho más suave de lo que pretendía.
-Ah, vamos -dijo Stephen, empuñando su
lata de cerveza de una manera que él parecía pensar que era tentadora-. Al
menos tomemos un trago juntos.
-Buenas noches.
Si bien dejaron de intentar convencerla
con relativa rapidez, se quedaron afuera un rato, charlando entre ellos. Margot
sonrió cuando la tensión que le aplastaba el pecho se aflojó. Le costaba tener
miedo a la oscuridad cuando dos idiotas charlaban alegremente en ella. Todavía
estaban allí afuera cuando estuvo lista para su ducha.
-¡Vayan a dormir! -gritó bromeando.
Después de burlarse de ella un rato, se
alejaron y el mundo quedó en silencio. Sintiendo que su ansiedad regresaba, se
dirigió hacia el baño. La ducha helada no sirvió de mucho para combatir el
calor sofocante que había llenado la caja mientras estaba trabajando. Con miedo
en el estómago y el sudor goteando sobre su piel, Margot era incapaz de
dormirse. Se acostó en su cama, frotando la fría lata de cerveza sobre su
frente en lugar de beberla, e intentó leer su libro. Un poco de romance de mala
calidad le ayudaría mucho a calmar sus nervios.
Cuando el viento empezó a soplar un poco,
atraía las voces de los muchachos, y también un poco de alivio. La fatiga
comenzó a instalarse gradualmente. No supo cuánto tiempo había pasado antes de
darse cuenta de que solo había estado releyendo la misma oración una y otra
vez. Para entonces, su cerveza estaba tibia y se había derretido un poco sobre
el colchón. Luego de una lucha prolongada para meter su pesado cuerpo debajo de
la sábana, recordó que no se había cepillado los dientes. Puede esperar hasta la
mañana, se dijo encogiéndose de hombros. Después de unas cuantas palmadas
perezosas logró apagar la luz. En la oscuridad, sentía cada brisa aún más. Aun
así, mantuvo la delgada sábana de algodón sobre su cuerpo como una segunda
piel. El peso era reconfortante, permitiéndole relajarse un poco más.
Un chillido salvaje se propagó por la
noche. Margot se enderezó antes de darse cuenta de que se había movido. Con el
corazón en la garganta, parpadeó hasta estar plenamente consciente. Su cerebro
aletargado finalmente arrancó.
-Estúpidas ventanas -resopló mientras el
corazón le latía contra las costillas. Tenían que ser las ventanas. Los
resortes del colchón protestaron cuando se volvió a dejar caer contra él-. O
estúpidas zarigüeyas. Quizás estúpido Stephen.
Soltando un bostezo que le hizo crujir la
mandíbula, rodó sobre la cama y luego volvió a enderezarse. A la luz de la
luna, vio los rastros de humo blanco deslizándose sobre el alféizar de la
ventana, bajando para acumularse en el suelo. Margot se quitó la sábana de una
patada, casi cayéndose de la cama, conteniendo el grito de “fuego” en su
garganta. Unos pasos la llevaron a la puerta y la abrió de golpe. ¿Niebla? Su
aletargado cerebro tardó unos segundos en comprender lo que estaba viendo.
La niebla no era algo poco común en la
cima de la montaña, especialmente en esta época del año. Con los árboles
reteniendo el aire caliente, el rocío de la madrugada mezclado con algunos
senderos delgados y serpentinos. Esto era diferente. La espesa nube cubría el
suelo, bloqueándolo por completo de la vista, la parte superior se enrollaba
suavemente contra la base de sus cajas de envío. Con cuidado, deslizó un pie
por el umbral de su puerta y se inclinó hacia adelante. Esa posición le
permitió ver el otro lado de su ventana. Allí, el mar de niebla se alzaba en
forma de picos. Pequeños dedos en espiral que golpeaban contra el revestimiento
de metal, intentando alcanzar las ventanas, enroscándose para deslizarse hacia
adentro.
-¿Cómo? -La palabra la dejó sin aliento.
Rápidamente, se volvió para llamar a Stephen, sabiendo que él disfrutaría de la
extraña vista.
Su caja estaba oscura, escondida al borde
del brillo dorado que se proyectaba a través de las ventanas de Yuri. La niebla
la amplificaba. Iluminaba el aire lo suficiente, lo que le permitió ver algo
agitándose dentro de la caja de Stephen. No parecía correcto molestarlo cuando
claramente se estaba preparando para acostarse. Margot decidió que no había
necesidad de molestarlo y se conformó con tomar algunas fotografías con su
teléfono. Se las mostraré mañana. Con eso resuelto, se acostó una vez más.
La niebla se agitaba dentro de su mente.
Como dedos esqueléticos raspando el revestimiento de metal, abriéndose paso
hacia adentro, arañando el suelo hasta su cama, su espalda. Respirando hondo,
Margot se dio la vuelta. El extremo de la sábana se deslizó sobre sus piernas
desnudas y tiró de ella hasta cubrirse los hombros. La niebla se había
espesado, elevado. La luz de Yuri la atravesaba, transformándola en una tela
casi translúcida. La vista familiar más allá se había reducido a apenas unas
pocas sombras amenazadoras.
Un escalofrío le recorrió la espalda.
Lentamente, se destapó los pies. El tacto con el suelo casi la hizo volver bajo
la delgada sábana.
-Es solo un poco de humedad -se
reprendió.
Una vez más sus dedos de los pies
entraron en contacto con el piso. Tuvo que trabar la rodilla para evitar volver
a retroceder. Luego de unos pasos se encontraba frente a la ventana. La niebla
seguía goteando sobre el borde oxidado, acumulándose contra el suelo. Hacía
demasiado calor dentro de la caja como para que se mantuviera una vez adentro,
pero la temperatura comenzaba a bajar, y podía ver que se unía como si fueran
sombras cambiantes.
Margot sujetó la ventana y la volvió a
colocar en su lugar, temblando cuando el chillido metálico le apuñaló los
oídos. Ni bien la ventana estuvo en su lugar, retrocedió tambaleándose,
observando la niebla agrupándose contra el cristal. Se espesó hasta que apenas
pudo ver a través de ella. Un ruido repentino la hizo retroceder un paso más.
Con una brisa, el vidrio tembló dentro de su marco. Los brumosos dedos se
colaron a través del pequeño orificio. Haciéndolo más y más grande para poder
contonearse hacia adentro. De repente, no pudo soportar la idea de estar
adentro con la niebla. Se tambaleó hacia adelante, luchando con el vidrio y el
pestillo hasta que pudo trabar la ventana en su lugar. Por un momento, solo
pudo mirar fijamente el vidrio, su estómago se revolvió y el sudor frío comenzó
a producirle comezón en la frente.
Volviendo en sí, Margot resopló.
-Realmente necesito dormir.
Decirlo en voz alta no la calmó como
debería haberlo hecho. Miró la niebla un poco más hasta que su determinación
flaqueó. No tenía a nadie cerca que la ayudara a mantener su valor. Girando
sobre sus talones, casi saltando a la cama, se llevó la manta a la barbilla y
se acurrucó debajo de ella. Miró hacia la ventana un rato más antes de poder
cerrar los ojos.
El sueño hacía flotar su mente como en
agua tibia. Hundiéndola y alargando su respiración. Un grito chirriante
atravesó la noche. Sus ojos se abrieron de golpe, el hielo atravesó sus venas,
congelándola y robándole el aire de los pulmones. Luego solo hubo silencio.
Profundo y espeso, empujando contra su mente, dejándola vibrando con una
energía que apenas podía contener. Sus arremolinados pensamientos volvían a la
misma pregunta. ¿Y si uno de los muchachos se lastimó?
No era posible tener un tiempo de
respuesta rápido tan alto en las montañas. No era algo en lo que pensaran
muchos huéspedes al buscar un refugio aislado. Aquí, sobrevivir a cualquier
tipo de emergencia médica dependía en gran medida de los primeros auxilios. ¿Y
si uno de los muchachos se lastimó?
Sus pies temblaron cuando los sacó de
debajo de la sábana. La niebla distorsionaba la luz, convirtiéndola en una
bruma blanca que llenaba la habitación. Se arrastró hasta la ventana y, después
de un momento para recobrar la calma, puso las manos contra el cristal para
poder ver.
Un frío que no debería haber estado allí
salió del cristal de la ventana para pegarle en la cara cuando se acercó. Sus
esfuerzos y determinación fueron en vano. No había nada que ver más allá del
brillo blanco y cegador. Luego solo había oscuridad.
Margot saltó hacia atrás desde la ventana
ahora negra. La luz de Yuri está apagada. Ese hecho se le posó fuertemente
contra el interior del cráneo. De repente, las sombras parecían una barrera
sólida, bloqueándola de cualquier otro ser vivo. Dejándola sola con la niebla y
las criaturas que acechaban en su interior. Se esforzó por escuchar. Tal vez un
grito amortiguado, un golpe contra el metal intentando llamar la atención, un
ruido de pasos arrastrándose vagamente. Cualquier cosa que pudiera sugerir que
los chicos estaban tratando de llamar su atención. Ahora que lo estaba
buscando, fue plenamente consciente de la pura ausencia de sonido.
No había susurros de murciélagos buscando
comida o insectos corriendo sobre las hojas muertas. Tampoco había pequeños
animales ni personas. ¿Fuimos los últimos en terminar el turno? ¿No hay nadie
más allá arriba? Era consciente de cada centímetro de la distancia que la
separaba de todos los demás. De Yuri y de Stephen. Y el edificio principal,
pensó, no con poca amargura. Que tiene el único teléfono que funciona en toda
la maldita montaña. Respirando profundamente para serenarse, luchó contra la
creciente oleada de pánico. No saques conclusiones. Todavía no sabes si algo
anda mal. Pero sí lo sabía. Ella lo sabía con una certeza absoluta que nunca
antes había sentido. Algo andaba terriblemente mal.
Con cuidado, Margot se arrastró hasta la
puerta. El mango se sintió frío al tacto. El terror inundó su estómago al
tocarlo, dejándola mareada y temblando. No abras la puerta. El pensamiento
ascendió hacia el primer plano de su mente y dejó sus dedos apoyados
inquietamente contra el metal. No salgas. Su aliento se sacudió dentro de su
pecho, y se apoyó contra la puerta, presionando su oreja contra la delgada
madera. El mundo más allá de la puerta estaba quieto. Silencioso.
Cerró los ojos, no es que eso hubiera
cambiado algo. Sin las luces de Yuri, solo tenía la luna para ayudarle a ver, e
incluso eso parecía estar abandonándola poco a poco. Vuelve a la cama, le
susurró la misma voz distante desde el fondo de su cabeza. Deberías estar
dormida. Fue consciente del esfuerzo que le llevó evitar que su cuerpo
tembloroso siguiera la orden. Lamiéndose los labios, se apoyó con aún más
fuerza contra la puerta, decidida a comprobar una vez más cualquier indicio de
peligro. Asegurándose a sí misma que, si realmente escuchara algo, tendría las
agallas para ir a ver a los muchachos. Y si no hay nada, volveré a la cama, a
salvo, sabiendo que soy una idiota paranoica. Conteniendo el aliento, intentó
concentrarse. Nada.
Margot se desplomó con alivio. Una risa
suave pasó por sus labios mientras se frotaba la cara. Idiota. Su alegría
perduró mientras se apresuraba a regresar a la cama y trataba, de nuevo, de
ponerse cómoda en el colchón. Pero ahora podía sentir la ventana. No la
estructura en sí o la noche que presionaba contra ella. Podía sentir la niebla
como si llevara una energía propia. Algo estático y crudo. Algo que hacía que
su piel se erizara y le hacía sentir como si mil ojos estuvieran posados sobre
ella.
En su mente, la niebla nunca había dejado
de entrar sigilosamente dentro de la habitación. Tanteando, los dedos helados
se deslizaban por el suelo como serpientes. Acercándose a su cama.
Envolviéndose alrededor de sí mismos para hacerse más grandes, más fuertes.
Transformándose en algo que podría alcanzarla y tocarla.
Se dio la vuelta, poniéndose de espaldas
a la ventana. Eso no calmó las sensaciones dentro de ella. Solo las empeoró. La
ilusión se repetía una y otra vez a medida que bajaba la temperatura. Un
deslizamiento constante que la llevaba de un calor sofocante a un frío
escalofriante. Aun así, su imaginación seguía obsesionada con la niebla.
Reproducía el escenario una y otra vez, golpeándolo contra su sentido de la
realidad hasta que los dos comenzaban a mezclarse. Acurrucada debajo de su
sábana, Margot se la llevó a la barbilla. No quería mirar, intentó con todas
sus fuerzas no hacerlo, pero su mirada volvió a ser atraída por la ventana. A
las sombras de afuera. A la silenciosa y acechadora niebla.
Giró lo suficiente como para echar un
vistazo por encima del hombro. La niebla había sofocado la luz de la luna hasta
el punto en que no había ninguna diferencia entre mirar en una dirección o la
otra. Todo era negro. Pero ella sintió el cambio. El cabello en su nuca se
erizó y su estómago se tensó. La avalancha de sensaciones no dejaba lugar a la
incertidumbre. Estaba siendo observada. Margot giró la cabeza para mirar hacia
la pared. Sin saber qué más hacer, cedió a su miedo y se cubrió la cabeza con la
sábana como una niña asustada. Allí yacía, temblando y acobardada en la
impenetrable oscuridad. Observada por las sombras. Maldiciendo la débil
cerradura de su puerta. El tiempo pasaba lentamente; los segundos eran marcados
solo por su propia respiración interrumpida.
El chirrido oxidado y metálico le hizo
pegar un salto. Un viento frío entró de golpe, trayendo consigo el húmedo frío
de la niebla. La ventana está abierta. Margot se acurrucó aún más cuando el
aire empujó la sábana contra su piel fría. Los gritos brotaron en su pecho,
incapaces de atravesar su apretada garganta. Sus pensamientos se fracturaron,
convirtiéndose en un mosaico de distancias incalculables e impulsos infantiles.
La más mínima señal de movimiento hacía
que su corazón diera un vuelco. Oía el leve chasquido de las uñas contra el
revestimiento de metal. Siguió un golpe suave. Luego algo deslizándose. Nada
más y, sin embargo, eso cambió todo. Ya no estaba sola en su habitación.
Apretando los ojos con fuerza, contuvo el aliento. Sus pensamientos se
tambalearon y murieron. Dejando una cámara hueca dentro de ella que se llenaba
rápidamente por la agitada niebla, las sombras y los ojos que sentía, pero que
no podía ver.
Chasquido.
Golpe.
Deslizamiento.
Lo que sea que estuviera con ella se
acercaba. Sintió el frío contra su columna como un toque físico. Tanteando,
dedos hechos de aguanieve la tocaban. Los escalofríos le destrozaban los
huesos. Sus articulaciones se convirtieron en piedra, impidiéndole moverse,
incluso cuando su corazón latía y revoloteaba contra sus costillas.
Chasquido.
Golpe.
Deslizamiento.
Presionando sus labios, Margot trató de
estabilizar su respiración, regularla en algo silencioso que aún satisfaga sus
pulmones. No lo logró. Cada respiración sonaba como un gemido roto en el
aplastante silencio.
Chasquido.
Golpe.
Deslizamiento.
Y estaba justo a su lado. Cerniéndose
sobre ella. El aliento cálido cubría la sábana congelada oprimida contra su
mejilla.
-¿Estás despierta? -La voz ronca siseó a
través de dientes rotos, o una boca llena de colmillos.
Las puntas de las uñas chasquearon contra
el marco de metal de la cama, sobre su cabeza. El colchón se hundió cuando se
acercó y se inclinó sobre ella. Probando si ella se movía. Apretó los ojos aún
más e intentó hacerse la dormida. El aliento caliente llegó en oleadas,
calentando su mejilla y añadiendo el hedor a sangre en el aire.
-¿Estás despierta?
Margot se mordió los labios y contuvo el
aliento. Lágrimas calientes brotaban de sus ojos. Caían de sus pestañas, y el
colchón se movió una vez más. Algo se enganchó en la sábana para apartársela
lentamente de la cara. Tanto el aire caliente como el frío la golpearon a la
vez. Una extraña contradicción que le indicaba que tan cerca estaba la criatura
desconocida. Su aliento le hizo cosquillas en las orejas a la vez que la cama
se hundía. Era demasiado fácil imaginarla arrastrándose sobre ella. Sin tocar.
Solo observando. Esperando a que ella le dé algún tipo de señal. Sus dedos se
clavaron en sus rodillas. No la mires, advirtieron los últimos fragmentos de su
mente racional. No te muevas. Se hizo más difícil respirar con las lágrimas
inundándole la garganta.
-¿Estás despierta?
El silencio cayó sobre ella. El silencio
completamente opresivo que le hizo darse cuenta de que no se había ido. Estaba
esperando. Un depredador paciente esperando a que su presa saque la cabeza de
la seguridad de su escondite. Temblando, sofocándose y congelándose a la vez,
expuesta a la mirada de la criatura desconocida, se quedó allí. Los ruidos no
volvieron a oírse. Nada se agitaba. Los ojos permanecían ahí, una presión
constante sobre su piel que hacía que estuviera segura de que estaba a apenas
un centímetro de su rostro. Que si llegara a abrir los ojos lo vería. Lo
sabría. Y este tortuoso estancamiento terminaría. Empezó a sentir el dolor en
los músculos poco a poco mientras la oscuridad sobre sus párpados cedía.
Ansiaba estirar las piernas, pero no se atrevía a moverse.
El primer golpe en la puerta la hizo
saltar.
-¿Margot?
La voz no pertenecía a la bestia nunca
vista, sino a su gerente. Su respiración se entrecortó.
-¿Margot? ¿Estás ahí?
De repente, la distancia insuperable que
la separaba del mundo se redujo a nada más que unos pocos metros. Tres metros
hasta la puerta.
-Vamos, Margot. -Su gerente resopló:
-Abre.
Reuniendo su coraje, apretó y liberó sus
músculos, tratando de prepararlos para la sensación de movimiento. Dándose
vuelta, corrió la sábana y saltó de la cama. Cruzó la distancia hasta la puerta
de un solo salto y chocó contra la puerta, abriéndola y saliendo de golpe. Sus
pies tropezaron uno contra el otro y cayó. El suelo dio una sacudida, tenía las
piernas acalambradas. Le fue imposible evitar su caída desde exiguo patio hacia
el camino de abajo. La luz del sol bañó su cuerpo. Era como una mirada húmeda
que la dejaba ciega. Los pájaros cantaban en los árboles, y los miembros del
personal conversaban mientras se movían en grupos.
-Oye, ¿estás bien? -la mano de su gerente
cayó sobre su hombro y ella gritó. Para cuando ella se dio la vuelta, él
levantó las manos en señal de rendición-. ¿Qué pasa? Oye, mírame ¿Que está
pasando?
-No lo sé -gimió.
Sus ojos se dirigieron a la ventana.
Estaba abierta de par en par, permitiendo que la luz del sol brillara en el
prístino cristal. Nunca la oyó irse. Nunca oyó a la vida volver. Simplemente
estaba allí, hasta el instante en que ya no estaba.
-Margot -presionó su gerente mientras la
ayudaba a ponerse de pie.
-Estoy bien. Debo haber estado soñando.
-¿Estás segura?
-Sí. -Margot parpadeó y finalmente apartó
la vista de la ventana. -Solo fue un sueño.
-Está bien. -La miró con recelo, pero
rápidamente desechó la idea-. ¿Has visto a Yuri y a Stephen?
Giró para verlo de frente. -¿Qué?
-Yuri y Stephen -dijo el gerente. -No se
han presentado al trabajo.
Margot echó a correr. Había cruzado la
pequeña pradera calentada por el sol y había entrado en la habitación de Yuri
antes de darse cuenta de que se estaba moviendo. La ventana estaba bien
abierta, la puerta cerrada pero tan fácil de abrir como la suya. Irrumpió en la
habitación tranquila y vacía.
-¡Oye, no puedes entrar ahí! -gritó su
gerente detrás de ella.
Margot corrió hasta la habitación de al
lado, llamando a Stephen antes de terminar de subir las escaleras. Una vez más,
la ventana había sido forzada, la puerta aún estaba cerrada y no se lo veía por
ninguna parte.
Su gerente apareció en la puerta, un poco
agitado y molesto. -¿Sabes dónde están o no?
-Se suponía que estarían aquí -susurró.
-Bueno, aquí no están. Mira, si se fueron
a beber algo con los chefs…
Sus palabras se cortaron abruptamente
cuando ella se dio la vuelta para mirarlo.
-¿Qué pasa con los chefs?
-Ellos tampoco se presentaron a trabajar.
-Las palabras salieron desdeñosamente antes de darse cuenta de lo que estaba
diciendo.
Pero su conclusión fue diferente a la de
ella. El gerente se alejó apresuradamente, llamando a algunos trabajadores
dispersos, llamándolos para formar un grupo de búsqueda antes de que se
alejaran demasiado. Margot estaba parada en el umbral de la habitación de
Stephen, abrazándose a sí misma incluso cuando el sol latía sobre ella sin
piedad. A su alrededor, el bosque estaba lleno de pájaros e insectos y pequeñas
sombras que se acurrucaban bajo las montañas de hojas. No están perdidos,
susurró una voz en su cabeza mientras estudiaba el bosque y sentía que éste le
devolvía la mirada. Se los llevaron.
-Estaban despiertos o desaparecidos.
FIN
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