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26 de febrero de 2024

LOS COYUYOS .- Jorge W. Ábalos

 




 

El coro de los coyuyos en los algarrobales hace un volumen de sonido que parece ocupar todo el espacio.

Cuando alguno de estos insectos, que pueblan por millares los árboles, cae al patio, los chicos lo toman delicadamente y si no logran hacerlo volar lo colocan en un lugar resguardado, de modo que nadie lo pise.

-¿Por qué cuidan con tanto interés a las chicharras, Mashi?

-Ellas hacen madurar la algarroba, señor. -Bueno . . . suponiendo que así fuera, son tantos los coyuyos que uno más o menos . . .

-Pero . . . si la gente los matara, aunque sea de a poco, alguna vez se terminarían.

-¡Bah! : . . no te preocupes por eso. Los insectos ponen tal cantidad de huevitos que pueden reponer con creces a los que mueren. Todos los adultos mueren en cada temporada.

-No, señor . . . Los coyuyos son los mismos todos los años. Ellos no mueren; dejan el pellejo en cualquier lado y luego se entierran. Allí se están, esperando hasta el año siguiente.

Buñi confirma, cantando la copla:

 

Soy lo mismo qu'el coyuyo,

cada año salgo a cantar:

domingo, lunes y martes…

tres días de carnaval.

 

-¿Quieres ver, señor, lo que te digo?

La chinitilla se va corriendo hacia uno de los algarrobos y vuelve luego con la exuvia completa de un coyuyo, la que conserva magníficamente la forma del insecto.

-¿Ves, señor, cómo está partido el pellejo por el lomo? Por ahí sale el coyuyo y se va a enterrar después. ¿No has visto cuando cavas bajo un árbol, que aparecen a veces algunos coyuyos? Esos son blancos, tiernitos y sin alas.

-Les explicaré cómo son las cosas en realidad: la piel esa que muestra Mashi ha sido abandonada por el adulto; al mudar se convierte en alado y nunca más regresa al suelo. Lo que se encuentra bajo tierra son las larvas del insecto, las que surgirán a la superficie años después.

-Señor, vos dices . . . ¿años después?

-Sí, Lisha; en algunas especies hasta diecisiete años después de haber nacido la pequeña larva.

Los chicos me miran sorprendidos. -¿Cuántos años tienes, Lisha?

-Ocho, señor.

Sacá la cuenta: cuando de los huevitos puestos este año por esos coyuyos, salgan a la superficie los insectos alados, vos tendrás... ¿cuántos años tendrás?

El chango inicia trabajosamente la operación, utilizando los dedos de las manos y - sospecho- de los pies.

--¡Veinticinco años! -dice asombrado. ¡Ya habré hecho el servicio militar!..

La jácara de las cigarras se hace insoportable por momentos; cuando esto ocurre no se ven pájaros en las inmediaciones.

Buñi coplea a pleno pulmón:

 

Dejá de cantar, chicharra,

que ya m'estás atontando.

Andá cantale a tu agüela,

decile que yo te mando.

 

Isha me tironea de la manga. Me agacho hasta ella.

-A que no sabes, señor, cuál fruta hacen madurar las chicharritas cuando cantan -me propone.

-No lo sé, Ishu.

-Hacen madurar el piquillín, señor.

La miro, mostrando asombro: -¡Tan chiquita y sabes tanto!…

-Ya no soy chiquita, señor.

-¿No? ¿Y qué sos, entonces?

-Ahora soy grandecita.

La miro con actitud estimativa:

-Es cierto ... Es que ya tienes más de seis años...

 

PRIMAVERA

 

La primavera se descarga de golpe en estas latitudes. Un día, como el de hoy, al levantarse uno a la mañana advierte que las flores de los garabatos ya están en el ambiente aromatizándolo con su cálido perfume que se puede palpar, casi, con la lengua.

Las ckellusisas alfombran el paisaje en estallido de flores amarillas. Las abejitas silvestres acarrean el polen, diligentes; ellas vienen a levantar agua en las filtraciones de la tina, en este fin del invierno con sus meses de seca.

Ya se ven en los árboles los doseles de "hilos de la virgen" ( o "babas del diablo", como uno prefiera), briznas de tela de las arañitas esas que van por el aire -viajeras insólitas- suspendidas de sus tenues paracaídas de una sola hebra.

La naturaleza toda comienza a movilizarse. Los pájaros cantan, buscando pareja, mientras rayan el aire con sus vuelos. Los abejorros ronronean su pesado andar.

--Se va a poner lindo el campo este año, señor.

--Es cierto, Elo-respondo devolviéndole el mate vacío--, el campo va a estar muy alegre.

 

Jorge W. Ábalos:

Aunque nacido en La Plata en 1915, vivió la mayor parte de su vida en la zona centro-norte del país.

Fue maestro rural en Santiago del Estero; y profesor universitario en Córdoba y Tucumán.

La muerte de una alumna picada por una víbora puede haber sido la causal para que se dedicara a la investigación científica en el país y en el exterior, y luego dirigiera un laboratorio para la obtención de sueros antiofídicos.

Falleció en Córdoba en 1979.

Entre sus obras, se pueden citar: "Animales, leyendas y coplas", (1953), "Coplero popular" (1973), "Shunko" (1949), "Cuentos con y sin víboras" (1942), "Norte pencoso"(1964), "Terciopelo, la cazadora negra" (1971).

Los textos que aquí se reproducen, pertenecen al libro "Shalacos" (1975).

Los shalacos son los habitantes de la costa del río Salado del no

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