El coro de los coyuyos en los
algarrobales hace un volumen de sonido que parece ocupar todo el espacio.
Cuando alguno de estos insectos, que
pueblan por millares los árboles, cae al patio, los chicos lo toman
delicadamente y si no logran hacerlo volar lo colocan en un lugar resguardado,
de modo que nadie lo pise.
-¿Por qué cuidan con tanto interés a las
chicharras, Mashi?
-Ellas hacen madurar la algarroba, señor.
-Bueno . . . suponiendo que así fuera, son tantos los coyuyos que uno más o
menos . . .
-Pero . . . si la gente los matara,
aunque sea de a poco, alguna vez se terminarían.
-¡Bah! : . . no te preocupes por eso. Los
insectos ponen tal cantidad de huevitos que pueden reponer con creces a los que
mueren. Todos los adultos mueren en cada temporada.
-No, señor . . . Los coyuyos son los
mismos todos los años. Ellos no mueren; dejan el pellejo en cualquier lado y
luego se entierran. Allí se están, esperando hasta el año siguiente.
Buñi confirma, cantando la copla:
Soy lo mismo qu'el coyuyo,
cada año salgo a cantar:
domingo, lunes y martes…
tres días de carnaval.
-¿Quieres ver, señor, lo que te digo?
La chinitilla se va corriendo hacia uno
de los algarrobos y vuelve luego con la exuvia completa de un coyuyo, la que
conserva magníficamente la forma del insecto.
-¿Ves, señor, cómo está partido el
pellejo por el lomo? Por ahí sale el coyuyo y se va a enterrar después. ¿No has
visto cuando cavas bajo un árbol, que aparecen a veces algunos coyuyos? Esos
son blancos, tiernitos y sin alas.
-Les explicaré cómo son las cosas en
realidad: la piel esa que muestra Mashi ha sido abandonada por el adulto; al
mudar se convierte en alado y nunca más regresa al suelo. Lo que se encuentra
bajo tierra son las larvas del insecto, las que surgirán a la superficie años
después.
-Señor, vos dices . . . ¿años después?
-Sí, Lisha; en algunas especies hasta
diecisiete años después de haber nacido la pequeña larva.
Los chicos me miran sorprendidos.
-¿Cuántos años tienes, Lisha?
-Ocho, señor.
Sacá la cuenta: cuando de los huevitos
puestos este año por esos coyuyos, salgan a la superficie los insectos alados,
vos tendrás... ¿cuántos años tendrás?
El chango inicia trabajosamente la
operación, utilizando los dedos de las manos y - sospecho- de los pies.
--¡Veinticinco años! -dice asombrado. ¡Ya
habré hecho el servicio militar!..
La jácara de las cigarras se hace
insoportable por momentos; cuando esto ocurre no se ven pájaros en las
inmediaciones.
Buñi coplea a pleno pulmón:
Dejá de cantar, chicharra,
que ya m'estás atontando.
Andá cantale a tu agüela,
decile que yo te mando.
Isha me tironea de la manga. Me agacho
hasta ella.
-A que no sabes, señor, cuál fruta hacen
madurar las chicharritas cuando cantan -me propone.
-No lo sé, Ishu.
-Hacen madurar el piquillín, señor.
La miro, mostrando asombro: -¡Tan
chiquita y sabes tanto!…
-Ya no soy chiquita, señor.
-¿No? ¿Y qué sos, entonces?
-Ahora soy grandecita.
La miro con actitud estimativa:
-Es cierto ... Es que ya tienes más de
seis años...
PRIMAVERA
La primavera se descarga de golpe en
estas latitudes. Un día, como el de hoy, al levantarse uno a la mañana advierte
que las flores de los garabatos ya están en el ambiente aromatizándolo con su
cálido perfume que se puede palpar, casi, con la lengua.
Las ckellusisas alfombran el paisaje en
estallido de flores amarillas. Las abejitas silvestres acarrean el polen,
diligentes; ellas vienen a levantar agua en las filtraciones de la tina, en
este fin del invierno con sus meses de seca.
Ya se ven en los árboles los doseles de
"hilos de la virgen" ( o "babas del diablo", como uno
prefiera), briznas de tela de las arañitas esas que van por el aire -viajeras
insólitas- suspendidas de sus tenues paracaídas de una sola hebra.
La naturaleza toda comienza a
movilizarse. Los pájaros cantan, buscando pareja, mientras rayan el aire con
sus vuelos. Los abejorros ronronean su pesado andar.
--Se va a poner lindo el campo este año,
señor.
--Es cierto, Elo-respondo devolviéndole
el mate vacío--, el campo va a estar muy alegre.
Jorge W. Ábalos:
Aunque nacido en
Fue maestro rural en Santiago del Estero;
y profesor universitario en Córdoba y Tucumán.
La muerte de una alumna picada por una
víbora puede haber sido la causal para que se dedicara a la investigación
científica en el país y en el exterior, y luego dirigiera un laboratorio para
la obtención de sueros antiofídicos.
Falleció en Córdoba en 1979.
Entre sus obras, se pueden citar:
"Animales, leyendas y coplas", (1953), "Coplero popular"
(1973), "Shunko" (1949), "Cuentos con y sin víboras"
(1942), "Norte pencoso"(1964), "Terciopelo, la cazadora
negra" (1971).
Los textos que aquí se reproducen,
pertenecen al libro "Shalacos" (1975).
Los shalacos son los habitantes de la costa del río Salado del no
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