Nuestras virtudes son las mismas horribles virtudes de una
herida que sangra y encuentra alivio en la maldad.
Roy Fuller, Autumm 1942
Dicen que El-ahrairah solía visitar otras madrigueras. Se
quedaba unos días con el conejo jefe y con la Owsla y les daba consejo sobre
los problemas que pudieran tener. Incluso los conejos más ancianos y
experimentados le respetaban y aceptaban gustosos su consejo. No era conejo al
que le gustara hablar de sí mismo, al contrario, era un oyente comprensivo, y
siempre estaba dispuesto a escuchar las dificultades y las aventuras de los
demás y a elogiar a quien lo mereciera. Muchas veces he deseado que viniera por
aquí, y creo que deberíamos estar alerta, pues dicen que no siempre es fácil
reconocerlo. Como veréis, tiene buenas razones para obrar así.
Dicen que había en otro tiempo una madriguera llamada
Parda-rail, y que sus conejos se creían los mejores del mundo. Para ellos, no
había nadie tan pulcro, tan osado y tan veloz como los conejos de Parda-rail. Y
en cuanto a los extranjeros, bueno, se necesitaba poco menos que una
recomendación personal del mismísimo príncipe Arco Iris para entrar allí. El
conejo jefe se llamaba Henthred y, para hablar con él, tenías que ser
presentado por un miembro de la Owsla. Su compañera, Anflellen, ¡oh!, era un
sueño, hasta que la conocías lo bastante para saber que carecía prácticamente
de todas las cualidades de un conejo honesto y que eran otros los que hacían
todo el trabajo por ella.
Bien, pues una tarde, Hallion y Thyken, dos conejos de
aquella insigne madriguera, volvían a casa después de un asalto triunfal al
huerto de una casa bastante alejada cuando, en las proximidades de Parda-rail,
se encontraron con un conejo. Era un hlessi, eso saltaba a la vista, un
vagabundo. Estaba tendido de costado bajo un espino, respiraba agitadamente y
parecía bastante maltrecho. Tenía una oreja desgarrada que sangraba, sus patas
delanteras estaban cubiertas de barro seco y había perdido la mitad del pelo de
la cabeza. Al oírlos acercarse, el conejo intentó incorporarse, pero, después
de dos intentos fallidos, se dejó caer donde estaba. Se detuvieron para mirarlo
y asegurarse de que no era de Parda-rail y, cuando lo estaban olfateando, el
conejo le dijo a Hallion:
-Señor, me temo que no estoy en buena forma. Estoy agotado y
no puedo correr. Sé que si me quedo aquí, tarde o temprano me encontrará alguno
de los Mil. ¿Podéis darme cobijo en vuestra madriguera por esta noche?
-¡¿Que te demos cobijo?! -respondió Hallion-. ¡¿A un conejo
sucio y repugnante como tú?! ¿Por qué…?
-Ah, pero ¿es un conejo? -intervino Thyken-. Nunca lo
hubiera dicho.
-Mejor será que te largues de aquí -prosiguió Hallion-. No
queremos que ronden por Parda-rail tipos como tú. Alguien podría pensar que
eres de los nuestros.
El hlessi les suplicó desesperado que le permitieran
refugiarse en su madriguera, sólo eso podría salvarle. Pero ninguno de ellos
quiso ayudarle, pues decían que un sucio vagabundo como él mancharía el buen
nombre de Parda-rail. Lo dejaron allí, suplicándoles, y volvieron a su casa sin
darle mayor importancia.
Dos o tres días más tarde, El-ahrairah pasó por la
madriguera, como tenía por costumbre hacer durante los largos días del verano.
Henthred lo recibió respetuosamente, con la esperanza de que se quedara con
ellos varios días y disfrutara del trébol, pues ya había empezado la temporada.
El-ahrairah aceptó la invitación y dijo que le gustaría ver a los Owsla, a los
que no había visto desde hacía tiempo.
Todos se presentaron orgullosos ante él, con sus pieles
impecables y las colas blancas relucientes. El-ahrairah elogió su apariencia y
le dijo a Henthred que formaban un grupo excelente. Entonces, quiso dirigirse a
ellos, y los fue observando uno a uno.
-Sois los conejos más hermosos que he visto en mi vida. Y
estoy seguro de que vuestros corazones y vuestros espíritus son tan hermosos
como vuestra apariencia. Por ejemplo -dijo, dirigiéndose a un conejo grande que
llevaba por nombre Frezail-, ¿qué harías tú si una tarde volvieras a casa y te
encontraras por el camino a un hlessi herido que te suplicara que lo llevaras a
tu madriguera y le dieras cobijo?
-Le ayudaría, por supuesto -replicó Frezail-, y permitiría
que se quedara con nosotros tanto como quisiera.
-¿Y tú? -preguntó El-ahrairah al siguiente conejo.
-Le ayudaría, señor.
Y lo mismo dijeron todos los demás.
Entonces, ante sus propios ojos, El-ahrairah empezó a
transformarse en el lastimoso hlessi que Hallion y Thyken habían encontrado
unas noches antes. Se tendió de costado y miró a Hallion y a Thyken.
-¿Y vosotros? -preguntó, pero ellos no respondieron, y se
limitaron a mirarlo consternados.
-¿No me reconocisteis? -inquirió.
El resto de los Owsla no dejaban de mirarlos a los tres. No
comprendían qué estaba pasando, pero imaginaban que algo malo había sucedido
entre El-ahrairah y aquellos dos.
-No parecíais vos -balbuceó Thyken por fin-. ¿Cómo íbamos a
imaginar…?
-¿Cómo ibais a imaginar que era un conejo? ¿Es eso?
-preguntó-. ¿Estáis seguros ahora?
Entonces, antes de volver a recobrar su aspecto normal, hizo
que todos se acercaran y lo miraran bien, «Para asegurarnos de que la próxima
vez me reconocen». Hallion y Thyken pensaban que El-ahrairah los castigaría de
alguna forma, pero lo único que hizo fue explicarle a Henthred, delante de
todos, lo que había sucedido la tarde que lo encontraron bajo el espino. En su
corazón todos sabían que no hubieran obrado de modo diferente y nadie dijo una
palabra; nadie excepto Henthred y un anciano conejo de pelaje grisáceo, que le
fue presentado como Themmeron, el más anciano de la madriguera.
-Todo lo que puedo decir, mi señor -dijo Themmeron con voz
trémula-, es que, si yo os hubiera visto aquella tarde, hubiera sabido que no
erais lo que parecíais, aunque ignoro si hubiera adivinado que erais nuestro
príncipe de los Mil enemigos o no. Pero hubiera sabido ver que estabais
disfrazado.
-¿Cómo? -inquirió El-ahrairah algo molesto, pues estaba
convencido de que no había conejo que pudiera parecer más lastimero de lo que
él lo había hecho.
-Pues porque hubiera notado que no teníais el aspecto de un
conejo que ha visto el agujero en el cielo, mi señor. Ni lo tenéis ahora.
-¿El agujero en el cielo? -preguntó-. ¿Y eso qué es?
-No puedo decirlo -replicó Themmeron-. No puedo decirlo. Y
no es mi intención ofenderos, mi señor…
-Oh, eso no importa. Sólo quiero saber qué significa eso del
agujero en el cielo. ¿Cómo es posible que haya un agujero en el cielo?
Pero el viejo conejo actuó como si él no hubiera dicho nada
de aquello. Asintió con la cabeza mirando a El-ahrairah, se dio la vuelta y se
alejó cojeando lentamente.
-Normalmente lo dejamos tranquilo, señor -dijo Henthred-. Es
bastante inofensivo, aunque a veces me pregunto si sabe distinguir la noche del
día. Dicen que en sus tiempos era todo un caballero en la Owsla.
-Pero ¿qué significaba eso del agujero en el cielo?
-Si vos no lo sabéis, señor, lo que está claro es que yo
tampoco -replicó Henthred, a quien le había irritado enormemente que hiciera
quedar a dos de sus Owsla como unos desalmados.
El-ahrairah no volvió a mencionar el incidente. Se quedó con
ellos dos o tres días más y se comportó como si nada hubiera ocurrido, y cuando
partió, deseó a la madriguera buena suerte y prosperidad, como siempre hacía.
El-ahrairah no dejaba de pensar en lo que había dicho
Themmeron. Allá adonde iba, preguntaba a los otros conejos qué podían decirle
sobre el agujero en el cielo. Pero nadie sabía nada. Al cabo, se dio cuenta de
que empezaban a considerar un poco estrambótica esa preocupación suya, de modo
que dejó de preguntar. Sin embargo, para sus adentros, no dejaba de pensar en
ello. ¿Qué había querido decir el viejo Themmeron? Y llegó a la conclusión de
que, a pesar de ser el Príncipe de los Conejos, se estaba perdiendo algo, algo
espléndido y gratificante, alguna suerte de secreto. Sin duda, algunos a los
que había preguntado lo sabían perfectamente, pero no pensaban decírselo. Debía
de ser extraordinario el agujero en el cielo. Si pudiera encontrarlo y
conseguir, de alguna forma, pasar al otro lado, seguro que encontraría allí mil
maravillas. No se daría por satisfecho hasta que lo encontrara.
Bien. Como todos sabéis, los viajes de El-ahrairah lo llevan
mucho más lejos que a cualquier conejo normal, como nosotros, por ejemplo, que
nos contentamos con los campos verdes, los saúcos o los helechos y la aulaga.
Pero él estaba acostumbrado a las altas colinas y los bosques profundos, y
podía atravesar un río a nado con tanta facilidad como una rata de agua. Y como
es natural, en sus viajes encontraba a veces criaturas extrañas que podían ser
peligrosas. Cuenta la leyenda que, una tarde, cuando anochecía, El-ahrairah
caminaba por un estrecho sendero sobre una colina solitaria cuando se topó con
una criatura llamada timbleer, una criatura de la que nosotros nada sabemos,
gracias a Frith, salvo que es fiera y agresiva.
-¿Qué haces por aquí? -le preguntó el timbleer en tono poco
amistoso-. Vuelve al lugar de donde vienes, sucio conejo.
-No estoy haciendo nada malo -replicó El-ahrairah-. Yo sólo
voy por el camino, y no te molesto ni a ti ni a ninguna otra criatura.
-Aquí no se te ha perdido nada -dijo el timbleer-. ¿Te vas a
marchar o qué?
-No, no me voy. Y tú no tienes derecho a decirme que me
vaya.
Entonces el timbleer se abalanzó sobre El-ahrairah y rodaron
entre la hierba cana y las ortigas, y la batalla que libraron en el sendero fue
terrible. El timbleer era fuerte y ágil, y le causó tantas heridas a
El-ahrairah que perdió mucha sangre. Pero El-ahrairah no quedó a la zaga y, al
final, el timbleer tuvo que contentarse con escapar cojeando y lanzando
maldiciones.
El-ahrairah se sentía débil y mareado. Se dejó caer en el
camino e intentó descansar, pero las heridas le dolían tanto que no estaba
cómodo en ninguna posición. La noche seguía su curso, y él seguía agitándose y
revolviéndose en medio de horribles dolores. Debió de dormirse al fin porque,
cuando abrió los ojos y miró a su alrededor, ya estaba amaneciendo y un tordo
cantaba desde un abedul cercano. Intentó incorporarse, pero, una vez más, se
desplomó en el suelo. El dolor era horrible y, como no podía caminar, se vio
forzado a quedarse allí, en medio del camino. Empezaba a pensar que moriría en
aquel lugar.
Permaneció tendido todo el día, y pronto empezó a delirar,
ajeno al paso de las horas. A veces se dormía, pero incluso en sueños sentía el
dolor. Imaginaba que Rabscuttle estaba con él y le suplicaba que le ayudara.
Pero Rabscuttle se desvanecía lentamente y se transformaba en un enebro
achaparrado que había en la colina en la que creía estar. Entonces se le
antojaba que era Avellano, que le decía a Hyzenthlay que cuidara de la
madriguera mientras él estaba fuera con Campeón en una patrulla amplia especial.
Pero también estas ficciones se desvanecían, o se fundían con otras en las que
le parecía ver elil por el rabillo del ojo. Se pasó el día entero volviendo la
cabeza a un lado y a otro, tratando de verlos con claridad. Y mientras tanto,
un conejo le susurraba chistes al oído, aunque no acababa de entender sobre qué
iban. El dolor y el miedo lo consumían. Oyó a un conejo que le suplicaba a
Rabscuttle que viniera y, al rato, se dio cuenta de que era él mismo.
Tendido como estaba, cogió una brizna de hierba, pero no
podía comer. «Es una hierba especial, señor -decía Rabscuttle desde algún lugar
detrás de él-. Una hierba especial para que os curéis pronto. Dormid ahora.»
A la mañana siguiente vio perfectamente a un zorro verde que
se acercaba por el camino. De nuevo intentó incorporarse pero, en el mismo
momento en el que el zorro desaparecía, sus patas cedieron y cayó sobre su
espalda. Quedó tendido boca arriba, mirando estúpidamente al cielo.
Entonces empezó a temblar de miedo. En la curva azul del
cielo vio una hendidura, una grieta que, según advirtió, era una herida
abierta. Los bordes irregulares parecían haber sido hechos con algo
contundente, algo que primero había cortado y después desgarró. Por algunos
sitios había jirones de carne que colgaban aún de la herida e impedían ver con
claridad lo que había debajo. Lo único que pudo distinguir en la profundidad
supurante de la herida era sangre y pus, una superficie reluciente y viscosa, irregular,
como una marisma. También los bordes estaban sucios, ribeteados de sangre y de
una sustancia amarilla llena de moscas. Mientras observaba aquello horrorizado,
el cuerpo de un conejo cayó desde la herida, pero se evaporó también mientras
caía.
A los ojos enloquecidos de El-ahrairah, la hendidura entera
pareció moverse, como unos labios abiertos que descendían para cerrarse sobre
él y tragarlo. Cayó chillando por el lado del sendero y rodó por la pendiente
hasta perder el conocimiento.
Cuando volvió en sí, tenía la cabeza despejada y las heridas
parecían menos dolorosas. Se sintió con fuerzas para volver por propio pie a
casa, donde su hembra, Nur-Rama, y su fiel Rabscuttle lo cuidarían hasta que se
recuperara. Recorrió una corta distancia muy despacio y se tumbó al sol para
limpiarse un poco.
Y cuando estaba allí descansando, se dio cuenta de que el
Señor Frith le estaba hablando a su corazón.
«El-ahrairah, no deberías emprender más aventuras
arriesgadas, al menos por el momento. No hay necesidad de que sigas
impresionando a tu gente con más grandes batallas y viajes. Ya has hecho
suficiente, y ellos te aman y te admiran. Disfruta del verano ociosamente como
un buen conejo. Ya has demostrado que estás a la altura de cualquier criatura
que encuentres en tu camino.»
-Mi señor -replicó El-ahrairah-, nunca he cuestionado
vuestros caminos, por oscuros y misteriosos que sean. Pero… ¿cómo podéis
permitir que en vuestra creación exista algo tan terrible, un horror tan
insoportable?
-No lo permito, El-ahrairah. Mira el cielo. No está ahí, ¿no
es cierto?
El-ahrairah miró temeroso hacia arriba. El agujero ya no
estaba en el cielo.
-Aunque sólo sea por un momento, mi señor…
-Nunca ha estado ahí, El-ahrairah.
-¿Nunca? Pero yo lo vi con mis propios ojos.
-Lo que viste fue producto de tu mente delirante. No era
real. Y no tenía el poder de detenerlo.
-Y el viejo Themmeron, en Parda-rail…
-Él sabía que tú nunca habías visto el agujero en el cielo.
Nunca hables de ello. Los conejos que lo han visto, como tú, no quieren hablar
de ello, y los que no lo han visto te considerarán un tipo raro.
El-ahrairah aprendió la lección y se sintió más sabio. Nunca
más volvió a ver el agujero en el cielo, ni habló de ello con nadie, sobre todo
con conejos que intuía habían pasado por un sufrimiento similar al suyo.
FIN
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