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10 de enero de 2024

EN LA ESCUELA DE PERFECCIÓN {Relatos}

 




Había volado hacia el Oeste durante largo rato. Hacia el Oeste a través de la noche, luego hacia el Sur y luego supongo que hacia el Suroeste; no me importaba demasiado. Uno no se preocupa mucho de mapas y direcciones cuando acaba de perder un alumno. Uno sale solo después de medianoche y piensa en ello. Había sido un accidente inevitable; una de esas raras veces en que la neblina se forma instantáneamente en mitad del aire y en cinco minutos la visibilidad baja de diez kilómetros a cero. No había ningún aeropuerto en las cercanías; no podía aterrizar. Inevitable. A la salida del sol, la región que sobrevolaba tenía un extraño aspecto montañoso. Debía haberme alejado un poco más de lo que pensaba. Los indicadores de combustible empezaban a señalar que se acababa. Perdido, con el sol recién aparecido, tuve mucha suerte al ver un Piper Cub color verde que mecía las alas en dirección a mí y se volvía a aterrizar en una pequeña pista de hierba en la falda de una montaña. Tocó tierra, rodó y luego desapareció bruscamente en una pared de sólida roca. El paraje estaba vacío y en silencio, como un desierto. Por un momento pensé que el Cub había sido imaginación mía.

De todos modos, esa pequeña franja era el único lugar donde podía aterrizar un avión. Me alegré de haber cogido uno de los 150 en vez del Comanche o el Bonanza. Seguí hacia el extremo de la pista, utilizando al máximo los flaps y la potencia para frenar, enfrentado con esa pared de granito. Conseguí el aterrizaje más corto que podía hacer, pero no fue suficiente.

Apagado el motor, con los flaps arriba y aplicando los frenos, seguía rodando a veinte nudos y supe que me iba a estrellar contra la pared. Pero no se produjo ningún impacto. La pared desapareció y el 150 se detuvo en el interior de una enorme caverna de piedra. El lugar debe de haber tenido 2 kilómetros de largo, con una amplia y larga pista. Había aviones de diverso tipo y tamaño, estacionados por todos lados, todos pintados con el verde moteado del camuflaje. El Cub apagaba el motor en ese momento y un tipo alto, vestido de negro, salió del asiento delantero y me hizo un gesto para que me estacionara al lado.

Dadas las circunstancias, sólo me quedaba hacer lo que me pedía. Cuando me detuve, salió otra figura del Cub. El hombre estaba vestido de gris. No podía haber tenido más de dieciocho años y me observaba con ligera desaprobación.

Cuando el motor de mi avión se detuvo, el hombre de negro habló con tono bajo y regular. Sólo podía haber sido la voz de un capitán de una línea aérea.

-No debe de ser muy divertido perder un alumno -dijo-, pero no debería hacerle olvidar cómo debe volar. Tuvimos que pasar tres veces delante de usted para que nos viera. -Se volvió hacia el muchacho-. ¿Observó su aterrizaje, señor O’Neill?

La postura del chico adquirió cierta rigidez.

-Sí, señor. A unos cuatro nudos de exceso, setenta pies para aterrizar, seis pies a la izquierda del centro…

-Lo analizaremos más adelante. Reúnase conmigo en la sala de proyecciones dentro de una hora.

El joven volvió a erguirse rápidamente, inclinó la cabeza y se alejó.

El hombre me escoltó hasta un ascensor y apretó un botón que decía Séptimo Nivel.

-Hace tiempo que Drake quiere verlo -dijo-, pero hasta este momento usted no estaba preparado para encontrarse con él.

-¿Drake? ¿Se refiere a Drake el…?

-Por supuesto -replicó, sin poder contener una sonrisa-, Drake el Proscrito.

Al momento siguiente, la puerta se abrió con un siseo y caminamos por un largo y ancho pasadizo, decorado con buen gusto, en el que se veían pinturas y detallados diagramas de aviones en vuelo.

Así que realmente existe, pensé. De modo que hay una persona que es el Proscrito. Cuando uno dirige una escuela para pilotos, oye toda clase de cosas extrañas, y de una y otra parte había escuchado hablar de este hombre y su banda de aviadores. Según el rumor, para esa gente el volar se había convertido en una profunda y verdadera religión, y su dios era el mismo cielo. Se decía que para ellos lo único que importaba era alzarse y tocar la perfección que es el cielo. Pero la única prueba de la existencia de Drake habían sido unas pocas páginas encontradas entre los restos de un avión que no consiguió hacer un aterrizaje forzoso con éxito. Una vez fueron publicadas en una revista, como una curiosidad, y luego olvidadas.

Entramos en una habitación amplia, revestida con paneles, amueblada con tanta sencillez que resultaba elegante. Había una pintura de Amendola auténtica, que representaba un C3R Stearman, en una de las paredes, en otra se encontraba una talla cuidadosamente detallada de un motor A-65. Mi guía desapareció y no pude dejar de examinar el C3R. No tenía ni el más pequeño defecto. Estaban las abrazaderas del capó, la costura en las alas, el brillo sobre la tela barnizada. El Stearman casi vibraba en la pared, cogido en el instante en que levanta el morro antes de aterrizar sobre la hierba.

Sólo si la realidad pudiese ser tan perfecta como esa pintura, pensé. Yo había asistido a tantos seminarios y escuchado a tantos expertos afirmar con sus voces de papagayos: “Después de todo somos humanos, no podemos alcanzar la perfección…”

Por un segundo deseé que ese Drake fuese capaz de estar a la altura de su leyenda, de decirme alguna palabra mágica, decirme…

-Podemos ser perfectos, amigo mío.

Medía alrededor de 1,80 metros, vestía de negro y tenía el rostro enjuto y anguloso de los hombres independientes. Podría haber tenido cuarenta años o sesenta, no se podía saber.

-El Proscrito en persona -dije sorprendido-. Y no sólo maneja aviones, sino que también adivina el pensamiento.

-En absoluto. Pero creo que quizás usted esté cansado de buscar disculpas para el fracaso. Para el fracaso -añadió- no hay excusas.

Sentí como si después de haber estado atravesando nubes durante toda mi vida, en ese momento viera el cielo abierto. Si sólo él pudiera defender esas palabras.

Sin embargo, de pronto me sentí muy cansado y dejé caer sobre él todo el peso de mi depresión.

-Me gustaría creer en esa perfección, Drake. Pero a menos que me muestre la perfecta escuela para pilotos, la planta perfecta de instructores, sin fracasos ni excusas, no puedo creer ni una palabra de cuanto me está diciendo.

Era mi última esperanza en el mundo; debía poner a prueba a este jefe de esos proscritos tan especiales. Si guardaba silencio ahora, si pedía disculpas por sus palabras, vendería la escuela y volvería a Nicaragua en el Super Cub para ganarme la vida.

La respuesta de Drake fue una breve sonrisa.

-Sígame -dijo.

Me llevó hacia un largo vestíbulo revestido con el brillante arte de la aviación, en el que había pedestales con trozos y piezas de famosos aviones. Luego bajamos por un corredor estrecho y repentinamente nos hallamos al aire libre, al borde de una empinada ladera cubierta de hierba. El pasto bajaba unos quince metros y cuando se unía con el plano había un enorme cuadrado de aspecto blando y suave que debía estar hecho de plumas. Tenía unos cien metros por lado y quizás unos diez pies de profundidad.

Un hombre de pelo cano, vestido de negro, permanecía junto al montón de plumas y daba voces hacia la ladera.

-Bien, señor Terrel, cuando quiera. No corre prisa. Tómese todo el tiempo que desee.

El señor Terrel era un muchacho de unos catorce años y estaba parado a nuestro lado izquierdo, en el borde superior. Sobre los hombros sostenía un frágil par de alas de tela blanca, que medían 9 metros de extremo a extremo y arrojaban una sombra transparente sobre el pasto. Preparado, respiró hondo, alzó las manos y cogió la barra del travesaño principal de las alas. Luego corrió hacia adelante, inclinó las alas hacia arriba y se lanzó al espacio. Voló quizás durante unos doce segundos, balanceando el cuerpo con la destreza de un gimnasta, en movimientos lentos, con los pies juntos, equilibrando suavemente las alas por el aire.

En ningún momento estuvo a más de tres metros sobre la ladera y se dejó caer un segundo antes de que sus pies tocaran las plumas. Todo ocurrió lentamente, con libertad y elegancia, una especie de sueño convertido en tela blanca y verde hierba.

Una voz lejana llegó desde el prado.

-Quédate sentado allí un momento, Stan. Tómate todo el tiempo que quieras. Recuerda lo que sentiste. Recuérdalo segundo a segundo, y cuando estés listo subiremos las alas y volarás otra vez.

-Estoy listo, señor.

-No. Revívelo una vez más. Estás en la cima de la colina, coges el travesaño, das tres pasos largos…

Drake se volvió y me condujo por otro largo corredor hacia otra sección de sus dominios.

-Usted preguntaba acerca de una escuela para pilotos -dijo-. El joven Terrel está comenzando a volar, pero ha pasado un año y medio estudiando el viento y el cielo y la dinámica del vuelo sin motor. Ha construido cuarenta planeadores, desde 20 centímetros de envergadura hasta lo que usted acaba de ver: 9,30 metros. Hizo su propio túnel de viento, y ha trabajado en el túnel de tamaño normal que tenemos en el Nivel Tres.

-Con ese ritmo -comenté- se va a demorar toda la vida en aprender a volar.

Drake me miró y levantó las cejas.

-Por supuesto que sí.

Atravesamos un laberinto de vestíbulos y corredores.

-La mayoría de los alumnos deciden pasar alrededor de diez horas diarias con los aeroplanos. El resto del tiempo lo dedican a otras cosas: mis investigaciones particulares, por ejemplo. Terrel está armando un motor que él mismo ha diseñado, y aprende a usar máquinas y a fundir en los talleres.

-Vamos -interrumpí-, todo eso está muy bien, pero simplemente no es…

-¿Práctico? -sugirió Drake-. ¿Iba a usted a decir que no es práctico? Piense un poco antes de decirlo. Piense que la manera más práctica de hacer que un piloto logre la perfección es trabajar con él mientras está fascinado por la idea del vuelo puro, antes de que decida que el piloto es un operador de sistemas que presiona botones y levanta palancas que mantienen una extraña máquina en el aire.

-Pero… alas de pájaro…

-No puede haber perfección sin ellas. Imagínese a un piloto que no sólo ha estudiado a Otto Lilienthal, sino que él mismo ha sido Otto Lilienthal y ha saltado de la colina con sus alas de pájaro, Luego imagínese a este mismo piloto no sólo estudiando a los hermanos Wright, sino también construyendo y volando en el mismo planeador biplano con motor, un piloto que lleva dentro de sí el mismo entusiasmo que inspiraba a Orville y Wilbur, en Kitty Hawk. Después de un tiempo podría convertirse en un piloto bastante bueno, ¿no cree?

-Quiere decir que usted educa a sus alumnos a través de un contacto directo y personal con toda la… historia…

-Exactamente -replicó-. El paso siguiente después de los Wright podría ser… -esperó para que yo completara la frase.

-¿Un… un… Jenny?

Salimos nuevamente a la luz del sol y nos encontramos al borde de una plataforma de madera surcada por las huellas que habían dejado los patines de cola. Había allí un JN-4 pintado con el mismo color verde camuflado de los aviones de la caverna principal. El motor OX5 impulsaba una gran hélice de madera con el sonido de una gigantesca y suave máquina de coser que da veloces puntadas en un grueso terciopelo.

Un instructor vestido de negro se hallaba junto a la carlinga trasera.

-Le resultará un poco más ligera, señor Blaine -dijo, por encima del ruido de máquina de coser-, y despegará un poco más rápido, sin mi peso. Aterrice tres veces y luego vuelva aquí.

Un momento después, el Jenny comenzaba a moverse contra el viento, acelerando la marcha, levantando el patín de cola casi a la altura de la hierba hasta que finalmente todo el delicado aparato se elevó lentamente y pude ver el cielo bajo sus ruedas.

El instructor se acercó a nosotros e inclinó la cabeza con ese curioso saludo.

-Drake -dijo.

-Sí, señor -replicó Drake-. ¿Cómo lo está haciendo el joven Tom?

-Muy bien. Tom es un buen piloto, incluso algún día podría llegar a ser instructor.

No pude contenerme más.

-¿No les parece que el muchacho es demasiado joven para ese antiguo aeroplano? Lo que quiero decir es: ¿qué pasa si se le para el motor?

El instructor me miró perplejo.

-Perdone, pero no entiendo su pregunta.

-¡Si se para el motor! -repetí-. ¡Es un motor antiguo! Puede fallar durante el vuelo.

-Bueno, por supuesto que puede fallar.

El hombre miró a Drake como si no estuviese seguro de que existiera gente como yo.

El jefe de los proscritos explicó pacientemente.

-Tom Blaine revisó el OX5 personalmente, incluso fabricó algunas de sus piezas. Puede dibujar el diagrama del motor con los ojos vendados. Conoce sus puntos débiles y qué tipo de fallas puede esperar. Pero sobre todo es un experto en aterrizajes forzosos. Comenzó a aprenderlos con su primer planeador en la colina Lilienthal.

Fue como si se encendiera una luz. Comenzaba a comprender.

-Y luego -dije lentamente- sus alumnos recorren los pueblos y participan en carreras, después conocen la aviación militar y toda la historia de la aviación.

-Exactamente. Durante el proceso vuelan en planeadores, veleros, aparatos armados por ellos mismos, hidroaviones, fumigadores, helicópteros, cazas, transportes, aviones de turbo-hélice y a reacción. Cuando están preparados, salen al mundo y pueden realizar cualquier tipo de vuelo. Luego, cuando ya han dejado de volar en el exterior, pueden volver aquí como instructores. Se hacen cargo de un estudiante y comienzan a entregarle lo que ellos han aprendido.

-¡Un estudiante! -exclamé, y no pude dejar de reírme-. Drake, es obvio que usted nunca ha tenido que dirigir una escuela presionado por problemas económicos. Es mucho lo que está en juego.

-En su escuela -dijo con suavidad-, ¿qué es lo que está en juego?

-¡Su propia supervivencia! Si no estoy constantemente preparando pilotos y recibiendo nuevos alumnos, estoy liquidado, quedo en la calle.

-Para nosotros lo que está en juego es algo ligeramente distinto -dijo-. De nosotros depende mantener viva la aviación en un mundo de conductores de aeroplanos, es decir, el tipo de gente que sale de la escuela preocupada sólo de volar en línea recta de aeropuerto en aeropuerto. Estamos tratando de que haya en el aire algunos pocos pilotos verdaderos. No quedan muchos que no lleven bajo el brazo ese libro de excusas, esas “Doce Reglas de Oro”.

Pensé que había escuchado mal. ¿Estaba Drake atacando las Reglas de Oro, producto de tantos años de experiencia?

-Sus reglas de oro son todas “nos” y “nuncas” -dijo, adivinando mi pensamiento-. El noventa por ciento de los accidentes ocurren en tales y cuales condiciones, de modo que debe evitarlas. Entonces el paso lógico que ellos no han incluido debe decir: “El cien por ciento de los accidentes de aviación ocurren durante los vuelos, de modo que para evitar todo riesgo, debe quedarse en tierra”. A propósito, fue la octava regla la que mató a su alumno.

Quedé estupefacto.

-¡Fue un accidente inevitable! Se produjo el punto de rocío sin que se hubiese hecho ningún pronóstico, la neblina se formó en cinco minutos. ¡No pudo llegar a un aeropuerto!

-Y la octava regla le dijo que nunca aterrizara lejos de un aeropuerto. En sus últimos minutos de visibilidad, voló sobre 837 lugares en los que podía aterrizar -campos llanos y suaves praderas-, pero no eran “aeropuertos señalados, con un comprobado mantenimiento de sus pistas”, de modo que ni siquiera se le ocurrió pensar en aterrizar, ¿no es cierto?

Permanecí en silencio durante un largo rato.

-No -respondí-, no se le ocurrió.

Ya estábamos de vuelta en su despacho cuando volvió a hablar.

-Tenemos aquí dos cosas que usted no tiene en su escuela: perfección y tiempo.

-Y talleres… y alas de pájaros…

-Son todos efectos del tiempo, amigo mío. La historia viva, los alumnos motivados, los instructores… todos están aquí porque decidimos tomarnos el tiempo que necesitábamos y dar a los pilotos destreza y comprensión, en vez de una lista de reglas. Usted habla de la crisis que atraviesa la instrucción de vuelo en el exterior y se dedica a renovar todos los permisos de sus instructores. Pero todo eso no sirve de nada a menos que el instructor pase un largo tiempo con su alumno. Recuerde que un hombre aprende a volar en tierra. Y cuando se sube a un avión pone en práctica lo que ha aprendido.

-Pero los trucos, lo que enseña la experiencia…

-Ciertamente. Aterrizajes forzosos con la hélice detenida, despegues a favor del viento, vuelos con controles bloqueados, pérdida de velocidad con gravedad nula, aterrizajes nocturnos con oscuridad total, aterrizajes fuera de los aeropuertos, vuelos de baja altura a campo traviesa, vuelos en formación, orgullo, volar por instrumentos y sin instrumentos, giros a baja altura, virajes a plano, barrenas, destreza. Nada de eso se enseña. No porque sus instructores no sepan volar, sino porque no tienen tiempo para enseñarlo todo. Ustedes piensan que es más importante tener ese trozo de papel, esa licencia para volar, que conocer sus aeroplanos. Nosotros no estamos de acuerdo.

Le arrojé mi última resistencia con toda la fuerza que pude.

-Drake, usted vive en una cueva, no tiene ningún contacto con la realidad. Yo sólo puedo pagarle a mis instructores por las horas que vuelan y ellos no pueden darse el lujo de pasar el resto del tiempo conversando con los alumnos en tierra. Si quiero sobrevivir tengo que mantener mis aviones y mis instructores en el aire. Debemos conseguir que nuestros alumnos terminen rápidamente el curso. Les damos cuarenta horas de vuelo y un ejemplar de las Doce Reglas de Oro, los preparamos para el examen y comenzamos de nuevo con el grupo siguiente. ¡En un sistema así, forzosamente tienen que ocurrir accidentes!

Escuché mis palabras y de pronto me sentí lleno de desprecio. No era otro el que las estaba diciendo; el que estaba defendiendo el fracaso, era yo, mi propia voz. La muerte de mi alumno no había sido inevitable: yo lo había asesinado.

Drake no dijo ni una palabra. Parecía como si hubiese rehusado escucharme. Cogió un pequeño planeador de su escritorio y lo lanzó al aire cuidadosamente. Giró hacia la izquierda en un círculo completo y se deslizó hasta detenerse exactamente sobre una pequeña X blanca pintada en el suelo.

-Quizás ya esté preparado para reconocer -dijo finalmente-, que su sistema implica que se produzcan accidentes, y la solución no está en encontrar excusas para esos accidentes. La solución -concluyó- es cambiar el sistema.

Permanecí en la cueva durante una semana y comprobé que a Drake no se le había escapado ni uno solo de los caminos que pueden llevar a la perfección en un vuelo. Los instructores y los alumnos mantenían una relación sumamente respetuosa en tierra, en el aire, en los talleres y en las secciones de estudios especiales. En todos los dominios de Drake se advertía un extraordinario respeto por los hombres y mujeres que se dedicaban a la instrucción, casi se los veneraba. El mismo Drake trataba a sus instructores de “señor”. El historial de vuelo de cada uno de ellos había sido publicado y se encontraba a disposición de los estudiantes.

El domingo por la tarde hubo un festival aéreo que duró cuatro horas y en el que vimos vuelos en formación, pruebas de aviones construidos por los alumnos y una presentación de acrobacia aérea de bajo nivel, ejecutada por uno de los más famosos pilotos del Suroeste. Las ideas y la influencia de Drake llegaba más allá de lo que había pensado… Empecé a preguntarme acerca de algunos excelentes pilotos que conocía, de capitanes de líneas aéreas que volaban en aviones deportivos en su tiempo libre. ¿Sería posible que tuvieran alguna relación con Drake, con su escuela?

Se lo pregunté, pero Drake contestó en forma enigmática.

-Cuando uno cree en algo tan verdadero como el cielo, no puede menos que encontrar unos pocos amigos.

El hombre dirigía una escuela de pilotos absolutamente increíble y cuando llegó el momento de partir, se lo dije francamente. Pero había algo en lo que no podía dejar de pensar.

-¿Cómo lo financia, Drake? Todo esto no apareció por arte de magia. ¿Cómo obtiene el dinero?

-Los alumnos pagan su entrenamiento -contestó, como si eso lo explicara todo.

Debo haberme quedado mirándolo con una expresión estúpida.

-Oh, no al comienzo. Cuando se inician los alumnos no tienen un centavo. Sólo quieren volar y eso es lo que más les importa en el mundo. Pero cada uno paga lo que cree que vale su entrenamiento. La mayoría entrega un diez por ciento de sus entradas, durante toda su vida. Algunos dan más, otros menos. El promedio es un diez por ciento. Y el diez por ciento pagado por mil pilotos civiles, mil pilotos militares, mil capitanes de líneas aéreas… nos mantienen con aceite y combustible. -Una vez más esa sonrisa de medio segundo iluminó su rostro-. Y les hace saber que vendrán otros pilotos que sabrán algo más que conducir un avión.

Volando hacia el Norte y el Este, de vuelta según mi mapa, no podía quitarme sus palabras de la cabeza. Enseñar más sobre cómo volar que sobre la manera de conducir un avión; darse tiempo con los estudiantes; ofrecerles aquella cosa que no tiene precio: la habilidad de volar.

Puedo cambiar mi escuela, pensé. Puedo seleccionar cuidadosamente a mis alumnos y no aceptar a todo el que aparece por el despacho. Puedo pedirles que paguen lo que creen que vale la instrucción. Puedo pagar a mis instructores cuatro veces más de lo que les pago ahora; hacer de la enseñanza una profesión en vez de un trabajo ocasional. Quizás utilizar algunos elementos que puedan ayudar en la enseñanza: un motor desarmado, una maqueta de la armazón de un avión. Los antecedentes de mis instructores a disposición de los alumnos. Orgullo. Cierto contacto directo y personal con la historia, algo de acrobacia aérea, algo de vuelo de altura. Habilidad. No el trozo de papel, sino comprensión.

Apagué el motor y la bomba de combustible sin dejar de pensar en todo eso. Seleccionar al alumno y darle tiempo.

Mi instructor jefe me alcanzó antes de que saliera del avión.

-¡Estás de vuelta! Te hemos buscado durante toda una semana desde aquí hasta Cheyenne. ¡Pensamos que habías muerto!

-No, no había muerto en absoluto. Estaba comenzando a revivir. -E, iniciando una tradición, añadí-: Señor.

 

FIN

 Editado por Paya Frank

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