-No lo sé, Jim - dijo Keith, contemplando el disco flexible
-. Tengo la sensación de que no está bien. Es como si fuera un robo.
-¿Eh? - Jim tomó un sorbo de cerveza y dejó la lata junto a
su Atari 800. Junto al CPU se veía la unidad de disco con su interior al
descubierto y el revestimiento a un lado, como el caparazón de una tortuga
disecada. Jim eructó y efectuó un pequeño ajuste en un tornillo de las entrañas
del chisme.
-Comprados al por menor, estos programas tal vez valgan
trescientos o cuatrocientos dólares. ¿Vale la pena desprenderse de ese dinero
cuando se pueden conseguir gratis?
Keith examinó el disco. Parecía un disco de 45 r.p.m.
barato, metido en una funda de cartulina; sólo que en vez de música estaba
lleno de lenguaje de máquina registradora. En el lado derecho había una muesca,
evidentemente de origen. A la izquierda, debajo de una insignia que
representaba un elefante, había una muesca más chapucera y reciente.
-¿A qué viene esta otra muesca, Jim?
-Para que se pueda usar el otro lado - explicó Jim -. Basta
con que lo coloques y lo pongas en marcha y funcionará con normalidad. - El
corpulento personaje cogió un disco, lo metió en la ranura e hizo funcionar el
800 -. Un cronómetro - explicó a Keith -. Desde que metí este tablero copiador
ahí dentro, se ha portado de un modo un poco extraño.
Volvió su atención hacia el monitor. Los números de la
pantalla cambiaban de vez en cuando.
Jim era el mentor de Keith en materia de ordenadores. Se
habían conocido durante unas partidas mensuales de póker en las cuales, y dado
lo poco elevado de las apuestas, Jim dispuso de mucho tiempo para charlar sobre
su ordenador personal. Y aunque era sarcástico, Jim siempre se mostraba
amistoso, y Keith sintió que podía confiar en él. Jim tenía una sólida
confianza en sí mismo.
Hacía sólo un mes que, entre apuestas y puñados de palomitas
de maíz, había dicho:
-Mira, el otro día leí en el periódico que los 800 habían
bajado a doscientos dólares por aparato. ¡Doscientos! ¡Y yo pagué ocho! Y con
una memoria de 48K. ¡Qué mundo éste! - echó un trago de cerveza y una mirada a
los naipes que acababa de recibir -. Keith, deberías ir a comprar uno cuanto
antes. Se te acabaría el salir de noche a ligar. Y yo te echaría una mano.
Keith pensó: «¿Por qué no? Puedo probarlo. ¿Quién sabe?
Podría llegar a ser un genio de la programación y ganar mucho más dinero del
que gano ahora, enseñando en la universidad del condado.»
Y así, Keith acudió a la tienda más próxima y compró un
Atari más la unidad de disco, mucho más cara… («Las cintas son tan lentas que
tienes tiempo hasta de echarte una siesta mientras esperas a que se traguen el
programa», le había dicho Jim.)
Uno de los compañeros de Keith había adquirido un TRS-80,
había aprendido a programar y ahora era un fanático del trabajo. «¡Amigo, a
veces programar es mejor incluso que practicar el sexo!», había sido la
conclusión de Robert. «¡Es fascinante!»
Así que mientras Keith rondaba por los bares e invitaba a
las mujeres a bebidas caras, pensaba en su compañero Robert, que estaba
tecleando en su máquina, urdiendo intrincados conjuros de algoritmos y
disfrutando de una amante que nunca se quejaba.
Keith se tomó lo de la máquina con mucha menos seriedad; no
le había costado demasiado dinero, era divertido practicar juegos como PacMan y
Pilotos del Espacio e incluso había empezado a aprender BASIC.
Entonces Jim le llamó, invitándole a su casa para enseñarle
algunas cosas.
Y allí estaba, con tres discos en la mano cuyos anversos y
reversos estaban llenos de programas pirateados. Aquello le había puesto muy
nervioso.
Lo único que había robado en su vida había sido una revista
en una librería. Y después, cuando la hubo leído, volvió al local y,
disimuladamente, la devolvió.
-¡No seas tonto, muchacho! - insistió Jim -. Quédatelos. No
son más que juegos. La próxima semana creo que podré pasarte un par de
programas de tratamiento de textos. Y quizás incluso un Extracalc.
Keith se sintió nervioso mientras conducía el coche hacia
casa. Pero después razonó. ¿Qué podía ocurrir? ¿Iba a seguirle el rastro el FBI
sólo porque había aceptado unos programas copiados? ¡No, claro que no!
Dentro de su mal amueblada sala de estar, salpicada de
libros, manuscritos y ejemplares atrasados de The New Yorker desparramados por
el suelo, dejó los discos a un lado y fue al refrigerador a buscar un refresco.
Después de abrir la botella y echar un trago, se dejó caer en su silla y probó
el primer disco.
SACA EL CARTUCHO DE BASIC, ATONTADO, decía la pantalla. ESTO
ESTÁ EN LENGUAJE DE MÁQUINA.
Oh.
Después se echó a reír. Aquel Jim podía ser un verdadero
bromista.
Abrió la cubierta del 800, sacó el cartucho etiquetado ATARI
BASIC y volvió a meter el disco.
¡LA CAJA DE JUEGOS!, proclamó la parte alta de la pantalla.
Después salió la lista del contenido.
LOS INVASORES LOS MONSTRUOS MÁGICOS PARTIDO DE CRICKET EL
TRAGÓN LA MISIÓN EL LABERINTO Eligió EL TRAGÓN, que resultó ser una divertida
imitación de PacMan. Al cabo de unos minutos, sin embargo, ya estaba aburrido.
Seleccionó otro juego.
¡Los monstruos mágicos! ¿Por qué no? ¡El título sugería un
buen juego de fantasía!
Tan pronto como se oyeron las señales de que el programa
había sido asimilado, la pantalla se puso completamente blanca. Poco a poco,
una sustancia de color rojo sangre comenzó a gotear desde la parte superior,
formando unas letras horripilantes: LOS MONSTRUOS MÁGICOS.
Rodeadas de telarañas y cuajarones. «¡Qué maravilla de
imágenes!», pensó Keith.
Por el altavoz brotó una música fantasmagórica: unos cuantos
acordes de órgano, un suave gemido coral, un fantasmagórico temblor de
cortinajes agitados por el viento, el tintineo de un candelabro. ¡Unos sonidos
increíbles!
Jim le había dicho que parte de aquel material no estaba
todavía en el mercado. «¿De dónde diablos lo habría sacado?», se preguntó
Keith. Jim sólo sabía que era un programa de gran calidad, y se alegraba de
haber tenido que ver en ello.
¡Seguro! Keith se había sentido de pronto tan feliz que se
había tragado los escrúpulos y había aceptado los discos. Aquel juego
probablemente estaría a la venta por cuarenta dólares en las tiendas.
Con un estertor y un jadeo de muerte, las letras del título
se esfumaron. Se formó una boca, mostrando unos labios agrietados y unos agudos
colmillos. La boca se animó y emitió una carcajada.
«¡Bienvenido a Los monstruos mágicos!», dijo, con un ceceo
parecido al de Boris Karloff. «¿Qué tipo de monstruo le gustaría crear esta
noche? ¡Oh, tenemos todo tipo de bellezas para deleitar y asombrar su sentido
de lo macabro!»
Apareció una lista.
VAMPIRO (1)
DUENDE (2)
GLÓBULO (3)
MOMIA (4)
DRAGÓN (5)
ELIJA SEGÚN EL NUMERO. NUEVAS POSIBILIDADES PULSANDO OPCIÓN
Keith alargó el dedo meñique y oprimió OPCIÓN, justo debajo de REAJUSTE DEL
SISTEMA.
MONSTRUO DE FRANKENSTEIN (6)
JINETE SIN CABEZA (7)
SELKIE (8)
HOMBRE LOBO (9)
MIX'N'MATCH (10)
PARA VOLVER A LA PRIMERA LISTA, OPRIMIR OPCIÓN «Sí», pensó
Keith, «quiero algo de la primera lista.» Cuando oprimió de nuevo OPCIÓN se
preguntó de qué trataría el juego. Lástima que no tuviese el prospecto. Eso era
lo bueno de los programas que se compraban, que traían las instrucciones. Y
también ilustraciones, cajas, otro disco… y cosas por el estilo.
«Con todo, no se puede ganar gratis», pensó Keith, mientras
meditaba divertido su elección.
Acabó decidiéndose por GLÓBULO. La película de Steve McQueen
era una de sus viejas películas de terror favoritas. ¿Qué saldría ahora?.
Apretó el 3.
-¡Oh, cielos, qué elección más inmunda! - dijeron los
labios. La pantalla quedó en blanco por un momento, mientras la voz continuaba.
-¡En el juego de Los monstruos mágicos la diversión depende
de su imaginación! Y ahora que ha elegido su monstruo…
La palabra GLÓBULO apareció en la pantalla en un tono verde
nauseabundo.
«¡Por favor, escriba un relato corto imaginado por usted,
usando las siguientes palabras elegidas al azar de nuestro DICCIONARIO DEL
MIEDO! Y después esté atento a lo que ocurra.»
Unas letras verdes aparecieron en la pantalla
relampagueando:
DEPÓSITO DE CADÁVERES - GLOBO OCULAR - REBOSAR - ESPASMO -
SANGRE ¡Qué curioso! Un juego que hay que contribuir a crear. Keith empezó a
mecanografiar:
»El cadáver estaba tendido sobre la losa del depósito de
cadáveres, verdoso, con la rigidez de la muerte. El amortajador se inclinó
hacia él con un escalpelo. El cuerpo estaba desfigurado por un extraño cáncer.
Se tenía que llenar de desinfectante para el entierro.
»De pronto, el cuerpo experimentó un espasmo. El amortajador
pensó que podía ser el rigor mortis. Alargó la mano para hacer bajar la pálida
cabeza.
»Los ojos del muerto se abrieron de pronto. Uno de los
globos oculares saltó fuera de su cuenca y se alejó rodando. Algo largo y
lechoso, como un chorrito de flema, rebosó de la cuenca vacía.
»El amortajador gritó cuando aquel extraño zarcillo se
enrolló en su brazo y, con increíble rapidez, trepó brazo arriba como un blanco
pitón de pus hasta enrollarse alrededor de su cuello.
»El grito del hombre se interrumpió con un borboteo. De su
boca brotó sangre.
»¡Crac!¡El cuello del hombre se rompió! El pequeño Glóbulo
alargó sus seudópodos hacia el cuerpo y empezó su festín.
Keith rió entre dientes. Bastante malo, pero divertido.
Apretó el botón EMPEZAR. La pantalla se aclaró. Apareció una
losa. Encima de la losa había un cuerpo; inclinado sobre el cuerpo, un hombre
con un escalpelo.
Era la ilustración del relato de Keith. El ojo
desprendiéndose, el chorro de sustancia blancuzca, el amortajador estrangulado,
todo. Completo, hasta con efectos sonoros.
«¡Uf!», se dijo Keith fascinado.
La voz sintetizada habló: «Su glóbulo es muy pequeño aún».
La pantalla reveló una masa blanca, abigarrada, con seudópodos en forma de
serpentina que se agitaban como movidos por alguna brisa fantástica. «¿Desea
alimentarlo?»
Bajo la imagen apareció un rótulo ¡Una invitación para otro
episodio!
-¡Por supuesto! - replicó Keith, e inmediatamente empezó a
escribir ¡SI!
-Use las palabras siguientes - requirió la voz.
BORRACHO - POLICÍA - CALLEJÓN - PISTOLA - GRITO - VÍSCERA
Keith empezó a escribir:
»El Callejón era oscuro y frío. El borracho estaba tendido
ante una puerta, sorbiendo estúpidamente una botella de Thunderbird.
»No vio al Glóbulo deslizándose sobre el asfalto como el
salivazo de un gigante.
»¡Hasta que fue demasiado tarde! Aunque el Glóbulo acababa
de cenar en el depósito de cadáveres y todavía tenía un intenso color rojo al
estar digiriendo la sangre humana, seguía estando hambriento. Siguió el sucio
olor del borracho hasta su origen. El tipo estaba tan bebido que no se dio
cuenta de que algo andaba mal hasta que el Glóbulo se le hubo comido la mitad
de un pie. Miró abajo para ver la creciente opalescencia ondulándose mientras
trepaba por sus piernas.
»Gritó, y de pronto notó que su boca estaba llena de una
porquería ácida.
»Dos manzanas más allá, un policía oyó el grito. Corrió
calle abajo y entró en el callejón. Todo lo que vio fue una masa sobre el
suelo, cubierta por un viejo abrigo. Desenfundó la pistola y se puso a
investigar.
» - Eh, amigo, ¿está usted bien? - preguntó.
»No hubo respuesta.
»El policía se inclinó y levantó el abrigo. Debajo de la
ropa, a la tenue luz del farol callejero, vio un hombre medio devorado,
cubierto por un hirviente protoplasma blanco y rojo.
»Blandiendo un hueso astillado en uno de sus seudópodos el
Glóbulo efectuó un corte en el abdomen del policía. Las vísceras cayeron sobre
la hambrienta masa.
«¡Puajj!», se dijo Keith, feliz, mientras los gráficos de la
computadora convertían la sangrienta escena en imágenes. «¡Amigo, cuánto les va
a gustar esto a los chiquillos!»
¡Y la representación estaba mejorando también! Los colores
eran más intensos y las líneas casi no parecían estar hechas de puntos.
¡Increíble!
Mientras el Glóbulo consumía al policía, Keith lo veía
crecer. Las imágenes eran tan buenas que incluso veía como el monstruo iba
despojando el cuerpo de carne. Asombroso.
-¡Maravilloso! - dijo la voz -. Miren cómo crece el monstruo
cuando está bien alimentado. ¿Quiere seguir jugando?
¡Desde luego! - Keith escribió SI y esperó la respuesta.
-Excelente. ¡Esta vez, la historia es enteramente suya! - le
informó la voz ceceante.
Keith pensó durante un momento y después empezó a escribir.
»A medida que el monstruo comía, se hacía más poderoso, más
astuto y más cruel.
»¡Sabía que necesitaba más carne! ¡Más carne humana para
chupar, saborear y devorar!
»Mientras avanzaba entre las sombras de la noche captó la
existencia de vida en el edificio que tenía delante.
»Una casa de pisos, llena de tierna y suculenta carne
humana.
»¡Y allá arriba, una ventana abierta!
»Extendió lentamente un seudópodo hacia una tubería y empezó
a ascender, dejando tras de sí un rastro viscoso.
»Y…
De pronto, el teléfono sonó. Keith se levantó para contestar
a la llamada.
-¿Diga?
-¿Keith?
-¿Sí?
-Soy Jim. Está ocurriendo algo muy extraño.
-¿Eh?
-Escucha, quizá sería mejor que no hicieras nada con
aquellos programas que te di hasta que yo pueda… - una pausa.
-Bueno, Jim, en realidad ya he…
-¡Oh, Dios mío! - hubo un grito. La línea quedó cortada.
Keith intentó llamar a la policía, pero su teléfono estaba
cortado también.
Tenía que hacer algo para ayudar a Jim. ¡La cosa se había
puesto muy fea!
Mientras corría hacia la puerta, la pantalla del ordenador
atrajo su atención. Seguían apareciendo más palabras.
El Glóbulo se deslizó lentamente tubería arriba, captando al
ser humano que estaba dentro de la casa.
Éste sería especial. A éste lo saborearía lentamente,
durante horas y horas y horas, absorbiendo su fuerza vital, disfrutando con la
agonía de la víctima mientras su carne se disolvía lentamente….
«¡Al infierno con todo esto!» Keith apretó el botón para
desconectar.
El ordenador no dejó de funcionar. Empezó a zumbar
ominosamente.
Keith hizo girar el mando de la pantalla. Pero la pantalla
permaneció encendida y los colores se intensificaron.
Oprimió el botón de REAJUSTE.
-Para poner fin a este programa - dijo la voz parecida a la
de Karloff -, sírvase marcar las cifras de cancelación indicadas en el
prospecto de su juego.
¿Prospecto? ¡El no tenía ningún prospecto!
-A menos, desde luego, que usted haya pirateado este
programa, lo cual va expresamente contra los derechos de autor de los
Microsistemas Cthulhu.
Desesperadamente, Keith desenchufó los aparatos. El
ordenador y la pantalla continuaron brillando con un resplandor sobrenatural.
Las palabras siguieron relampagueando en la pantalla.
»De pronto, el Glóbulo supo que tenía una misión que
cumplir:
»¡Venganza contra el profanador de los derechos de autor de
Yog Suggoth!
»¡Recordó los antiguos ritos de la tortura sarnaciana!
»¡Se relamió con anticipación!
Con ojos enloquecidos, Keith miró hacia la ventana. Lleno de
pánico, corrió en dirección opuesta. Tenía que salir. Aquello no podía ser
cierto. ¡Era como una inconcebible pesadilla!
Abrió la puerta de par en par. Entró una terrible
pestilencia.
Pedazos y más pedazos de lo que una vez habían sido seres
humanos flotaban sobre una masa, como moscas en el ámbar. Una mano se alzó
desde el lechoso protoplasma, temblando espasmódicamente.
El Glóbulo siguió chapoteando.
En la pantalla, como sangre salida de una arteria, las
palabras saltaron borboteando hacia la realidad.
FIN
Título original: Copyright Infringement ©1984
Edición digital: Questor