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21 de febrero de 2023

La educación en la España liberal



En la época de las Regencias se inició el proceso para implantar definitivamente el primer sistema educativo español.



La Constitución de 1812 reconoció el derecho a la educación y estableció que el Estado debía garantizarlo, planteando las bases de un sistema educativo nacional de signo liberal. En las Cortes se elaboró un exhaustivo informe sobre la educación en España por una comisión que presidió Manuel José Quintana. La vuelta al absolutismo paralizó la creación del sistema educativo nacional, pero el informe de Quintana se retomó en el Trienio Liberal, elevándolo a rango legal con algunas modificaciones. De nuevo, el renovado absolutismo, ahora en la denominada “Década Ominosa”, paralizó el proceso.



El sistema terminó de perfilarse con la primera ley general educativa, conocida como la Ley Moyano, aprobada en 1857

En la época de las Regencias se inició el proceso para implantar definitivamente el primer sistema educativo español. En 1838 se publicó un Reglamento de Escuelas Primarias. Entre mediados de dicha década y la siguiente comenzaron a abrirse los primeros Institutos de segunda enseñanza. En 1845 se aprobó el Plan Pidal, ya en la Década Moderada. El sistema terminó de perfilarse con la primera ley general educativa, conocida como la Ley Moyano, aprobada en 1857, que con algunas variaciones llegó hasta bien entrado el siglo XX.

El sistema educativo liberal era dual. Una parte era estatal y otra privada, con fuerte presencia de la Iglesia que, por otra parte, recuperó el control ideológico y moral sobre la escuela española gracias al Concordato de 1851. Uno de los problemas más graves de la educación decimonónica española fueron las limitaciones presupuestarias. Las escuelas no estaban dotadas adecuadamente, con unos maestros mal pagados, dando como resultado una pésima calidad de la enseñanza. Aunque la enseñanza primaria era obligatoria, muchos niños y niñas, por otro lado, segregados, no podían acudir a las escuelas porque tenían que contribuir al sustento familiar, por lo que la escuela nunca fue un factor de cohesión y promoción social. Se calcula que en 1900 el número de personas escolarizadas en este nivel era del 50%. El analfabetismo siguió siendo muy alto en todo el siglo XIX. En 1800 la mitad de la población era analfabeta, pero el porcentaje solamente disminuyó al 36% en 1900. En todo caso, el porcentaje de analfabetos dependió de las zonas geográficas y por sexos, siendo más alto en el medio rural y entre las mujeres. El número de estudiantes de secundaria se mantuvo estable a lo largo del período. Al terminar el siglo, había un Instituto en cada capital de provincia, con la excepción de Madrid y Barcelona, que contaban con más, dada su población. A los Institutos sólo acudía una minoría de estudiantes, el 1’6% de los que habían ido a las escuelas primarias y, en su gran mayoría, varones. Los institutos dependían de las diputaciones provinciales, aunque en 1887 pasaron a depender del Estado.

A los estudios superiores o universitarios accedía exclusivamente una minoría, y solamente varones. El sistema estaba muy centralizado y era uniforme, sin autonomía universitaria. La principal universidad era la Central de Madrid, única que impartía todas las carreras.


Al poco tiempo de comenzar la Restauración estalló un conflicto educativo de importantes consecuencias para la Historia de la educación en España. En 1875, el gobierno expulsó de sus cátedras a varios profesores por negarse a aceptar el Decreto del ministro Orovio. Entre ellos se encontraban Castelar, Salmerón, Montero Ríos y Azcárate, todos ellos próximos al krausismo.


Estos profesores se habían negado a jurar fidelidad a la monarquía y a respetar los dogmas del catolicismo. Además, eran próximos a las teorías de Darwin y del positivismo. Como resultado de la expulsión, Francisco Giner de los Ríos fundó, con un grupo de catedráticos, la Institución Libre de Enseñanza como centro privado y laico. La Institución buscó la formación integral del individuo en libertad, fomentando una actitud crítica. El método pedagógico incorporaba nuevas materias y actividades, como las excursiones, la educación física, la música y el canto, etc… Aunque no pasó de ser una institución minoritaria, de la que solamente se beneficiaron los hijos de la burguesía progresista, sus planteamientos fueron fundamentales en la renovación pedagógica, intelectual y cultural de la España del momento y del futuro siglo XX, hasta el estallido de la Guerra Civil. Para los seguidores de la Institución Libre de Enseñanza era muy importante la formación pedagógica y profesional del maestro, incluyendo los viajes pensionados al extranjero. Por fin, en 1881 se aprobó la libertad de cátedra y comenzó un período de mayor tolerancia ideológica.

En principio, el sistema político diseñado por Cánovas no prestó una gran atención a la formación de los maestros ni a la educación; de hecho, se puede hablar de abandono de las Escuelas normales. Desde distintos congresos pedagógicos, la prensa y las tribunas progresistas se denunció esta situación. En los años ochenta, por fin, se plantearon algunas reformas, especialmente en la Escuela Normal Central de Maestras, con cambios curriculares, que denotaban alguna influencia de la Institución Libre de Enseñanza. En 1882 se creó, a su instancia, el Museo de Instrucción Primaria, luego Museo Pedagógico Nacional, que ejerció una intensísima influencia en la renovación pedagógica de este país, ya que no se circunscribió al coleccionismo, sino que fomentó la investigación y las publicaciones.

En 1898, la reforma Gamazo supuso un nuevo mazazo para la formación de los maestros, ya que se restringió su formación, aludiendo a los problemas económicos del momento, aunque luego se mitigó en parte esta situación.

En 1900 se creó el Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes por decisión del gobierno de Francisco Silvela. Anteriormente, la educación había dependido de la Dirección General de Instrucción Pública del Ministerio de Fomento. El gran impulsor del Ministerio fue Romanones. En estos primeros años del siglo XX se produjeron retrocesos y avances en la cuestión de la formación de los docentes. Romanones decidió incorporar los estudios elementales de Magisterio a los Institutos de Segunda Enseñanza. Pero en 1903 los estudios retornaron a las Escuelas Normales con dos años para el título elemental y otros dos para el superior. Anteriormente, se había suprimido el título de maestro normal. El gran avance fue la creación de la Escuela Superior de Magisterio de la mano del ministro Rodríguez Sampedro, en el año 1909. Se reorganizaron los estudios por secciones, se ingresaba después de pasar unas pruebas de ingreso, se dotaron becas y pensiones para estudiar en el extranjero y, por fin, se comenzó a reforzar la formación pedagógica. Otro de los hitos fundamentales de la época fue el hecho de que Cossío ocupase la cátedra de Pedagogía Superior en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Central de Madrid.

La Escuela Superior consiguió ser un centro pedagógico de cierta altura. Allí surgió toda una generación de normalistas. Como medio de difusión de las nuevas teorías pedagógicas estaba la “Revista de Escuelas Normales”, órgano de la Asociación Nacional del Profesorado Numerario. El movimiento normalista luchó para elevar la Escuela a rango de Facultad.

El ministro Bergamín dio dos Decretos importantes en la Historia de la formación de los maestros, en el año 1914. Se unificó el título de maestro, la carrera se amplió a cuatro años, se dotaron becas, el acceso a la función pública se haría por oposición y se reformó la Escuela Superior de Magisterio. Pero, junto con estos evidentes avances, otros aspectos no se reformaron, ya que se mantuvo que los alumnos que ingresaban en las Normales podían proceder de la escuela primaria, y el plan de estudios volvió a pecar de excesivamente académico o culturalista frente a la formación pedagógica.

Además de los intentos de mejorar la educación en España promovidos por el movimiento normalista y los prohombres de la Institución Libre de Enseñanza, se plantearon críticas al sistema educativo español desde el regeneracionismo. Joaquín Costa abogó por la revalorización del maestro, y Macías Picavea hizo una profunda crítica de la formación que se daba en las Escuelas Normales. El problema del regeneracionismo, como en otros aspectos, fue que no planteó un modelo alternativo educativo.

En el seno del movimiento obrero, el anarquismo dedicó una gran importancia a la educación. Su contribución más importante fue, a principios del siglo XX, la Escuela Moderna en Barcelona, gracias a la labor de Ferrer i Guardia. La Escuela se caracterizó por el rechazo de la pedagogía tradicional basada en el castigo, la memorización y el dogmatismo católico. Se defendía la educación sin coacciones y basada en el racionalismo moral. Pretendía inculcar los valores libertarios de igualdad y solidaridad, basados en el anarquismo. En lo referente a los profesores, Ferrer opinó, en La renovación de la Escuela, que eran instrumentos conscientes o inconscientes de las voluntades de los que dirigían los sistemas educativos, “formados ellos mismos según sus principios”. Educar era “domar, adiestrar, domesticar”, es decir, la educación era un medio de dominación. El nuevo profesor debía estar “en perfectas condiciones para comprender al niño”, porque la misión era la emancipación del ser humano.

Los socialistas tardaron algo más en preocuparse por la educación, pero en las Casas del Pueblo se dedicó mucha atención a esta cuestión y, además, se creó la Escuela Nueva, fundada por Manuel Núñez de Arenas en el año 1910, como un centro educativo y cultural, con dos grandes objetivos: difundir la Historia del socialismo, y proporcionar formación básica y profesional para los trabajadores, intentando cubrir una de las lagunas del sistema educativo español del momento. En esta Escuela trabajaron personas relevantes como Jaime Vera, A. Ovejero, García Morente, J. Besteiro, Fernando de los Ríos, etc.

Hasta el año 1915 la Escuela luchó por definirse como un proyecto cultural específico del socialismo español, pero fue criticada por algunos, acusándola de ser un ejemplo del fabianismo británico, y de permitir tener en su seno a oradores no socialistas, así como de ser más informativa que, realmente, formativa. A pesar de las turbulencias, la institución no se hundió y en el año 1918 contaba con 104 afiliados. Además, en ese año, sus Bases para un programa de Instrucción pública se presentaron como ponencia en el Congreso del PSOE, defendiendo un concepto socialista de educación. Este programa pretendía que la educación fuera un instrumento de liberación del individuo y de socialización de la cultura. Los socialistas defendían la coeducación, la laicidad, la autonomía escolar, una profunda renovación pedagógica y la gratuidad, conseguida a través de la aplicación de una política fiscal progresiva sobre el capital y la renta.

En relación con los docentes, los socialistas plantearon uno modelo profesional y de formación muy novedoso en el programa político de 1918. El personal docente debía pertenecer a un cuerpo único y con preparación análoga, aunque con algunas diferencias en función de la especialidad. La formación se daría en facultades de pedagogía, primando las prácticas. Se tendrían que crear Consejos académicos para tratar del régimen académico, donde estarían representados los sindicatos y gremios profesionales. La importancia de estos Consejos sería tal que lo que allí se acordase debía ser puesto en ejecución por el Ministerio. Los Consejos solamente debían rendir cuentas a las Cortes.

Por su parte, la Escuela sufrió una profunda crisis en el año 1921 cuando su creador, Núñez de Arenas, se mostró partidario de la III Internacional, ingresando en el Partido Comunista. A raíz del golpe de Primo de Rivera, Núñez tuvo que exiliarse, la Escuela decayó y no pudo renacer en la República.

En algunos sectores del mundo católico sí hubo un interés por la renovación pedagógica. Sin lugar a dudas, en la Restauración, destacaron las Escuelas del Ave María, creadas en Granada a partir de 1888 por iniciativa del padre Manjón. Se aplicaron algunos de los principios pedagógicos de la Institución Libre de Enseñanza como la educación activa, contacto con la naturaleza, etc., pero se diferenciaba de ésta por su ideario católico y su orientación social, ya que iba destinada a sectores populares, en especial los niños de la comunidad gitana.

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