Santiago Bilinkis, fundador de Officenet y de otras empresas tech, en el año 2017 reflexionaba acerca de la realidad de la manipulación en las redes sociales, que antes que nada éstas “necesitan de nuestra ingenuidad” y gracias a unas pocas personas, desde el 2015 se ha comenzado a analizar con seriedad lo que significa realmente ese mundo, ese modelo de negocio, centrado en un efecto adictivo sin el cual, todo se derrumbaría.
La primera y fundamental advertencia de Bilinkis tiene que ver con la administración concentrada y concentradora del universo tecnológico y en particular de la tecnología montada en internet. Por ello, establece que “el problema es que en este momento hay una asimetría enorme entre cómo los usuarios entendemos la tecnología y cómo la entienden quienes diseñan las plataformas. Y hay que trabajar sobre la regulación”. Bilinkis habla de las “vulnerabilidades de la mente”, que son muchísimas dice, que tiene como punto de partida una realidad: “nuestra mente está fantásticamente adaptada, a través de un proceso evolutivo de miles de años, a un mundo que no tiene nada que ver con este. Poner a nuestros cerebros a operar en el mundo presente genera un montón de problemas, que conocemos como ‘sesgos cognitivos’ y que son errores en el programa: siempre que enfrentes a tu mente a determinadas situaciones, tu mente decidirá predeciblemente mal”.
Es que “la fragilidad de nuestra autoestima nos lleva a estar queriendo ver cómo es la vida de los demás e impactando a los demás con nuestra imagen. Así nos la pasamos horas y horas en las redes…. Pero el acceso a una revista era más limitado y, además, la revista se terminaba. Ahora el flujo es infinito y martilla ahí donde tu sesgo martilla más y más y más”. Desde esa perspectiva, la red es la cima de la intromisión en el mundo virtual, hoy “tangibilizado” en la red, concreto y leíble por terceros, desconocidos, pero más que una bala de plata en un debate es como instalar un “blanco móvil digital” para que disparen sobre ti, de manera “fugaz y permanente”. Fugaz, por la escasa dimensión del interés del tercero en cuestión, y permanente, porque “queda” en algún lugar específico del infinito de internet.
La concurrencia a las redes sociales, no sólo a la lectura, sino también a la ficta participación, apela a una tentación, a la autoestima, a la ultravaloración “de mi opinión” es un entorno de impacto ignorado o desconocido, pero percibido por mí y algún entorno sobre el que presumo podría impactar.
Sin embargo, en ese espacio nada es lo que parece. ¿Por qué no es un paraíso esa suerte de ateneo libre e intangible, de profundidad a medida del interlocutor, meditada o precipitada, y sí, en cambio, es un infierno que transforma esa ilusión de libertad absoluta en un tormento de consecuencias terribles, de agresiones de todo calibre y tenor?
La construcción de agenda
Al observar el fenómeno de las redes sociales como teatro de operaciones que sirven de escenarios a millones de situaciones que se desarrollan concomitantemente, debemos advertir de una realidad evidente, de contexto: el debilitamiento de las cuestiones institucionales y el empoderamiento virtual de actores individuales o colectivos. Así como también de herramientas tecnológicas que ponen a beneficio de la mentira legiones de bots, de soldados virtuales, intangibles, inexistentes como personas físicas que dan vida a ejércitos más numerosos que los de Alejandro Magno o Napoleón. Los bots, en su intensa versión de uso malicioso a través de internet, se les usa para atacar un servicio, un sitio, envío de spam, fraudes de variado tipo, etcétera. Y botnet refiere a un conjunto o red de robots informáticos o bots, que se ejecutan de manera autónoma y automática. El artífice de la botnet puede controlar todos los ordenadores/servidores infectados de forma remota. Y los trols, que actúan como falsificadores de identidad, con fines espurios, que intentan pasar por un participante legítimo, compartiendo las preocupaciones comunes del grupo en el que se infiltran, para promover situaciones irritantes, con el objeto de corroer y desestimular los elementos de cohesión del colectivo.
Unos y otros no son entelequias, sino que son servicios de pésima reputación y relativo alto costo que se comercializan, y que en algunas campañas no sólo políticas, también empresariales y de otros intereses más inconfesables, los utilizan. Cierto, también se venden (y compran) likes, seguidores, etcétera.
La Agenda, lo que importa
Protágoras, a quien Platón veía como el primer sofista profesional, afirmaba: “no hay saber, sino un opinar”. Los sofistas creían en el arte de la persuasión y de la apariencia, pues entendían que aquello lucía como autoridad y por tanto de mayor utilidad para acceder al poder en una sociedad, donde importaba más convencer que alegar en favor de la verdad.
Y un opinar, decían, tenía un orden de prelación. En lenguaje de estos tiempos, diríamos agenda. Un orden de asuntos, un orden de asuntos de opinión sobre los que tomar partido, sobre los que incidir. Y para incidir, diría cualquier actor con afán protagónico, hay que estar en la agenda, hay que marcar posición, es decir, “un opinar” o un “marcar perfil”. La “teoría de la fijación de la agenda” de asuntos públicos, la denominada Agenda Setting, es la creación de opinión pública a partir de la presencia en los medios de comunicación en aquellos asuntos relevantes o de interés específico.
En 1922 ya Walter Lippman teorizaba al respecto, “Public Opinion”: “los medios son el vínculo principal entre los acontecimientos del mundo y las imágenes de dichos acontecimientos en nuestra mente”. Bernard Cohen en 1963 afinaba la idea: los medios no le dicen al público qué pensar, pero ordenan los temas. La teoría en cuestión asume dos supuestos: uno, que los medios de comunicación filtran y dan forma a lo que vemos, en lugar de limitarse a reflejar las historias al público. Y dos, cuanta más atención los medios dan a un tema, ese asunto se instala como prioritario o importante. La conclusión de esta teoría, que la asumen los actores públicos hoy y aquí, es los medios más que decirnos nos están dando prioridades y relatos que no necesariamente reflejan la realidad o ninguna prioridad en el interés general.
En esa línea de pensamiento, no pocos actores públicos, sea políticos u operadores del mundo jurídico, instalan su prioridad, su relato en las redes para que éste se refleje en los medios, y así se multiplique. Pero el actor jurídico que así actúa, que debería actuar a través de sus actos jurídicos y no como predicaba Protágoras, por un opinar, se transforma a partir de ese momento en un “de un saber, sino un opinar”, y por tanto, igual a todos los demás, cuestionable por sus dichos.
Sería prudente para preservar la república y la calidad institucional, que cada actor vuelva por sus fueros, y retorne a sus fuentes. Abandonando el infierno (y la tentación) de las redes.
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