‘Realpolitik’ en el desierto PABLO XIMÉNEZ DE SANDOVAL El pasado 4 de marzo hablábamos en este boletín de la zeitenwende (cambio de época), la palabra con la que el canciller Olaf Scholz justificó el fin de la política de contención de Alemania en defensa. Ese día, mi compañera Alicia González me hizo notar una curiosidad: recuperamos palabras alemanas cuando hablamos de guerra. Es verdad. Desde que Vladímir Putin invadió Ucrania he leído a menudo blitzkrieg (guerra relámpago), lebensraum (espacio natural de un pueblo) o anschluss (anexión). Es verdad que la comparación de Putin con Hitler lo pone fácil para rescatar todo aquel lenguaje alemán (aún no he oído hablar del Reich ruso; al tiempo). Hoy nos vamos a fijar en realpolitik, otro término alemán que designa la política pragmática, utilitarista y desideologizada, porque su uso trasciende la guerra y en España se empieza a oír mucho últimamente. Quizá leyera usted una entrevista con José Luis Rodríguez Zapatero en EL PAÍS en la que decía: “Lo que no es realpolitik no es política. Será otra cosa. Será un manifiesto. Será un programa. Será lo que se quiera. Pero la política o es real o no es política”. Sí, lo dijo Zapatero, no me he equivocado de presidente. Estaba justificando el cambio de posición de España sobre el Sáhara Occidental después de más de cuatro décadas como una cuestión de pragmatismo. “El argumento realista suele ser la excusa de los cínicos”, escribe hoy Ricardo Dudda. “El mundo es así, dicen, lleno de contradicciones y decisiones difíciles. Los ideales son para las pancartas y las campañas electorales. La política es cosa de adultos, y parece ser que los adultos no pierden el tiempo con convicciones. La realpolitik es también una perfecta excusa para no dar explicaciones: las decisiones importantes y arriesgadas no se debaten (…) Un político no es estadista solo por tomar decisiones arriesgadas. También tiene que acertar. Está por ver si el realismo de Sánchez, un presidente cuyas convicciones siempre han sido un misterio, resulta útil o es simplemente puro cinismo”. Lea aquí la columna entera: Política para adultos. En términos parecidos se expresaba Daniel Gascón hace unos días en El realismo, los espejismos y el Sáhara: “Defendemos el idealismo en el Norte y la realpolitik en el Sur. Podría sostenerse que en ambos casos protegemos nuestros intereses. Otros países pueden haber impulsado la decisión. Sin entrar en la traición a las esperanzas de los saharauis y la responsabilidad española como antigua potencia colonial, una parte del argumento puede resultar comprensible y otra parece teñida de un optimismo imprudente”. Más sobre la decisión del Sáhara. Najat El Hachmi escribe Fraternidad a la marroquí: “Occidente externaliza el control de sus fronteras sin preocuparse de si este control se realiza con un mínimo de garantías propias de un Estado de derecho. Este es el pecado original de las antiguas potencias coloniales: no asumir la responsabilidad que tienen con la población de países con cuyos gobiernos establecen acuerdos y convenios, olvidándose siempre de las personas”. Y Lola Pons escribe Clamar (en español) en el desierto: “Yo entiendo que cuando se anexiona, se invade o se abandona un territorio no se está pensando en la lengua que se puede perder por el camino, pero a veces los hablantes son superiores a las personas que los gobiernan y son justamente ellos quienes sí piensan con lealtad en las lenguas”. |
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