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La Nostalgia del Pasado

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26 de enero de 2022

La Nostalgia del Pasado 1

 

Capitulo 1

 

Los niños de la década 40 y 50. El silencio. La falta de alimentos. Los juegos peligrosos. La educación. Los juguetes inalcanzables. Los fallos de los Reyes Magos. Algunos juegos comunes

 

Los niños y las niñas que nacimos en la cercanía de la guerra civil y nos criamos en la década de los años 40 y 50 crecimos con una educación rígida y severa, tanto en el hogar como en el colegio, ya que la sociedad de esos años tenía esa característica. Así soportamos un ambiente muy duro, observando la preocupación y el silencio de nuestros padres, que no todos teníamos pues la realidad de la guerra se plasmaba con toda su crudeza en la abundancia de niños huérfanos de padre y la presencia trágica de mujeres viudas vestidas de severo luto. En nuestras mentes infantiles todo ello, implementado con la falta de alimentos y con las cartillas de racionamiento, no era motivo de complejos ni depresiones. Los niños nos adaptábamos a todas estas dificultades, salíamos a jugar a la calle, entonces nuestra calle,  allí desarrollábamos nuestra inventiva, que suplía con creces nuestras carencias y así llenábamos nuestras vidas con una plena libertad de movimientos y travesuras. Nuestros padres, con tantas preocupaciones que tenían, no eran conocedores de los peligros que sorteábamos, casi al filo de lo imposible, muchas veces entre las ruinas de las casas bombardeadas, entre las cuales encontrábamos materiales bélicos tales como obuses sin estallar, peines con balas de fusil, bombas de mano, todo ello acompañado en ocasiones con restos humanos. Por otra parte emprendíamos luchas a pedrada limpia, bien entre nosotros o bien contra otros chiquillos de barrios cercanos. Sería interminable el detalle de todos los componentes peligrosos que sorteábamos en nuestro camino o manipulábamos en nuestros juegos.

 

 Las visitas a nuestras casas eran para comer los modestos manjares que nuestros padres nos proporcionaban con tantos sacrificios; incluso las necesidades básicas corporales las satisfacíamos en plena calle o escondidos en alguna ruina. El ambiente de carencia de alimentos también nos afectaba, sobre todo al observar a las personas mayores, que soportaban hambre y frío junto a nosotros con la presencia constante de los sabañones y de la piel de los nudillos de las manos, codos y rodillas, resquebrajada y escocida; “ariadas” era su vulgar denominación.

 

Nuestra educación se basaba en el castigo, tanto corporal como estacionario en las aulas y tuvimos un plan de estudios que comprendía las siguientes etapas: Párvulos, Primaria, Elemental, Ingreso, Bachillerato de 7 años y finalmente el examen de Estado o Reválida en la Universidad. Los niños teníamos la posibilidad de realizar estos estudios con vistas a continuar en la Universidad o escuelas especiales. Las niñas lo tenían más difícil pues generalmente estudiaban lo que se llamaba Cultura General y lecciones de Hogar, que era su destino programado y que ellas aceptaban resignadamente, en espera posterior a la llegada del “príncipe azul” que las liberara, mediante el casamiento, de la dictadura y protección que padres y hermanos ejercían sobre ellas, eso sí, con gran cariño y dedicación.

 

Cuando en este tiempo presente acudimos a exposiciones en las que se pueden contemplar los juguetes de nuestra infancia, podemos observar cómo los ahora abuelos miran emocionados y nostálgicos estos objetos, de los cuales pudieron disponer de alguno, quizá de los más modestos. Me apena observar la indiferencia de los nietos que llevan con ellos, cuando les dicen: “mira, ese coche lo tenía yo y jugaba con él de tal manera” y los niños, ahora saciados de todo tipo de juguetes y buenos alimentos, ni se dignan a observar la reliquia y menos a hacer cualquier comentario a sus abuelos. Es en estas exposiciones cuando la nostalgia, que no la tristeza, nos domina al evocar nuestra infancia y comprobar en vivo la gran cantidad de juguetes que había y los pocos que poseíamos. Para la mayor parte de los niños de entonces nunca pudimos tener un tren eléctrico, una bicicleta o un coche de pedales (¡ aquello era inalcanzable !). Cuando los veíamos en algún escaparate, con nuestra nariz pegada al cristal, nos imaginábamos lo maravilloso que sería disfrutar de alguno de estos tesoros, pero no pasábamos de ahí, ni tristeza ni depresión, nuestra imaginación suplía con creces su falta y los pocos minutos de este sueño disfrutábamos con los modestos entretenimientos que teníamos a nuestro alcance y con la fantasía e ilusión de pedir estos tesoros a los Reyes Magos cuando llegase la ocasión, claro que llegado el momento Sus Majestades se olvidaban siempre de tales pedidos y nos dejaban otros mucho más modestos pero que a nosotros nos parecían extraordinarios y nos hacían olvidar nuestro pedido original.

 

En el caso de las niñas podemos decir otro tanto. Ellas suspiraban por tener alguna de aquellas maravillosas muñecas tales como Mariquita Pérez con su vestuario de lujo, Juanín su hermano, Cayetana, Gisela, Chelito…pero que, al igual que a los niños, sus peticiones no podían ser atendidas y se tenían que resignar con una pepona de cartón piedra sin surtido de vestuario.

 

Niños y niñas estábamos separados tanto en las aulas como en los recreos pero esto no impedía que afuera de los colegios nos mezclásemos en juegos inocentes, entre los que destacaban “las prendas”. En los descampados soñábamos con los héroes de papel, con acciones bélicas para los niños de los cuales los héroes más destacados eran “El Guerrero del Antifaz” y “Roberto Alcázar y Pedrín”, sin olvidar a “Juan Centella”; ellas tenían otras publicaciones más delicadas basadas en cuentos morales de “Azucena” y aventuras recatadas tales como “Florita” y “Mis Chicas”.

 

La evocación nostálgica de aquellos felices años de la infancia, en la cual no fuimos conformistas pero que no tuvimos otra opción que la dura realidad, nos llena de un sosiego sublime, de un estado de nirvana al sentirnos niños de nuevo y recordar situaciones en las que nuestra única preocupación era disfrutar el presente con las mínimas necesidades cubiertas. Es un estado que los psicólogos modernos denominan “el rincón mágico” y en efecto tienen razón pues lograda esta comunicación con la infancia, entramos inmediatamente en ese lugar y es en él donde encontramos el sosiego y tal vez el olvido a nuestras preocupaciones de mayores.

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