[Minicuento - Texto completo.]
Luis Vidales
Yo quería estar solo. Subí las escaleras que conducen a mi habitación y tras de mí cerré la puerta para que nadie pudiese importunarme. ¡Qué supremo deleite! ¡Qué saludable alegría la de reunirme solo! Por un instante me sentí el más feliz de los hombres. Pero fue solo un instante. Luego, de reojo, noté que a mi lado había algo que alentaba acompasadamente con mis ademanes. Giré súbitamente sobre los talones y allí, sobre la pared de mi cuarto, se destacaba mi sombra, ¡como una segunda persona de mí mismo, como un ente que se nutría de mi propia vida!
Empezó entonces mi batalla. Hice un ademán de desesperación, y la sombra, con inaudito descaro, manifestó su vitalidad levantando los brazos en la misma actitud de los míos. Me escondí tras la cortina, y ella se escondió conmigo. Di vueltas en redondo del cuarto, y ella me siguió como un relámpago negro. Ya no hubo en mi cerebro campo a la reflexión. Los nervios se me volvieron nudos debajo de la piel. Lleno de ira, empuñé el férreo cortapapel que reposaba tranquilo sobre mi escritorio, y con un paso lento, de asesino, me aproximé a mi sombra, inmensamente agrandada sobre el muro, y la cosí a puñaladas. ¡No exhaló la más leve queja! ¡Aquello fue como si mi mano hubiese asesinado al silencio!
Desde aquella noche, abandoné para siempre la casa donde se desarrolló mi primer crimen. ¡Tal vez allí, contra la pared de mi cuarto —como una mariposa de la media noche— esté todavía clavada la sombra muerta!
FIN
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