Esta entrada se centra en la génesis y nacimiento del antiguo reino de Israel. La interpretación histórica de este hecho no es fácil pues las únicas fuentes judías a las que poder acudir están compuestas por los libros del Antiguo Testamento y la propia tradición judía. El problema de dichas fuentes está en que no son necesariamente históricas pues son de naturaleza religiosa y en lo tardío de su redacción, que no es coetánea a los hechos. Sin embargo, sí es cierto que muchos pasajes históricos mencionados en la Biblia han sido confirmados por fuentes externas (egipcias, mesopotámicas,...) y por los hallazgos arqueológicos. Esto concede cierta verosimilitud a dichos pasajes aunque deban ser vistos con cierto distanciamiento debido a la naturaleza de los textos.
LOS ORÍGENES
Es una cuestión controvertida aquella que se refiere al origen y primeros tiempos de los pueblos de Israel. La fuente principal con que contamos es la bíblica. Según ésta, Abraham parte de la ciudad de Ur (Mesopotamia) con su familia, animado por la divinidad, Yahvé. Continúa la tradición con el establecimiento en tierras de Canaán (actualmente compuesta por el estado de Israel, la Franja de Gaza y Cisjordania) por un tiempo, hasta que el hambre impulsa a los descendientes de Abraham a entrar en Egipto. Desde una perspectiva histórica, la migración de Abraham se enmarcaría en los movimientos de pueblos amoritas y arameos que se producen a mediados del segundo milenio y se encuentra descrita en el Génesis, primer libro de la Biblia.
Los patriarcas darán origen, a través de sus descendientes, al nacimiento mítico de doce tribus que componen el pueblo de Israel. La personalidad histórica de personajes como Abraham, Jacob o Isaac es cuestionada, optándose por admitir algunos e identificar otros con grupos tribales (Isaac y Jacob).
El siglo XV a. c. se admite como fecha probable de la migración inicial. Su origen, la alta Mesopotamia. El modo de vida nómada y la ganadería trashumante descrita en la Biblia era habitual en la época y ha sido confirmado por hallazgos arqueológicos. También hay multitud de referencias bíblicas sobre ciertos aspectos sociales como que se practicaba la esclavitud (el propio Abraham llega a tener descendencia con una de las esclavas de su mujer) así como también la poligamia (Jacob llega a tener dos esposas, ambas hermanas) y los sacrificios rituales. Según la tradición judía, la práctica de la circuncisión data de la época de Abraham y la practica con sus propios hijos.
Cada vez parece más claro que la religión judía fue en sus inicios de caracter henoteísta, es decir, que practicaba la monolatría en lugar del monoteísmo que tradicionalmente se le ha atribuido y que hoy en día se practica. La diferencia estriba en que la monolatría reconoce la existencia de varios dioses, aunque sólo se adore a uno, mientras que el monoteísmo sólo reconoce la existencia de un único dios. De hecho, no se puede asegurar la creencia monoteísta rigurosa, heredada por el judaismo actual, hasta después de la época de Moisés.
DE EGIPTO A LA TIERRA PROMETIDA.
La entrada en Egipto se explica como un movimiento característico de pueblos nómadas hacia zonas de sedentarización en períodos de crisis. El propio relato bíblico de José relatado en el Génesis habla de una época de hambruna que no afecta al país del Nilo (pues disponían de excedente almacenado de años anteriores). De hecho, en Egipto se documentan numerosas infiltraciones en la región del delta en la época. No está clara, sin embargo, la naturaleza de la presencia judía en esos primeros momentos (aunque bien pudiera ser pacífica, no forzada) y si realmente acabaron convirtiéndose en esclavos, cómo sucedió dicho proceso. Generalmente, se admite la entrada en Egipto hacia finales del siglo XIV y su presencia en la actividad constructora de Ramsés II es segura.
A mediados del siglo XIII se inicia la búsqueda de marcos territoriales por parte de grupos étnicos conscientes de constituir entes nacionales, así se crean los reinos de Edom, Amón y Moab, de origen cananeo. El pueblo de Israel, conducido por una figura de connotaciones míticas, Moisés, se dirige a Canaán, instalándose en Palestina. Esta instalación se presume parte de un lento proceso de infiltración pacífica, culminada por una fase violenta. La estrategia principal se basaba en que cada tribu ocupó una parcela territorial, preferentemente montañosa en principio, desde la cual ocupar los valles, en confrontación con la población preexistente.
La existencia histórica de Moisés es muy discutida. No existen documentos históricos extrabíblicos que la apoyen, ni siquiera entre las fuentes egipcias de la época. Los que la defienden, en cambio, deben acudir siempre al texto bíblico donde su presencia juega un papel fundamental en la configuración del pueblo israelita y suelen justificar la ausencia de noticias ajenas a la tradición judía debido a la época convulsiva que supuso la presencia hicsa en Egipto. Por otro lado, la realización del Éxodo, bajo la dirección de Moisés, engloba un período histórico crucial en la formación de la cultura israelí porque en él se conforman algunos rasgos culturales básicos, entre ellos la adopción del dios nacional y el establecimiento de la Alianza.
EL DIOS DE ISRAEL
El origen del culto a Yahvé es oscuro. Parece que recibe su definición característica a través de Moisés. Su contacto en el Monte Sinaí refleja la revelación divina: la divinidad hace conocer su nombre a Moisés (un hecho extraordinario, pues el nombre de la divinidad, el Tetragrammaton es un término secreto, cargado de contenido mágico). También se establecen unas normas de conducta, los diez mandamientos, que definen la alianza entre Israel y la divinidad. Por lo tanto, el culto a Yahvé no es sólo religión sino también fuente de derecho y justicia.
Yahvé exige ser el único dios de su pueblo. Sin embargo, esto parece expresar más que una situación de monoteísmo, una exigencia de monolatría. La historia bíblica de Moisés y el becerro de oro parece concordar con este aspecto en particular. Yahvé aparece en los primeros textos bíblicos con carácter guerrero, relacionado con el rayo y la tempestad. También es un dios que origina la vida y la muerte, riqueza y pobreza, bondad y maldad.
Es posible que si la entrada en Canaán tras el éxodo hubiera sido pacífica, el pueblo judío hubiera asimilado algunos caracteres religiosos locales. Sin embargo, es probable que el hecho de que la llegada a la "tierra prometida" fuera violenta acentuara el particularismo de la religión judía y su individualidad frente a los cultos con los que entraba en contacto (en la Biblia las referencias a la existencia de religiones foráneas son constantes).
El punto de partida para un monoteísmo a ultranza hay que buscarlo en la época de los profetas y los jueces. En esta época se practica una intolerancia religiosa que no tenía antecedentes en la Antigüedad. La conciencia isrelí de una nacionalidad distinta se amparaba en su diferente religión y se intensifica con las guerras por el territorio.
LA MONARQUÍA. JUECES PROFETAS Y EVOLUCIÓN MONÁRQUICA
La conquista de Canaán por los israelitas se realiza a costa de los pueblos moabitas, arameos y filisteos. La coyuntural debilidad egipcia les facilitó el camino. La conquista de Canaán y el nacimiento de Israel como nación son procesos inseparables. En este período, Israel aparece dirigido por los Shophets, sufetes o Jueces. Personaje de peso en el ámbito tribal, son dirigentes que cobran importancia en las crisis bélicas del período de conquista de Canaán. Sus hechos más destacados están vinculados a estas luchas.
Los Jueces son hombres dotados de un particular prestigio en su comunidad. El término se explica en sentido más amplio, caudillaje carismático, jefes locales sobre los que desciende el espíritu divino. Durante el período de los Jueces, se está gestando la futura monarquía israelita, aunque primero llegan a formarse alianzas o coaliciones tribales. Así, en líneas generales, se acepta que esta fase cubre desde el 1.200 al 1.000 a. c. aproximadamente.
El peligro que representaban los enemigos tradicionales aceleró el proceso de unificación tribal. La monarquía representaba una mayor capacidad de coordinación y defensa, y por tanto, mayores posibilidades de triunfo en la conquista territorial. El modelo en el que inspirarse se encontraba cerca, en los estados transjordanos de Edom, Moab, Amón y Aram.
Por designación divina y proclamación del profeta Samuel, Saúl fue elegido rey en un momento de máxima amenaza filistea. Con él se sentaron las bases de la monarquía en un momento no exento de tensiones internas.
Por su parte, David (1.010-970) sucedió a Saúl y fue elegido rey y refrendado por las dos entidades territoriales que reunían el conjunto de las tribus: Israel al Norte, y Judá al Sur. Instaló la capital en Jerusalén, situada entre ambas regiones. Tanto Israel como Judá mantenían su propio ejército y su propia administración. David amplió el reino a costa de los estados transjordanos.
Sin embargo, sería Salomón (970-931) quien marcara el esplendor de la monarquía. Sus relaciones con la ciudad de Tiro y su casa real dotaron al reino de una proverbial riqueza. De hecho serían la riqueza económica y la transformación de las estructuras las que marcaron su reinado. El poderío militar y las empresas comerciales influyeron en la creación de una dinámica que acabó por afectar a las tradicionales estructuras del estado israelita, provocando un aumento de la fiscalidad e intentos de reorganización administrativa.
A su muerte, con la presión aún mayor ejercida por su sucesor Rehoboam (también Roboam), se produjo el cisma que dividió a Israel y Judá. Israel eligió otro rey, Jeroboam. La división de la monarquía influyó en el aumento de poder social de los profetas, los nabi. Los profetas aparecen como llamados por la divinidad, y como campeones de la tradición. Reformadores sociales, visionarios del futuro y anunciadores de mesías, son funciones que aún no han sido suficientemente explicadas en el contexto social del momento ya que el movimiento profètico estaba llamado a tener un importante peso durante los siglos siguientes.
Como se ha comentado, Israel inició una dinastía con Jeroboam, anterior funcionario de Salomón, que se caracterizó por su inestabilidad. En el 876, el general Omrí tomó el poder. La boda de su hijo con una princesa fenicia, introduciendo el culto a Baal, unido a los problemas sociales y la acción de los profetas (Elías y Eliseo) provocó el nombramiento de un nuevo rey, Jehú, y la persecución de los adoradores del dios fenicio. El reinado de éste fue problemático pero la situación mejoró con Jeroboam II (786-746), tanto económica como territorialmente, sin embargo, el distanciamiento entre una clase social poderosa y una desfavorecida fue en aumento.
Por su parte, Judá continuó gobernada por la dinastía de David, Azarías (783-742) marcó al igual que estaba ocurriendo en Israel, un período brillante.
EL DOMINIO EXTRANJERO
Los años siguientes vienen definidos por una fase de enfrentamientos bélicos, con arameos y asirios, provocando finalmente una intervención en el reino por parte del asirio Sargón II. Ezequías, rey de Judá entre el 715 y 687, solicitó el apoyo egipcio a su causa, sin embargo el poderío asirio afectaba incluso al país del Nilo.
Del dominio asirio, Judá pasó al dominio neobabilónico. Fue el momento de los llamados grandes profetas: Oseas, Isaías, Miqueas, Jeremías y Ezequiel. En el juego de alianzas, los israelitas se alinearon con Egipto frente a Babilonia. Estos últimos tomaron la ciudad de Jerusalén en el 587, deportando a Babilonia a un gran número de notables judíos. Es lo que se conoce como la cautividad babilónica.
Sobre la vuelta del pueblo judío a Canaán, sabemos, históricamente hablando, poco más que las referencias bíblicas. El llamado Deutero- Isaías, un profeta desconocido cuya obra se añadió al Libro de Isaías, profetizó la caída de Babilonia a manos del persa Ciro. Al cumplimiento del hecho, los israelitas deportados regresaron a Canaán.