Fernando Conde Torrens, ingeniero bilbaíno, profesor en la Universidad de La Rioja. Decidió averiguar la veracidad o no de sus convicciones profundas sobre temas importantes de la vida. Comenzó a estudiar a las personas que han dejado huella en la Historia de nuestra sociedad debido a las ideas que propugnaron, y esas investigaciones nace este libro, Año 303. Inventan el Cristianismo.La acción se inicia en el otoño del año 302. El hombre de la idea expone su plan para crear una religión nueva al Augusto Diocleciano. Éste rechaza la proposición. Pero en la entrevista está presente un joven tribuno, Constantino, hijo del César de Occidente. Y a Constantino le atrae el plan que ha oído.El libro narra, año a año, su ascenso al poder, convertido ya en el protector de Lactancio, que así se llama el hombre de la idea. Y éste va escribiendo libros y libros falsos, entre ellos las Epístolas de Pablo, sin poder citar los Evangelios, aún no escritos. Para poder escribirlos hace falta el concurso de un historiador, hombre de confianza de Constantino. Cuando el equipo se completa, el año 307, con Constantino ya César de Occidente, se escriben los Evangelios. El historiador escribe el de Marcos, y Lactancio copia de él los de Mateo y Lucas, ampliándolo. Finalmente, el historiador escribe el de Juan.La novela describe en paralelo las empresas guerreras y los problemas familiares de Constantino – empeñado en hacerse con todo el Imperio, para implantar en todo él el Cristianismo – y la actuación del equipo redactor, preparando los falsos textos para los Concilios de Arlés (Francia), que se celebra el año 114, y Nicea, en Oriente, el año 325. En la novela vemos morir a Constantino el año 336. La novela propiamente dicha termina en la página 720.En un Epílogo, de unas 80 páginas, se relatan más resumidamente las actuaciones de los hijos de Constantino, de Teodosio y sus descendientes, hasta el fin del Imperio romano de Occidente, el año 476, aunque se prosigue la historia de los textos y de las manipulaciones que sufrieron durante la Edad Media y hasta el siglo XX.
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“AÑO 303: Inventan el cristianismo” Libro 5, Capítulo 6: “Recapitulación de la Antigüedad”
Por Fernando Conde Torrens
Año 303 HD – Fernando Conde Torrens
Para poner fin a la Antigüedad, y antes de entrar en un breve repaso a acontecimientos relacionados con los Evangelios durante la Edad Media y más modernamente, resumamos cuanto llevamos visto.
Las fantasías de un solo hombre, Lactancio, iban a encontrar acogida en el joven Constantino, cuando éste residía en calidad de «invitado forzoso» junto a Diocleciano, hacia el año 303. Nadie en la corte de Diocleciano, como nadie en su propia patria, hizo el menor caso de tales ideas, salvo el joven Constantino. Este, desconocedor de todo lo relacionado con la variada ideología existente en la Antigüedad, se sintió deslumbrado por la novedad, originalidad y encanto de las doctrinas que le exponía Lactancio. Abandonado por el poder supremo y sin esperanzas, Lactancio se vio apoyado sólo por aquel joven, que encerraba la promesa de ser el hijo del Augusto de Occidente.
La tesis de Lactancio, que Constantino asumió por entero mientras vivió aquél, era la necesidad urgente de sustituir las demás creencias y religiones por el Cristianismo, para evitar el fin del mundo que, de no hacerse así, era inminente. Esta preocupación por el fin del mundo y por su inminencia se trasladó a los Evangelios, aun cuando, supuestamente, habían sido escritos 250 años antes . Hasta ese momento, sólo había una visión, la necesidad de implantar cuanto antes y en todo el Imperio la versión del Cristianismo de Lactancio, su inventor. Y con tal visión iban a ser escritos más de la mitad de los «textos sagrados” cristianos, los redactados por Lactancio.
Pero hacia 307 entró en escena Eusebio, quien, apercibido del desastre que para el Conocimiento – esparcido hasta cierto punto por el Imperio – iba a suponer la implantación obligatoria del Cristianismo, modificó los «textos sagrados» del Cristianismo, en cuya elaboración intervenía, posibilitando la versión de que Jesucristo no era exactamente Hijo de Dios, sino más bien un Maestro del Conocimiento, compatible éste con las doctrinas del Helenismo, lo mejor salido de mente humana hasta aquel momento. Con Eusebio, por tanto, surgió la segunda versión del Cristianismo, la versión tolerante y respetuosa con el Conocimiento griego.
El año 314 en el Sínodo de Arelate (Arlés) se puso en marcha en Occidente -la parte del Imperio bajo el mando de Constantino – la versión fuerte del Cristianismo, la de Lactancio. Pero Constantino tenía que ir con prudencia, ya que le quedaba aún el otro medio Imperio por ganar para su nueva doctrina, y no debía forzar la marcha, ni realizar acciones que pudieran generar resistencia a la aceptación de su nueva religión por parte de Licinio, su cuñado. Como éste no accedió a implantar la religión de su cuñado en sus Prefecturas, Constantino marchó contra él y lo derrotó definitivamente el año 324. Al año siguiente, 325, Constantino se dispuso a repetir en Nicea lo que ya había hecho con pleno éxito en Arelate once años antes.
Pero Lactancio había muerto el 317. Eusebio había interpolado con su versión tolerante incluso los Evangelios redactados originariamente por Lactancio, y preparado una campaña de resistencia a la versión de Lactancio, apoyando su versión del Cristianismo, con Jesucristo como Maestro del Conocimiento. Arrío, desde Alejandría, sería el cabeza y propagandista de la nueva versión.
En el Concilio de Nicea se puso en evidencia la pugna irreconciliable entre ambas versiones. Triunfó, lógicamente, la versión apoyada por el Emperador, y los pocos defensores finales de la versión tolerante fueron depuestos y desterrados.
Así pues, en Nicea se produjo una ruptura dentro del Cristianismo. Los que siguieron la versión de Lactancio, la original, se llamaron a sí mismos «ortodoxos» y también «nicenos». Y llamaron a sus adversarios «arrianos» y también «herejes». Los seguidores de Arrío, estaban defendiendo el Conocimiento, el Helenismo, intentando que el Cristianismo no lo destruyera en un futuro próximo.
Pero apenas año y medio después de Nicea, Constantino pasó por el drama familiar, al ordenar la muerte de su hijo Crispo y de su esposa Fausta. Este trauma trajo como consecuencia su pase a la versión tolerante del Cristianismo. Despidió a Osio como asesor y tomó a Eusebio, el depuesto y desterrado obispo de Nicomedia, la capital. Este cambio en las preferencias del Emperador trajo consecuencias muy importantes, e iba a ser el origen de reacciones violentas futuras.
Del mismo modo que Constantino se ocupó de la uniformidad de creencias en Nicea, hizo lo mismo, pero imponiendo a todos los obispos la versión que los «nicenos» llamarán “arriana». Los que se resistieron a modificar sus creencias sobre el Hijo de Dios fueron depuestos y desterrados, como ya se hizo en Nicea con unos pocos «arrianos». Un ejemplo de la purga fue Atanasio, el nuevo obispo de Alejandría.
La mayoría aceptó las nuevas directrices del Emperador, de quien eran – digámoslo crudamente – empleados, o funcionarios. Otros se negaron y pagaron por ello. Y otros simularon aceptar, pero defendieron a escondidas la versión fuerte del Cristianismo. Los que antes pasaron por «herejes», ocupaban ahora todas las sedes como obispos, tenían todo el apoyo del poder, y los «nicenos» puros habían caído en la desgracia del Augusto. Se había dado un cambio total de la situación, con la particularidad de que los nuevos perdedores eran los más intolerantes y decididos.
Murió Constantino el año 337 y sus hijos, en especial Constancio II, que fue el que pervivió como Augusto único, favorecieron la opción tolerante del Cristianismo. Esta situación se mantuvo hasta el año 361, en que murió Constancio II. Su primo Juliano accedió al mando supremo del Imperio. Y Juliano favoreció los cultos tradicionales y relegó a los cristianos de ciertos puestos de influencia, como maestros y preceptores. La ruptura era también entre cristianos y no cristianos.
Cuando Juliano visitó diversas partes del Imperio en Oriente la ruptura social que había supuesto el Cristianismo resultó evidente. Pero Juliano fue muerto oportunamente por un cristiano durante su campaña contra los Partos, a finales del 363, y fue sustituido por Joviano, un general difuso que intervino en el complot contra Juliano. Joviano, a su vez, duró sólo unos pocos meses, hasta que la expedición romana estuvo en territorio propio y, ya en él, murió asesinado el año 364. Tomaron el poder otros dos generales de la expedición, Valentiniano y su hermano Valente.
Empezó a resultar evidente para las autoridades de las dos tendencias que lo importante era captar el favor del Emperador. Eso daría el triunfo a las propias ideas. Los Emperadore que siguieron tuvieron que ser tolerantes con las creencias establecidas, porque bastante trabajo tenían con repeler las agresiones del exterior a que estaba sometido el Imperio y porque el colega en el mando era de la otra tendencia.
Valentiniano, niceno, fijó su capital en las Galias y reprimió las incursiones de Germanos en el Rhin y el Danubio. Pero murió el año 375, víctima de una enfermedad. Le sustituyó su débil hijo Graciano, un joven sin preparación para gobernar. Valente, arriano, tuvo que hacer frente a los Godos, que el año 378, cuando iba con todo el ejército del Este a impedir su invasión del Imperio, lo derrotaron en Adrianópolis y lo mataron.
Oriente quedó sin apenas soldados que lo defendieran, a merced de los Godos y 1os Hunos. Graciano no tuvo otra opción que elegir a un general enérgico para tapar el agujero creado en Oriente. Este general fue Teodosio.
Teodosio resolvió la situación, oponiendo a unos bárbaros contra otros, y contratando los servicios de otros más, a los que dio el mando de algunas Legiones. Pero su principal actuación de cara a esta historia fue su decisión de restituir al Cristianismo «niceno» sus preferencias, retirándolas de los «arrianos» y legislando también contra los cultos romanos tradicionales. Bajo su mando, sólo el Cristianismo «niceno» iba a ser tolerado.
En esta labor Teodosio fue ayudado por Ambrosio, obispo de Milán, la capital de Graciano. Si Graciano era tolerante con los diversos cultos, Ambrosio le presionó para que volviera sus favores al Cristianismo «niceno» y se opusiera a los cultos paganos. Graciano, débil y piadoso, cedió y el año 382 legisló en contra de los «nicenos» y de los cultos romanos clásicos. Un año más tarde el joven Graciano fue asesinado por Máximo, un general usurpador de Britania, que se había dado cuenta de la debilidad de su superior, y se hizo con el poder en Occidente. Teodosio, ocupado en el Este con los Partos, tuvo que aceptar la situación en el Oeste, al menos por un tiempo. Algo más tarde, en el 388, marchó contra el general usurpador, lo derrotó y lo mató.
Teodosio generó una verdadera ruptura social, la del Cristianismo «niceno» – el de Lactancio, intolerante y agresivo hacia todas las demás creencias – contra todos los demás, tanto «arrianos», como seguidores de las creencias ancestrales de Roma. Estos serán llamados por los cristianos nicenos «paganos», personas del pagus (campo). Y ello porque las directrices del Augusto tenían menor efecto en el campo, y sus habitantes tenían más oportunidades de resistir sus órdenes sobre qué versión del Cristianismo debían aceptar.
Y los cristiano «nicenos», con la impunidad que les dio el Emperador al mando, Teodosio, arremetieron contra los Templos y los bosques sagrados «paganos», las estatuas y las ceremonias que llamaban «paganas», y destruyeron todo a su paso. La ruptura social tomó la forma de casi una revolución. Y se dio la aparente paradoja de que los cristianos, que «eran» dóciles y carne de matadero en tiempos de los mártires, en los escritos creados por Lactancio, cuando se hicieron con el poder se comportaron de una forma diametralmente opuesta, agrediendo y quitando de en medio a todo el que no era de su bando.
La Cultura y el Saber sufrieron un duro golpe, pero el Imperio Romano de Occidente tenía los días contados. Teodosio murió el año 395. Le sucedió su hijo Arcadio, el mayor, en Oriente. Su otro hijo, Honorio, el nuevo Augusto de Occidente, sólo tenía 10 años. Ambos eran débiles, no sabían legislar con visión, ni tomar las decisiones correctas. Como guardianes de ambos había dos generales, Rufino y Estilicón, puestos por Teodosio, pero estallaron rivalidades y ambos generales pelearon al mando de sus ejércitos, en una muestra de insensatez sin par.
El año 404 en tiempos de Honorio se trasladó la capital de Milán a Rávena – más al Sur y más fácil de defender, por estar en una zona pantanosa – y se llamó a las Legiones de Britania, para poder defenderse de los Godos. El año 406 los Suevos y otros pueblos Germanos atravesaron el Rhin y llegaron hasta Hispania, estableciéndose en ella. El año 410 Alarico, jefe de los Visigodos, tomó y saqueó Roma. El año 476 un jefe Ostrogodo, Odoacro, destituyó al último Emperador romano, Rómulo Augústulo. El Imperio Romano de Occidente había dejado de existir. Desde el año 390, por orden de Teodosio, la religión del Imperio era el Cristianismo «niceno», el de Lactancio. Y así va a ser hasta nuestros días.
Quedaba el Imperio Romano de Oriente. Pero a este Imperio, tan romano como el Occidental, Occidente le cambió de nombre y en la Historia que llega a nosotros se le llama “Imperio bizantino», como si no fuera romano. Durará hasta 1.543, cuando Constantinopla sea tomada por los cañones musulmanes de Mohamed II, arma para la que las murallas erigidas mil doscientos años antes por Constantino y Teodosio no estaban preparadas.
En Occidente, los bárbaros procedentes de la Germania tenían religiones menos elaboradas que el Cristianismo. Tanto los Visigodos como los Ostrogodos, Godos del Oeste y Godos del Este, respectivamente, eran en gran parte cristianos «arrianos», convertidos por un fraile «arriano» de tiempos de Constancio II. Y acabaron por pasarse a la versión “nicena». Y cuando los europeos descubrieron y colonizaron América, llevaron allá su religión «nicena».
Añadamos por último unas líneas sobre los historiadores, porque a ellos debernos las noticias que nos han llegado sobre lo sucedido en aquellos siglos.
El lector está leyendo una relación de los hechos que en absoluto se corresponde con la versión oficial, versión que hunde sus raíces en los «historiadores» de la época de los hechos, el siglo IV. Para entender esta discrepancia debemos definir algunos errores serios que se cometen cuando se da crédito a los «historiadores» que escriben sobre el siglo IV, sobre Constantino.
En primer lugar, consideremos a los dos historiadores contemporáneos, Eusebio de Cesárea y Lactancio. Ponemos historiadores en cursiva porque a ningún historiador profesional se le oculta que Lactancio no fue un historiador. Escribió un libro sobre historia contemporánea, pero era un ideólogo, un teórico, no un historiador. Su relato está tarado, porque escribe al servicio de su ideología. Deforma todo lo que le conviene. Porque, como harán muchos después de él, pone su ciencia al servicio de los desvaríos que le dicta su conciencia.
Y eso un profesional debiera captarlo, por comparación con lo que dicen los demás y la realidad histórica, por ejemplo, de Diocleciano. Da lástima ver libros de historiadores modernos que toman a Lactancio como referencia y citan sus palabras, dando por buenas sus afirmaciones.
El otro autor citado sí es historiador, Eusebio de Cesarea. Lo atestiguan otros libros que escribió al margen de su Historia Eclesiástica. Pero era amigo de Constantino, escribía todos los discursos con motivo de sus aniversarios. Y el libro «De Vita Constantini» es sólo una letanía laudatoria, alejada por completo de toda realidad creíble. Y eso también lo debiera ver un profesional.
No es el autor de estas líneas el primero que ha sospechado que Eusebio podría ser el primer interpolador para dar base a la realidad del Cristianismo en el siglo I. Es decir, hablando con claridad, el primer falsificador. Porque «interpolar» es un eufemismo para no decir “falsificar». En efecto, Eusebio falsificó todo lo que escribió sobre Constantino y el Cristianismo, porque era, en parte, su creador fraudulento. Estaba obligado a mentir, porque estaba obligado a falsificar. En su descargo diremos que dejó una prueba bien visible de su falsificación, las firmas de SIMON, puestas por él para ser descubiertas.
Sobre todo su Historia Eclesiástica fue una falacia integral, de principio a fin. Era la obra que iba a consagrar la gran mentira de Lactancio; obra para la que Lactancio no estaba preparado, y hubo que recurrir a un historiador profesional de confianza, de la confianza de Constantino, Eusebio. Y Eusebio llevó a cabo la ingente tarea de escribir una «Historia a la carta”, bajo pedido. Una Historia de 300 años. Toda ella cuajada de relatos falsos y de listas de Obispos inventadas, incluida la de los obispos de Roma, inexistentes hasta el Sínodo de Arelate, del año 314.
Los servidores del poder ideológico alaban el valor de esta obra, diciendo que rescata numerosos documentos que, de otro modo, se hubieran perdido. Están errados. Expone numerosos documentos, todos falsos, inventados por el autor para servicio de quien le ordenaba, el Augusto Constantino. Ahora ya lo sabemos.
Veamos qué autores siguen el «relato» de Eusebio. Los «historiadores» siguientes son Sozomeno (400-450) y Sócrates (380-hacia 440), los dos de ideología cristiana. Ambos escriben hacia el año 425, en plena descomposición del Imperio, según acabamos de ver. Sozomeno es más ferviente cristiano que Sócrates. Este es algo más imparcial, pero ninguno de los dos escribe sobre hechos que hayan vivido. Ninguno de los dos plantea la menor duda sobre los relatos de Eusebio y Lactancio. Al contrario, los prosiguen, dando por bueno todo lo que en ellos se contiene. Y su Cristianismo, en una época en que hay una pugna ideológica con los últimos restos del mal llamado «paganismo», les impide todo lo que no sea seguir abonando la veracidad y la realidad del inmenso montaje en el que han nacido y se han educado.
Los mal llamados «Santos Padres», contribuían, también por aquella época, a hacer más creíble y moderno el milagroso relato de la Vida, Pasión y muerte de Jesucristo. Y todo ello contaba con el apoyo del Emperador reinante, ya sea Teodosio, sus hijos, Arcadio y Honorio, o su nieto, Valentiniano III.
Hubo algún historiador – como algún literato o pensador – no cristiano, pero eran pocos, estaban asfixiados por la mayoría cristiana, apoyada por el poder, escribían de hechos sucedidos antes de nacer ellos, el Imperio se descomponía, y hubo siglos y siglos para hacer desaparecer o embellecer sus textos, y que no fueran demasiado molestos. En consecuencia, la mentira triunfó.
Pero hay otra acción que han repetido los historiadores eclesiásticos, casi todos 1os que se han interesado por la figura de Constantino, siempre para ensalzarla. Atribuyen a Constantino prácticas que se pusieron en marcha con Teodosio, tales como destrucción de templos paganos, quema de bosques, destrucción de imágenes paganas, persecución de «arrianos» y «paganos», etc. Estas acciones son propias de los cristianos fuertes, los «nicenos», y se realizaron sólo cuando contaban con el pleno apoyo imperial, con Teodosio y en años posteriores. No se olvide que Constantino fue «niceno» sólo doce meses, desde el Concilio de Nicea hasta el drama familiar.
Otra deformación que imprimen los historiadores interesados consiste en ignorar el tiempo que Constantino y sus sucesores favorecieron la versión «arriana» del Cristianismo.No hablan de tales períodos, o incorporan a los mismos actuaciones de otras épocas. El objetivo es adornar con las mejores virtudes al fundador del Cristianismo y difuminar, hasta casi hacer desaparecer, sus vaivenes doctrinales.
Hay que reconocer que la tarea de Lactancio y Eusebio fue ciclópea. Pero la ingente obra tenía fallos. Fallos que los trabajos de muchas personas durante siglos no han sido capaces de disimular. Y que ahora están al descubierto para todo el que tenga interés en profundizar.
Nota del Autor. Cuando por primera vez el autor de este libro defendió que todo era un montaje literario, una colección de obras falsificadas, se levantaron voces que decían que era imposible que Eusebio, un solo autor – realmente, eran dos – hubiera escrito tal cantidad de libros. Pero así fue.
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AÑO 303: INVENTAN EL CRISTIANISMO
Se necesita imaginación para suponer que el Emperador Constantino el año 303 reuniera un pequeño equipo redactor y les encargara escribir los cuatro Evangelios y varios textos más, todos ellos falsificados, con el fin de implantar en todo el Imperio su nueva religión, el Cristianismo.Pero conforme avanza el relato, el autor se encarga de demostrarque la trama que expone en este libro no es una ficción, ni unainvención suya, sino la exacta descripción de lo que sucedió. Paraello aporta pruebas documentales irrefutables, presentes en lospropios textos, en el Evangelio de Marcos, en el de Mateo, en el deLucas, en el de Juan y en varios escritos más del Nuevo Testamento,que demuestran que todos ellos son obra de la misma persona, deuno de los miembros del equipo redactor reunido por Constantino.
FERNANDO CONDE TORRENS
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FERNANDO CONDE TORRENS ENTREVISTA
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