La Revolución de 1868 significó el triunfo
pleno del liberalismo radical y progresista y la puesta en práctica de todas
las libertades que defendía : libertad de pensamiento, de prensa, de culto,
sufragio universal, igualdad ante la ley. Con ella se inaugura un periodo
activamente democrático, el «sexenio revolucionario», que abriría el camino a
la efímera Primera República española, que no llegó al año de vida.
El sexenio vivió tres etapas claramente diferenciadas: el
gobierno provisional, el reinado de Amadeo I de Saboya y la República. Y tres
fueron también las fuerzas políticas que lo hicieron posible: la Unión Liberal,
capitaneada, tras la muerte de O'Donnell, por Francisco Serrano; el Partido
Progresista, dirigido por Prim, el gran protagonista de la «Gloriosa»; y los
demócratas republicanos de Pi i Margall, defensores de un proyecto federalista.
1.
El
gobierno provisional (1868-1871)
Tras disolver las Juntas revolucionarias que
se habían creado en todo el país para mantener la pureza revolucionaria y los
principios que habían alentado la revolución de 1868, Prim decretó elecciones
para la formación de las Cortes Constituyentes. Las elecciones dieron la
victoria a los partidos monárquicos, sobre todo a los progresistas. Las Cortes
elaboraron la Constitución que fue
promulgada el 7 de junio de 1869. Se trataba de una constitución monárquica y
democrática: aprobaba los principios de la soberanía nacional, sufragio
universal, libertad de cultos, garantía de los derechos fundamentales de
expresión, reunión, asociación, etcétera.
Serrano fue nombrado regente y Prim jefe de
gobierno. A Prim se le encomendó la difícil tarea de buscar un rey para España,
ya que la Constitución había optado por la monarquía e Isabel no podía volver a
reinar. Se barajaron muchos nombres y Prim llevó a cabo numerosos contactos:
Antonio de Orleans, cuñado de Isabel, a cuya designación se oponía Napoleón
III; el príncipe alemán Leopoldo de Hohenzollern-Sigmaringen, emparentado con
Guillermo I rey de Prusia, a cuya candidatura se opuso violentamente Napoleón
III y cuya designación produjo de forma indirecta, la guerra franco-prusiana y
la caída de Napoleón y del Segundo Imperio francés; Fernando de Coburgo, rey de
Portugal; incluso al general Espartero se le ofreció el trono, al que rehusó
dada su avanzada edad y su alejamiento de la vida política.
Al final Prim volvió a insistir ante Amadeo
de Saboya, hijo del rey italiano Víctor Manuel II de Saboya, que ya había
rechazado el ofrecimiento en una ocasión anterior. Amadeo aceptó esta vez y las
Cortes dieron su aprobación por 191 votos sobre un total de 344, en la sesión
del 16 de noviembre de 1870. Once días más tarde Prim fue asesinado en Madrid y
el futuro rey Amadeo I se quedó sin su mejor defensor.
2.
El
reinado de Amadeo I (1871-1873)
Amadeo I inauguró su reinado dispuesto a ejercer como rey constitucional, a cumplir y hacer cumplir la Constitución. Pero pronto se encontró con muchas más dificultades de las que había previsto: la oposición de numerosos sectores políticos, el desprecio de parte de la nobleza, que seguía defendiendo los intereses de Isabel II en la persona de su hijo Alfonso, y la hostilidad del pueblo, que rechazaba a un rey extranjero. A todo esto vino a sumarse una serie de hechos de gran trascendencia política: el resurgir de las guerras carlistas en Cataluña, País Vasco y Valencia; la insurrección de Cuba, que había comenzado en octubre de 1868 con el «Grito de Yara», origen de una larga guerra; la generalización de los movimientos obreros de protesta (en 1870 se había celebrado en Barcelona el I Congreso de la Sección Internacional Obrera Española, ligada a la Internacional marxista). En julio de 1872, Amadeo I y su esposa sufrieron un atentado del que salieron ilesos. Incluso los partidos que apoyaban al rey, el constitucional de Práxedes Mateo Sagasta y el radical de Ruiz Zorrilla mostraban importantes diferencias. Ante tantas dificultades, Amadeo decidió abdicar y devolver al pueblo español la corona que le había ofrecido. El 11 de febrero de 1873 los reyes volvían a Italia; el mismo día la Asamblea Nacional proclamó la Primera República.
En octubre de 1868, a los pocos días de
producirse en España la Revolución de septiembre, se produjo la insurrección de
Cuba, que empezó con el Grito de Yara,
manifiesto insurreccional elaborado por el general Carlos Manuel Céspedes y que
terminaba con el famoso «¡Viva Cuba libre!».
Tras el grito
de Yara se produjo una larga guerra de diez años, que terminó con la
victoria española y la firma de la Paz de Zanjón (1878). El problema cubano se
mantuvo hasta 1898, año en que alcanzó su independencia, apoyada por los
Estados Unidos, que tenían intereses en la zona.
«Al levantarnos armados contra la opresión
del tiránico Gobierno español, siguiendo la costumbre establecida en todos los
países civilizados, manifestamos al mundo las causas que nos han obligado a dar
este paso, que, en demanda de mayores bienes, siempre produce trastornos
inevitables, y los principios que queremos cimentar sobre las ruinas de lo
presente para felicidad del porvenir.
Nadie ignora que España gobierna la isla de
Cuba con un brazo de hierro ensangrentado; no sólo no le deja seguridad en sus
propiedades, abrogándose la facultad de imponer tributos y contribuciones a su
antojo, sino que, teniéndola privada de toda libertad política, civil y
religiosa, sus desgraciados hijos se ven expulsados de su suelo a remotos
climas o ejecutados sin forma de proceso por comisiones militares establecidas
en plena paz, con mengua del poder civil. La tiene privada del derecho de
reunión, como no sea bajo la presencia de un jefe militar; no puede pedir el
remedio a sus males, sin que se le trate como rebelde, y no se le concede otro
recurso que callar y obedecer.
La plaga infinita de empleados
hambrientos que desde España nos inunda nos devora el producto de nuestros
bienes y de nuestro trabajo; al amparo de la despótica autoridad que el
Gobierno español pone en sus manos y priva a nuestros mejores compatriotas de
los empleos públicos, que requiere un buen gobierno, el arte de conocer cómo se
dirigen los destinos de una nación; porque auxiliada del sistema restrictivo de
enseñanza que adopta, desea España que seamos tan ignorantes que no conozcamos
nuestros más sagrados derechos, y que si los conocemos no podamos reclamar su
observancia en ningún terreno.
Amada y considerada esta isla por todas las
naciones que la rodean, que ninguna es enemiga suya, no necesita de un ejército
ni de una marina permanentes, que agotan con sus enormes gastos las fuentes de
la riqueza pública y privada y, sin embargo, España nos impone en nuestro
territorio una fuerza armada que no lleva otro objeto que hacernos doblar el
cuello al yugo férreo que nos degrada.»
3.
La
Primera República española (1873-1874)
Tras la abdicación de Amadeo I de Saboya,
las Cortes proclamaron la República por 258 votos a favor y 33 en contra, el 11
de febrero de 1873. Durante los 11 meses que se mantuvo, el régimen republicano
encontró serias dificultades, originadas en gran parte por la falta de acuerdo
entre los mismos partidos que la habían votado, la intransigencia del
republicanismo federal más extremista, las maniobras de los conservadores y dos
graves problemas heredados de la etapa anterior: la guerra independentista de
Cuba y la guerra carlista en el norte de la península. Ello explica que en sólo
once meses se sucedieron cuatro presidentes y numerosos gobiernos.
El primer presidente de la República fue Estanislao
Figueras (1819-1882), que presidió dos gobiernos. Bajo su mandato, el 23 de
abril, se produjo un intento de golpe de Estado protagonizado por los radicales
de Cristino Martos; tras su fracaso los radicales adoptaron la táctica del
«retraimiento» con el fin de desgastar a los federales. Las elecciones del 10
de mayo de ese mismo año despertaron muy poco interés entre radicales y
conservadores y los republicanos federales obtuvieron una gran victoria. A
pesar de las presiones sociales, el gobierno de Figueras se negó a llevar a
cabo ninguna reforma, alegando que sólo las nuevas cortes podían hacerlas; la
respuesta fue una serie de movimientos: levantamiento de los trabajadores
andaluces contra los propietarios, organización de bandas armadas por parte de
los comerciantes de Madrid para defender sus intereses, intento de proclamar el
Estado Catalán, etcétera. El fracaso de la gestión de Figueras motivó su
destitución.
El 1 de junio de 1873 se hizo cargo de la
presidencia Francisco Pi i Margall (1842-1901), firme defensor del proceso
revolucionario. El nuevo gobierno se propuso como objetivo terminar con la
guerra carlista, lo que exigía la reorganización del indisciplinado ejército,
aplicar una serie de reformas sociales en el campo, en la hacienda, en la
administración de justicia y redactar una nueva constitución (la nunca aprobada
Constitución de 1873). Pero Pi i
Margall tuvo que abandonar la presidencia mucho antes de haber logrado esos
objetivos, salvo la redacción del proyecto constitucional. El tono federalista
extremado (cantonalista) de tal proyecto, unido a la manifestación de
movimientos cantonalistas en Andalucía y Levante (revueltas de Málaga, Alcoy,
Sevilla y proclamación el 12 de julio de cantón de Cartagena), obligaron a
dimitir a Pi i Margall a los dos meses de haber accedido a la presidencia.
A partir de ese momento la República dio un giro a la derecha. El 17 de julio
Nicolás Salmerón (1838-1908) formó un gobierno de tendencia conservadora, que
sirvió para reforzar y extender los movimientos cantonalistas y obreros. Para
resolver la situación, Salmerón recurrió a la fuerza. Los generales Martínez
Campos en Valencia y Pavía en Andalucía reprimieron el cantonalismo. Sólo
Cartagena se mantuvo hasta el 12 de enero de 1874, cuando ya la República había
caído. El movimiento obrero fue reprimido con igual fuerza, se cerraron los
locales de la Internacional de Trabajadores y sus militantes fueron detenidos.
Salmerón dimitió al negarse a aceptar la pena de muerte para los sublevados,
como reclamaban los militares conservadores. El 7 de septiembre fue designado
Emilio Castelar (1832-1899) para ocupar la presidencia, por 133 votos frente a
los 67 que obtuvo Pi i Margall. Esta significativa votación indica claramente
el matiz cada vez más derechista de los gobiernos republicanos. Para acabar con
los problemas del carlismo y el cantonalismo, Castelar pidió poderes
extraordinarios a las Cortes, que le fueron concedidos; las Cortes quedaron
clausuradas hasta enero. Castelar aplicó una política regresiva y represiva,
buscó la alianza con radicales y constitucionales, en un intento por recomponer
las fuerzas republicanas frente a los federales. Pero no lo logró: las Cortes,
en su sesión de reapertura del 2 de enero de 1874, le negaron su apoyo. El día
3 se produjo el golpe del general Pavía, previamente pactado entre radicales y
constitucionales; las Cortes fueron desalojadas y se puso fin a la Primera
República.
Golpe del estado del general. Pavía
Para preparar el tránsito a la restauración
monárquica se formó un gobierno provisional, presidido por el general Serrano y
apoyado por constitucionales, radicales y monárquicos alfonsinos, dirigidos
estos últimos por Cánovas del Castillo. El gobierno del general Serrano tuvo
que hacer frente a los dos problemas pendientes, el cantonalista y el carlista.
El último reducto cantonalista, el de Cartagena, fue derrotado por el general
López Domínguez. El problema carlista no se resolvería hasta el reinado de
Alfonso XII.
El gobierno provisional de Serrano terminó
bruscamente en el otoño de 1874, por obra del golpe militar monárquico de
Martínez Campos en Sagunto. Condenado por Cánovas del Castillo, el golpe
terminó definitivamente con el sexenio revolucionario y dispuso la vuelta de
Alfonso XII, hijo de Isabel II, al trono.
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