El paraguayo Rubén Darío Ávalos fallece a los 12 años en Sevilla de una extraña afección
En Un ensayo autobiográfico (1999) Borges hizo hincapié en sus lecturas infantiles y dejó caer que a los siete años imitó la prosa de Cervantes para escribir su primer cuento, «La visera fatal». Del pequeño Rimbaud sabemos que a los once años componía poemas en latín y que a los quince ganó su primer premio literario importante. El nicaragüense Rubén Darío fue otro genio precoz, pues a los ocho años escribía sonetos, a los trece publicaba sus poemas en la prensa y a los catorce fue propuesto para disfrutar de una beca de estudios en Europa, aunque la perdió por el tono anticlerical de sus versos. La niñez de los grandes escritores nos hace perder de vista que entonces sólo eran niños lectores que además escribían, como el pequeño Rubén Darío Ávalos Flores, niño escritor paraguayo fallecido en Sevilla antes de cumplir los trece años.
Rubén Darío Ávalos publicó cuatro libros de cuentos y una novela histórica. A saber, Encuentros con Rubén (2015), Sensación de pureza (2015), Las cartas y otros cuentos impredecibles (2016), La medicina maestra (2016) y La diadema(2017), obras perfumadas de su amor por la mitología, el terror, la ciencia-ficción, los animales, la medicina, los viajes, la historia, el orientalismo y los cómics, porque el universo literario de Rubén Darío era esencialmente infantil, aunque galvanizado por la experiencia de haber sufrido una enfermedad rara e incurable. En realidad, la existencia de Rubén Darío era un milagro secreto que corría de boca en boca entre maestros, médicos, lectores y toda esa constelación de amorosos voluntarios que acompañan a los niños y sus familias en los pabellones infantiles de oncología. Fue así como supe que en el Hospital Virgen del Rocío pasaba largas temporadas un niño paraguayo que hablaba de Borges y Kawabata o Kipling y García Márquez, mientras escribía un cuento detrás de otro en un portátil que para él era más valioso que la quimioterapia.
Como Rubén Darío carecía de defensas se amuralló de libros. No tuvo tiempo de ordenar sus lecturas con la sabiduría que dan los años y la experiencia. En su relato «El general» el narrador sale de la clínica (en todos sus libros hay clínicas y hospitales) y visita una librería donde contempla embelesado bellas ediciones de los siguientes títulos: Robinson Crusoe, Sherlock Holmes, Sobre héroes y tumbas, Robin Hood, Moby Dick, Frankenstein, Don Quijote de La Mancha, Ensayo sobre la ceguera, Sandokan, La vuelta al mundo en 80 días, Año 100, La isla del tesoro, Rayuela, Los tres mosqueteros, Ben-Hur, El viejo y el mar, Cuento de Navidad, Batman, Los miserables, Tarzán, Drácula, El señor de los anillos, El planeta de los simios, Rebelión en la granja, Cien años de soledad, Watchmen, Hijo de hombre, Lituma en los Andes, El Lazarillo de Tormes, Viaje al oeste, Tarás Bulba y Tierra X.Doy fe de que Rubén Darío poseía y leyó todos esos libros y muchos más, porque además de su obra impresa y visible existen vídeos de sus charlas y sobre todo de sus colaboraciones en la radio, pues disfruto de un espacio de comentarios literarios en «Te doy mi palabra», el programa de Isabel Gemio en Onda Cero.
Rubén Darío fue homenajeado en la Feria del Libro de La Rinconada (Sevilla), participó en la Escuela de Escritores Noveles de Mollina del Centro Andaluz de las Letras y la biblioteca de su colegio lleva su nombre con sumo orgullo. En sus narraciones sus personajes infantiles luchan contra el acoso, fomentan la defensa de los animales y protegen a los niños distintos no porque sean inmigrantes, sino para combatir las diferencias. No sé qué escritor podría haber sido Rubén Darío si hubiera vivido para aprender, madurar y seguir escribiendo; mas sí puedo asegurar que fue un gran niño escritor y que sus libros tienen el «aire suave» del poema de su tocayo.
Ahora que Rubén ha fallecido, pienso que quienes tendrían que conocer su épica personal no deberían ser otros niños como él, sino sobre todo jóvenes y adultos, médicos y maestros, lectores y escritores, pues Rubén Darío luchó contra todas las adversidades fortalecido por la felicidad de leer, el placer de escribir y el entusiasmo por aprender. No fue un niño que fantaseaba con ser escritor, sino un hombre que combatió contra su enfermedad como un Quijote, gracias a la lectura, los libros y la escritura, como el pequeño Hurbinek de Primo Levi. Por eso al Rubén Darío paraguayo quiero dedicarle un responso literario del Rubén Darío nicaragüense: Ruega generoso, piadoso, orgulloso; / ruega casto, puro, celeste, animoso; / por nos intercede, suplica por nos, / pues casi ya estamos sin savia, sin brote, / sin alma, sin vida, sin luz, sin Quijote, / sin piel y sin alas, sin Sancho y sin Dios.
Descansa en paz, Rubén.
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