Sabed, ¡oh mis hermanos! que
cuando sólo tenía ocho años de edad era ya tan experto en el arte de mentir,
que cada año soltaba una mentira tan gorda que a mi amo el mercader se le arrugaba
el ano y se caía de espaldas. Así es que el mercader quiso deshacerse de mí
cuanto antes, y me puso en manos del pregonero, para que anunciase mi venta en
el zoco, diciendo: "¿Quién quiere comprar un negrito con todo su
vicio?" Y el pregonero me llevó por todos los zocos, diciendo lo que le
habían encargado. Y un buen hombre de entre los mercaderes del zoco no tardó en
acercarse, y preguntó al pregonero: "¿Cuál es el vicio de este
negrito?" Y el otro contestó: "El de decir una sola mentira cada año".
Y el mercader insistió: "¿Y qué precio piden por ese negrito con su
vicio?" A lo cual contestó el pregonero: "Sólo seiscientos
dracmas". Y dijo el mercader: "Lo tomo, y te doy veinte dracmas de
corretaje".
Y en el acto se reunieron los
testigos de la venta y se hizo el contrato entre el pregonero y el mercader.
Entonces el pregonero me llevó a la casa de mi nuevo amo, cobró el precio de la
venta y el corretaje, y se marchó.
Mi amo me vistió decentemente
con ropa a mi medida, y permanecí en su casa el resto del año, sin que
ocurriera ningún incidente. Pero empezó otro año y se anunció como bendito en
cuanto a la recolección y la fertilidad. Los mercaderes le festejaban con
banquetes en los jardines, y cada uno pagaba a su vez los gastos del convite,
hasta que le tocó a mi amo. Entonces mi amo invitó a los mercaderes a comer en
un jardín de las afueras de la ciudad, y mandó llevar allí comestibles y
bebidas en abundancia, y todos estuvieron comiendo y bebiendo desde por la
mañana hasta el mediodía. Pero entonces recordó mi amo que había dejado
olvidada una cosa, y me dijo: "¡Oh mi esclavo! monta en la mula, ve a casa
para pedirle a tu ama tal cosa, y vuelve en seguida". Yo obedecí la orden
y me dirigí apresuradamente a la casa.
Y al llegar cerca de ella
empecé a dar agudos chillidos y a verter abundantes lagrimones. Y me rodeó un
gran grupo de vecinos de la calle y del barrio, grandes y chicos. Y las
mujeres, asomándose a las puertas y ventanas, me miraban asustadas, y mi ama,
que oyó mis gritos, bajó a abrirme, acompañada de sus hijas.
Y todas me preguntaron qué
ocurría. Y yo contesté llorando: "Mi amo estaba en el jardín con los
convidados, se ausentó para evacuar una necesidad junto a la pared, y la pared
se vino abajo, sepultándole entre los escombros. Y yo he montado en seguida en
la mula, y he venido a todo correr a enteraros de la desgracia". Cuando la
mujer y las hijas oyeron mis palabras se pusieron a dar agudos gritos, a
desgarrarse los vestidos y a darse golpes en la cara y en la cabeza, y todos
los vecinos acudieron y las rodearon. Después, mi ama, en señal de luto (como
suele hacerse cuando muere inesperadamente el cabeza de familia), empezó a
destrozar la casa, a destruir muebles, a tirarlos por las ventanas, a romper
todo lo rompible y arrancar las ventanas y puertas. Luego mandó pintar de azul
las paredes y echar encima de ellas paletadas de barro.
Y me dijo: "¡Miserable
Kafur! ¿Qué haces ahí inmóvil? Ven a ayudarme a romper estos armarios, a
destruir estos utensilios y hacer trizas esta vajilla". Y yo, sin esperar
a que me lo dijera dos veces, me apresuré a destrozarlo todo, armarios, muebles
y cristalerías; quemé alfombras, camas, cortinas y almohadones, y después la
emprendí con la casa, asolando techos y paredes. Y entretanto, no dejaba de lamentarme
y de clamar: "¡Pobre amo mío! ¡Ay mi desgraciado amo!
Después mi ama y sus hijas se
quitaron los velos, y con la cara descubierta y todo el pelo suelto, salieron a
la calle. Y me dijeron: "¡Oh Kafur! Ve adelante de nosotras para
enseñarnos el camino. Llévanos al sitio en que tu amo quedó sepultado bajo los
escombros. Porque hemos de colocar su cadáver en el féretro, llevarlo a casa y
celebrar los debidos funerales". Y yo eché a andar delante de ellas,
gritando: "¡Oh mi pobre amo!" Y todo el mundo nos seguía. Y las
mujeres llevaban descubierto el rostro y la cabellera desmelenada. Y todas
gemían y gritaban, llenas de desesperación. Poco a poco se aumentó la comitiva
con todos los vecinos de las calles que atravesábamos, hombres, mujeres, niños,
muchachas y viejas. Y todos se golpeaban la cara y lloraban desesperadamente. Y
yo me divertía haciéndoles dar la vuelta a la ciudad y atravesar todas las
calles, y los transeúntes preguntaban la causa de todo aquello y se les contaba
lo que me habían oído decir, y entonces clamaban: "¡No hay fuerza ni poder
más que en Alah, Altísimo, Omnipotente!"
Y alguien aconsejó a mi ama
que fuese a casa del walí y le refiriese lo ocurrido.
Y todos marcharon a casa del
walí, mientras que yo pretextaba que me iba al jardín en cuyas ruinas estaba
sepultado mi amo".
onces corrí al jardín,
mientras que las mujeres y todos los demás se dirigían a casa del walí para
contarle lo ocurrido. Y el walí se levantó y montó a caballo, llevando consigo
peones que iban cargados de herramientas, sacos y canastos, y todo el mundo
emprendió el camino del jardín siguiendo las indicaciones que yo había
suministrado.
Y yo me cubrí de tierra la
cabeza, empecé a golpearme la cara y llegué al jardín gritando: "¡Ay mi
pobre ama! ¡Ay mis pobres amitas! ¡Ay! ¡Desdichados de todos nosotros!" Y
así me presenté entre los comensales. Cuando mi amo me vió de aquella manera,
cubierta la cabeza de tierra, aporreada la cara y gritando: ¡Ay! ¿Quién me
recogerá ahora? ¿Qué mujer será tan buena para mí como mi pobre ama?",
cambió de color, le palideció la tez, y me dijo:
"¿Qué te pasa, ¡oh
Kafur!? ¿Qué ha ocurrido? Dime".
Y yo le contesté: ¡Oh amo
mío! Cuando me mandaste que fuera a casa a pedirle tal cosa a mi ama, llegué y
vi que la casa se había derrumbado, sepultando entre los escombros a mi ama y a
sus hijas". Y mi amo gritó entonces: "¿Pero no se ha podido salvar tu
ama?" Y yo dije: "Nadie se ha salvado, y la primera en sucumbir ha
sido mi pobre ama".
Y me volvió a preguntar:
"¿Pero y la más pequeña de mis hijas tampoco se ha salvado?" Y
contesté: "Tampoco". Y me dijo: "¿Y la mula, la que yo suelo
montar, tampoco se ha salvado?" Y dije: "No, ¡oh amo mío! porque las
paredes de la casa y las de las cuadras se han derrumbado encima de todo lo que
había en la casa, sin excluir a los carneros, los gansos y las gallinas. Todo
se ha convertido en una masa informe debajo de las ruinas. Nada queda ya".
Y volvió a preguntarme: "¿Ni siquiera el mayor de mis hijos?"
Y respondí: "¡Ay! ni
siquiera ése. No ha quedado nadie con vida. Ya no hay casa ni habitantes. Ni
siquiera quedan ya rastros de ello. En cuanto a los carneros, los gansos y las
gallinas, deben ser en este momento pasto de los perros y los gatos".
Cuando mi amo oyó estas
palabras, la luz se transformó para él en tinieblas; quedó privado de toda
voluntad; las piernas no le podían sostener; se le paralizaron los músculos y
se le encorvó la espalda. Después empezó a desgarrarse la ropa, a mesarse las
barbas, a abofetearse y a quitarse el turbante. Y no dejó de darse golpes,
hasta que se le ensangrentó todo el rostro. Y gritaba: "¡Ay mi mujer! ¡Ay
mis hijos! ¡Qué horror! ¡Qué desdicha! ¿Habrá otra desgracia semejante a la
mía?" Y todos los mercaderes se lamentaban y lloraban como él para
expresarle su pesar, y se desgarraban las ropas.
Entonces mi amo salió del
jardín seguido de todos los convidados, y no cesaba de darse golpes,
principalmente en el rostro, andando como si estuviera borracho. Pero apenas
había traspuesto la puerta del jardín, vió una gran polvareda y oyó gritos
desaforados. Y no tardó en ver aparecer al walí con toda su comitiva, seguido
de las mujeres y vecinos del barrio y de cuantos transeúntes se habían unido a
ellos en el camino, movidos por la curiosidad. Y todo el gentío lloraba y se
lamentaba.
La primera persona con quien
se encontró mi amo fué con su esposa, y detrás de ella vió a todos sus hijos. Y
al verlos se quedó estupefacto, como si perdiera la razón, y luego se echó a
reír, y su familia se arrojó en sus brazos y se colgó a su cuello.
Y llorando decían: "¡Oh
padre! ¡Alah sea bendito por haberte librado!" Y él les preguntó: "¿Y
vosotros? ¿Qué os ha ocurrido?" Su mujer le dijo: "¡Bendito sea Alah,
que nos permite volver a ver tu cara, sin ningún peligro! ¿Pero cómo lo has
hecho para salvarte de entre los escombros? Nosotros ya ves que estamos
perfectamente. Y a no ser por la terrible noticia que nos anunció Kafur,
tampoco habría pasado nada en casa". Y mi amo exclamó: "¿Pero qué
noticia es esa?" Y su mujer dijo: "Kafur llegó con la cabeza
descubierta y la ropa desgarrada, gritando: "¡Oh mi pobre amo! ¡Oh mi
desdichado amo!" Y le preguntamos: "¿Qué ocurre?, ¡oh Kafur!?" Y
nos dijo: "Mi amo se había acurrucado junto a una pared para evacuar una
necesidad, cuando de pronto la pared se derrumbó y le enterró vivo".
Entonces dijo mi amo:
"¡Por Alah! Pero si Kafur acaba de venir ahora mismo gritando: "¡Ay
mi ama! ¡Ay los pobres hijos de mi ama!" Y le he preguntado: "¿Qué
ocurre, oh Kafur?" Y me ha dicho: "Mi ama, con todos sus hijos, acaba
de perecer debajo de las ruinas de la casa".
Inmediatamente mi amo se
volvió hacia donde estaba yo y vió que seguía echándome polvo sobre la cabeza,
y desgarrándome la ropa, y tirando el turbante. Y dando una voz terrible, me
mandó que me acercara.
Al acercarme me dijo:
"¡Ah miserable esclavo! ¡Negro de mal agüero! ¡Hijo de una zorra y mil
perros! ¡Maldito y de raza maldita! ¿Por qué has ocasionado tanto trastorno?
¡Por Alah que he de castigar tu crimen según se merece! Te he de arrancar la
piel de la carne, y la carne de los huesos".
Y yo contesté resueltamente:
"¡Por Alah! que no me has de hacer ningún daño, pues me compraste con mi
vicio, y como fué ante testigos, declararán que sabías mi vicio de decir una
mentira cada año, y así lo anunció el pregonero. Pero he de advertirte que todo
lo que acabo de hacer no ha sido más que media mentira y me reservo el derecho
de soltar la otra mitad que me corresponde decir antes que acabe el año".
Mi amo, al oírme, exclamó:
"¡Oh tú, el más vil y maldito de todos los negros! ¿Conque lo que acabas
de hacer no es más que la mitad de una mentira? ¡Pues valiente calamidad la que
tú eres! ¡Vete, oh perro, hijo de perro, te despido! Ya estás libre de toda
esclavitud". Y yo dije: "¡Por Alah! que podrás echarme, ¡oh mi amo!
pero yo no me voy. De ninguna manera. He de soltar antes la otra mitad de la
mentira. Y esto será antes de que acabe el año. Entonces me podrás llevar al
zoco para venderme con mi vicio. Pero antes no me puedes abandonar, pues no
tengo oficio de qué vivir. Y cuanto te digo es cosa muy legal, y legalmente
reconocida por los jueces cuando me compraste".
Y mientras tanto, los vecinos
que habían venido para asistir a los funerales se preguntaban qué era lo que
pasaba. Entonces les enteraron de todo, lo mismo que al walí, a los mercaderes
y a los amigos, explicándoles la mentira que yo había inventado. Y cuando les
dijeron que todo aquello no era más que la mitad, llegaron todos al límite de
la estupefacción, juzgando que aquella mitad era ya de suyo bastante enorme. Y
me maldijeron, y me brindaron toda clase de insultos, a cual peor de todos. Y
yo seguía riéndome, y ,decía: "No tenéis razón en reconvenirme, pues me
compraron con mi vicio".
Y así llegamos a la calle en
que vivía mi amo, y vió que su casa no era más que un montón de ruinas. Y
entonces se enteró de que yo había contribuido a destruirla, pues le dijo su
mujer; "Kafur ha roto todos los muebles, y los jarrones, y la cristalería,
y ha hecho pedazos cuanto ha podido". Y llegando al límite del furor,
exclamó: "¡En mi vida he visto un hijo de zorra como este miserable negro!
¡Y aun dice que no es más que la mitad de un embuste! ¿Pues qué sería una
mentira completa? ¡Lo menos la destrucción de una o dos ciudades!"
E inmediatamente me llevaron
a casa del walí, que me mandó dar tan soberana paliza, que me desmayé. Y
encontrándome en tal estado, mandaron llamar a un barbero, que con sus
instrumentos me castró del todo y cauterizó la herida con un hierro candente. Y
al despertar me enteré de lo que me faltaba y de que me habían hecho eunuco
para toda mi vida.
Entonces mi.amo me dijo:
"Así como tú me has abrasado el corazón queriendo arrebatarme lo que más
quería, así te lo quemo yo a ti, quitándote lo que querías más". Después
me llevó consigo al zoco, y me vendió por más precio, puesto que yo había
encarecido al convertirme en eunuco.
Desde entonces he causado la
discordia y el trastorno en todas las casas en que entré como eunuco, y he ido
pasando de un amo a otro, de un emir a un emir, de un notable a un notable,
según la venta y la compra, hasta ser propiedad del mismo Emir de los
Creyentes. Pero he perdido mucho, y mis fuerzas disminuyeron desde que me quedé
sin lo que me falta.
Y tal es, ¡oh hermanos! la
causa de mi castración. He aquí que se ha terminado mi historia.
¡Uassalam!"
FIN
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