Jajali era un famoso asceta, es decir, uno que practicaba
una auto disciplina extrema. Tenía un profundo conocimiento de los Vedas,1 los
libros sagrados más antiguos, y atendía los fuegos sacrificiales. Jajali realizaba
largos ayunos. Durante la estación de las lluvias dormía al aire libre y
permanecía de día bajo el agua.
1. Son los textos de los que arranca la religión hinduista.
Hay cuatro textos. Se complementan con los Upanisads.
En la estación del calor Jajali no aceptaba ninguna
protección contra el ardiente sol ni el cortante viento. Dormía en los lugares
más incómodos y manchaba su cuerpo, incluso sus cabellos, con porquerías y
fango. Si quería usar alguna ropa, la hacía de trapos y pieles. Viajaba por toda
la tierra atravesando los bosques, las montañas y las orillas del océano. Una
vez, cuando estaba cerca del océano, decidió ocultarse bajo sus aguas. Era
capaz de hacerlo mediante las grandes autodisciplinas que conocía. También
podía proyectar su mente en todas las direcciones y tomar consciencia de todo
lo que sucedía en diferentes partes del mundo.
Estaba Jajali sentado un día en el fondo del océano,
pensando en cómo su mente podía viajar por todos los lugares, cuando la
soberbia nació en su corazón y se dijo a sí mismo que no había nadie como él en
todo el mundo. Cuando se estaba jactando de esto una voz resonó en su oído. Era
la voz de un espíritu que le estaba cuidando.
-No deberías presumir así, nobilísimo brahmín. Yo conozco a
un vendedor, un hombre muy virtuoso que vive en Benarés, que se gana la vida
comprando y vendiendo perfumes. Muchos dicen que es el más virtuoso de los
hombres, ¡pero él no tiene ni un pensamiento de orgullo!
-¡Un vendedor! -dijo el asceta-. Deseo ver aese maravilloso
vendedor. Dime dónde vive e iré ahora mismo.
El espíritu le dio las oportunas indicaciones y Jajali dejó
su asiento acuático y se fue hacia Benarés.
En el camino encontró un bosque, donde decidió pasar un
tiempo practicando austeridades corporales. Durante muchos días permaneció
absolutamente inmóvil. No movía ni un músculo y su apariencia era más la de un
pilar de piedra que la de un hombre, con un gran montón de suciedad, su
descuidado pelo en lo alto.
Sucedió que poco después dos pájaros, buscando un lugar
donde construir su nido, decidieron que no encontrarían mejor lugar que la
cabeza del asceta. Así que construyeron su nido entre sus cabellos usando para
ello pajas y hierba.
Poco después el nido se llenó de huevos, pero Jajali ni se
movió. La piedad le impidió hacerlo. Cuando los huevos hubieron madurado, las
jóvenes aves emergieron. Los días pasaron y sus plumas crecieron. Cuando
hubieron pasado más días, empezaron a volar. Más tarde aún empezaron a
acompañar a sus padres varias horas al día en su búsqueda de comida. Pero ahora
que el asceta había cumplido con sus obligaciones, en cuanto al bienestar de
sus huéspedes, siguió sin moverse.
Llegó un momento en el que las aves estuvieron ausentes
durante una semana, pero él siguió esperando por si volvían. Finalmente esperó
durante un mes y, cuando vio que no volvían, consideró que habían abandonado el
nido para siempre y que, por lo tanto, ya era libre para moverse.
Por desgracia, Jajali se sentía muy orgulloso de sí mismo
por estimular su noble conducta.
«No hay nadie semejante a mí en todo el mundo», se dijo a sí
mismo. «Debo de haber adquirido un gran mérito por este acto de generosidad.»
Se sentía tan orgulloso de sí que empezó a dar palmadas con
manos y a bailar diciendo:
-¡No hay nadie como yo en ningún lugar!
Y una vez más oyó una voz que parecía salir del cielo que le
dijo:
-¡Jajali! No digas eso. No eres tan bueno como el vendedor
de Benarés y él no presume como tú lo haces.
El corazón de Jajali se llenó de rabia y decidió ir a
Benarés sin más tardanza y ver a ese maravilloso vendedor.
Cuando llegó a Benarés, la primera persona que vio fue el
vendedor, atareado en su tienda, comprando y vendiendo hierbas y perfumes. El
vendedor le vio y le llamó con afecto.
-Te he esperado, nobilísimo brahmín, durante largo tiempo.
He oído hablar de tu gran ascetismo, de cómo has vivido inmerso en el océano y
de cuanto has realizado, incluso de los pájaros que has alojado en tu cabeza.
Sé también de la soberbia que anida en tu corazón y de las voces que te la han
reprochado. Estás enfadado y por eso has venido aquí. Dime lo que deseas. Mi
mayor deseo es ayudarte.
El brahmín replicó:
-Tú eres un vendedor, amigo mío, y el hijo de un vendedor.
¿Cómo ha podido una persona como tú, que gastas la mayor
parte de tu tiempo comprando y vendiendo, adquirir tanto conocimiento y
sabiduría? ¿De dónde ha salido?
-Mi conocimiento y sabiduría -dijo el vendedor- consisten
nada más que en seguir y obedecer aquella antigua enseñanza que todo el mundo
conoce y que habla de la universal amistad y bondad de los hombres y los
animales. Yo gano mi sustento con el comercio, pero me precio de ser siempre
justo. Nunca he estafado ni injuriado a nadie ni de pensamiento ni de palabra o
hecho. Nunca me he peleado ni he asustado, ni he odiado, ni he abusado, ni he
difamado a nadie. Estoy convencido de que vivir así conduce a la prosperidad y
al cielo con tanta seguridad como la vida de mortificación y sacrificio.
Prosiguiendo, el vendedor se volvió más y más enérgico y
crítico, incluso un poco presuntuoso. No sólo condenaba la muerte de animales,
sino que también manifestó su desacuerdo con la agricultura, ya que causa
heridas a la tierra y es la causa de la muerte de muchas pequeñas criaturas que
viven en el suelo, además de suponer el trabajo forzado de los bueyes y los
esclavos. Del sacrificio de los animales dijo que había sido establecido por
los glotones sacerdotes. El verdadero sacrificio era el sacrificio realizado
por la mente y, si el pueblo deseaba realizar sacrificios, debían usarse
hierbas, frutos y bolas de arroz. Dijo no creer en las peregrinaciones, que no
era necesario vagabundear por el país visitando ríos y montañas sagradas. Que
no hay lugar más sagrado que la propia alma.
Jajali estaba indignado. Dijo que el poseedor de una escala
de valores así debía de ser un ateo. ¿Dónde viviría el hombre si no podía pisar
el suelo? ¿Qué comería? Y respecto a los sacrificios, dijo que el mundo
llegaría a su fin si dejasen de hacerlos.2
2. Existe la creencia generalizada en la India de que si se
dejasen de hacer sacrificios a los dioses, éstos, enfadados, acabarían con el
mundo.
El vendedor declaró que si un hombre comprendiera las
enseñanzas reales de los Vedas, no necesitaría pisar el suelo. En los antiguos
días la tierra producía todo lo que era necesario. Las plantas y las hierbas
crecían por sí mismas.
A pesar de la fuerza de los argumentos del vendedor, el
asceta no estaba convencido. Hablaron durante mucho tiempo. Algún tiempo
después ambos murieron y cada uno fue a su paraíso particular. Sus paraísos fueron
tan diferentes como lo habían sido sus formas de vida.
FIN
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