Conocí la obra de Mikel Santiago en la feria del libro de Madrid de este año. Simplemente vi este libro en una de las casetas, lo compré y estuvo esperando la cola de mis lecturas pendientes unos cuantos meses, hasta que le llegó su turno. No sabía nada de su obra anterior, ni de quien era, pero después de cerrar la última página de El mal camino, tuve claro que tenía que leer La Última noche en Tremore Beach y todo lo que este autor tenga a bien publicar en el futuro.
La novela nos lleva de viaje desde Londres hasta la Provenza francesa, junto con el escritor Bert Amandale, su mujer y su hija. A ese viaje familiar se ha apuntado Chucks, un viejo amigo de Bert. Chucks es un rockero venido a menos que llega al sur de Francia a resucitar su carrera musical con el apoyo de su amigo el escritor, y de paso poner distancia con viejos fantasmas que le atormentan. Pero una noche, todo se tuerce. Después de tomar unas copas, Chucks coge el coche, y en el trayecto de vuelta a casa atropella a una persona dándose a la fuga. Roído por la mala conciencia, da la vuelta para ver si el hombre sigue vivo o no, pero allí no queda nada ni nadie. Ni rastro del atropello.
“Soy escritor. Escribo novelas donde hay personas de mal carácter que asaltan casas y matan a sus habitantes. Hachazos, motosierras, tijeras de podar. Mucho ketchup y algún que otro final feliz, pero pírrico. Encabezo el ranking de escritores que matan a sus personajes principales, a sus amigos y familias. Así que no me culpéis por mis malos pensamientos. Pero aquello olía mal.” – Así nos presenta Mikel Santiago sus intenciones de la mano de Bert Amandale, su protagonista.
A partir de ahí, Bert y Chucks, dos personajes marcados por sus errores del pasado, protagonizan la trama que urde Mikel Santiago y que se va sucediendo a un ritmo frenético. Capítulos cortos en los que siempre pasa algo, aderezados con unos diálogos brillantes que hacen que las páginas se te peguen a los dedos como el velcro.
Y es que este libro toca un tema que me parece particularmente fascinante. En su argumento subyace la idea de lo fácil que es hacer parecer loca a una persona. Algo tan simple como haber visto algo y no tener pruebas de ello, puede hacer que se catalogue a dicha persona como “desequilibrada”. Si además existe algún indicio de antiguo alcoholismo o alguna otra adicción, entonces ya queda el tema visto para sentencia. Fuera credibilidad. “No hay más preguntas, Señoría”. Y es en ese aspecto de la mente humana, en el que hurga el autor: en esa angustia que se genera ante la perspectiva de que no nos crea nadie, metiéndonos en una espiral de constante paranoia que hace que lleguemos incluso a dudar de lo que hemos visto.
El mal camino es una novela genial. Un thriller exquisitamente ambientado, con un prodigioso uso de las descripciones que hace que un lugar tan idílico y luminoso como la Provenza, se convierta en un lugar oscuro y amenazador. ¿Cómo es posible crear una atmósfera tan angustiante entre tanto sol, tanto árbol y tanto jardín? Pues por difícil que parezca, Mikel Santiago lo consigue.
Ajeno a digresiones que nos saquen del argumento principal, el autor nos sumerge en la trama, llevándonos por su camino, su “mal camino”. Entonces, llega el momento en que estamos justo dónde él quiere que estemos para que se precipite un final, que paradójicamente no rebaja el nivel de angustia hasta las últimas páginas. Quizá sea por esta razón por la que me encaja que la productora de Alejandro Amenábar haya adquirido los derechos de la obra para su adaptación al cine y la editorial de Stephen King en EEUU haya hecho lo propio con los derechos en inglés del texto. Casi nada.
En definitiva, El mal camino es una buenísima novela de misterio. Un thriller de suspense, culpa y redención, que se clava en tu mente confirmando a su autor como uno de los nuevos referentes del género.
Por cierto, en estos tiempos en los que las redes sociales son una caja de resonancia para cualquier tipo de contenido cultural, merece la pena contar una breve anécdota que se dio en Twiter con este autor. Mikel Santiago, contestando a preguntas de los lectores, tuiteaba el tipo de libros y escritores que le gusta leer. Enseguida uno de los aludidos, consagrado escritor de suspense, le contestó animándole con un afectuoso: “Mikel, deja de leer y ponte a escribir :-)”. Afirmación con la que no puedo estar más de acuerdo.
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