En su libro nos descubre la ingente cantidad de campos de concentración que se abrieron en nuestra guerra civil y en la posterior posguerra. Cada campo de prisioneros del dictador Franco fue una espina clavada en nuestro territorio que continúo desangrando el cuerpo de miles y miles de prisioneros para los que el perdón no existió. “Los campos de concentración de Franco” es un libro imprescindible para recordar aquella tragedia y que no la olvidemos.
¿Cómo surgió la idea de escribir “Los campos de concentración de Franco"?
Surgió mientras estaba realizando mi anterior investigación sobre los españoles y españolas que fueron deportados a los campos de concentración nazis. Alguno de los supervivientes de aquel horror y también sus familiares me dijeron que era muy necesario el trabajo que estaba haciendo, pero que alguna vez tenía que investigar también los campos de concentración que hubo en España y que aún eran más desconocidos que los abiertos por Hitler. Sin pensarlo demasiado y, confieso, sin ser consciente de la magnitud del tema en el que me sumergía, decidí aceptar el reto.
¿Cuánto tiempo estuvo documentándose sobre los “campos”?
Han sido algo más de tres años de dedicación exclusiva a investigar este tema. En este tiempo he visitado decenas de archivos. Empecé por los grandes archivos nacionales, tanto militares como civiles. Sin embargo, enseguida me di cuenta de que también tenía que bajar al detalle y consultar archivos regionales, provinciales y municipales. Estos archivos más pequeños me han permitido localizar campos de concentración que ni siquiera aparecían en la documentación que se conserva de las grandes unidades militares franquistas.
¿Entrevistó a algún superviviente de los mismos?
Apenas a media docena. Poco después de iniciar mi investigación fui consciente de que quedaban muy pocos testigos directos de lo ocurrido. Aquellos que seguían con vida rozaban el siglo de vida y en la mayor parte de los casos ya no se encontraban, como es lógico, en las condiciones físicas y mentales como para prestar un testimonio fidedigno de lo que sufrieron. Tuve la fortuna, no obstante, de que hombres como Luis Ortiz, Marcos Ana o Ángel Fernández Tijera mantuvieran una salud de hierro y una memoria envidiable. Sus relatos me conmovieron y forman parte del libro. Sin embargo, no quise limitarme a este puñado de testimonios directos y busqué otras vías. Buceé en internet y en las librerías para hacerme con memorias ya descatalogadas escritas en su día por víctimas del franquismo que pasaron por los campos. Contacté con decenas de familias y, gracias a ellas, accedí a esos relatos que los supervivientes escribieron solo para sus seres más queridos. Ha sido una tarea compleja, pero que me ha permitido finalmente dar voz a decenas de prisioneros y prisioneras para construir un relato global de la vida y la muerte en el interior de las alambradas de Franco.
¿Qué cantidad de campos de concentración hubo en la España de la guerra y de la posguerra?
Yo he elaborado un listado con 296 campos de concentración. En realidad son más, puesto que he agrupado algunos de ellos que se encontraban en la misma localidad y que tenían alguna relación entre ellos. Es el caso de la ciudad de León, donde yo englobo en un solo complejo concentracionario lo que en realidad eran cuatro campos que funcionaban con cierta autonomía, o de otras capitales de provincia como Murcia, Alicante o Guadalajara. Hablamos, por tanto, de una cifra que ronda los 300 campos de concentración.
¿Fueron todos iguales o hubo diferentes tipos de “campos”?
A diferencia de otros sistemas concentracionarios como el que crearon los nazis, los campos de concentración de Franco fueron más heterogéneos. Para empezar, estéticamente. Aquí solo el 30% de los campos respondían a esa imagen de recintos al aire libre, rodeados de alambradas, con barracones de madera. El 70% restante se habilitaron en edificios religiosos, plazas de toros, instalaciones deportivas o fábricas abandonadas. Además las condiciones de vida eran diferentes en función de la ubicación geográfica, del momento histórico en el que se abren e incluso de la personalidad del comandante que los dirigía. Hubo campos durísimos en los que los prisioneros perecían a centenares y otros menos crueles. Sin embargo, como norma general, todos fueron lugares en los que se practicó un extermino selectivo de los cautivos más vinculados a las organizaciones republicanas y también de los oficiales del Ejército Popular; todos fueron recintos de castigo en los que los prisioneros sufrían un hambre atroz, eran sometidos a malos tratos y a trabajos forzados; todos fueron también lugares de “reeducación” en los que se les obligaba a asistir a charlas patrióticas y a participar en innumerables actos religiosos. Después de vencerles en el frente de batalla, los franquistas quisieron también lavarles el cerebro y derrotarles en el terreno intelectual, ideológico y religioso.
¿Cuántos españoles pasaron aproximadamente por esos campos de concentración?
Yo estimo que entre 700.000 y un millón. Es imposible dar una cifra exacta, pero sí he podido documentar que en abril de 1939 había medio millón de prisioneros encerrados simultáneamente en campos de concentración. Si a ese dato astronómico sumamos aquellos que habían pasado durante los años de la guerra y los que llegarían a partir de mayo de 1939, nos encontraremos con esa horquilla que le he dado.
¿Podríamos saber el número de víctimas de los “campos”, tanto por fusilamientos como por enfermedad?
También resulta imposible. La mayor parte de las muertes no eran registradas ni en el archivo del campo, ni en los registros municipales, parroquiales o de los cementerios. Estudios anteriores hablaban de un mínimo de 10.000. A mí esa cifra se me antoja muy corta ya que solo en 15 campos he podido contabilizar más de 6.000 muertes.
¿Cómo eran las condiciones humanas y sanitarias de los mismos?
Terribles. A los prisioneros se les trataba peor que a los animales. Recibían una alimentación más que escasa y no disponían de asistencia sanitaria ni de posibilidades de asearse o cambiarse de ropa. Imaginamos un barracón o una sala abarrotada de hombres que tienen que dormir de lado porque si no, no caben. Añadamos a esa dramática situación la falta de higiene que provocaba epidemias y una parasitación generalizada. Todos estaban infectados de piojos y pulgas, débiles y muchos de ellos enfermos. Llegar con vida hasta la noche era el único objetivo de cada uno de estos prisioneros.
¿Cuáles serían las diferencias más notables entre prisiones y “campos”?
La diferencia principal es que todos los prisioneros y prisioneras de los campos de concentración ni habían sido juzgados ni pesaba sobre ellos acusación alguna. En el caso de las cárceles, como norma general, los cautivos habían sido juzgados y condenados o estaban a la espera de serlo. Eso sí, hay que señalar que habían sido juzgados y condenados por tribunales ilegítimos, tal y como se reconoce en nuestra legislación actual. Tribunales en los que no podían defenderse, eran juzgados de 20 en 20 o de 30 en 30 en apenas una hora y con abogados que eran militares franquistas y se limitaban, como mucho, a pedir clemencia para sus “defendidos”. Sin embargo, en cuanto a condiciones de vida las cárceles fueron muchas veces más duras que los propios campos de concentración.
“Se abrieron recintos especiales para homosexuales que aunque no tuvieron la consideración oficial de campos de concentración funcionaron como tales”
Sorprende que no hubiese campos de concentración para mujeres. ¿Se limitó la represión a las mujeres a cortarles el pelo al cero y a darles aceite de ricino?
No. En absoluto. Siendo tremendamente cruel, raparlas y darles el aceite de ricino era casi una anécdota al lado de lo que sufrieron miles y miles de mujeres. Es cierto que no hubo campos de concentración femeninos, pero fue exclusivamente porque en la mentalidad machista de los líderes franquistas no eran el lugar adecuado para las mujeres. Es cierto que si hubo grupos de mujeres prisioneras en campos como Los Almendros, San Marcos en León o Cabra en Córdoba. Allí sufrieron tanto o más que los hombres ya que, algunas de ellas llegaron con sus bebés y tuvieron que ver cómo morían debido a la falta de alimento. Aún así el lugar en el que se produjo la gran represión de las mujeres republicanas fue en las cárceles. Allí fue donde fueron asesinadas, sufrieron malos tratos, vejaciones e incluso se produjo el robo de bebés. Los bebés robados son otro capítulo demasiado desconocido de la represión franquista.
¿Hubo “campos” especiales para homosexuales u otros colectivos?
Campos de concentración oficiales no. Los homosexuales y otros colectivos como los masones, por ejemplo, fueron a parar a los mismos campos que el resto de los prisioneros. Sin embargo, en los años 50 y 60, sí se abrieron recintos especiales para homosexuales que aunque no tuvieron la consideración oficial de campos de concentración funcionaron como tales. Es el caso de la Colonia Agrícola Penitenciara de Tefía en Fuerteventura donde cientos de homosexuales fueron sometidos a todo tipo de malos tratos, vejaciones y condiciones de vida infrahumanas. Y este recinto no cerró sus puertas hasta 1966.
En septiembre de 1938 el gobierno Negrín decidió disolver las Brigadas Internacionales. ¿Los prisioneros de las brigadas donde fueron recluidos? ¿Cuántos fueron fusilados y cuántos fueron devueltos a sus países de origen?
Inicialmente muchos brigadistas fueron fusilados directamente. Otros fueron cayendo en cárceles o campos de concentración. No fue hasta abril de 1938 cuando Franco decidió agruparlos en el campo de concentración de San Pedro de Cardeña en Burgos. Posteriormente pasarían por batallones de trabajos forzados, como el que reconstruyó Belchite, y por el campo de Miranda de Ebro. Lo más grave es que nos consta cómo Franco entregó decenas de brigadistas a la Gestapo que se los llevaron a Alemania para ejecutarlos o recluirlos en campos de concentración del Reich.
¿Cómo se clasificaban a los prisioneros?
Se pedía información a las autoridades de sus localidades de residencia. En función de los informes que enviaran el alcalde, el jefe de Falange, el jefe de la Guardia Civil y el cura del pueblo se decidía sobre el destino del prisionero. Básicamente se les clasificaba en tres grupos. El primero era el de los considerados irrecuperables: oficiales del Ejército republicano y personas especialmente comprometidas con los valores democráticos; todos ellos o eran eliminados directamente o se les sometía a consejos de guerra sumarísimos que los enviaban al paredón o a prisión. El segundo era el de aquellos que demostraban ser “afectos” al Movimiento que eran puestos en libertad y, durante la guerra, realistados en el Ejército franquista. El tercero y más numeroso era el de quienes aun siendo republicanos, se les consideraba “reeducables”; en este grupo se incluía también a los “dudosos”, es decir a aquellos de los que no se había logrado obtener información. Los miembros de este tercer grupo fueron los que pasaron más tiempo en los campos y los que fueron utilizados en los Batallones de Trabajadores para ser explotados como esclavos.
¿Qué papel desempeñó el doctor Vallejo-Nájera en la reeducación de los presos?
Vallejo-Nágera jugó un papel muy perverso en la represión. Él se dedicó a buscar una supuesta justificación científica para el exterminio de miles de personas, para recluir al resto de disidentes e incluso para el robo de bebés. Personalmente, este “doctor” dirigió experimentos psíquicos en los que usó a prisioneros del campo de concentración de San Pedro de Cardeña y a mujeres de varias prisiones.
¿Hubo algún organismo dedicado al mantenimiento de los “campos”?
Sí. En el verano de 1937 Franco creó la Inspección de Campos de Concentración de Prisioneros para intentar coordinar y centralizar el funcionamiento de todos los campos de concentración y de los Batallones de Trabajadores que se formaban en ellos. Lo logró solo en parte, porque los generales que reinaban en sus respectivos territorios se resistieron a cederle el control de los campos que estaban bajo su control. Pero el papel de esta Inspección fue muy relevante.
Sin duda pudo hacerlo y no lo hizo. Su papel fue sencillamente vergonzoso. Leer los informes que enviaban a Ginebra los delegados de la Cruz Roja que trabajaban en España es sonrojante. No cuestionaban nada de lo que les decían las autoridades franquistas, nunca realizaban visitas a las cárceles o campos por sorpresa… siempre acudían en visitas guiadas donde les enseñaban la cara amable e irreal de estos recintos. Me indigné cuando leí en varios informes franquistas cómo tras visitar los campos de concentración, los oficiales franquistas se llevaban a los delegados de la Cruz Roja al mejor restaurante de la zona y les agasajaban con comilonas.¿Pudo hacer algo la Cruz Roja Internacional para mejorar la vida de los prisioneros?
¿Cómo se originó el plan de Reducción de Penas por el trabajo? ¿Se acogieron muchos prisioneros a él?
Esa es otra de las patas de la represión franquista en la que yo no he centrado mi investigación. Lo toco colateralmente, porque no deja de tener alguna relación, pero eran unas unidades diferentes. Aunque se creó en 1938, el Patronato de Redención de Penas por el Trabajo empezó a operar eficazmente en 1939 y ya no dejó de hacerlo hasta la muerte de Franco. En este caso hablamos de que estas unidades estaban formadas por presos condenados que redimían pena y cobraban un sueldo ridículo, pero al menos percibían algo. Sus condiciones fueron también durísimas, pero como digo es otra pata del trabajo esclavo del franquismo que no tiene que ver con los campos de concentración ni con los batallones de trabajos forzados que se formaron en estos campos donde los cautivos ni habían sido juzgados, ni acusados, ni cobraban un solo céntimo.
¿Qué papel tuvo la Iglesia Católica en esta catástrofe?
Un papel determinante. Primero justificó y legitimó la sublevación militar contra la democracia. Después fue cómplice directo de los crímenes que se cometieron puesto que o los jalearon o prefirieron mirar para otro lado. Solo por darte un ejemplo del tema que he investigado: en los reglamentos de los campos de concentración y de los batallones de trabajadores se establecía la obligatoriedad de que hubiera un capellán en cada unidad… y sin embargo no se decía nada de que hubiera un médico o un enfermero. Los sacerdotes fueron parte esencial de la represión y de la estrategia de lavado de cerebro y “reeducación” que practicó el franquismo.
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