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16 de agosto de 2015

Fallece Rafael Chirbes, la letra y la rabia de la crisis

CULTURA

Muere a los 66 años, víctima de un cáncer


  • Autor de 'Crematorio, fue galardonado el año pasado con el Premio Nacional de Narrativa por su novela 'En la orilla'

     
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Rafael Chirbes (Tabernes, 1949) le puso letra a este presente continuo de la crisis con una prosa limpia, trabajada entre la mirada rapaz y un pulso de orfebre con reflejos de estepario. Lo hizo en dos novelas fuertes que conforman una crónica encadenada de los excesos (perpetrados) y las estafas (asumidas): 'Crematorio' (2007) y 'En la orilla' (2013). Con ellas acumuló un doblete en el Premio Nacional de la Crítica y con la segunda sumó, además, el Nacional de Narrativa y el Francisco Umbral de Novela.
Un campanazo, pero todo esto, a Chirbes, le halagaba lo justo. Era un tipo hecho a sus cosas, con la vida literaria siempre un poco a parte. Confeccionado a golpe de silencio y de no dejarse ver más que lo justo. "Un escritor debe mantenerse aislado de todo el tinglado de los grupos culturales. A mí nunca me gustó frecuentar esos ambientes, porque te cargan de manías, de fantasmas y de obligaciones", decía.
Rafael Chirbes ha hecho siempre lo que ha querido. Y este 15 de agosto, día de todas las fiestas posibles, murió a los 66 años vencido por un cáncer de pulmón fulminante que le detectaron el pasado lunes. Vivía con dos perros en la casa que le compró a un camionero, en Beniarbeig (Alicante), montaña arriba, alejado del ruido de la calle pero en ese estado de alerta que la lucidez dispensa a los hombres que saben mirar con precisión para lanzar después las palabras más lejos que la vida. Mañana domingo será incinerado en la localidad alicantina de Dènia.

Un escritor reflexivo

Las novelas que le dieron foco, esas dos últimas que le dispensaron más seguidores y más galardones, tienen un galope duro, antipático, donde el tiempo del escritor coincide con el tiempo del lector. Algo que no sucede tantas veces. Pero no aceptó el trajín de los fuegos de artificio. Era, esencialmente, un tipo reflexivo, difícil de mamonear.Dueño de ideas propias que no buscaban aplauso. Estaba más entregado a observar el 'medioambiente' con la cautela del descreído, a la manera del que soporta mil inclemencias bajo un puesto de observación de aves de charca. "La edad me ha quitado ilusiones, como a tantos. Hay un personaje de una novela mía anterior, 'La larga marcha', que sostiene que el escepticismo no se hereda sino que cada generación busca su forma de triunfo y su derrota. Y yo también lo creo. Nuestra dignidad depende muchas veces de saber mantener el escepticismo a la puerta de casa".
Tenía por costumbre escribir de lo que veía. Nunca de lo que le contaban. Quizá por eso fue abandonando en sus libros la tiranía de la trama, que también rechazaba Juan Benet. Le preocupaba, sobre todo, entender la utilidad del ejercicio de escribir: "La literatura no sirve más que para contar la infamia permanente", decía. Y es que la suya es una obra de voluntad crítica (si es que eso significa algo). Es decir, hay una vocación de presentarse en las palabras como un sujeto político que rechaza todo aquello que el presente tiene de despreciable. Así se ha mantenido desde que en 1988 quedó finalista del Premio Herralde con su primera novela, 'Mimou'. Senda que prolongó con la segunda de su ciclo narrativo, 'En la lucha final'. "A mí lo que me interesa es entender mejor lo que vivo, lo que veo. Y quiero que el lector suba el mismo Monte Calvario que subo yo cuando
escribo. ¿Por qué debía ser de otro modo? ¿Por qué habría de hacer concesiones?".

No tenía la voluntad de moralista

A Rafael Chirbes no le entusiasmaba esta España de hoy, de ahí su escritura. Pero no tenía voluntad de moralista, sino de cabreado. De lúcido incapaz de aceptar el bálsamo difuso de la propaganda. "A mí no sólo no me gusta este país, sino que me da miedo", decía en una entrevista en 'El Cultural'. "Aunque todo parece que cabalga desbocado, por otro lado veo a una sociedad puritana. Veo que nos vamos convirtiendo en un coro inquisitorial y eso me asusta. Un mundo de delatores, como si aquí nunca hubiéramos cobrado en dinero negro, como si nadie hubiera hecho trabajos sin factura... Por eso estoy en mi casa, solo, dueño de mis palabras y de mis silencios. Y... no sé por qué digo estas cosas". Quizá lo dijo por afirmarse en la coherencia de esa lenta tarea de exploración (social, psíquica, moral) que exigía de la buena literatura. O por aclararse su propio oficio de
escritor, que estaba impulsado por la busca de un diagnóstico de la España surgida después de la Guerra Civil. Y de donde sale un balance es demoledor: la claudicación y la mentira han sido los rieles de las generaciones de este último medio siglo de nuestra historia. Aunque esta aspereza de juicio era destilada sobre el folio hasta alcanzar la suavidad del canto rodado.
Aunque los asuntos de este pelaje no venden, él demostró que sí era posible hacerse un sitio en la ficción enclavijado en una profunda amargura, en una rabia que quema. Sólo es necesario tener rigor en las ideas y ese soplo de gran literatura que se cifra en la exigencia.No gastaba alma de profeta, por eso optó por una cierta esterilización voluntaria frente a las tentaciones de la vida pública. Estaba convencido de que escribir no debía ser la expresión de un código, sino la expresión (y revelación) de un pueblo. Digamos que fue así como ofreció una pequeña lección redonda en su obra. Dicen también que estaba dejando de fumar.
El escritor valenciano Rafael Chirbes.
El escritor valenciano Rafael Chirbes. CARLOS GARCÍA POZO

La fiebre de las plataformas


Una gran mayoría de las compañías tecnológicas se ha convertido en parásitos

de las relaciones sociales y económicas existentes. No producen nada propio

sino que reordenan lo que otros han desarrollado

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EDUARDO ESTRADA
Casi no pasa un día sin que alguna empresa tecnológica proclame el deseo de reinventarse convirtiéndose en una plataforma informática. En marzo, cuando Corea del Sur prohibió Uber, la empresa prometió que permitiría a los taxistas locales utilizar su plataforma, además de sus servicios adjuntos. En mayo, Facebook recurrió a una argucia parecida: después de meterse en un lío con la seudohumanitaria iniciativa de proporcionar acceso gratis a la Red a través de un proyecto llamado Internet.org, también prometió transformarlo en plataforma. De este modo, los usuarios de Internet.org, en su mayoría del mundo en desarrollo, también podrían acceder gratis a aplicaciones, y no solo a las desarrolladas por Facebook.
Algunos destacados críticos han llegado incluso a hablar de un “capitalismo de plataforma”: una profunda transformación en la manera de producir, compartir y proporcionar bienes y servicios. En lugar del cansado modelo convencional, en el que diversas empresas compiten por atraer al consumidor, estamos asistiendo al surgimiento de uno nuevo, aparentemente más horizontal y participativo, en el que los consumidores se relacionan directamente entre sí. Con un móvil inteligente, los individuos pueden hacer cosas para las que antes necesitaban un abanico de instituciones.
Esa es la transformación a la que estamos asistiendo en muchos sectores: antes las compañías de taxis llevaban a los pasajeros, pero Uber solo los pone en contacto con los conductores. Los hoteles ofrecían servicios basados en la hospitalidad; Airbnb se limita a poner en contacto a anfitriones y huéspedes. Y así sucesivamente: hasta Amazon pone en contacto a los libreros con los compradores de libros usados.
Es fácil detectar las diferencias con el antiguo modelo, previo a la plataforma. En primer lugar, esas empresas tienen una extraordinaria valoración, pero su contabilidad es sospechosamente liviana: Uber no necesita dar trabajo a conductores y Airbnb no tiene por qué poseer casas. En segundo lugar, en vez de respetar un código preciso y riguroso que describa los derechos de los consumidores y las obligaciones del proveedor de servicio —piedra angular del Estado regulador moderno—, los operadores de plataformas confían en el conocimientode los participantes en el mercado, esperando que este acabe castigando a los que se porten mal. Según la utopía del libre mercado propugnada por pensadores como Friedrich Hayek, santo patrón de la economía colaborativa, tu reputación también refleja lo que otros participantes en el mercado saben de ti. De este modo, si eres un cliente desagradable o un conductor maleducado, los demás no tardarán en descubrirlo, por lo que no habrá necesidad de leyes que controlen los comportamientos.
Ese mercado de la reputación perfectamente líquido y dinámico no se ve por ninguna parte. Su ausencia la pone de relieve una demanda presentada recientemente en EE UU. Resulta que los conductores de Uber discriminan con frecuencia a los discapacitados, ya que se niegan a colocar sus sillas de ruedas en el maletero del coche. Cabría pensar que las leyes contra la discriminación que se aplican al servicio de taxi también se aplicaran a Uber, pero la empresa afirma que no es un servicio de taxi, sino una empresa tecnológica, una plataforma. No existe un mecanismo de reacción fácil que ayude al discapacitado: para eso están las leyes de protección del consumidor.
Cuando Uber discrimina a los discapacitados dice que no es un taxi sino una empresa ‘online’
Mientras Uber se sirve de su condición de plataforma para protegerse de las demandas, Facebook la utiliza como ardid publicitario. Hace poco ha defendido que “Internet.org” es una “plataforma abierta”. Pero lo cierto es que de abierta no tiene nada: Facebook es el que decide qué aplicaciones acepta y qué requisitos tienen que cumplir (nada de vídeos, ni de transferencia de archivos, ni de fotografías de alta resolución).
En una cultura obsesionada con la innovación, como lo es sin duda la nuestra, tiene sentido que Facebook haga suya la retórica de la plataforma. Puede que los detractores de Internet.org tengan razón al señalar que dicho proyecto se aparta del ideal de neutralidad de la Red, pero, a la larga, a Facebook le gustaría que creyéramos que eso no importa: una plataforma, por lo menos en teoría, es un lugar en el que se producen innovaciones no planificadas e impredecibles, ¿qué más podemos pedir? En la batalla entre la justicia y la innovación, esta siempre gana.
En la transición hacia una economía del conocimiento, esos elementos periféricos dejan de ser tales para convertirse en un factor esencial del servicio que se ofrece. Cualquier servicio e incluso cualquier proveedor de contenidos corren el riesgo de convertirse en rehenes del operador de una plataforma, que, al reunir los elementos periféricos y racionalizarlos, pasa de repente de la periferia al centro.
Internet.org no es abierta. Facebook decide a quién acepta y los requisitos que han de cumplir
Buenas razones explican que en Silicon Valley se ubiquen tantas plataformas: los principales elementos periféricos de hoy en día son cosas como los datos, los algoritmos y la potencia del servidor. Por ello, muchos afamados editores se están poniendo de acuerdo para publicar ahí su información, en una nueva función llamada Instant Articles. La mayoría carece de la pericia y la infraestructura necesarias para ser tan ágil, hábil e impresionante como Facebook cuando se trata de ofrecer a quien corresponde y en el momento adecuado artículos que le interesan, y con más rapidez que cualquier otra plataforma.
Pocos sectores se verán libres de la fiebre de las plataformas. La verdad que no se dice es que gran parte de las actuales, controladas por grandes marcas, son monopolios que se aprovechan del efecto red que produce gestionar un servicio cuyo valor aumenta con el número de personas que lo utiliza. Esto explica que puedan reunir tanto poder: una muestra son las constantes luchas de Amazon con los editores, porque no hay otro Amazon al que recurrir.
Una buena forma de mantener a raya a las plataformas es impedirles que se apropien de los elementos periféricos adyacentes. Para empezar, estaría bien que pudiéramos trasladar nuestra reputación, así como nuestro historial de uso y el mapa de nuestras conexiones sociales, a otras plataformas. También necesitamos tratar otros elementos técnicos del nuevo paisaje de las plataformas (servicios de verificación de nuestra identidad, nuevos métodos de pago, sensores de geolocalización) como las infraestructuras que son, garantizando así que a ellos pueda acceder todo el mundo y con unas condiciones equiparables, no discriminatorias.
La mayoría de las plataformas no son más que parásitos de las relaciones sociales y económicas existentes. No producen nada propio: se limitan a reordenar lo que aquí y allá otros han desarrollado. Teniendo en cuenta los enormes beneficios que obtienen esas grandes empresas, en su mayoría no gravados fiscalmente, el mundo del “capitalismo de plataforma”, a pesar de su embriagadora retórica, no es tan diferente del anterior: lo único que ha cambiado es quien se va a embolsar el dinero.
 Evgeny Morozov es profesor visitante en la Universidad de Stanford y profesor en la New America Foundation.
Traducción de Manuel Cuéllar.

15 de agosto de 2015

10 imprudencias que ponen en peligro tu seguridad en Internet

EMPRESAS TECNOLÓGICAS
Disminuir
Por muchos consejos que se lean, muchas advertencias que se escuchen y muchos virus informáticos que aparezcan, la mayor parte de los internautas sigue cometiendo imprudencias a la hora de utilizar su ordenador que ponen en constante peligro su seguridad informática.
La compañía especializada en antivirus Panda Security ha elaborado un decálogo con los principales despistes que pueden causar problemas en la red.

1. Abrir cualquier adjunto que llega al correo.

Abrir emails de desconocidos conlleva más peligro del que puede parecer a simple vista. Los documentos aparentemente más inofensivos (como un Word o una hoja de cálculo) pueden esconder malware y hasta una simple foto puede no ser lo que aparenta.

2. Pinchar en los enlaces acortados de forma irreflexiva.

Los enlaces acortados con bit.ly, el ow.ly de Hootsuite o el goo.gl de Google suelen esconder un simple blog o la página de algún diario digital, pero algunos no son lo que parecen. El hecho de acortar los enlaces y escribir una dirección que no se sabe bien a dónde lleva es un gancho perfecto para esconder malware y pishing.

3. Cuidado con las WiFis públicas

Es una práctica habitual pero muy peligrosa. "Hasta una niña de siete años es capaz de espiar tus comunicaciones si navegas conectado a una de estas redes inseguras", asegura Panda. Lo más adecuado es no compartir información sensible (contraseñas, datos financieros...) a través de ellas y si es posible, utilizar una red privada virtual (VPN) y acceder solo a páginas que utilicen protocolo seguro ('https:').

4. Ignorar las actualizaciones de seguridad.

las actualizaciones se suelen realizar para solucionar problemas de virus mediante parches que protegen tu ordenador. Si no se actualiza el equipo, la vulnerabilidad del mismo a esos ataques es total. Lo mismo ocurre con los dispositivos móviles.

5. Usar la misma contraseña en varios servicios.

El simple hecho de emplear el mismo password siempre puede hacer que un ciberdelincuente entre a todas tus cuentas y servicios sin ningún problema.

6. Creer que no es necesario un antivirus.

Cada día se descubren vulnerabilidades nuevas, formas diferentes de comprometer tu información privada y asaltar tu cuenta corriente. Solo los expertos en seguridad de una firma especializada están al tanto de todas para actualizar los antivirus cada vez que surge una amenaza.

7. Pensar que no son necesarias las copias de seguridad.

Hacer una copia de seguridad es mucho más sencillo de lo que parece y te permitirá recuperar toda la información que tengas guardada en caso de perderla o sufrir un ataque informático.

8. No hacer caso a las alertas de 'conexión insegura'.

La típica ventana que aparece en el navegador para alertarte de que la página a la que vas a entrar no es segura no está puesta como adorno. Estos avisos están puestos con razón y es mejor andarse con ojo.

9. Contar toda tu vida en las redes sociales.

Decir cuando nos vamos de vacaciones, poner siempre en el sitio en el que nos encontramos o simplemente con quien estamos. Cuidado, toda la información que publicamos en las redes sociales es susceptible de acabar en malas manos.

10. Descargar apps de cualquier parte.

El malware para móviles está en auge y una de sus principales vías de propagación son las descargas fuera de Google Play y Apple Store. Leer los comentarios de los usuarios y ver el número de descargas que lleva la aplicación puede ser una buena pista para no caer en descargas falsas.

13 de agosto de 2015

Más Platón y Menos Prozac


En la actualidad se produce una paradoja. Pese a que la psicología y la autoayuda goza de un gran éxito como muestra la amplia demanda por parte de los lectores de libros de esta especialidad, por el contrario, la filosofía parece ocupar un segundo plano ante el gran público. Sin embargo, libros como Más Platón y menos prozac ponen de manifiesto la actualidad del pensamiento de los grandes autores de la filosofía puesto que tales pensamientos pueden aportar luz a algunos de los grandes conflictos existenciales que plantea nuestro tiempo.

Un libro dedicado para quienes quieren hacerse preguntas

Lou Marinoff es profesor en el City College de Nueva York. Un profesional que ensalza el valor de la filosofía práctica porque el verdadero valor de la ética es aportar luz sobre las acciones concretas. Un autor que confía en la filosofía como un estilo de vida posible en el siglo XXI.
Platón y Sócrates fueron grandes maestros de la pregunta ya que la filosofía parte de la capacidad de un ser humano de interrogarse para ir más allá de lo evidente. Más Platón y menos prozac es un libro aconsejable para todos aquellos que se animan a hacerse preguntas.
Un libro que reflexiona sobre sentimientos universales como: ¿Qué es el amor? ¿Cómo gestionar de forma positiva los cambios? ¿Cömo saber qué es lo correcto en cada momento? ¿A qué se debe escuchar a la razón o a la pasión? Por la profundidad de los temas tratados es un libro especialmente aconsejado para lectores en la etapa adulta que por cuestión de experiencia vital han tenido la posibilidad de plantearse muchos de los asuntos del libro a nivel personal.
Además de la formación filosófica del autor, Más Platón y menos prozac tiene otro valor añadido muy importante es que ofrece fuentes de calidad citando a los máximos exponentes de la historia de la filosofía pero utilizando un lenguaje sencillo.
Más Platón y Menos Prozac es una obra excelente para leer durante el mes de agosto y emprender el ritmo de la rutina de un nuevo curso con más sabiduría. Esta es la portada del libro Más Platón y menos prozac.

Portada Más Platón y Menos Prozac