Oye, guapa. Sí, lo sé. Lo siento. No me
he sentido muy sociable últimamente. ¿Cómo estás? Qué bien, qué bien. ¿Y el
señorito? qué gracioso. Ese niño es un desastre. ¿Yo? Bueno, ya sabes.
Mira, ¿sabías que el tren a Barcelona no pasa por
la noche?
Lo descubrí hace unos pocos fines de
semana. Volvía a casa de una cita, una de esas divertidas citas a ciegas por
internet. Era viernes y sobre las once de la noche. Al final no había sido tan
divertido. En realidad, me terminó aburriendo. Sea como fuere, estaba en el
andén, en el de la 30, creo, y el sitio estaba más vacío que un cementerio. Me
pareció ver a un sintecho en el andén de enfrente, pero nada más. El cartel
decía que el tren solo pasaba los días entre semana. Eso es de lunes a viernes,
¿no? Bueno, pues también había que tomarse literalmente lo de «días». En aquel
lugar, las nueve de la noche eran como las doce para Cenicienta. Ya ves.
Bueno, pues ahí me quedé esperando. Pasó
un tren a Mataró y no le presté atención porque no pasaba por mi parada. Luego vino uno a Tarragona. Y luego un a Valencia. El sitio estaba tan silencioso cuando no pasaba un tren que
era capaz de oír hasta los latidos de mi corazón. No me gusta estar ahí cuando
está tan vacío porque a veces no es seguro, pero ya sabes, un taxi me hubiera
costado treinta dólares y no me pagan hasta la semana que viene. Pues al final
terminó por venir una mujer, que me miró como si estuviese loca y me dijo que el
tren no pasaba por la noche. Como si en el cartel dijese algo. Días entre
semana. Bueno, qué más da.
¿Te has parado a mirar los túneles
mientras esperas? A veces se ven trenes moviéndose ahí dentro, trenes que se
dirigen a otras estaciones o a otros andenes. No se ve mucho detrás del cartel,
solo ese círculo coloreado y resplandeciente con una letra o un número en el
centro que flota en la oscuridad como una cuenta resplandeciente. A veces da la
impresión de que los trenes están acurrucados en esas madrigueras y solo salen
a la luz cuando hay gente reunida en el andén y los llama de la forma adecuada…
Vale, enteradita. Sé que no se me da bien
explicarme, pero la próxima noche de micro abierto te vas a enterar.
Pero bueno, juraría que vi uno en esos túneles.
Sí, chica, ha sido un día duro. Tuve una
reunión en el trabajo. Todos los de mi oficina quieren ser útiles y hacer ver
su valor, ¿sabes? Yo solo quería que se terminara la reunión para seguir
trabajando. Empezaron a darle vueltas a todo y a intentar mejorar las ideas de
los demás, pero trabajar poco. Por eso terminé por carraspear y sugerir que
quizá deberíamos seguir con el siguiente punto del orden del día.
Joder, me miraron como si fuese una
mierda que acabaran de pisar con el zapato, chica. La rubia remilgada de
marketing me dijo: «Si no quieres formar parte del equipo, no vengas a
fastidiar a los demás». Ahí, delante de todos. No dije una palabra más durante
el resto de la reunión. No se me ocurría nada. Estaba como… Mierda, no lo sé.
Me dieron ganas de mandarla a tomar por culo. De llorar. Fue lo más… Los odio.
¿Y sabes qué? Que cuando terminó la
reunión seguían sin haber sacado nada en claro. Tres horas desperdiciadas. Te
lo juro.
Luego, de camino a casa, me bajé en la
parada equivocada, en una de esas estaciones interminables de la calle nos cuántos que hay sobre Colon Cicle, no recuerdo cuál; hay demasiadas. Me
quedé en el andén esperando al expreso a Madrid. Estaba preocupada porque en hora punta se
pasan de largo muchas de esas paradas y porque no conseguía encontrar un mapa.
Al final pasó el tren y, cuando estaba a punto de subir, me di cuenta de que no
había nadie en el interior. En hora punta. Todos los asientos vacíos. Levanté
la vista para comprobar si llevaba una señal de «fuera de servicio» y vi que
era el de Valencia en lugar de Barna. Entonces…
Sí, estoy segura de que era el 3.
¿De verdad? Bueno, recuerdo haber leído
algo sobre que lo iban a retirar, pero estoy muy segura de que era el 2. Quizá
los sacan a pasear solo en hora punta, no sé. También puede que el conductor se
haya equivocado de número. Ni idea. El caso es que no me subí, pero eso me
llevó a esperar sentada otra media hora antes de que pasase un 1. Menuda
mierda. Y, total, para perder el tiempo en la oficina.
Sí, me he borrado la cuenta de Citas
Aburridas punto com. Los únicos que me mandaban mensajes eran tipos de mediana
edad con crisis existenciales que buscaban alguna manera de poner celosas a sus
exmujeres. Y muchos de los tíos de mi edad tienen problemas. No te he contado
nada de mi última cita, ¿verdad? No dejaba de hablar de su exnovia y de que la
había dejado porque ella estaba pasando una mala época. Luego se puso a llorar.
No, no me fui. No era mal tipo, estaba
solo y necesitaba alguien con quien hablar, así que lo dejé hablar. Sé lo que
es sentirse así, joder.
Yo tampoco puedo decir que haya superado
lo de Nikon. Ya no lo echo de menos. No echo de menos a ese capullito. Lo habría matado si
llego a casarme con él, creo que te lo he dicho. Pero… a veces me pregunto si
esa no sería mi única oportunidad, ¿sabes? Si quizá no deberíamos desaprovechar
el amor cuando lo encontramos aunque el tipo sea un capullo. Quizá deberíamos
haberlo intentado…
Vale, vale. Lo sé. Sí. Te dije que podías
darme un sopapo cuando me pusiera así.
Pero es que he tenido muchísima mala
suerte al volver a casa. ¿Sabías que hay un tren ? Sí, yo tampoco había oído
hablar de él nunca. Lo vi pasar por la vía rápida. Intenté leer adónde iba en
los paneles laterales, pero pasó a toda máquina. No vi a nadie en el interior.
Quizá vaya al quinto pino, a Coruña o por ahí.
Calla, que sí, sé que eres de ahí.
Hoy me sentía muy mal, chica.
Los días malos me dejan hecha una mierda.
Son esos en los que me levanto y veo el hueco vacío que tengo junto a mí en la
cama. Suelo poner el piloto automático: me levanto, me preparo para el trabajo,
voy a la oficina a hacer cosas aburridas con gente a la que odio y vuelvo a
casa por la tarde. Los trenes siempre están llenos. Miles de personas,
hacinadas como en latas de sardinas, y nadie habla con nadie. Nadie se mira.
Los días malos son esos en los que me
queda muy claro que esta vida no es para mí.
Está mañana había un tren esperando en
el andén. ¿Lo viste? No, tampoco sabía que existían . Quizá sea nuevo.
Las puertas estaban abiertas cuando
llegué al andén, pero cuando empezó a llegar más gente, se cerraron y el tren
se marchó. Me pregunto adónde habría ido.
A veces también me pregunto si tengo la
fuerza necesaria para vivir en esta ciudad.
Soy amable. Demasiado, quiero decir.
Mira, el otro día llevé mi ropa a una lavandería que hay en el barrio. Joder,
cómo echo de menos tener lavadora y secadora en casa. ¡Lo sé! La próxima vez
que me mude. Bueno, pues fui a dejar la ropa y, cuando la recogí, la mitad
estaba manchada de rojo. La mujer se disculpó, pero luego intentó echarme la
culpa por darle una camisa roja que desteñía. Pero no desteñía, al menos no
cuando la lavas en frío y con prendas oscuras. Todo lo que se me había manchado
era de colores claros, como una sudadera beis y una camiseta blanca. Seguro que
habían puesto la camisa roja con la ropa blanca. ¿Y me echan la culpa?
No dije nada. Salí de allí y empecé a
buscar otra lavandería.
¿Un catalán de verdad habría hecho
algo así? Debería haber montado un numerito. Debería haber pedido que me
devolviesen el dinero o al menos que me dieran una compensación por las prendas
estropeadas. Debería haber amenazado con denunciarlos. Pero no dije nada. Llevo
semanas dándole vueltas para intentar averiguar por qué no lo hice.
Pero no es lo único. Mis compañeros de
trabajo. Mi exmarido. El administrador de mi edificio. Llevo seis semanas detrás de
él para que arreglen una grieta que me ha salido en el techo. Quizá me haría
más caso si fuese más pesada.
¿Soy débil? ¿La gente lo nota? Quizá no
esté hecha para la vida en la gran ciudad. Quizá debería… volver a ese pequeño
pueblo del montón en lugar de haber huido aquí nada más romper con Nick…
Gracias, chica. No sabes lo que ayuda oír
algo así. Ojalá pudiese ahorrarme estás tonterías y hacer retroceder mi mente
hasta el momento antes de empezar a divagar. Últimamente no dejo de divagar.
Hoy ha pasado el ave a Sevilla.
En realidad no salió del túnel. Estaba en
la Cincuenta y siete, de camino a casa del trabajo. Miré hacia el túnel del 30,
pero vi el 45 en su lugar. Ahí quieto, puede que a unos quince metros. Seguro
que estaba en una vía secundaria, porque después de que el 30 llegase y se
marchara, el 45 ya había desaparecido.
Esta vez lo busqué. había dejado de
funcionar en el año 88 y jamás había pasado por esta línea.
Creo que me estaba poniendo a prueba,
¿sabes?
Sí, tiene que ser eso.
De hecho, creo que todas me están
poniendo a prueba: las líneas desaparecidas, las que han dejado de usarse. Creo
que en realidad nunca se han marchado del todo. Si te fijas, seguro que alguien
se puede despistar algún día y soltar un «Tienes que coger el de cercanías», cuando
ahora se ha pasado a llamar la 1; o dicen que cojas el 34 cuando en realidad
quieren decir el V, y así. Hay mucha gente que mira esos túneles vacíos con la
esperanza de ver algo donde no hay nada. Y quizá todos los trenes lo oigan.
Quizá crean que aún se les necesita y por eso se han quedado por ahí, a la
espera de que alguien los llame.
Quizá no haga falta mucho, solo una
persona que quiera de verdad ir… pues adondequiera que vayan, joder. Me
pregunto si…
¿Por qué no debería preguntarme cosas
así? La verdad es que quiero saberlo. Quiero saber adónde van. ¿Tú no?
Sí, venga. Ya no lo digo más. Lo siento.
Lo más seguro es que todas estas
tonterías sean alucinaciones. Monóxido de carbono o veneno para ratas, hay
mucha mierda aquí abajo. Quizá sea alérgica a eso y no sea más que una de esas
reacciones anafilácticas. En Paris, ¿te imaginas? Ja, ja, ja.
Eres la única persona que conozco que me
tomaría en serio cuando digo estas cosas. Por eso me gustas tanto, chica.
Bueno, gracias por escucharme. No sé lo
que haría sin ti.
¿Me prometes que me dirás si en algún
momento te pongo de los nervios?
Lo entendería. Estás casada, tienes un
hijo y otro viene en camino. Siempre estás ocupada. Tienes una vida.
Lo sé. Sé que siempre serás mi amiga.
Pero… no puedo llamarte cuando quiero salir a cualquier parte un viernes por la
noche. Tendrías que encontrar una niñera, llamar a tu marido y reorganizar tu
vida. No puedes venir a verme cuando me siento sola y aburrida y solo necesito
a alguien con quien pasar el rato y ver la tele. O sea, sé que puedo llamarte,
pero siempre me preocupa que el teléfono despierte a toda tu familia.
A veces necesito más de ti de lo que
puedes darme, ¿sabes? Yo sí. Intento no obligarte a nada, aunque… aunque eres
todo lo que… No quiero obligarte a nada.
Dímelo, ¿vale? Dime si alguna vez te
pongo de los nervios. Prométeme que me lo dirás si lo hago. No pasa nada, de
verdad. Lo entenderé.
¡Oye, chica! Hace mucho que no hablamos.
¿Qué tal todo?
Yo bien. Bueno, en realidad no. Siento
haberte preocupado. Sé que hablaba como una loca, y es más o menos como me
sentía. Pero ahora estoy bien.
Sí, una vez cogí el 23 por la noche
después del trabajo.
No, el 23 nunca existió. Bueno, yo lo vi,
vi esa letra negra y enorme dentro de un círculo blanco que parecía un ojo,
pero no era una línea de verdad. Es una de esas de reserva por si en algún
momento necesitan crear una nueva, como la X y la Y. Es una línea que nunca
existió. Pero ese día la vi echando un vistazo fuera del túnel. Me miraba. No
sé cómo me oyó con el ruido que hay en el metro, pero yo solo susurré: «Vale,
pues ven». Y se acercó a mí.
No había conductor. Todos los asientos
eran amplios y estaban limpios y resplandecientes. Entré y me quedé hasta la
última parada.
Chica, lo siento, pero mi móvil casi no
tiene cobertura por aquí. ¿Me oyes? Si se corta, te llamaré en un rato. Solo
quería que supieses que todo va bien. Y que puedes visitarme cuando quieras,
¿vale?
Porque sé que, a veces, odias la rutina,
dejar a un lado tus sueños, o posponerlos al menos, para tener hijos. Fui una
imbécil al pensar que todo te iba a la perfección por el mero hecho de tener
familia. Ahora lo entiendo. Siento haberte molestado con mis cosas. Has sido
muy buena amiga.
Quería devolverte el favor. A veces solo
hay que arriesgarse, ¿sabes? Probar algo nuevo. Cerrar los ojos, dar un paso al
frente y luego abrirlos y ver dónde te encuentras.
Cuando des ese paso, ahí estaré yo. En
realidad, no importa dónde acabes. Te encontraré aunque sea en el peor de los
sitios. Te protegeré. Pero eso ya lo sabías, ¿verdad? Ja, ja, ja.
Puedes contarme cosas del nuevo bebé de
vez en cuando, si quieres. Yo también tengo mucho que contarte.
Ahora tengo que irme. Lo siento. Hablamos
luego, ¿eh?
Ha llegado por fin el tren a Barcelona.
2008 Reeditado por Paya Frank @Blogger