Phan, Vincent. “What Really Happens to Your Brain When You Read.” 1000Libraries Magazine, fecha de publicación. Consultado el día mes año. https://magazine.1000libraries.com/what-really-happens-to-your-brain-when-you-read/
Cuando leemos, no hay un solo proceso, sino varios que se activan al mismo tiempo, lo que convierte la lectura en una actividad cognitiva compleja y rica. Primero están los componentes perceptivos: reconocemos formas visuales, letras, combinaciones de letras, lo que activa áreas en los lóbulos occipitales del cerebro encargadas del procesamiento visual. Luego debemos decodificar esas formas en sonidos mentales o fonemas, incluso si leemos en silencio, lo que involucra zonas asociadas con la conciencia fonológica. A partir de ahí, aparece el procesamiento semántico: entendemos qué significan las palabras, cómo se conectan unas con otras dentro de una frase y cómo esa frase se integra en lo que sabemos del mundo y en lo que hemos leído previamente.
La lectura activa una red de regiones cerebrales. Entre ellas:
- Áreas del hemisferio izquierdo ligadas al lenguaje (como área de Broca, giro angular, giro supramarginal) para comprender significado, estructura gramatical, y relación entre palabras.
- Áreas visuales que transforman lo que vemos en unidades lingüísticas.
- Regiones del cerebelo, que hasta hace poco se pensaba que solo estaban implicadas en control motor, pero se ha observado que participan también tanto en descodificar lo visual en fonético, como en algunos aspectos de la semántica —es decir, que no solo ‘leemos con los ojos’ sino que también hay coordinación con partes del cerebro relacionadas con el habla, con emoción, con planificación.
También parece que la lectura frecuente refuerza las conexiones entre estas áreas (la “materia blanca” que comunica distintas regiones cerebrales), lo que permite que el flujo de información entre visión, lenguaje, memoria y procesamiento semántico sea más fluido.
Modos de lectura
La lectura no es igual si leemos en voz alta o silenciosamente. Cuando leemos en voz alta, se activan regiones adicionales relacionadas con la producción del habla, la coordinación motora de los músculos implicados en pronunciar, y las zonas auditivas, ya que “escuchamos” nuestras propias palabras internamente.
La lectura silenciosa, por otro lado, suele depender más de los circuitos de comprensión interna, de visualización mental, del uso de la memoria de trabajo, y puede implicar menos esfuerzo motor, pero más concentración cognitiva y semántica.
Efectos a largo plazo
Leer una novela durante días seguidos puede generar cambios mesurables en cómo el cerebro está conectado incluso cuando está en reposo. Es decir, no solo estamos activando ciertas regiones mientras leemos, sino que esa actividad puede “reorganizar” redes cerebrales para que la comprensión, la imaginación, la empatía y la memoria mejoren o sean más eficientes.
Además, leer con frecuencia mejora la fluidez, la velocidad de decodificación y reconocimiento de palabras, lo que reduce el esfuerzo cognitivo, permitiendo que más recursos mentales se dediquen a la reflexión, al análisis, a la interpretación. También contribuye a enriquecer vocabulario y conocimiento previo, con lo que cada vez es más fácil entender textos nuevos y más complejos.
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