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20 de abril de 2022

Juan Ramón Jiménez .- Criatura Afortunada 1923

 



Cantando vas, riendo por el agua,

por el aire silbando vas, riendo,

en roda azul y oro, plata y verde,

dichoso de pasar y repasar

entre el rojo primer brotar de abril,

¡forma distinta, de instantáneas

igualdades de luz, vida, color,

con nosotros, orillas inflamadas!


¡Qué alegre eres tú, ser,

con qué alegría universal eterna¡

¡Rompes feliz el ondear del aire,

bogas contrario al ondular del agua!

¿ No tienes que comer ni que dormir?

¿Toda la primavera es tu lugar?

¿Lo verde todo, lo azul es tuyo?

¡No hay temor en tu gloria;

tu destino es volver, volver, volver,

en ronda de plata y verde, azul y oro,

por una eternidad de eternidades!


Nos das la mano, en un momento

de afinidad posible, de amor súbito,

de concesión radiante;

y, a tu contacto cálido.

en loca vibración de carne y alma,

nos encendemos de armonía,

nos olvidamos , nuevos, de lo mismo,

lucimos, un instante, alegres de oro.


¡Parece que también vamos a ser

perennes como tú,

que vamos a volar del mar al monte,

que vamos a saltar del cielo al mar,

que vamos a volver, volver, volver

por una eternidad de eternidades!

¡Y cantamos, reímos por el aire,

por el agua reímos y silbamos!


¡Pero tú no te tienes que olvidar,

tú eres presencia casual perpetua,

eres la criatura afortunada,

el májico ser solo, el ser insombre

el adorado por calor y gracia,

el libre, el embriagante robador,

que, en ronda azul y oro, plata y verde,

riendo vas, silbando por el aire, por el agua cantando

vas, riendo!

  

                                Juan Ramón Jiménez, 1923.



Guillermo Carnero .- El embarco para Citerea

 



Hoy que la triste nave está al partir,
con su espectacular monotonía,
quiero quedarme en la ribera, ver
confluir los colores en un mar de ceniza,
y mientras tenuemente tañe el viento
las jarcias y las crines de los grifos dorados,
oír lejanos en la oscuridad
los remos, los fanales, y estar solo.
Muchas veces la vi partir de lejos,
sus bronces y brocados y sus juegos de música:
el brillante clamor
de un ritual de gracias escondidas
y una sabiduría tan vieja como el mundo.
La vi tomar el largo,
ligera bajo un dulce cargamento de sueños,
sueños que no envilecen y que el poder rescata
del laberinto de la fantasía,
y las pintadas muecas de las máscaras
un lujo alegre y sabio,
no atributos del miedo y el olvido.
También alguna vez hice el viaje
intentando creer y ser dichoso
y repitiendo al golpe de los remos:
aquí termina el reino de la muerte.
Y no guardo rencor,
sino un deseo inhábil que no colman
las acrobacias de la voluntad,
y cierta ingratitud no muy profunda.

16 de julio de 2020

Silencio de Octavio Paz

Silencio de Octavio Paz


En memoria de las víctimas de la COVID-19 en España


Así como del fondo de la música
brota una nota
que mientras vibra crece y se adelgaza
hasta que en otra música enmudece,
brota del fondo del silencio
otro silencio, aguda torre, espada,
y sube y crece y nos suspende
y mientras sube caen
recuerdos, esperanzas,
las pequeñas mentiras y las grandes,
y queremos gritar y en la garganta
se desvanece el grito:
desembocamos al silencio
en donde los silencios enmudecen.

10 de octubre de 2018

Pablo Neruda .- Al pie desde su niño

El pie del niño aún no sabe que es pie,
y quiere ser mariposa o manzana.

Pero luego los vidrios y las piedras,
las calles, las escaleras,
y los caminos de la tierra dura
van enseñando al pie que no puede volar,
que no puede ser fruto redondo en una rama.
El pie del niño entonces
fue derrotado, cayó
en la batalla,
fue prisionero,
condenado a vivir en un zapato.

Poco a poco sin luz
fue conociendo el mundo a su manera,
sin conocer el otro pie, encerrado,
explorando la vida como un ciego.

Aquellas suaves uñas
de cuarzo, de racimo,
se endurecieron, se mudaron
en opaca substancia, en cuerno duro,
y los pequeños pétalos del niño
se aplastaron, se desequilibraron,
tomaron formas de reptil sin ojos,
cabezas triangulares de gusano.
Y luego encallecieron,
se cubrieron
con mínimos volcanes de la muerte,
inaceptables endurecimientos.

Pero este ciego anduvo
sin tregua, sin parar
hora tras hora,
el pie y el otro pie,
ahora de hombre
o de mujer,
arriba,
abajo,
por los campos, las minas,
los almacenes y los ministerios,
atrás,
afuera, adentro,
adelante,
este pie trabajó con su zapato,
apenas tuvo tiempo
de estar desnudo en el amor o el sueño,
caminó, caminaron
hasta que el hombre entero se detuvo.

Y entonces a la tierra
bajó y no supo nada,
porque allí todo y todo estaba oscuro,
no supo que había dejado de ser pie,
si lo enterraban para que volara
o para que pudiera
ser manzana.

Oscar Portela .- Claroscuro

El duro pan de soledad
El zarpazo del tigre agazapado en la noche
El invisible en el día,
La sed del infinito que se agota
En el infierno del desierto,
La sangre coagulada vuelta
A sus orígenes, el sudor y el miedo
Y el cansancio que el trivial comercio
Con la efímera eternidad del verbo
Se hacen oscuras obsesiones,
El yo condenado a sabiendas y el cobre de la
Campana del crepúsculo
Que llama a reunión de vivos y de muertos
Y qué harás hoy sombra de sombras
Que finges no conversar con las augustas
Sombras de los muertos
Tú que sigues el camino que termina
En el corrupto círculo que se repite
una y otra vez una y otra vez
'vox clamantis in deserto' y la campana
llamando al ángelus y la madre
traslúcida mirando desde la luna
la soledad donde se acunan las mortales
caricias de los sueños sigue sin embargo
sigue muriendo que en tu principio esta tu fin
aunque aquí no existan ni principio
ni fin sino la corrupción que los segundos
preparan en silencio para que el círculo
se cierre y nada como el alud de las montañas
se cierne sobre ti.
Difícil despertar, difícil entrar a la casa de
Las sombras donde los ángeles
Son los daimones que la obra puso
Para verter en ella el veneno que
El tímpano y los ojos la atávica memoria,
el gusto de la luz y todo aquello
Que extraviado está, hagan del duro pan
errancia del nonato, los dientes del vampiro
que lucen marfilíneos a la luz de las aguas.

II


Ahora que el camino es uno solo para muertos y vivos
Ahora, ahora, el asalto fatal
Pesa sobre las almas como el viento
Y la peste, como el beso y la llaga,
Que ignoran los que muriendo sueñan
Con la vida, enamorados del crepúsculo,
Enamorados de las hojas del verano.


III


Una rata en la nívea ingle de Jesús,
Un linchamiento en la esquina de París
Para Villón, un silencio cargado de presagios
Para el frágil Lenau, el duelo interminable de la suerte
Para quien lo ha perdido todo y ha muerto mil veces como Rembrandt van Jin, 
dos tiros súbitos para Kleist y su amante Retrato, la buhardilla y la vejez, 
el tartajeo de Holderlin,
Rabia, solitud, rayos, centellas para el último Dios
Que canta al universo y se llama Beethoven,
El si roto por demasiada luz de Nietszche,
Trino y uno demente Artaud y el tiro de Celan,
Espejos para mis manos y mi boca y el duro pan
De la agonía de ser el don, lo que se da,
El pez y el tiempo, el tiempo, el duro pan
Que los demonios han puesto en mi camino,
El lecho, la guillotina, la sangre convertida
En camino hacia un balbuceante abandonado
Niño en mitad de un jardín que nos conduciría
Al infierno de la vejez y el abandono.


IV


Cuando, cuando, madre, vendrás a mí
En luminosas mañanas
De praderas incendiadas por gritos
de monos y balidos de terneros
tempranamente destetados como yo,
tu Ángel deyecto aquí, en ésta tierra
de nadie, baldía de deseos y de imágenes,
cómo no ser aquellas, fuera del tiempo,
murmurando, murmurios de suiriries
en los esteros que se devoran las temblorosas
ancas, los jadeantes belfos de los caballos
Ensillados para partir hacia auroras de oro.
Y las noches, a las noches madre, las abiertas
Madres cubiertas por las ubres de luz
Que titilan aquí en el alma, aún, fuera del tiempo,
Fuera de la incuria y la penuria de lo
Que nos devora penosamente como Cronos
A sus hijos, madre terrena, madre que nos levantas
Sobre la aurora y cuidas el torrente de la sangre
Que aún fluye, lentamente, lentamente,
Por las arterias donde el manantial ya seco
Se abandona a la muerte de la vida,
A la vida de la muerte que nos abría
Túneles, pasadizos radiantes, puertas de centelleantes
Cuerpos, manos, labios y grafías, cuando
Comenzábamos a partir en búsqueda de un
Absoluto que hoy, madre, es seca mar,
Salina de los ojos, y espera, espera, espera,
De un milagro, del prometido adviento,
Ya cerrado, ya amurado, y nosotros los presos
De aquellos luminosos jardines
Que fueron nuestros y sobre los que ahora
se cierne, sólo el desierto, sólo el desierto.


V


Y esperamos la muerte, ahora que dialogamos
Asiduamente con la muerte
Llevando la corona de los muertos
En la cruz del calvario del deseo de la vida,
-de Eterna vida y gozo eterno- nosotros, crucificados
por la palabra y en la palabra amor
secos como la mar de muertos dioses-,
fieles al designio de aquellos que se mueven
en nosotros, sigilosos, custodiando las horas
y los días que asignados nos llegan a nosotros
que seremos tasados como objetos
de un mercado macabro; cuánto cuesta la Eternidad
y la corona de aquel que agonizaba por el hombre?
Cuánto la locura que Zaratustra vertió en sus salmos
O las mudas cuerdas del piano de Holderlin,
La cuerda de Villón, el tiro con que Van Gogh
Saldó su deuda con el arte, el derrumbe de Poé,
La soledad de un niño triste agonizante
y solo en las perdidas 'Iluminaciones' de un
interminable viaje, cuánto, cuánto, mercaderes
de llagas y luminosas mañanas, fariseos del templo
que conduce deste mundo al quiebre de otros
paralelos que nos conducen a ser más hombres,
a ser intasables por los contadores de los frutos
del espíritu donde la abeja, la reina del Estío,
continúa libando más acá de la muerte, más allá de la vida.

5 de junio de 2018

Rubén Bonifaz Nuño .- Hervor de calles...

Hervor de calles; desembocadura 
de pábulos ardiendo, en la caldera 
sediciosa del mísero. 

Como hierba de gritos, como en humo 
lumbrarada de pelos espantados; 
como chubasco tupidísimo 
y turbio, en ascensión. Así llegaba. 

Y alégrate si nadie, en esta plaza, 
si nadie, de tan juntos y de tantos, 
puede caer; si nadie puede 
ser abatido; si no puede ninguno 
dejar su sitio sin morirse. 
Cada uno en el centro, 
en medio cada uno, circundados. 

Nace la gloria para ti, mi hermano; 
mi muy reverenciado, mi sin dicha, 
mi desgraciado pobre, mi vecino; 
mi, como yo, despierto. 

Mira: el sin tregua, el desterrado 
con injusticia, y el que canta, 
mi hermano de tu hermano, y el hambriento 
y la sed que aumentó de puerta en puerta; 
y vienen con nosotros el inválido, 
y el muerto a solas, y el sin nada. 

La gente de este lado, que ha salido 
de quemados olivos todo el año; 
de carnívoras cruces que alimenta 
el gran poder de la traición; de niños 
abortados surgiendo; 
de mujeres para siempre olvidadas.

Desde el cogollo del dolor, humea
a la libertad ensangrentada. 
Mira 
que fauces de león se descoyuntan; 
que ya la fiesta del alumbramiento 
aúlla y rinde frutos, 
y el profeta en su tierra, 
de innumerables bocas coronado, 
resuena, y las banderas gimen, 
y las hondas volando y empedradas. 

Y el milagro del horno y de la harina 
se acerca, y los ejércitos inmóviles 
con la resurrección, y las trompetas 
de los finales pájaros terrestres.

Pedro Garfias Entre España y México


Qué hilo tan fino, qué delgado junco
—de acero fiel— nos une y nos separa
con España presente en el recuerdo,
con México presente en la esperanza.
Repite el mar sus cóncavos azules,
repite el cielo sus tranquilas aguas
y entre el cielo y el mar ensayan vuelos
de análoga ambición, nuestras miradas.

España que perdimos, no nos pierdas;
guárdanos en tu frente derrumbada,
conserva a tu costado el hueco vivo
de nuestra ausencia amarga
que un día volveremos, más veloces,
sobre la densa y poderosa espalda
de este mar, con los brazos ondeantes
y el latido del mar en la garganta.

Y tú, México libre, pueblo abierto
al ágil viento y a la luz del alba,
indios de clara estirpe, campesinos
con tierras, con simientes y con máquinas;
proletarios gigantes de anchas manos
que forjan el destino de la Patria;
pueblo libre de México:
como otro tiempo por la mar salada
te va un río español de sangre roja
de generosa sangre desbordada.
Pero eres tú esta vez quien nos conquistas,
y para siempre, ¡oh vieja y nueva España!





Nota: Versos que, camino del exilio, 
escribiera Pedro Garfias a bordo del Sinaia