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3 de noviembre de 2022

1984, George Orwell {Resumen Literario}







                                                        1984, George Orwell






Biografía

Seudónimo de Eric Blair; Motihari, India, 1903 - Londres, 1950) Escritor británico. Estudió en el Colegio Eton y luego formó parte de la Policía Imperial Inglesa en Asia, experiencia que lo llevó a escribir Días en Birmania (1934).


Vivió varios años en París y en Londres, donde conoció la pobreza; de este difícil período de su vida nació su novela Sin blanca en París y en Londres (1933).

Sus experiencias como colaborador de los republicanos en la Guerra Civil española (Orwell era socialista) las recogió en su interesante libro Homenaje a Cataluña (1938). Durante la Segunda Guerra Mundial formó parte de la Home Guard y actuó en la radio inglesa. En 1943 entró en la redacción del diario Tribune, y después colaboró de un modo regular en el Observer. En este periodo escribió muchos de sus ensayos.

En general, toda su obra, incluida esta primera etapa y las posteriores sátiras utópicas, reflejaron sus posiciones políticas y morales, pues subrayaron la lucha del hombre contra las reglas sociales establecidas por el poder político. Sus títulos más populares son Rebelión en la granja (1945) y 1984 (1949), ficciones en las cuales describió un nuevo tipo de sociedad controlada totalitariamente por métodos burocráticos y políticos. Ambas se enmarcan en el género de la literatura utópica o de sátira de las instituciones.

                                         



En la primera, parodió el modelo del socialismo soviético: los personajes son animales de una granja que se rebelan contra sus dueños, los hombres, aunque luego crean una estructura social peor que la de sus antiguos dueños: Lenin, Stalin, Trotski y otras figuras de la escena política son representados por dichos animales. Como literatura, esta obra reúne las cualidades de las fábulas tradicionales y la influencia satírica de J. Swift.

La segunda lleva como título el año en que se ubica la acción: 1984. En ella imaginó una ficción tan pesadillesca como en la anterior: un mundo regido por grandes potencias, Eurasia, Oceanía y Asia del Este. El personaje protagónico, Winston Smith, es un funcionario del "Ministerio de la Verdad" entidad encargada de controlar la información; conoce a Julia y comienzan una relación amorosa; luego tratan de luchar contra el poder de "El Gran Hermano" (sucedáneo del Máximo Líder político), "jefe de la Hermandad" (representante del Partido en la política real), y se ven arrojados a las peripecias propias de un Estado totalitario moderno: la mirada policial que lo penetra todo, incluso la intimidad.

En tal sociedad el lenguaje es adulterado por el poder para distorsionar los hechos, o más exactamente, para crear una nueva realidad artificial; los sentimientos, al igual que los placeres (incluido el sexual), están prohibidos. Smith y Julia tratarán infructuosamente de cambiar las reglas de juego, en un mundo donde el lavado de cerebro, el soborno, el control y la manipulación de la verdad son las claves del totalitarismo perverso previsto por Orwell, características y modos que poco después serían habituales en numerosos países. Smith termina por convertirse en traidor, atrapado en la red de la estructura social.

La prosa de Orwell es realista y de gran cualidad narrativa. En 1968 se publicaron los volúmenes de Ensayos Completos: Periodismo y cartas (1968). Entre otros de sus trabajos críticos destacan los estudios que realizó sobre C. Dickens. Sus ensayos sobre problemas de política social poseen una franqueza y clarividencia sin precedentes en la literatura inglesa.

Influencias literarias

Orwell decía que su estilo literario se aproximaba bastante al de Somerset Maugham. En sus ensayos literarios también alaba encarecidamente los trabajos de Jack London, especialmente su libro La carretera (The Road). El descenso de Orwell a la vida de los más desfavorecidos en El camino a Wigan Pier tiene un parecido razonable con La gente del abismo (The People of the Abyss) de Londres. En otros ensayos Orwell manifiesta su admiración por Charles Dickens, Herman Melville o Jonathan Swift.



RESUMEN

La historia que narra esta novela transcurre en el año 1984. El mundo está dividido en tres grandes potencias: Oceanía, Eurasia y Asia Oriental. Todas ellas están en guerra, a veces con una, a veces con la otra. No importa ya el motivo de ésta, ya que no hay lucha por el comercio, debido a que cada región de autoabastece, ni por el territorio, ya que no hay ninguna necesidad de expandirse. Pero no es tan importante la guerra entre las naciones como la que hay dentro de cada una de ellas.

En el interior de Oceanía que comprende Canadá, América y Las Islas Británicas, la sociedad y el poder están divididos de una forma jerárquica e incuestionable. Hay un solo partido político que lo dirige todo: las leyes, el comercio, los puestos de trabajo, incluso la vida de las personas.

Ya nadie tiene intimidad, todo está controlado por telepantallas y micrófonos de los que nadie, absolutamente nadie puede librarse. No hay libertad de acciones, ni siquiera de pensamiento, ya que todo aquello que se considere que está en contra de la moral o doctrina del Partido es llamado “crimenmental” y es castigado con la pena de muerte.

El Partido intenta suprimir cualquier sentimiento que no esté relacionado con el temor, el miedo, y principalmente el odio. Incluso el festejo nacional es la Semana del Odio. Se quiere evitar cualquier relación humana y para ello se fomenta el matrimonio entre parejas no enamoradas con el único fin de procrear aunque se pone como mejor alternativa la inseminación artificial, la desvinculación y ruptura de cualquier lazo familiar incluso de padres a hijos... Se pretende un mundo sin amor ni fidelidad, con hijos que denuncien a sus padres y esposas a sus maridos por crimenesmentales, aunque sea mediante falsos testimonios. Ya no se hace distinción entre personas, sino que todos son camaradas uniformados de un mismo modo, con un mono azul oscuro.

El Gran Hermano es el jefe del Partido, imagen suprema que está por encima de todos. Luego están los miembros del Partido Interior. Por debajo de éstos están los del partido exterior, y por último los proles, gente normal y corriente, que constituyen 85 % de la población y sin embargo son tomados como inferiores. A éstos no se les controla de manera tan rigurosa, ya que no se les tiene en cuenta como personas.

En un mundo en el que ya nadie goza de privacidad ni libertad intenta vivir nuestro protagonista, Winston, que es un hombre de unos 40 años que se resiste a pensar de la forma que dice el partido a pesar de saber que lo que hace le puede costar la vida. Trabajaba en el Ministerio de la Verdad, y se encarga de modificar libros, periódicos, documentos históricos... que acrediten que en un pasado había una mejor forma de vida con el capitalismo, que muestren que alguna promesa de dicha por el Gran Hermano no se ha cumplido para cambiarla por otra cosa que sí lo haya hecho... Toda la sociedad cree estos engaños, están educados desde que nacen para hacerlo.

Winston ya no aguanta más y para poder expresar sus sentimientos decide comprarse un diario en el anticuario de un prole. Él sabe que es algo muy arriesgado y que si una telepantalla le descubre su vida se habrá acabado, pero no le importa, ya nada tiene sentido. En este diario escribe sus ideas más secretas. Odia al Gran Hermano, al partido, desea encontrar y forma parte de la llamada Hermandad, un grupo clandestino que intenta destruir al partido. Piensa que la única esperanza para la salvación está en los proles.

Un día nota que una chica le está siguiendo. Donde quiera que va, ella está allí. Cuando ya casi está convencido de que es una espía de la Policía del Pensamiento y que va a matarle, ella le da un papel en el que le confiesa su amor. Esto hace a Winston apreciar más su vida y tener deseos de continuarla. Pero sabe que es una relación imposible, ya que cualquier contacto afectivo con otra persona está totalmente prohibido. Comienzan a verse a escondidas. Primero en lugares alejados, como un bosque, y más tarde Winston le alquila al anticuario, al que le había comprado el diario un piso que comienza a ser su refugio. Allí pueden actuar como quieren. Julia puede pintarse, vestirse como una mujer y quitarse que el mono azul de uniforme. Winston puede hablar con toda tranquilidad de sus pensamientos en contra del partido. Descubre que Julia también los tiene y comparten una vida secreta, que aunque se niegan a aceptarlo, saben que tendrá un próximo y duro final. Pero no se conforman con el simple hecho de cometer adulterio, según el partido, sino que por la intuición de Winston de que O'Brian, un hombre cercano a él, es miembro de la Hermandad, deciden intentar pertenecer a ésta. Parecía que ya lo habían conseguido, incluso tenían un libro escrito por Goldstein, el cabecilla de dicho movimiento clandestino, cuando los detiene la Policía del Pensamiento. Una telepantalla en la habitación alquilada había estado espiándoles todo el tiempo.

Se los llevan y los torturan por separado, son sometidos a duros castigos de diversa índole. Confiesan todos sus "crímenes" e incluso otros que no han cometido por no sufrir más. Pero el objetivo del partido no es producirles dolor, sino modificar sus ideas, su cerebro para hacer que piensen como el Partido, que amen a éste y al Gran Hermano. No sólo desean un arrepentimiento sincero, sino una reconversión. O'Brian resulta ser un miembro de los que intentan que adopten la doctrina del partido como forma de vida, les ha engañado. Para ello les someten a las más horribles torturas, haciéndoles enfrentarse a sus miedos más profundos hasta conseguir lo imposible: penetrar en el cerebro y en el alma de un hombre con unas convicciones muy arraigadas, despojándole de ellas por completo. Todo lo que les importaban ahora les da igual. Han decidido no seguir luchando y aceptar la derrota. El sufrimiento físico le ha vencido. A pesar de su fortaleza mental, se ha sometido y ha acabado aceptando cualquier mentira dicha por el Partido, e incluso amando al Gran Hermano. Una vez más el Partido ha vencido usando armas duras, y la esperanza de que la Hermandad exista se ha puesto en duda.

Personajes:

Winston: Es el protagonista principal y en quien se centra la novela. Trabaja en el Ministerio de la Verdad, y concretamente él se encargaba de corregir los `errores' que había en los periódicos y demás. Él siente odio hacia el Partido y el Gran Hermano, se enamora de Julia y juntos buscan la Hermandad, organización contra el Partido, al final resulta un trampa y a Winston le hacen un lavado de cerebro para que crea en el Gran Hermano.

Julia: También es protagonista principal aunque en menor medida que Winston. Ella ama a Winston aunque sea 10 o 15 años mayor que ella. Al igual que él, está en contra del Partido, pero ella los odia aún más. Al final, la cogen junto a Winston y la torturan hasta que consiguen que ame al Gran Hermano.

O'Brien: Es uno de los personajes secundarios y aparece al principio como un posible miembro de la Hermandad, cosa que confirman Winston y Julia en la visita a su casa, pero finalmente resulta ser todo una trampa y él es uno de los encargados de lavar el cerebro a los presos, se centra en Winston y no cesa hasta que consigue lo que quiere.

Charrington: Otro de los personajes secundarios y que al igual que O'Brien, parece bueno pero resulta no serlo. Al principio es el dueño de una tienda en un barrio de proles. Y alquila la habitación del piso de arriba a Winston, dicha habitación parece que está aislada de telepantallas y micrófonos pero Charrington resulta ser uno más de la Policía del Pensamiento.

Tema principal

La principal idea que se maneja en esta obra es la libertad. Libertad de la que privan a los personajes incluso en sus propias casas donde hay instalado una telepantalla que les espía día y noche todos sus movimientos y sonidos, y por si fuera poco, sus hijos reciben una enseñanza propia de los espías y llegan a delatar a sus propios padres.

Esa falta de libertad se ve reflejada en un control social hasta límites insospechados como el caso citado anteriormente de la telepantalla que lleva a Winston a ocultarse para una cosa tan corriente como escribir un diario: `Sentado en aquel hueco y situándose lo mas dentro posible, Winston podía mantenerse fuera del alcance de la telepantalla…'.

Dicha telepantalla estaba situada en todos los sitios; en los pasillos del ministerio, cuando O'Brien le da la dirección a Winston `Se hallaban frente a la telepantalla.' ; en la calle; incluso en la cárcel, que `Había cuatro telepantallas, una en cada pared.'.

Aparte de las telepantallas, en sitios como el campo, donde no es posible poner una telepantalla, o simplemente no resulta muy útil porque el campo de visión no lo cubriría todo, usaban micrófonos con los que captaban la voz de las personas y posteriormente identificaban, un ejemplo es cuando quedan Julia y Winston en el campo y ella le dice `No quise hablar en la vereda por si acaso había algún micrófono escondido.'.

Este control social no era solo respecto al espionaje que sufrían continuamente, día y noche, sino también al ámbito de la prensa tanto escrita como visual (a través de la telepantalla que hace a la vez de espía como de televisión). Oceanía, que así se llamaba su país, estaba en guerra con las otras dos superpotencias, Eurasia y Asia Oriental. Esta guerra variaba, y a veces estaba aliada con Asia Oriental y en guerra con Eurasia y otras veces al contrario, pero el Partido decía que siempre había estado con la misma superpotencia en guerra y para ello cambiaba todos los documentos donde dijera lo contrario para que no quedara constancia de ello y en eso participaba Winston, `Documentos e informes de toda clase, periódicos, libros, folletos de propaganda, películas, bandas sonoras, fotografías… Todo ello tenía que ser rectificado a la velocidad del rayo'

Respecto a esta guerra también había veces que decían que `Un ejército euroasiático avanzaba hacia el sur con aterradora velocidad.' y era imposible remediarlo pero a los pocos días `Un agudo trompetazo perforó el aire, era el comunicado, ¡Victoria!' , con esto decían que había realizado una maniobra excepcional y se había adueñado del territorio perdido, pero lógicamente no era verdad ni siquiera que un ejército eurasiático les atacara por el sur.

Temas secundarios

Como ideas secundarias aparece el amor de Winston y Julia, el odio de los protagonistas hacia el Partido y en menor medida la victoria.

El amor se puede apreciar durante la mayor parte de la obra, de Winston hacia Julia. Aunque él ha estado casado anteriormente con una tal Katharine, no encontró amor en aquella relación ya que ella, según Winston, era una `piensabien, es decir, que era ortodoxa por naturaleza' y simplemente estaba con él para hacer lo que decía el Partido, o sea, procrear sin que hubiera deseo ni amor de ningún tipo.

Pero cuando conoció a Julia esto cambió, y aunque Winston había querido matarla por pensar que era miembro de la Policía del Pensamiento, al final se enamoraron y muestran su amor durante prácticamente toda la obra, empezando cuando `ésta le había deslizado algo en la mano, (…) un papel doblado', y siguiendo en sus numerosas citas a escondidas, donde ella le llama con cariño `querido', o donde él descubre lo que siente por ella: `Una honda ternura, que no había sentido hasta entonces por ella, se apoderó súbitamente de él.'

El odio es mas por parte de Julia que por parte de Winston y lo demuestra en comentarios que hace como este: `No, con esos cerdos (refiriéndose al partido) no', o simplemente con pensamientos de Winston, `Ellos, por lo visto quería decir el Partido, sobre el cual hablaba julia con un odio manifiesto'.

Por último, la victoria, que se puede apreciar principalmente al final, cuando O'Brien consigue lo que quiere, que traicione a Julia cuando le enseña las ratas y Winston dice `¡Házselo a Julia! ¡A mi no!' y fundamentalmente que ame al Gran Hermano, que lo acaba reconociendo en la última frase: `Amaba al gran hermano' y deje de pensar como él pensaba antes, es decir, con ideas propias, sentimientos de amor, etc.

George Orwell

1984

“Si quieres hacerte una idea de cómo será el futuro, imagina una bota aplastando un rostro humano incesantemente”

15 de julio de 2022

Eligen 'Nada', de Carmen Laforet, como la mejor novela española del siglo XX



LITERATURA




                                     

                                                                 Carmen Laforet




77 años más tarde, la novela 'Nada' de Carmen Laforet se alza como la ganadora de una encuesta por los internautas de la Escuela de Escritores
Carmen Laforet 

Por


12/07/2022 - 10:09 Actualizado: 12/07/2022 - 10:27




La historia de Andrea, una joven huérfana que, recién terminada la Guerra Civil, se traslada a Barcelona para estudiar y empezar una nueva vida en un país diezmado por el hambre, la violencia y el odio, se corona como la novela favorita del siglo pasado. ‘Nada’, la primera obra de Carmen Laforet, ha sido seleccionada por los internautas como la mejor novela española del siglo XX por una encuesta de la Escuela de Escritores. Una iniciativa para dinamizar las redes sociales que ha recibido 2.800 votos, según ha explicado a El Confidencial Germán Solís, de la Escuela.

En el café suizo de la Rambla, un seis de enero de 1945, Carmen Laforet recibió el que luego pasaría a ser uno de los premios más importantes en la literatura española, el Nadal. 77 años más tarde, esta vez el premio se lo han dado los usuarios de las redes sociales.

"pensaba que el ganador sería alguna de las novelas que hemos leído en Bachillerato"

Las dos últimas semanas de junio, la Escuela de Escritores le propuso a sus seguidores de Instagram votar cuál era la mejor novela del siglo pasado. Entre 32 títulos escritos por autores españoles y escogidos por un claustro de profesores, la novela de Carmen Laforet ha sido la premiada después de una final disputada con 'El árbol de la ciencia', de Pío Baroja. Una novela ganadora que ha cogido de sorpresa a algunos, entre ellos a Germán Solís: "pensaba que el libro ganador sería alguna de las novelas que todos hemos leído en Bachillerato"



                Carmen Laforet recién obtenida el Premio Nadal.

La obra de Laforet, forjada entre sus estudios universitarios y sus escapadas con un grupo bohemio de pintores y escritores, retrata con abundante detalle la España del momento desde el tétrico piso de la calle Aribau, donde Andrea, la protagonista, se instala a su llegada a Barcelona con su abuela y tíos mientras estudia la carrera. Una mirada existencialista que reconstruye el ambiente del país en la posguerra con calles teñidas de claroscuros. Germán Solís opina sobre los usuarios que han participado: "las votantes, en su mayoría mujeres de entre 35 y 45 años, quizás se ven reflejadas en la visión triste y de poco futuro de la voz protagonista de la novela, aunque las situaciones de dramatismo no sean comparables."

Según explicaba Abraham Rivera en Un viaje de ida y vuelta con Carmen Laforet "ella brindó un modelo, que era la antítesis de lo rosa y de los estereotipos heroicos, a otras jóvenes escritoras en la inmediata posguerra: Ana María Matute, Dolores Medio, Carmen Martín Gaite. Todas ‘chicas raras’ —por infrecuentes en su época—, que romperán con los patrones de la novela rosa y con los modelos de comportamiento que la Sección Femenina mandaba acatar."

Carmen Laforet, nacida en Barcelona, pasó su infancia en Las Palmas. Su educación y adolescencia fueron difícil tras la muerte de su madre. Después de que su padre se volviera a casar, Laforet decidió abandonar su hogar y retornar a la capital catalana, apenas terminada la Guerra Civil. Tras el éxito de 'Nada' el público la catapultó de muy joven a la fama literaria.



                                            Fuente:


2 de septiembre de 2020

Paya Frank .- Cervantes en la Literatura Española 3º

 El escritor. hasta 1613


El éxito del Quijote fue extraordinario. En el primer año de su aparición se publicaron dos ediciones en Madrid, otras tantas en Lisboa y Valencia y una en Barcelona. La fama que adquirió Cervantes no llevaba consigo una sustancial cambio de fortuna y puesto que la Corte a principios del 1606 volvía a instalarse en Madrid,allí pasó a vivir nuestro escritor.

Su vida en estos años (1606 - 1613) se centra fundamentalmente en tres lugares y actividades: las ceremonias religiosas en el convento de la Trinidad, pues había ingresado en la "Congregación de los indignos esclavos del Santísimo Sacramento"; los ratos de conversación en la librería de Robles, el editor del Quijote, y su casa: Una casa silenciosa,sólo con su esposa y su sobrina Constanza,en la que la continuación del Quijote se alterna con la redacción de algunas novelas cortas y varias obras teatrales.

Conocedor de que el conde de Lemos había sido nombrado virrey de Nápoles se le levantaron los recuerdos de su juventud en Italia y solicitó marchar con él, cosa que no le concedió. La amargura palpita en las primeras estrofas del Viaje del Parnaso extenso poema en tercetos con el que, como ya hiciera en el Canto de Calíope de la Galatea,enjuicia con ironía a los escritores de su tiempo,y en el Prólogo de las Novelas Ejemplares, que dedicadas al ausente conde de Lemos, se publicaron en 1613.


Las Novelas Ejemplares.

No exageraba Cervantes al alabarse de que no imitaba ni traducía. Efectivamente,las Novelas Ejemplares, en su conjunto,pueden colocarse al lado del Quijote como uno de los pilares de la literatura del siglo de Oro español. A pesar de su título,Cervantes se desentiende de la pretensión de moralizar, no sigue tampoco el modelo italiano de los relatos basados en la pura anécdota,su aportación,original y valiosísima para la narrativa posterior, escriba en la construcción de ambientes y en la eficacia del diálogo. En cuanto a lo primero,sus novelas aparecen,gracias a la descripción y a la vinculación de los personajes a lugares concretos como algo real y rebosante de vida. En cuanto al diálogo,lo libera del carácter de sucesión de parlamentos hasta llegar a la soltura de lo natural.

Las Novelas Ejemplares constan de 12 títulos:

La gitanilla.

El amante liberal.

Rinconete y Cortadillo.

La española inglesa.

El licenciado Vidriera.

La fuerza de la sangre.

El celoso extremeño.

La ilustre fregona.

Las dos doncellas.

La señora Cornelia.

El casamiento engañoso.

y El coloquio de los perros.


El Quijote , Segunda Parte.

En 1614, bajo el nombre de Alonso Fernández de Avellaneda, vio la luz en Tarragona una continuación apócrifa del Quijote con este título Segundo tomo del Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha, que contiene su tercera salida: y es la quinta parte de sus aventuras.

Su autor, cuya identidad se ignora, fue posiblemente algún enemigo de Cervantes, a quien injuria en el prólogo, y quiso aprovecharse de su éxito; pero no caló en la dimensión de los personajes ni su arte  narrativo.


En 1615 aparecieron las obras teatrales antes mencionadas y, a finales del mismo, la auténtica Segunda parte del Ingenioso caballero don Quijote de la Mancha

En esta segunda parte, Cervantes procede a una elaboración más completa y más conforme en su estructura. Resulta algo más extensa que la primera (74 capítulos, por 52 en ésta),consta de una sola salida y el recorrido geográfico es más dilatado de la Mancha a Barcelona, a través de Aragón, y regreso,pero ahonda más en los personajes y se evitan los episodios marginales,sin importancia.


Su importancia Novelística.

El Quijote, el libro más universalmente leído y traducido después de la Biblia, ha sido de muchos estudios y de particulares interpretaciones según cada época.Con el Quijote se ponía de manifiesto que lo esencial en la novela no es la narración sino la descripción y el diálogo.


Muerte del Escritor.

El 23 de Abril del 1616 se le enterraba, en Madrid, en el convento de las Trinitarias, cerca de su casa.

 

                                                               FIN


* En la Red existen publicaciones Cervantinas gratuitas 

   solo hay que buscarlas.

27 de mayo de 2020

Paya Frank .- Cervantes en la Literatura Española 2ª

    De 1580 a 1586


Creyó Cervantes que había acumulado méritos suficientes para recibir algún buen destino que le afirmara en las carreras de las armas,pero no ocurrió así. Siguiendo al rey estuvo en Badajoz y luego en Lisboa y Thomar a donde Felipe II se trasladó al asumir la corona de Portugal. Más tarde hizo antesala en Madrid. De todas sus gestiones no obtuvo más que algunas comisiones de poca monta.
En estos años oscuros y desilusionado intentó fortuna también en las letras. Escribió para el teatro (El trato de Argel, La Numancia)y vio representar algunas de sus obras. En 1585 en Alcalá de Henares,publicó La Galatea,Primera parte.Se trata de una novela pastoril al uso.La historia principal la construyen los amores de Galatea y Elicio,pastores de las riberas del Tajo,a los que se oponía el padre de ella.Como era costumbre en el género se intercalaban otras historias amorosas,con variada localización en las andanzas de los personajes, así la de Silerio y Timbrio nos lleva a Jerez,Barcelona y Nápoles,recitación o cantos de poemas ,tanto al modo tradicional como según los metros italianos,soliloquios,divagaciones filosóficas,etc
Aunque Cervantes tuvo en mucha estima esta obra y siempre pensó en continuarla , no supone ninguna innovación.Los versos son correctos pero fríos,la prosa tiende a la ampulosidad retórica,las historias y los personajes se muestran falsamente artificiosos.



De 1586 a 1604


Ante el favor de público que estaba alcanzando el teatro de Lope de Vega,que difería del concepto  clasicista del de Cervantes,éste dejó de estrenar y aun pareció alejarse de la literatura para atender a nuevos empleos.
Su esposa,Catalina de Salazar y Palacios,con la que había contraído matrimonio en 1584,permaneció en Madrid y en Esquivias,de donde era natural, en tanto que él pasaba a Andalucía,primero como proveedor de víveres de la Armada invencible, que se estaba concentrando en Lisboa, y más tarde como recaudador de impuestos en el reino de Granada.Fue una etapa dura.Su gestión resultaba frecuentemente ingrata, pero le puso en contacto muy directo con tipos y ambientes variados y populares.Después de sus recorridos por pueblos y aldeas,recalaba en Sevilla,bulliciosa ciudad,donde el ir y venir de Indias se reunía una abigarrada población propicia para todo tipo de actividades comerciales.
Por dos veces Cervantes fue llevado a la cárcel sevillana debido a irregularidades en las cuentas y a la estafa de que fue objeto por un comerciante.Simón Freire,en cuyo poder había depositado las cantidades recaudadas y un día desapareció con ellas.Allí,en la cárcel,,"donde toda incomodidad" se gestó e inició El Quijote.
Los años 1603 y 1604 los pasó en Madrid y Valladolid,donde se había trasladado la Corte a vueltas con sus cuentas y dando la última mano a esa obra que cada vez se le hacia más interesante y absorbente.A principios de 1605,impresa por Juan de la Cuesta y editada por el librero Francisco de Robles,apareció en Madrid con el título de El ingenioso hidalgo don quijote de la Mancha.



El Quijote.Parte Primera

En el prólogo manifiesta que el libro se compuso para "deshacer la autoridad y cabida que el mundo y el vulgo tienen los libros de caballerías".Para lograrlo emprende el camino de la parodia burlesca haciendo que el protagonista de las aventuras sea un loco.



Continuara...










13 de mayo de 2020

La Casa de Bernarda Alba

                                             Nuevos pases en México de “La casa de Bernarda Alba” | Marc Egea



http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/la-casa-de-bernarda-alba-775125/html/6aef1659-90e7-443f-bd6c-a8fe62c4c04a.html


Fuente:

Biblioteca Virtual Cervantes

12 de mayo de 2020

Paya Frank .- Cervantes en la Literatura Española


                                             
                                                            


I. Un escritor entre dos siglos



Las circunstancias personales,de las que luego referiremos las más relevantes,suman a Cervantes como testigo, a veces actor,del paso de una etapa de histórica grandeza al comienzo de la decadencia política nacional. En lo literario el proceso sigue un orden distinto: en la mocedad de cervantes, el Renacimiento está dando los primeros frutos de cierta importancia que, después,han de convertirse en el más espléndido panorama,en cantidad y calidad, de la literatura española.Y en esto también Cervantes es testigo y,sobre todo,actor.Porque la experiencia acumulada,por lo que vivió y leyó,al pasar por el tamiz de su hundo sentir humano le hacen el verdadero creador del arte de la novela.


II, Años de Mocedad y Juventud  (1547 - 1569

Miguel de Cervantes Saavedra  nació en Alcalá de Henares 29 de septiembre del 1547 en el hogar de un cirujano que,para sacar a delante a su numerosa familia, Miguel fue el cuarto de los siete hijos habidos en el matrimonio,residió en varias capitales, Valladolid,Córdoba,Sevilla,y se asentó definitivamente en Madrid.
Por algunas alusiones que figuran en las obras cervantinas,se supone que en Sevilla estudió con los jesuitas y allí vio representar a Lope de Rueda.
En Madrid cursó humanidades y mostró incipientes dotes de poeta,pues varios poemas suyos figuran en la corona fúnebre que su maestro Juan López de Hoyos reunió y publico con ocasión del fallecimiento de Isabel de Valois, esposa de Felipe II (1569).Cervantes no vio publicadas sus poesías,porque en ese año pasó a Italia,donde sirvió como paje del cardenal Julio Acquaviva.


III. Etapa Heroica (1570- 1580)

La sed de aventuras del juven poeta,luego cortesano,le llevó a sentar plaza en la milicia española de Nápoles (1570) y a bordo de la galera Marquesa luchó heroicamente en Lepanto (1571) donde a causa de las heridas perdió el uso de la mano izquierda.
Cuando,después de reponerse en Sicilia y pasar un tiempo en Nápoles, regresaba a España con cartas de recomendación de sus jefes (entre ellas una de Don Juan de Austria) por las que esperaba se le recompensara por sus servicios,fue apresado en 1575 por unos piratas y llevado cautivo a Argel donde permaneció cinco años.
Pero varias veces intentó fugarse. A causa de esto fue encerrado en oscuras mazmorras y anduvo con grillos y cadenas.Sus compañeros de cautiverio le admiraban y se ganó incluso el respeto de sus guardianes.
Vio muy hacedera la toma de Argel por las armas españolas,con la ayuda que los de dentro unos veinte mil cautivos,podrían prestar durante el asedio,y escribió la Epístola a Mateo Vázquez en 1577,poema en el que con un tono mesurado y digno expone su idea al secretario de Felipe II.
En Septiembre del 1580,cuando se hallaba a bordo de un bajel que iba a llevarle a Constantinopla con las pertenencias de Muey Hassan,que había cesado como gobernador de Argel,fue pagado su  rescate por dos religiosos trinitarios y,con otros cautivos redimidos,desembarcó en Denia al mes siguiente.
Su estancia en Italia (Roma,Florencia,Milán,Nápoles) y estos años de cautiverio repercuten en su obra.
De aquélla son referencias descriptivas y episodios en algunas de sus novelas;lo segundo llega a inspirarle obras enteras como el teatro.Es un recuerdo que no le abandonará jamás.Incluso en su última novela (el Persiles) donde hay un personaje que se refiere lo vivido en sus años de cautiverio que como los de Cervantes,son también cinco.


Continuara....



















































3 de marzo de 2020

El Pais Moribundo de Salvador Espriu

                                           


Fue uno de los escritores actuales de más relieve. Nació en 1913,en Santa Coloma de Farners Gerona donde su padre era notario. A los dos años, por traslado de éste,pasa a vivir a Barcelona y en ella ha de residir ya siempre.De sólida formación intelectual (Licenciado en Derecho y en Filosofía y Letras, Sec. de Historia comenzó pronto a escribir.Sus primeras obras (1931-1938) son novelas y narraciones breves: El Doctor Rip,Laia,Aspectes, Miratge a Citerea, Ariadna al laberint grotesc...Su prosa es ágil,de frase breve,viva,impresionista.
Quevedo y Valle Inclán,tienen algo que ver en los primeros pasos del joven escritor que retrata con trazos vigorosos y acres a bandidos y mendigos,burgueses avaros e insensibles,jovencitas hipócritas,a través de los que censura la sociedad que le rodea.

Texto en Catalán, traducido al Castellano.

"El país que había perdido su alma estaba sentado cerca del pueblo,con las manos vacías.Miraba con tristeza las aguas muertas,cuando yo llegué."Pronto seré como ellas.Ya lo ves no expreso nada.Nada que sea auténticamente mío. Pronto seré como esas aguas:un espejo indiferente"-se lamento."¡De ningún modo!"-le contesté "¡Eres un gran,formidable país!"
"¿En qué lo notas?" -exclamó el pobre viejo país,un tanto reanimado. No hay nadie más apto que los pobres viejos países para reanimaciones efímeras."¿ En qué lo notas?"-dijo, caído hundido de nuevo en la desesperanza. "Soy una sombra,una osamenta.Ya lo ves."-dijo señalando el puerto."Él fue el núcleo y el camino de mi gloria. De él salieron las naves hacia las conquistas,las leyes sabias de todo el mar,la bandera orgullosa. Ahora,en cambio,está viejo y moribundo,como yo. Y su senectud,disimulada, como la mia,con los afeites de adjetivos hueros.
Se ha perdido la cadencia de mi lengua imperial.Ahora la hablan a gritos,sin terminar los períodos,mantenida a base de blasfemias y gestos paleolíticos . Se me ha convertido en volapuk sin intimidad,sin finura,sin matiz,vicioso de palabras sibilinas,frías,pedantes,insoportables.Nadie la lee.La escasa literatura que se cultiva -raquítica,amorfa,gris,sin personalidad ni entusiasmo -no tiene más propósito que el de servir a fines electorales.Mis hijos no se interesan por el espíritu.Han perdido toda tradición de cultura,de finura.Materialistas como son,imitan la técnica foránea.Soy,como ves, un país sin alma.

"El país moribund", en Ariadna al laberint grotesc. Barcelona, 1935

Después de la guerra abandona la narración y escribe teatro como Antígona,1939,Primera historia de Esther,1948, pero,sobre todo,poesía. Sus libros de poemas,desde Cementiri de Sinera,1946, giran en torno de los dos temas obsesionantes: la muerte y los problemas derivados de la guerra civil,que contempla no sólo desde el ángulo catalán sino del de la colectividad española.
A diferencia de los poetas modernistas que buscaron símbolos en el mundo greco-latino,Espriu recurre a la historia del pueblo judío.Con el nombre de Sepharad designa a España.Véanse dos poemas de La pell de Brau Barcelona,1960.

El toro, en la arena de Sepharad,
embestía la extendida piel
y.elevándola,la hace bandera
Contra el viento,esta piel
de toro,del bruto cubierto de sangre,
es ya harapo espesado por el oro
del sol,para siempre dado al martirio
del tiempo,oración nuestra
y blasfemia nuestra.
A la vez víctima,verdugo,
odio,amor,lamento y carcajada,
bajo la cerrada eternidad del cielo.


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Diversos son los hombres y diversas las lenguas,
y han coincidido muchos nombres en un solo amor.
La vieja y frágil plata se hace tarde
parada en el resplandor sobre los campos.
La tierra con trampas de mil finas orejas
ha cautivado los pájaros de las canciones del aire.
Sí,compréndela y hazla tuya,también,
desde los olivos.
la alta y sencilla verdad de la apresada voz del viento:
"Diversas son las lenguas y los diversos los hombres,
y coincidirán muchos nombres en un solo amor."

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18 de febrero de 2020

El canto de las Sirenas

Esto me dijo la maga Circe:"Llegarás junto a las sirenas,que hechizan a los humanos con su canto cuando se acercan a ellas.
Aquel que se acerca a ellas no lo vuelven a abrazar ni su mujer ni sus hijos,contentos por su regreso,pues las sirenas lo hechizan con su fascinante canto desde su sitio en una pradera. En torno a ellas hay un montón de huesos ennegrecidos y amarillentos pellejos humanos. ¡Así que pasa de largo! Pero si deseas escucharlas,haz que tus compañeros se tapen los oídos con tapones de cera y que te aten con fuertes ligaduras al mástil.Diles también que si les ordenas que te desaten,te aten aún más fuerte".

Una vez que partimos,cuando hube informado de todo ello a mis compañeros,llegamos a la isla de las sirenas.Entonces ellos recogieron las velas,y yo corté con mi espada un trozo de cera y la moldeé para taponar los oídos de mis compañeros.Ellos me ataron de pies y manos al mástil y se pusieron a batir sus remos sobre el espumoso mar. Cuando pasamos junto a las sirenas,estas se dieron cuenta y emitieron su sonoro canto: "Acércate,famoso Ulises. Detén tu navío para escuchar nuestra voz,pues jamás pasó por aquí nadie sobre su barco que no escucha nuestra voz de dulce hechizo sigue navegando aún más sabio. Sabemos todo lo que sufrieron los griegos y los troyanos en la ancha Troya por voluntad de los dioses.Sabemos todo lo que sucede en la Tierra".

Así me decían,y mi corazón anhelaba escucharlas y ordenaba a mis compañeros que me desataran haciéndoles gestos con  las cejas,pero vinieron a sujetarme más fuerte con cuerdas y ellos siguieron remando.Cuando las hubimos pasado y ya no se oía el canto de las sirenas,mis fieles compañeros se quitaron la cera y me libraron de las cuerdas.


Homero: Odisea

18 de febrero de 2019

EL TESORO SIN FONDO




De Las Mil y una Noches

El califa Harún Al-Raschid que era el príncipe más generoso de su época y el más magnífico, a veces tenía la debilidad (¡sólo Alah no tiene debilidades!) de alardear, en la conversación, de que ningún hombre entre los vivos competía con él en generosidad y en mano abierta.
Y he aquí que un día, mientras él se alababa así de los dones que, en suma, no le había concedido el Retribuidor más que para que precisamente usase de ellos con generosidad, el gran visir Giafar alma delicada, no quiso que su señor continuara por más tiempo faltando al deber de la humildad para con Alah.
Y resolvió tomarse la libertad de abrirle los ojos.
Se prosternó, pues, entre sus manos, y después de besar por tres veces la tierra, le dijo:
"¡Oh Emir de los Creyentes! ¡oh corona de nuestras cabezas! perdona a tu esclavo si se atreve a alzar la voz en tu presencia para advertirte que la principal virtud del creyente es la humildad ante Alah, única cosa de que puede estar orgullosa la criatura. Porque todos los bienes de la tierra, y todos los dones del espíritu, y todas las cualidades del alma no son para el hombre más que un simple préstamo del Altísimo (¡exaltado sea!). Y el hombre no debe enorgullecerse de este préstamo más que el árbol por estar cargado de frutos o el mar por recibir las aguas del cielo.
¡En cuanto a las alabanzas que te merece tu munificencia, mejor es que dejes las hagan tus súbditos, que sin cesar dan gracias al cielo por haberles hecho nacer en tu imperio, y que no tienen otro gusto que pronunciar tu nombre con gratitud!"
Luego añadió: "¡Por otra parte!, oh mi señor no creas que eres el único a quien Alah ha cubierto con sus inestimables dones! Sabe, en efecto, que en la ciudad de Bassra hay un joven que, aunque es un simple particular vive con más fasto y magnificencia que los reyes más poderosos. ¡Se llama Abulcassem, y ningún príncipe en el mundo, incluso el Emir de los Creyentes mismo, le iguala en mano abierta y en generosidad!"
Cuando el califa hubo oído estas últimas palabras de su visir, se sintió extremadamente despechado, y se puso muy colorado y se le inflamaron los ojos; y mirando a Giafar con altivez, le dijo: "¡Mal hayas!, ¡oh perro entre los visires! ¿cómo te atreves a mentir delante de tu señor, olvidando que semejante conducta acarreará tu muerte sin remedio?" Y contestó Giafar: "¡Por vida de tu cabeza, ¡oh Emir de los Creyentes! que las palabras que osé pronunciar en tu presencia son palabras de verdad! Y si he perdido todo crédito en tu ánimo, puedes comprobarlas y castigarme luego si te parece que son falsas. Por lo que a mí respecta, ¡oh mi señor! no temo afirmarte que en mi último viaje a Bassra he sido el huésped deslumbrado del joven Abulcassem. Y todavía no han olvidado mis ojos lo que han visto, mis oídos lo que han oído, y mi espíritu lo que le ha encantado. ¡Por eso, aun a riesgo de atraerme la desgracia de mi señor, no puedo menos de proclamar que Abulcassem es el hombre más magnífico de su tiempo!"
Y tras de hablar así, calló Giafar.
El califa, en el límite de la indignación, hizo seña al jefe de los guardias para que detuviese a Giafar. Y en el momento se ejecutó la orden. Y después de aquello, Al-Raschid salió de la sala, y sin saber cómo desahogar su cólera, fué al aposento de su esposa Sett Zobeida, que palideció de espanto al verle con el rostro de los días negros.
Y con las cejas contraídas y los ojos dilatados, Al-Raschid fué a echarse en el diván, sin pronunciar una palabra. Y Sett Zobeida, que sabía cómo abordarle en sus momentos de mal humor, se guardó mucho de importunarle con preguntas ociosas; pero tomando un aire de extremada inquietud, le llevó una copa llena de agua perfumada de rosa, y ofreciéndosela, le dijo:
"El nombre de Alah sobre ti, ¡oh hijo del tío! ¡Que esta bebida te refresque y te calme! La vida está formada de dos colores: blanco y negro. ¡Ojalá marque tus largos días sólo el blanco!"
Y dijo Al-Raschid: "¡Por el mérito de nuestros antecesores, los gloriosos, que marcará mi vida el negro, ¡oh hija del tío! Mientras vea delante de mis ojos al hijo del Barmecida, a ese Giafar de maldición, que se complace en criticar mis palabras, en comentar mis acciones y en dar preferencia sobre mí a oscuros particulares de entre mis súbditos!" Y enteró a su esposa de lo que acababa de pasar, y se quejó a ella de su visir en términos que le hicieron comprender que la cabeza de Giafar corría aquella vez el mayor peligro. Así es que al principio no dejó ella de abundar en el sentir de él, manifestando su indignación por ver que el visir se permitía tales libertades para con su soberano. Luego, muy hábilmente, le hizo ver que era preferible diferir el castigo sólo el tiempo preciso para enviar a Bassra a cualquiera que diese fe de la cosa.
Y añadió: "Entonces podrás asegurarte de la verdad o de la falsedad de lo que te ha contado Giafar y tratarle en consecuencia". Y Harún, a quien había calmado a medias el lenguaje lleno de cordura de su esposa, contestó: "Verdad dices, ¡oh Zobeida! Ciertamente, debo esa justicia a un hombre cual el hijo de Yahia. Y como no puedo tener una confianza absoluta en la relación que me haga quien envíe a Bassra, quiero ir yo mismo a esa ciudad para comprobar la cosa. Y entablaré conocimiento con ese Abulcassem. Y te juro que le costará la cabeza a Giafar si me ha exagerado la generosidad de ese joven o si me ha dicho mentira".
Y sin más tardanza en ejecutar su proyecto, se levantó en aquella hora y en aquel instante, y sin querer escuchar lo que decía Sett Zobeida para decidirle a no hacer completamente solo ese viaje, se disfrazó de mercader del Irak, recomendó a su esposa que durante su ausencia velara por los asuntos del reino, y saliendo del palacio por una puerta secreta, abandonó Bagdad.
Y Alah le escribió la seguridad; y llegó sin contratiempo a Bassra, y paró en el khan principal de los mercaderes. Y sin tomarse tiempo siquiera para descansar y probar un bocado, se apresuró a interrogar al portero del khan acerca de lo que le interesaba, preguntándole, después de las fórmulas de la zalema: "¿Es cierto, ¡oh jeique! que en esta ciudad hay un hombre llamado Abulcassem que supera a los reyes en generosidad, en mano abierta y en magnificencia?"
Y contestó el viejo portero, meneando la cabeza con aire suficiente: "¡Alah haga descender sobre él Sus bendiciones! ¿Qué hombre no ha sentido los efectos de su generosidad? ¡Por mi parte, ya sidi! aun cuando en mi cara tuviera cien bocas y en cada una cien lenguas y en cada lengua un tesoro de elocuencia, no podría hablarte como es debido de la admirable generosidad del señor Abulcassem!"
Y luego, como llegaran de viaje con sus fardos otros mercaderes, el portero del khan no tuvo tiempo de ser más explícito. Y Harún se vió obligado a alejarse, y subió a reponer sus fuerzas y a descansar algo aquella noche.
Al día siguiente, muy de mañana, salió del khan y fué a pasearse por los zocos. Y cuando los mercaderes hubieron abierto sus tiendas, se acercó a uno de ellos, al que le pareció el de más importancia, y le rogó que le indicara el camino que conducía a la morada de Abulcassem. Y el mercader, muy asombrado, le dijo: "¿De qué lejano país llegas para ignorar la morada del señor Abulcassem? ¡Aquí es más conocido que lo que fué nunca un rey en su propio imperio!" Y Harún manifestó que, en efecto, llegaba de muy lejos; pero que el objeto de su viaje era precisamente entablar conocimiento con el señor Abulcassem. Entonces el mercader ordenó a uno de sus criados que sirviera de guía al califa, diciéndole: "¡Conduce a este honorable extranjero al palacio de nuestro magnífico señor!"
Y he aquí que el tal palacio era un palacio admirable. Y estaba enteramente construido con piedras de talla en mármol jaspeado, con puertas de jade verde. Y Harún quedó maravillado de la armonía de su construcción; y al entrar en el patio vió una multitud de pequeños esclavos blancos y negros, elegantemente vestidos, que se divertían jugando en espera de las órdenes de su amo. Y abordó a uno de ellos y le dijo: "¡Oh joven! te ruego que vayas a decir al señor Abulcassem: "¡Oh mi señor! ¡en el patio hay un extranjero que ha hecho el viaje de Bagdad a Bassra con el sólo propósito de regocijarse los ojos con tu rostro bendito!" Y el joven esclavo al punto advirtió en el lenguaje y el aspecto de quien se dirigía a él que no era un hombre vulgar. Y corrió a avisar a su amo, el cual fué hasta el patio para recibir al huésped extranjero. Y después de las zalemas y los deseos de bienvenida, le cogió de la mano y le condujo a una sala que era hermosa por sí propia y por su perfecta arquitectura.
Y en cuanto estuvieron sentados en el amplio diván de seda bordada de oro que daba vuelta a la sala, entraron doce esclavos blancos, jóvenes y muy hermosos, cargados con vasos de ágata y de cristal de roca. Y los vasos estaban enriquecidos de gemas y de rubíes y llenos de licores exquisitos. Luego entraron doce jóvenes como lunas, que llevaban fuentes de porcelana llenas de frutas y de flores las unas, y grandes copas de oro llenas de sorbetes de nieve de un sabor excelente las otras. Y aquellos jóvenes esclavos y aquellas jóvenes miraron si estaban en su punto los licores, los sorbetes y los demás refrescos antes de presentárselos al huésped de su señor. Y probó Harún aquellas diversas bebidas, y aunque estaba acostumbrado a las cosas más deliciosas de todo el Oriente, hubo de confesar que jamás había bebido nada comparable a ellas. Tras de lo cual, Abulcassem hizo pasar a su convidado a una segunda sala, donde estaba servida una mesa cubierta de platos de oro macizo con los manjares más delicados. Y con sus propias manos le ofreció los bocados selectos. Y a Harún le pareció extraordinario el aderezo de los tales manjares.
Luego, terminada la comida, el joven cogió de la mano a Harún y le llevó a una tercera sala, amueblada con más riqueza que las otras dos. Y unos esclavos, más hermosos que los anteriores, llevaron una prodigiosa cantidad de vasos de oro incrustados de pedrerías y llenos de toda clase de vinos, como también tazones de porcelana llenos de confituras secas y bandejas cubiertas de pasteles delicados. Y mientras Abulcassem servía a su convidado, entraron cantarinas y tañedoras de instrumentos, dando principio a un concierto que habría conmovido al granito. Y se decía Harún en el límite del entusiasmo: "¡En mi palacio tengo, ciertamente, cantarinas de voces admirables, y aun cantores como Ishak, que no ignoran ningún resorte del arte; pero ninguno de ellos podría compararse con éstas! ¡Por Alah! ¿cómo ha podido arreglarse un simple particular, un habitante de Bassra, para reunir semejante ramillete de cosas perfectas?"
Y en tanto que Harún estaba particularmente atento a la voz de una almea, cuya dulzura le encantaba, Abulcassem salió de la sala y volvió un momento después llevando en una mano una varita de ámbar y en la otra un arbolito con el tronco de plata, las ramas y las hojas de esmeraldas y las frutas de rubíes. Y en la copa de aquel árbol estaba encaramado un pavo real de una hermosura que glorificaba a quien lo había fabricado. Y dejando aquel árbol a los pies del califa, Abulcassem tocó con su varita la cabeza del pavo real. Y al punto la hermosa ave abrió sus alas y desplegó el esplendor de su cola, y se puso a girar con rapidez sobre sí misma. Y a medida que giraba esparcía por todos lados emanaciones tenues de perfumes de ámbar, de nadd, de áloe y otros olores de que estaba lleno y que embalsamaban la sala.
Pero estando Harún ocupado en contemplar el árbol y el pavo real, Abulcassem cogió con brusquedad uno y otro y se los llevó. Y Harún se resintió mucho por aquel acto inesperado, y dijo para sí: "¡Por Alah! ¡qué cosa tan extraña! ¿Y qué significa todo esto? ¿Y es así como se portan los huéspedes con sus invitados? Me parece que este joven no sabe hacer las cosas tan bien como Giafar me hizo presumir. Me quita el árbol y el pavo real cuando me ve ocupado precisamente en mirarlos. Sin duda alguna teme que yo le ruegue que me lo regale. ¡Ah! no me pesa haber comprobado por mí mismo esa famosa generosidad que, según mi visir, no tiene igual en el mundo!"
Mientras asaltaban el espíritu del califa estos pensamientos, el joven Abulcassem volvió a la sala. Y le acompañaba un joven esclavo tan hermoso como el sol. Y aquel amable niño llevaba un traje de brocato de oro realzado con perlas y diamantes. Y tenía en el mano una copa hecha de un solo rubí y llena de un vino de púrpura. Y se acercó a Harún, y después de besar la tierra entre sus manos le presentó la copa. Y Harún la cogió y se la llevó a los labios. Pero ¡cual no sería su asombro cuando, tras de beberse el contenido, advirtió, al devolvérsela al lindo esclavo, que todavía estaba llena hasta el borde! Así es que la cogió otra vez de manos del niño, y llevándosela a la boca la vació hasta la última gota. Luego se la entregó al esclavito, observando que de nuevo se llenaba sin que nadie vertiese nada dentro.
Al ver aquello, Harún llegó al límite de la sorpresa, y no pudo por menos de preguntar a que obedecía. Y Abulcassem contestó: "Señor, nada tiene de asombroso. ¡Esta copa es obra de un antiguo sabio que poseía todos los secretos de la tierra!" Y habiendo pronunciado estas palabras, cogió de la mano al niño y salió de la sala con precipitación. Y el impetuoso Harún se indignó ya. Y pensó: "¡Por vida de mi cabeza! o este joven ha perdido la razón, o lo que todavía es peor, no ha conocido nunca los miramientos que se deben al huésped y las buenas maneras. Me trae todas esas curiosidades sin que yo se las pida, las ofrece a mis ojos, y cuando advierte que me gusta verlas se las lleva. ¡Por Alah, que jamás vi nadie tan mal educado y tan grosero! ¡Maldito Giafar! ¡Ya te enseñaré, si Alah quiere, a juzgar a los hombres y a revolver la lengua en la boca antes de hablar!"
En tanto que Al-Raschid se hacía estas reflexiones acerca del carácter de su huésped, le vió entrar en la sala por tercera vez. Y a algunos pasos de él le seguía una joven como no se encontraría más que en los jardines del Edén. Y estaba toda cubierta de perlas y de pedrerías y aun más ataviada con su belleza que con sus galas. Y al verla, Harún se olvidó del árbol, del pavo real y de la copa inagotable, y sintió que el encanto le penetraba el alma. Y después de hacerle una profunda reverencia, la joven fué a sentarse entre sus manos, y en un laúd hecho de madera de áloe, de marfil, de sándalo y de ébano, se puso a tocar de veinticuatro maneras diferentes, con un arte tan perfecto, que Al-Raschid no pudo contener su admiración, y exclamó: "¡Oh jovenzuela! ¡cuán digna de envidia es tu suerte!" Pero en cuanto Abulcassem notó que su convidado estaba encantado de la joven, la cogió de la mano al punto y se la llevó de la sala con presteza.
Cuando el califa vió aquella conducta de su huésped, quedó extremadamente mortificado, y temiendo dejar estallar su resentimiento, no quiso permanecer más tiempo en una morada donde se le recibía de manera tan extraña. Así es que, en cuanto el joven volvió a la sala, le dijo, levantándose: "¡Oh generoso Abulcassem! estoy muy confundido, en verdad, de la manera como me has tratado, sin conocer mi rango y mi condición. Permíteme, pues, que me retire y te deje tranquilo, sin abusar por más tiempo de tu munificencia". Y por temor a molestarle, no quiso el joven oponerse a su deseo, y haciéndole una graciosa reverencia, le condujo hasta la puerta de su palacio, pidiéndole perdón por no haberle recibido tan magníficamente como se merecía.
Y Harún emprendió de nuevo el camino de su khan, pensando con amargura: "¡Qué hombre tan lleno de ostentación ese ese Abulcassem! Se complace en poner de manifiesto sus riquezas a los ojos de los extraños para satisfacer su orgullo y su vanidad. Si en eso estriba su largueza, seré yo un insensato y un ciego. ¡Pero no! En el fondo, ese hombre no es más que un avaro de la especie más detestable. ¡Y pronto sabrá Giafar lo que cuesta engañar a su soberano con la más vulgar mentira!"
Y reflexionando de tal suerte, Al-Raschid llegó a la puerta del khan. Y vió en el patio de entrada un gran cortejo en forma de media luna, compuesto de un número considerable de jóvenes esclavos blancos y negros, los blancos a un lado y los negros a otro. Y en el centro de la media luna se mantenía la hermosa joven del laúd que le había encantado en el palacio de Abulcassem, teniendo a su derecha al amable niño cargado con la copa de rubíes y a su izquierda a otro muchacho, no menos simpático y hermoso, cargado con el árbol de esmeraldas y el pavo real.
No bien Al-Raschid franqueó la puerta del khan, todos los esclavos se prosternaron en el suelo, y la exquisita joven avanzó entre sus manos y le presentó en un cojín de brocato un rollo de papel de seda. Y Al-Raschid, muy sorprendido de todo aquello, cogió la hoja, la desenrolló, y vió que contenía estas líneas:

"La paz y la bendición para el huésped encantador cuya llegada honró nuestra morada y la perfumó. Y ahora, ¡oh padre de los convidados graciosos! dígnate posar tu vista en los escasos objetos sin valor que envía a tu señoría nuestra mano de poco alcance, y admitirlos de parte nuestra como humilde homenaje de nuestra lealtad para con el que ha iluminado nuestro techo. Hemos notado, en efecto, que los diversos esclavos que forman el cortejo, los dos muchachos y la joven, así como el árbol, la copa y el pavo real, no han desagradado de particular manera a nuestro convidado; y por eso le suplicamos que los considere como si siempre le hubiesen pertenecido. Por lo demás, de Alah viene todo y a El retorna todo. ¡Uassalam!"

Cuando Al-Raschid hubo acabado de leer esta carta y hubo comprendido todo su sentido y todo su alcance, quedó extremadamente maravillado de semejante largueza, y exclamó: "¡Por los méritos de mis antecesores (¡Alah honre sus rostros!), convengo en que he juzgado mal al joven Abulcassem! ¿Qué eres tú, liberalidad de Al-Raschid, al lado de semejante liberalidad? ¡Caigan sobre tu cabeza las bendiciones de Alah, ¡oh visir mío Giafar! que eres causa de que yo me haya curado de mi falso orgullo y de mi arrogancia! ¡He aquí que, en efecto, sin la menor pena y sin que parezca molestarle lo más mínimo, un simple particular acaba de exceder en generosidad y en munificencia al monarca más rico de la tierra!" Luego, recapacitando de pronto, pensó: "Bueno; pero, por Alah, ¿cómo un simple particular puede ofrecer tales presentes, y dónde ha podido procurarse o encontrar tantas riquezas? ¿Y cómo es posible que un hombre lleve en mis Estados una vida más fastuosa que la de los reyes sin que sepa yo por qué medio ha llegado a semejante grado de riqueza? ¡Es preciso, en verdad, que sin tardanza, y aun a riesgo de parecer inoportuno, vaya a comprometerle para que me descubra cómo ha podido reunir una fortuna tan prodigiosa!"
Al punto, dominado por la impaciencia de satisfacer su curiosidad, dejando en el khan a sus nuevos esclavos y lo que le llevaban, Al-Raschid volvió al palacio de Abulcassem. Y cuando estuvo en presencia del joven, le dijo, después de las zalemas:

"¡Oh mi generoso señor! ¡Alah aumente sobre ti Sus beneficios y haga durar los favores de que te ha colmado! Pero son tan considerables los presentes que me ha hecho tu mano bendita, que temo, al aceptarlos, abusar de mi calidad de convidado y de tu generosidad sin igual. ¡Permite, pues, que, sin temor a ofenderte, me sea dable devolvértelos, y que, encantado de tu hospitalidad, vaya a Bagdad, mi ciudad, a publicar tu magnificencia!"
Pero Abulcassem contestó con un aire muy afligido: "Al hablar así, señor, sin duda es porque tienes algún motivo de queja de mi recibimiento, o acaso porque mis presentes te han desagradado por su poca importancia. De no ser así no habrías vuelto desde tu khan para hacerme sufrir esta afrenta". Y Harún, disfrazado siempre de mercader, contestó: "Alah me libre de responder a tu hospitalidad con semejante proceder, ¡oh más que generoso Abulcassem! ¡Mi venida obedece únicamente al escrúpulo que me asalta al verte prodigar así objetos tan raros a extranjeros a quienes has visto por primera vez, y a mi temor de ver agotarse, sin que recojas de ello la satisfacción que mereces, un tesoro que, por muy inagotable que sea, debe tener un fondo!"
Al oír estas palabras de Al-Raschid, Abulcassem no pudo por menos de sonreír, y contestó: "Calma tus escrúpulos, ¡oh mi señor! si verdaderamente es ése el motivo que me ha procurado el placer de tu visita. Has de saber, en efecto, que todos los días de Alah pago las deudas que tengo con el Creador (¡glorificado y exaltado sea!), haciendo a los que llaman a mi puerta uno o dos o tres regalos equivalentes a los que están entre tus manos. Porque el tesoro que me concedió el Distribuidor de riquezas es un tesoro sin fondo". Y como viera reflejarse un asombro grande en las facciones de su huésped, añadió: "¡Ya veo, ¡oh mi señor! que es preciso que te haga confidente de ciertas aventuras de mi vida y que te cuente la historia de ese tesoro sin fondo, que es una historia tan asombrosa y tan prodigiosa, que si se escribiera con agujas en el ángulo interior del ojo serviría de enseñanza a quien la leyera con atención!"
Y tras de hablar así, el joven Abulcassem cogió de la mano a su huésped y le condujo a una sala llena de frescura, donde perfumaban el aire varios pebeteros muy gratos y donde se veía un amplio trono de oro con ricos tapices para los pies. Y el joven hizo subir a Harún al trono, se sentó a su lado y empezó de la manera siguiente su historia: "Has de saber, ¡oh mi señor! (¡Alah es señor de todos nosotros!) que soy hijo de un gran joyero, oriundo de El Cairo, que se llamaba Abdelaziz. Pero, aunque nacido en El Cairo, como su padre y su abuelo, mi padre no había vivido toda su vida en su ciudad natal. Porque poseía tantas riquezas, que, temiendo atraerse la envidia y la codicia del sultán de Egipto, que en aquel tiempo era un tirano sin remedio, se vió obligado a dejar su país y a venir a establecerse en esta ciudad de Bassra, a la sombra tutelar de los Bani-Abbas. (¡Qué Alah extienda sobre ellos sus bendiciones!) Y mi padre no tardó en casarse con la hija única del mercader más rico de la ciudad. Y yo nací de este matrimonio bendito. Y antes de mí y después de mí no vino a aumentar la genealogía ningún otro fruto. De modo que, al incautarme de todos los bienes de mi padre y de mi madre después de su muerte (¡Alah les conceda la salvación y esté satisfecho de ellos!), tuve que administrar, muy joven todavía, una gran fortuna en bienes de todas clases y en riquezas. Pero como me gustaba el dispendio y la prodigalidad, me dediqué a vivir con tanta profusión, que en menos de dos años se vió disipado todo mi patrimonio. ¡Porque, ¡oh mi señor! de Alah nos viene todo y a El vuelve todo! Entonces, viéndome en un estado de completa penuria, me puse a reflexionar sobre mi conducta pasada. Y pensando en la vida y el papel que había hecho en Bassra, resolví dejar mi ciudad natal para ir a pasar en otra parte días miserables: que la pobreza es más soportable ante ojos extraños. Vendí, pues, mi casa, única hacienda que me quedaba, y me agregué a una caravana de mercaderes, con los cuales fui primero a Mossul y luego a Damasco. Tras de lo cual atravesé el desierto para ir en peregrinación a la Meca; y desde allí volví al gran Cairo, cuna de nuestra raza y de nuestra familia.
Y he aquí que, estando yo en aquella ciudad de hermosas casas y de mezquitas innumerables, rememoré que allí era donde había nacido Abdelaziz, el rico joyero, y al recordarlo no pude por menos de lanzar profundos suspiros y de llorar. Y me figuré el dolor de mi padre si hubiese visto la deplorable situación de su hijo único y heredero. Y preocupado con estos pensamientos que me enternecían, llegué, paseando, a orillas del Nilo, por detrás del palacio del sultán. Y he aquí que en una ventana apareció una cabeza arrebatadora, que me dejó inmóvil mirándola. Pero de repente se retiró, y no vi nada más. Y permanecí allí con beatitud hasta la noche, esperando en vano una nueva aparición. Y acabé por retirarme, aunque muy a mi pesar, e ir a pasar la noche en el khan donde paraba.
Pero al día siguiente, como se ofrecieran a mi espíritu sin cesar las facciones de la jovenzuela, no dejé de apostarme debajo de la ventana consabida. Pero fueron vanas mi paciencia y mi esperanza, pues no se mostró el delicioso rostro, si bien se estremeció un poco la cortina de la ventana, y creí adivinar tras de la celosía un par de ojos babilónicos. Y aquella abstención me afligió mucho, sin desanimarme, no obstante, porque no dejé de volver al mismo sitio al día siguiente.
¡Y cuál no sería mi emoción cuando vi entreabrirse la celosía y descorrerse la cortina para dejar aparecer la luna llena de su rostro! Y me apresuré a prosternarme con la faz contra la tierra, y levantándome después, dije: "¡Oh dama soberana! soy un extranjero llegado hace poco a El Cairo y que ha inaugurado su entrada en esta ciudad con la contemplación de tu belleza. ¡Ojalá que el Destino, que me ha conducido de la mano hasta aquí, acabe su obra con arreglo a los deseos de tu esclavo!" Y me callé, esperando la respuesta. Y en vez de contestarme, la joven mostró una actitud tan asustadiza, que no supe si debía permanecer allí o echar a correr. Y me decidí a permanecer en mi puesto aún, insensible a todos los peligros que pudiera correr. Hice bien, pues de pronto la joven se inclinó sobre el alféizar de su ventana, y me dijo con voz temblorosa: "Vuelve a medianoche. ¡Pero huye ahora cuanto antes!" Y tras estas palabras, desapareció con precipitación y me dejó en el límite del asombro, del amor y del júbilo. Y al instante me olvidé de mis desgracias y de mi penuria. Y me apresuré a volver a mi khan para mandar llamar al barbero público, que se dedicó a afeitarme la cabeza, los sobacos y las ingles, a arreglarme y a hermosearme. Luego fui al hammam de los pobres, en donde, por algunas monedas, tomé un baño perfecto y me perfumé y me refresqué para salir de allí completamente aseado y con el cuerpo ligero como una pluma.
Así es que, cuando llegó la hora indicada, a favor de las tinieblas me puse debajo de la ventana del palacio. Y encontré una escala de seda que colgaba desde aquella ventana hasta el suelo. Y como a la sazón no tenía nada que perder más que una vida a la que no me ataba ya ningún lazo y que carecía de sentido, trepé por la escala y penetré por la ventana al aposento. Atravesé rápidamente dos habitaciones y llegué a otra, en donde, sobre un lecho de plata, estaba tendida, sonriendo, la que yo esperaba. ¡Ah, señor mercader, huésped mío, qué encanto era aquella obra del Creador! ¡Qué ojos y qué boca! A su vista sentí que se me huía la razón, y no pude pronunciar ni una palabra. Pero se incorporó ella a medias, y con una voz más dulce que el azúcar cande me dijo que me acomodara a su lado en el lecho de plata. Luego me preguntó con interés quién era. Y le conté mi historia con toda sinceridad desde el principio hasta el fin, sin omitir un detalle. Pero no hay utilidad en repetirla.
Y he aquí que la joven, que me había escuchado con mucha atención, pareció realmente conmovida de la situación a que hubo de reducirme el Destino. Y al ver yo aquello, exclamé: "¡Oh mi señora! ¡por muy desgraciado que yo sea, ceso de estar quejoso, ya que eres lo bastante buena para compadecerte de mis desgracias!" Y ella tuvo la respuesta oportuna, e insensiblemente nos enredamos en una charla que cada vez se hizo más tierna e íntima. Y acabó ella por declararme que, por su parte, había sentido cierta inclinación hacia mí al verme. Y exclamé: "¡Loores a Alah, que enternece los corazones y dulcifica los ojos de las gacelas!" A lo cual tuvo ella también la respuesta oportuna, y añadió: "¡Ya que me has enterado de quién eres, Abulcassem, no quiero que sigas ignorando quién soy yo!"
Y tras de quedarse silenciosa un momento, dijo: "Sabe, ¡oh Abulcassem! que soy la esposa favorita del sultán y que me llamo Sett Labiba. Pero a pesar de todo el lujo con que vivo aquí, no soy dichosa. Porque, además de estar rodeada de rivales celosas y prontas a perderme, el sultán, que me ama, no puede llegar a satisfacerme, pues Alah, que distribuye la potencia a los gallos, se olvidó de él al hacer la distribución. Y por eso, al verte bajo mi ventana, lleno de valor y desdeñando el peligro, me pareció que eras un hombre potente. Y te he llamado para hacer la experiencia. ¡De ti, pues, depende ahora demostrarme que no me equivoqué en mi elección y que tu gallardía es igual a tu temeridad!"
Entonces, ¡oh mi señor! yo, que no necesitaba que me incitasen a obrar, puesto que no había ido allí más que para eso, no quise perder un tiempo precioso cantando versos, como es costumbre en tales circunstancias, y me apresté al asalto. Pero en el mismo momento en que nuestros brazos se enlazaban, llamaron fuertemente a la puerta de la habitación. Y la bella Labiba me dijo muy asustada: "Nadie tiene derecho para llamar así no siendo el sultán: ¡Estamos vencidos y perdidos sin remedio!"
Al punto pensé en la escala de la ventana para escaparme por donde había subido. Pero quiso la suerte que precisamente llegase el sultán por aquel lado; y no me quedaba ninguna probabilidad de fuga. Así es que, tomando el único partido que me quedaba, me escondí debajo del lecho de plata, mientras la favorita del sultán se levantaba para abrir.
Y en cuanto la puerta estuvo abierta, entró el sultán seguido de sus eunucos, y antes de que yo tuviese tiempo siquiera para darme cuenta de lo que iba a suceder, me sentí cogido debajo del lecho por veinte manos terribles y negras, que me sacaron como a un fardo y me levantaron del suelo. Y aquellos eunucos corrieron cargados conmigo hasta la ventana, en tanto que otros eunucos negros, cargados con la favorita, ejecutaban la misma maniobra hacia otra ventana. Y todas las manos a la vez soltaron su carga, precipitándonos ambos desde lo alto del palacio al Nilo.
Y he aquí que estaba escrito en mi destino que yo tenía que escapar a la muerte por ahogo. Por eso, aunque aturdido por la caída, después de ir a parar al fondo del río logré salir a la superficie del agua y ganar, a favor de la oscuridad, la ribera opuesta al palacio. Y libre ya de un peligro tan grande, no quise irme sin haber intentado extraer a aquella cuya pérdida fué debida a mi imprudencia, y entré en el río con más bríos que había salido, y me sumergí y me volví a sumergir diversas veces para ver si daba con ella. Pero fueron vanos mis propósitos, y como me faltaban las fuerzas, me vi en la necesidad de ganar tierra otra vez para salvar mi alma. Y muy triste, me lamenté por la muerte de aquella encantadora favorita, diciéndome que no debí acercarme a ella estando bajo la influencia de la mala suerte, ya que la mala suerte es contagiosa.
Así es que, penetrado de dolor y abrumado de remordimientos, me apresuré a huir de El Cairo y de Egipto y a tomar el camino de Bagdad, la ciudad de paz.
Y he aquí que Alah me escribió la seguridad, y llegué a Bagdad sin contratiempos, pero en una situación muy triste, porque estaba sin dinero y de toda mi fortuna anterior me quedaba un dinar de oro justo en el fondo de mi cinturón. Y no bien fui al zoco de los cambistas, cambié mi dinar en monedas pequeñas, y para ganarme la vida compré una bandeja de mimbre y confituras, manzanas de olor, bálsamos, dulces secos y rosas. Y me puse a pregonar mi mercancía a la puerta de las tiendas, vendiendo todos los días y ganando para el sustento del día siguiente.
Y he aquí que este pequeño comercio me daba buen resultado, porque yo tenía una voz hermosa y no pregonaba mi mercancía como los mercaderes de Bagdad, sino cantando en vez de gritar. Y un día en que cantaba con una voz más clara aún que de costumbre, un venerable jeique, propietario de la tienda más hermosa del zoco, me llamó, escogió una manzana de olor de mi bandeja, y tras de aspirar su perfume repetidamente, mirándome con atención, me invitó a sentarme junto a él. Y me senté, y me hizo diversas preguntas, inquiriendo quién era y cómo me llamaba. Pero yo, muy apurado por sus preguntas, contesté: "¡Oh mi señor! relévame de hablar de cosas de que no puedo acordarme sin avivar heridas que el tiempo empieza a cerrar. ¡Porque el solo hecho de pronunciar mi propio nombre sería para mí un sufrimiento!" Y debí pronunciar estas palabras suspirando y con un acento tan triste, que el anciano no quiso ni apremiarme a ello. Al punto cambió de conversación, limitándose a preguntar sobre la venta y compra de mis confituras; luego, despidiéndose de mí, sacó de su bolsa diez dinares de oro, que me puso entre las manos con mucha delicadeza, y me abrazó como un padre abrazaría a su hijo.
Y he aquí que alabé con toda mi alma a aquel venerable jeique, cuya liberalidad resultaba para mí más preciosa dada mi penuria, y pensé en que los señores más dignos de consideración a quienes tenía yo costumbre de presentar mi bandeja de mimbre jamás me habían dado la centésima parte de lo que acababa de recibir de aquella mano, que no dejé de besar con respeto y gratitud. Y al día siguiente, aunque no estaba muy seguro de las intenciones de mi bienhechor de la víspera, no dejé tampoco de ir al zoco. Y en cuanto me advirtió él, me hizo seña de que me acercara, y cogió un poco de incienso de mi bandeja. Luego me hizo sentar muy cerca de él, y tras de algunas preguntas y respuestas, me invitó con tanto interés a contarle mi historia, que aquella vez no pude defenderme sin que se enfadara. Le enteré, pues, de quién era y de todo lo que me había ocurrido, sin ocultarle nada. Y cuando le hube hecho esta confidencia, me dijo, con una gran emoción en la voz: "¡ Oh hijo mío! en mí encontrarás un padre más rico que Abdelaziz (¡Alah esté satisfecho de él!) y que no sentirá por ti menos afecto. Como no tengo hijos ni esperanzas de tenerlos, te adopto. ¡Así, pues, ¡oh hijo mío! calma tu alma y refresca tus ojos, porque, si Alah quiere, vas a olvidar junto a mí tus pasados males!"
Y habiendo hablado así, me besó y me estrechó contra su corazón. Luego me obligó a tirar mi bandeja de mimbre con su contenido, cerró su tienda, y cogiéndome de la mano me condujo a su morada, donde me dijo: "Mañana partiremos para la ciudad de Bassra, que también es mi ciudad, y donde quiero vivir contigo en adelante, ¡oh hijo mío!"
Y efectivamente, al otro día tomamos juntos el camino de Bassra, mi ciudad natal, adonde llegamos sin contratiempo, gracias a la seguridad de Alah. Y cuantos me encontraban y me reconocían se regocijaban de verme convertido en hijo adoptivo de un mercader tan rico.
En cuanto a mí, no tengo para qué decirte, señor, que puse toda mi inteligencia y todo mi saber en complacer al anciano. Y estaba él encantado de mis complacencias para con su persona, y me decía a menudo: "Abulcassem, ¡qué día tan bendito fué el de nuestro encuentro en Bagdad! ¡Cuán hermoso es mi destino, que te puso en mi camino, ¡oh hijo mío! ¡Y cuán digno eres de mi afecto, de mi confianza y de lo que he hecho por ti y pienso hacer para tu porvenir!" Y estaba yo tan conmovido por los sentimientos que me demostraba él, que, a pesar de la diferencia de edad, le quería verdaderamente y me adelantaba a todo lo que pudiera complacerle. Así, por ejemplo, en vez de ir a divertirme con los jóvenes de mi edad, le hacía compañía, sabiendo que le hubiera dado celos la menor cosa o el menor gesto que no tuviese destinado para él.
Y he aquí, que al cabo de un año, mi protector se sintió aquejado, por orden de Alah, de una enfermedad gravísima, hasta el punto de que todos los médicos desesperaron de curarle. Así es que se apresuró a llamarme a su lado, y me dijo: "Sea contigo la bendición, ¡oh hijo mío Abulcassem! Me has dado la felicidad en el transcurso de un año entero, mientras que la mayoría de los hombres apenas pueden contar con un día feliz en toda su vida. Hora es ya, pues, antes de que la Separadora venga a detenerse a mi cabecera, de que pague yo las muchas deudas que contraje contigo. Sabe, pues, hijo mío, que tengo que revelarte un secreto cuya posesión te hará más rico que todos los reyes de la tierra. Porque, si no tuviera yo por toda hacienda más que esta casa con las riquezas que contiene, me parecería que sólo te dejaba una fortuna exigua; pero todos los bienes que he amontonado en el curso de mi vida, aunque considerables para un mercader, no son nada en comparación del tesoro que quiero descubrirte. No te diré desde cuándo, por quién, ni de qué manera se encuentra en nuestra casa el tesoro, pues lo ignoro. Todo lo que sé es que es muy antiguo. ¡Mi abuelo, al morir, se lo descubrió a mi padre, quien también me hizo la misma confidencia pocos días antes de su muerte!"
Y tras de hablar así, el anciano se inclinó a mi oído, mientras lloraba yo al ver que se le escapaba la vida, y me enteró del sitio de la morada en que estaba el tesoro. Luego me aseguró que por muy grande que fuese la idea que pudiera yo formarme de las riquezas que encerraba, me parecerían más considerables todavía de lo que me figuraba. Y añadió: "Y hete aquí, ¡oh hijo mío! dueño absoluto de todo eso. Ten muy abierta la mano, sin temor a llegar nunca a agotar lo que no tiene fondo. ¡Sé dichoso! ¡Uassalam!" Y habiendo pronunciado estas últimas palabras, falleció en la paz. (¡Que Alah le tenga en Su misericordia y extienda a él Sus bendiciones!).
Y he aquí que, después de haber cumplido con él los últimos deberes, como único heredero, tomé posesión de todos sus bienes, y fui a ver al tesorero sin tardanza. Y deslumbrado, pude comprobar que mi difunto padre adoptivo no había exagerado su importancia; y me dispuse a hacer de ello el mejor uso posible.
En cuanto a todos los que me conocían y habían asistido a mi primera ruina, quedaron convencidos en seguida de que iba a arruinarme por segunda vez. Y se dijeron entre sí: "Aun cuando el pródigo Abulcassem tuviera todos los tesoros del Emir de los Creyentes, los disiparía sin vacilar". Así es que cuál no fué su asombro cuando, en lugar de ver en mis negocios el menor desorden, advirtieron que, por el contrario, eran más florecientes cada día. Y no llegaban a concebir cómo podía aumentar mi hacienda prodigándola, máxime cuando veían que cada vez hacía yo gastos más extraordinarios, y que tenía a mis expensas a todos los extranjeros de paso por Bassra, albergándolos como a reyes.
Así es que pronto corrió por la ciudad el rumor de que yo había encontrado un tesoro, y no fué preciso más para atraer sobre mí la codicia de las autoridades. En efecto, no tardó el jefe de policía en venir un día a buscarme, y después de recapacitar algún tiempo, me dijo "¡Señor Abulcassem, mis ojos ven y mis oídos oyen! Pero como ejerzo mis funciones para vivir, mientras que tantos otros viven para ejercer funciones, no vengo a pedirte cuenta de la vida fastuosa que llevas y a interrogarte por un tesoro que tanto interés tienes en guardar. Vengo a decirte sencillamente que si soy un hombre avisado se lo debo a Alah y no me enorgullezco de ello. Pero el pan está caro y nuestra vaca ya no da leche". Y comprendiendo yo el motivo del paso que daba, le dije: "¡Oh padre de los hombres de ingenio! ¿cuánto te hace falta para comprar pan a tu familia y reemplazar la leche que ya no da tu vaca?" El contestó: "Nada más que diez dinares de oro al día, ¡oh mi señor!" Yo dije: "Eso no es bastante, y quiero darte ciento al día. ¡Y a tal fin no tendrás más que venir aquí a primeros de cada mes, y mi tesorero te contará los tres mil dinares necesarios a tu subsistencia!" Al oírlo, quiso él besarme la mano, pero me defendí de ello, sin olvidar que todos los dones son un préstamo del Creador. Y se marchó, invocando sobre mí las bendiciones.
Y he aquí que, al otro día de la visita del jefe de policía, el kadí me hizo llamar a su casa y me dijo: "¡Oh joven! Alah es el dueño de los tesoros y le corresponde por derecho la quinta parte de ellos. ¡Paga, pues, la quinta parte de tu tesoro y serás el tranquilo poseedor de las otras cuatro partes!" Yo contesté: "No sé qué quiere significar nuestro amo el kadí a su servidor. Pero me comprometo a darle todos los días, para los pobres de Alah, mil dinares de oro, a condición de que me dejen en paz". Y el kadí aprobó mis palabras y aceptó mi proposición.
Pero, algunos días más tarde, vino un guardia a buscarme de parte del walí de Bassra. Y cuando estuve en su presencia, el walí, que me había acogido con una actitud benévola, me dijo: "¿Me crees lo bastante injusto para quitarte tu tesoro si me lo enseñaras?" Y yo contesté:
"¡Alah prolongue mil años los días de nuestro amo el walí! Pero, aunque me arranque la carne con tenazas al rojo, no descubriré el tesoro que está, efectivamente, en mi poder. Sin embargo, consiento en pagar cada día a nuestro amo el walí dos mil dinares de oro para los menesterosos que conozca". Y ante una oferta que le pareció tan considerable, el walí no vaciló en aceptar mi proposición, y me despidió después de colmarme de atenciones.
Y desde entonces pago fielmente a estos tres funcionarios el tributo diario que les he prometido. Y en cambio, me dejan ellos que lleve la vida de largueza y de generosidad para la cual he nacido. ¡Y ése es, ¡oh mi señor! el origen de una fortuna que ya veo que te asombra y cuya cuantía no conoce nadie más que tú!"
Cuando el joven Abulcassem hubo acabado de hablar, el califa, en el límite del deseo de ver al maravilloso tesoro, dijo a su huésped: "¡Oh generoso Abulcassem! ¿es realmente posible que haya en el mundo un tesoro que tu generosidad no sea capaz de agotar pronto? No, por Alah, no puedo creerlo, y si no fuera exigir demasiado de ti, te rogaría que me lo enseñaras, jurándote por los derechos sagrados de la hospitalidad, sobre mi cabeza y por cuanto pueda hacer inviolable un juramento, que no abusaré de tu confianza y que tarde o temprano sabré corresponder a este favor único".
Al oír estas palabras del califa, a Abulcassem se le cambió el color y se le demudó la fisonomía, y contestó con triste acento: "Mucho me aflige, señor, que tengas esa curiosidad, que no puedo satisfacer más que con condiciones muy desagradables, aunque tampoco puedo decidirme a dejarte partir de mi casa con un deseo reconcentrado y un anhelo sin satisfacer. Así, pues, será preciso que te vende los ojos y que te conduzca, tú sin armas y con la cabeza descubierta, y yo con la cimitarra en la mano, pronto a descargarla sobre ti si intentas violar las leyes de la hospitalidad. No obstante, bien sé que, aun obrando así, cometo una imprudencia grande y que no debería ceder a tu pretensión. ¡En fin, sea como está escrito para nosotros en este día bendito! ¿Estás dispuesto a aceptar mis condiciones?"
El califa contestó: "Estoy dispuesto a seguirte y acepto esas condiciones y otras mil semejantes. Y te juro por el Creador del cielo y de la tierra que no te arrepentirás de haber satisfecho mi curiosidad. ¡Por lo demás, apruebo tus precauciones y ni por asomo me ofendo por ellas!"
Inmediatamente Abulcassem le puso una venda en los ojos, y cogiéndole de la mano le hizo bajar por una escalera disimulada a un jardín de vasta extensión. Y allí, después de varias vueltas por las avenidas que se entrecruzaban, le hizo penetrar en un profundo y espacioso subterráneo cuya entrada tapaba una gran piedra a ras del suelo. Y pasaron a un largo corredor en cuesta, que se abría en una gran sala sonora. Y Abulcassem quitó la venda al califa, que vió maravillado aquella sala iluminada sólo con el resplandor de los carbunclos incrustados en todas las paredes, así como en el techo. Y en medio de aquella sala se veía un estanque de alabastro blanco de cien pies de circunferencia lleno de monedas de oro y de cuantas joyas pueda soñar el cerebro más exaltado. Y alrededor de aquel estanque brotaban, como flores que surgieran de un suelo milagroso, doce columnas de oro que sostenían otras tantas estatuas de gemas de doce colores.
Y Abulcassem condujo al califa al borde del estanque, y le dijo: "Ya ves este montón de dinares de oro y de joyas de todas formas y de todos colores. ¡Pues bien; todavía no ha bajado más que dos dedos, aunque la profundidad del estanque es insondable! ¡Pero no hemos terminado!" Y le condujo a una segunda sala, semejante a la primera por la refulgencia de las paredes, pero más vasta aún, con un estanque en medio lleno de piedras talladas y de piedras en cabujones, y sombreado por dos hileras de árboles análogos al que le había regalado. Y por la bóveda de aquella sala corría en letras brillantes esta inscripción:

"No tema el dueño de este tesoro agotarlo; no podría dar fin a él. ¡Mejor es que lo utilice para llevar una vida agradable y para adquirir amigos, porque la vida es una y no vuelve, y vida sin amigos no es vida!"

Tras de lo cual Abulcassem todavía hizo visitar a su huésped otras varias salas que en nada desmerecían de las anteriores; luego, al ver que ya estaba fatigado de contemplar tantas cosas deslumbradoras, le condujo fuera del subterráneo, tras de vendarle los ojos, empero.
Una vez que regresaron al palacio, el califa dijo a su guía: "¡Oh mi señor! después de lo que acabo de ver, y a juzgar por la joven esclava y los dos amables muchachos que me has dado, entiendo que no solamente debes ser el hombre más rico de la tierra, sino indudablemente el hombre más dichoso. ¡Porque en tu palacio debes poseer las más hermosas hijas de Oriente y las jóvenes más hermosas de las islas del mar!" Y contestó tristemente el joven: "¡Cierto ¡oh mi señor! que en mi morada tengo esclavas de una belleza notable; pero ¿me es dado amarlas a mí, cuya memoria llena la querida desaparecida, la dulce, la encantadora, la que por causa mía fué precipitada en las aguas del Nilo? ¡Ah! ¡mejor quisiera no tener por toda fortuna más que la contenida en el cinturón de un mandadero de Bassra y poseer a Labiba, la sultana favorita, que vivir sin ella con todos mis tesoros y todo mi harén!" Y el califa admiró la constancia de sentimientos del hijo de Abdelaziz; pero le exhortó a esforzarse cuanto pudiera para sobreponerse a sus penas. Luego le dió gracias por el magnífico recibimiento que le había hecho, y se despidió de él para volverse a su khan, habiéndose asegurado de tal suerte por sí mismo de la verdad de los asertos de su visir Giafar, a quien había hecho arrojar a un calabozo. Y emprendió otra vez al día siguiente el camino de Bagdad con todos los servidores, la joven, los dos mozalbetes y todos los presentes que debía a la generosidad sin par de Abulcassem.
Y he aquí que, no bien estuvo de regreso en palacio, Al-Raschid se apresuró a poner de nuevo en libertad a su gran visir Giafar, y para demostrarle cuánto sentía el haberle castigado de manera preventiva, le dió de regalo a los dos mozalbetes y le devolvió toda su confianza. Luego, tras de contarle el resultado de su viaje, le dijo: "¡Y ahora, ¡oh Giafar! dime qué debo hacer para corresponder al buen comportamiento de Abulcassem ! Ya sabes que el agradecimiento de los reyes debe superar al bien que se les haga. Si me limitara a enviar al magnífico Abulcassem lo más raro y más precioso que tengo en mi tesoro, sería poca cosa para él. ¿Cómo vencerle, pues, en generosidad?"
Y Giafar contestó: "¡Oh Emir de los Creyentes! ¡el único medio de que dispones para pagar tu deuda de agradecimiento es nombrar a Abulcassem rey de Bassra!" Y Al-Raschid contestó: "Verdad, dices, ¡oh visir mío! Ese es el único medio de corresponder con Abulcassem. ¡Y en seguida vas a partir para Bassra y a entregarle las patentes de su nombramiento, conduciéndole aquí luego para que podamos festejarle en nuestro palacio!" Y Giafar contestó con el oído y la obediencia, y partió sin demora para Bassra. Y Al-Raschid fué a buscar a Sett Zobeida a su aposento, y le regaló la joven, el árbol y el pavo real, sin guardar para sí más que la copa. Y la joven le pareció a Zobeida tan encantadora, que dijo a su esposo, sonriendo, que la aceptaba con más gusto aún que los otros presentes. Luego hizo que le narrara los detalles de aquel viaje asombroso.
En cuanto a Giafar, no tardó en volver de Bassra con Abulcassem, a quien había tenido cuidado de poner al corriente de lo que había sucedido y de la identidad del huésped que había alojado en su morada.
Y cuando entró el joven en la sala del trono, el califa se levantó en honor suyo, avanzó hacia él, sonriendo, y le besó como a un hijo. Y quiso ir por sí mismo con él hasta el hammam, honor que todavía no había otorgado a nadie desde su advenimiento al trono. Y después del baño, mientras les servían sorbetes, helados de almendras y frutas, fué allí a cantar una esclava llegada al palacio recientemente. Pero no bien hubo mirado Abulcassem el rostro de la joven esclava, lanzó un gran grito y cayó desvanecido. Y Al-Raschid, acudiendo solícito a socorrerle, le tomó en sus brazos y le hizo recobrar el sentido poco a poco.
Y he aquí que la joven cantarina no era otra que la antigua favorita del sultán de El Cairo, a quien un pescador había sacado de las aguas del Nilo y se la había vendido a un mercader de esclavos. Y aquel mercader, después de tenerla escondida en su harén mucho tiempo, la había conducido a Bagdad y se la había vendido a la esposa del Emir de los Creyentes.
Así es como Abulcassem convertido en rey de Bassra, recuperó a su bienamada y pudo en lo sucesivo vivir con ella entre delicias hasta la llegada de la Destructora de placeres, ¡la Constructora inexorable de tumbas!

FIN