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12 de febrero de 2024

EL AGUJERO EN EL CIELO .- Richard Adams

 


 

Nuestras virtudes son las mismas horribles virtudes de una herida que sangra y encuentra alivio en la maldad.

Roy Fuller, Autumm 1942

 

Dicen que El-ahrairah solía visitar otras madrigueras. Se quedaba unos días con el conejo jefe y con la Owsla y les daba consejo sobre los problemas que pudieran tener. Incluso los conejos más ancianos y experimentados le respetaban y aceptaban gustosos su consejo. No era conejo al que le gustara hablar de sí mismo, al contrario, era un oyente comprensivo, y siempre estaba dispuesto a escuchar las dificultades y las aventuras de los demás y a elogiar a quien lo mereciera. Muchas veces he deseado que viniera por aquí, y creo que deberíamos estar alerta, pues dicen que no siempre es fácil reconocerlo. Como veréis, tiene buenas razones para obrar así.

Dicen que había en otro tiempo una madriguera llamada Parda-rail, y que sus conejos se creían los mejores del mundo. Para ellos, no había nadie tan pulcro, tan osado y tan veloz como los conejos de Parda-rail. Y en cuanto a los extranjeros, bueno, se necesitaba poco menos que una recomendación personal del mismísimo príncipe Arco Iris para entrar allí. El conejo jefe se llamaba Henthred y, para hablar con él, tenías que ser presentado por un miembro de la Owsla. Su compañera, Anflellen, ¡oh!, era un sueño, hasta que la conocías lo bastante para saber que carecía prácticamente de todas las cualidades de un conejo honesto y que eran otros los que hacían todo el trabajo por ella.

Bien, pues una tarde, Hallion y Thyken, dos conejos de aquella insigne madriguera, volvían a casa después de un asalto triunfal al huerto de una casa bastante alejada cuando, en las proximidades de Parda-rail, se encontraron con un conejo. Era un hlessi, eso saltaba a la vista, un vagabundo. Estaba tendido de costado bajo un espino, respiraba agitadamente y parecía bastante maltrecho. Tenía una oreja desgarrada que sangraba, sus patas delanteras estaban cubiertas de barro seco y había perdido la mitad del pelo de la cabeza. Al oírlos acercarse, el conejo intentó incorporarse, pero, después de dos intentos fallidos, se dejó caer donde estaba. Se detuvieron para mirarlo y asegurarse de que no era de Parda-rail y, cuando lo estaban olfateando, el conejo le dijo a Hallion:

-Señor, me temo que no estoy en buena forma. Estoy agotado y no puedo correr. Sé que si me quedo aquí, tarde o temprano me encontrará alguno de los Mil. ¿Podéis darme cobijo en vuestra madriguera por esta noche?

-¡¿Que te demos cobijo?! -respondió Hallion-. ¡¿A un conejo sucio y repugnante como tú?! ¿Por qué…?

-Ah, pero ¿es un conejo? -intervino Thyken-. Nunca lo hubiera dicho.

-Mejor será que te largues de aquí -prosiguió Hallion-. No queremos que ronden por Parda-rail tipos como tú. Alguien podría pensar que eres de los nuestros.

El hlessi les suplicó desesperado que le permitieran refugiarse en su madriguera, sólo eso podría salvarle. Pero ninguno de ellos quiso ayudarle, pues decían que un sucio vagabundo como él mancharía el buen nombre de Parda-rail. Lo dejaron allí, suplicándoles, y volvieron a su casa sin darle mayor importancia.

Dos o tres días más tarde, El-ahrairah pasó por la madriguera, como tenía por costumbre hacer durante los largos días del verano. Henthred lo recibió respetuosamente, con la esperanza de que se quedara con ellos varios días y disfrutara del trébol, pues ya había empezado la temporada. El-ahrairah aceptó la invitación y dijo que le gustaría ver a los Owsla, a los que no había visto desde hacía tiempo.

Todos se presentaron orgullosos ante él, con sus pieles impecables y las colas blancas relucientes. El-ahrairah elogió su apariencia y le dijo a Henthred que formaban un grupo excelente. Entonces, quiso dirigirse a ellos, y los fue observando uno a uno.

-Sois los conejos más hermosos que he visto en mi vida. Y estoy seguro de que vuestros corazones y vuestros espíritus son tan hermosos como vuestra apariencia. Por ejemplo -dijo, dirigiéndose a un conejo grande que llevaba por nombre Frezail-, ¿qué harías tú si una tarde volvieras a casa y te encontraras por el camino a un hlessi herido que te suplicara que lo llevaras a tu madriguera y le dieras cobijo?

-Le ayudaría, por supuesto -replicó Frezail-, y permitiría que se quedara con nosotros tanto como quisiera.

-¿Y tú? -preguntó El-ahrairah al siguiente conejo.

-Le ayudaría, señor.

Y lo mismo dijeron todos los demás.

Entonces, ante sus propios ojos, El-ahrairah empezó a transformarse en el lastimoso hlessi que Hallion y Thyken habían encontrado unas noches antes. Se tendió de costado y miró a Hallion y a Thyken.

-¿Y vosotros? -preguntó, pero ellos no respondieron, y se limitaron a mirarlo consternados.

-¿No me reconocisteis? -inquirió.

El resto de los Owsla no dejaban de mirarlos a los tres. No comprendían qué estaba pasando, pero imaginaban que algo malo había sucedido entre El-ahrairah y aquellos dos.

-No parecíais vos -balbuceó Thyken por fin-. ¿Cómo íbamos a imaginar…?

-¿Cómo ibais a imaginar que era un conejo? ¿Es eso? -preguntó-. ¿Estáis seguros ahora?

Entonces, antes de volver a recobrar su aspecto normal, hizo que todos se acercaran y lo miraran bien, «Para asegurarnos de que la próxima vez me reconocen». Hallion y Thyken pensaban que El-ahrairah los castigaría de alguna forma, pero lo único que hizo fue explicarle a Henthred, delante de todos, lo que había sucedido la tarde que lo encontraron bajo el espino. En su corazón todos sabían que no hubieran obrado de modo diferente y nadie dijo una palabra; nadie excepto Henthred y un anciano conejo de pelaje grisáceo, que le fue presentado como Themmeron, el más anciano de la madriguera.

-Todo lo que puedo decir, mi señor -dijo Themmeron con voz trémula-, es que, si yo os hubiera visto aquella tarde, hubiera sabido que no erais lo que parecíais, aunque ignoro si hubiera adivinado que erais nuestro príncipe de los Mil enemigos o no. Pero hubiera sabido ver que estabais disfrazado.

-¿Cómo? -inquirió El-ahrairah algo molesto, pues estaba convencido de que no había conejo que pudiera parecer más lastimero de lo que él lo había hecho.

-Pues porque hubiera notado que no teníais el aspecto de un conejo que ha visto el agujero en el cielo, mi señor. Ni lo tenéis ahora.

-¿El agujero en el cielo? -preguntó-. ¿Y eso qué es?

-No puedo decirlo -replicó Themmeron-. No puedo decirlo. Y no es mi intención ofenderos, mi señor…

-Oh, eso no importa. Sólo quiero saber qué significa eso del agujero en el cielo. ¿Cómo es posible que haya un agujero en el cielo?

Pero el viejo conejo actuó como si él no hubiera dicho nada de aquello. Asintió con la cabeza mirando a El-ahrairah, se dio la vuelta y se alejó cojeando lentamente.

-Normalmente lo dejamos tranquilo, señor -dijo Henthred-. Es bastante inofensivo, aunque a veces me pregunto si sabe distinguir la noche del día. Dicen que en sus tiempos era todo un caballero en la Owsla.

-Pero ¿qué significaba eso del agujero en el cielo?

-Si vos no lo sabéis, señor, lo que está claro es que yo tampoco -replicó Henthred, a quien le había irritado enormemente que hiciera quedar a dos de sus Owsla como unos desalmados.

El-ahrairah no volvió a mencionar el incidente. Se quedó con ellos dos o tres días más y se comportó como si nada hubiera ocurrido, y cuando partió, deseó a la madriguera buena suerte y prosperidad, como siempre hacía.

El-ahrairah no dejaba de pensar en lo que había dicho Themmeron. Allá adonde iba, preguntaba a los otros conejos qué podían decirle sobre el agujero en el cielo. Pero nadie sabía nada. Al cabo, se dio cuenta de que empezaban a considerar un poco estrambótica esa preocupación suya, de modo que dejó de preguntar. Sin embargo, para sus adentros, no dejaba de pensar en ello. ¿Qué había querido decir el viejo Themmeron? Y llegó a la conclusión de que, a pesar de ser el Príncipe de los Conejos, se estaba perdiendo algo, algo espléndido y gratificante, alguna suerte de secreto. Sin duda, algunos a los que había preguntado lo sabían perfectamente, pero no pensaban decírselo. Debía de ser extraordinario el agujero en el cielo. Si pudiera encontrarlo y conseguir, de alguna forma, pasar al otro lado, seguro que encontraría allí mil maravillas. No se daría por satisfecho hasta que lo encontrara.

Bien. Como todos sabéis, los viajes de El-ahrairah lo llevan mucho más lejos que a cualquier conejo normal, como nosotros, por ejemplo, que nos contentamos con los campos verdes, los saúcos o los helechos y la aulaga. Pero él estaba acostumbrado a las altas colinas y los bosques profundos, y podía atravesar un río a nado con tanta facilidad como una rata de agua. Y como es natural, en sus viajes encontraba a veces criaturas extrañas que podían ser peligrosas. Cuenta la leyenda que, una tarde, cuando anochecía, El-ahrairah caminaba por un estrecho sendero sobre una colina solitaria cuando se topó con una criatura llamada timbleer, una criatura de la que nosotros nada sabemos, gracias a Frith, salvo que es fiera y agresiva.

-¿Qué haces por aquí? -le preguntó el timbleer en tono poco amistoso-. Vuelve al lugar de donde vienes, sucio conejo.

-No estoy haciendo nada malo -replicó El-ahrairah-. Yo sólo voy por el camino, y no te molesto ni a ti ni a ninguna otra criatura.

-Aquí no se te ha perdido nada -dijo el timbleer-. ¿Te vas a marchar o qué?

-No, no me voy. Y tú no tienes derecho a decirme que me vaya.

Entonces el timbleer se abalanzó sobre El-ahrairah y rodaron entre la hierba cana y las ortigas, y la batalla que libraron en el sendero fue terrible. El timbleer era fuerte y ágil, y le causó tantas heridas a El-ahrairah que perdió mucha sangre. Pero El-ahrairah no quedó a la zaga y, al final, el timbleer tuvo que contentarse con escapar cojeando y lanzando maldiciones.

El-ahrairah se sentía débil y mareado. Se dejó caer en el camino e intentó descansar, pero las heridas le dolían tanto que no estaba cómodo en ninguna posición. La noche seguía su curso, y él seguía agitándose y revolviéndose en medio de horribles dolores. Debió de dormirse al fin porque, cuando abrió los ojos y miró a su alrededor, ya estaba amaneciendo y un tordo cantaba desde un abedul cercano. Intentó incorporarse, pero, una vez más, se desplomó en el suelo. El dolor era horrible y, como no podía caminar, se vio forzado a quedarse allí, en medio del camino. Empezaba a pensar que moriría en aquel lugar.

Permaneció tendido todo el día, y pronto empezó a delirar, ajeno al paso de las horas. A veces se dormía, pero incluso en sueños sentía el dolor. Imaginaba que Rabscuttle estaba con él y le suplicaba que le ayudara. Pero Rabscuttle se desvanecía lentamente y se transformaba en un enebro achaparrado que había en la colina en la que creía estar. Entonces se le antojaba que era Avellano, que le decía a Hyzenthlay que cuidara de la madriguera mientras él estaba fuera con Campeón en una patrulla amplia especial. Pero también estas ficciones se desvanecían, o se fundían con otras en las que le parecía ver elil por el rabillo del ojo. Se pasó el día entero volviendo la cabeza a un lado y a otro, tratando de verlos con claridad. Y mientras tanto, un conejo le susurraba chistes al oído, aunque no acababa de entender sobre qué iban. El dolor y el miedo lo consumían. Oyó a un conejo que le suplicaba a Rabscuttle que viniera y, al rato, se dio cuenta de que era él mismo.

Tendido como estaba, cogió una brizna de hierba, pero no podía comer. «Es una hierba especial, señor -decía Rabscuttle desde algún lugar detrás de él-. Una hierba especial para que os curéis pronto. Dormid ahora.»

A la mañana siguiente vio perfectamente a un zorro verde que se acercaba por el camino. De nuevo intentó incorporarse pero, en el mismo momento en el que el zorro desaparecía, sus patas cedieron y cayó sobre su espalda. Quedó tendido boca arriba, mirando estúpidamente al cielo.

Entonces empezó a temblar de miedo. En la curva azul del cielo vio una hendidura, una grieta que, según advirtió, era una herida abierta. Los bordes irregulares parecían haber sido hechos con algo contundente, algo que primero había cortado y después desgarró. Por algunos sitios había jirones de carne que colgaban aún de la herida e impedían ver con claridad lo que había debajo. Lo único que pudo distinguir en la profundidad supurante de la herida era sangre y pus, una superficie reluciente y viscosa, irregular, como una marisma. También los bordes estaban sucios, ribeteados de sangre y de una sustancia amarilla llena de moscas. Mientras observaba aquello horrorizado, el cuerpo de un conejo cayó desde la herida, pero se evaporó también mientras caía.

A los ojos enloquecidos de El-ahrairah, la hendidura entera pareció moverse, como unos labios abiertos que descendían para cerrarse sobre él y tragarlo. Cayó chillando por el lado del sendero y rodó por la pendiente hasta perder el conocimiento.

Cuando volvió en sí, tenía la cabeza despejada y las heridas parecían menos dolorosas. Se sintió con fuerzas para volver por propio pie a casa, donde su hembra, Nur-Rama, y su fiel Rabscuttle lo cuidarían hasta que se recuperara. Recorrió una corta distancia muy despacio y se tumbó al sol para limpiarse un poco.

Y cuando estaba allí descansando, se dio cuenta de que el Señor Frith le estaba hablando a su corazón.

«El-ahrairah, no deberías emprender más aventuras arriesgadas, al menos por el momento. No hay necesidad de que sigas impresionando a tu gente con más grandes batallas y viajes. Ya has hecho suficiente, y ellos te aman y te admiran. Disfruta del verano ociosamente como un buen conejo. Ya has demostrado que estás a la altura de cualquier criatura que encuentres en tu camino.»

-Mi señor -replicó El-ahrairah-, nunca he cuestionado vuestros caminos, por oscuros y misteriosos que sean. Pero… ¿cómo podéis permitir que en vuestra creación exista algo tan terrible, un horror tan insoportable?

-No lo permito, El-ahrairah. Mira el cielo. No está ahí, ¿no es cierto?

El-ahrairah miró temeroso hacia arriba. El agujero ya no estaba en el cielo.

-Aunque sólo sea por un momento, mi señor…

-Nunca ha estado ahí, El-ahrairah.

-¿Nunca? Pero yo lo vi con mis propios ojos.

-Lo que viste fue producto de tu mente delirante. No era real. Y no tenía el poder de detenerlo.

-Y el viejo Themmeron, en Parda-rail…

-Él sabía que tú nunca habías visto el agujero en el cielo. Nunca hables de ello. Los conejos que lo han visto, como tú, no quieren hablar de ello, y los que no lo han visto te considerarán un tipo raro.

El-ahrairah aprendió la lección y se sintió más sabio. Nunca más volvió a ver el agujero en el cielo, ni habló de ello con nadie, sobre todo con conejos que intuía habían pasado por un sufrimiento similar al suyo.

 

FIN

 Autor: Richard Adams

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