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14 de julio de 2022

EL ANDANTE-PARLANTE HOMBRE-SIN-PENA

 


 

David Roosevelt Bunch

 

Desde que había hecho las paces con los hombres de la Corte, y especialmente con FIP Z-U, los días habían bailado para mí, habían tocado música, habían pasado como sueños de crueldad…

Recuerdo que un día me sentía especialmente bien; las preocupaciones estaban todas anuladas, había un lustre en el aire, un resplandor, mientras el sol atravesaba el delgado escudo de vapor blanco de agosto y calentaba nuestros jardines laminados de plástico. Me estaba preguntando qué distracciones, qué alegrías, qué deportes estivales debía elegir para programar mi Planif. el gran cerebro que me servía, gorjeo y centelleo y parpadeo.

Pero quién sabe, tan sólo porque el día amanece hermoso, con las preocupaciones momentáneamente anuladas, un bonito lustre de sol de los pájaros de hojalata funcionando en los árboles plateados… quién sabe. Hay nubarrones que surcan el mundo, hay tormentas que recorren la tierra, hay hombres huraños que hundirían a martillazos el rostro mismo de Dios omnipotente si se les cruzara en el camino.

El era uno de ellos.

Yo sabía que mucho metalnuevo venía por el camino; la alarma emitía un gemido muy uniforme. Había muy pocos blips, esos sonidos más blandos y tímidos que mellan el ronroneo metálico de peligro e indican tiras de carne. Lo envidié en cierto modo, pues quizás él tenía más metal que yo; creo que no le temí, pues tenía a mi alcance todos los cañones de la Fortaleza y el resto de mi gran potencial de exterminio. Pero le acordé un honor que normalmente obedece al miedo, un honor generalmente reservado para ejércitos, o nuevos principios de invasión instrumentados por mis Enemigos para vencerme, u hombres a quienes sé desahuciados. Lo preparé para Estudio, lo sintonicé con la Mirada Atenta. Y en cierto modo, al hacerlo, lo noté formidable y horrible cuando aún estaba muy lejos.

Mas no causaba daño; era formidable y horrible cuando aún estaba muy lejos. ¡SI! De veras. La cabeza tenía más forma de cabeza de martillo que de cabeza humana, y parecía picotear y golpetear y machacar las distancias mientras avanzaba regularmente, una silueta enorme y brillosa, que no se apuraba ni se demoraba, picoteando picoteando picoteando en ese andar empecinado. Se acercaba poco a poco en línea recta por el canal, sin mirar a los costados. Y empecé a preguntarme si venía a verme a mí, o si mi gran complejo de armamentos sólo era un accidente lateral en el camino que había elegido para picotear picotear picotear. Pero pronto llegaría el momento de saberlo, pues pronto llegaría el momento de detenerlo y abrir las puertas o no abrirlas. Podía ser el Elegido de Dios o la mano derecha de Satanás, cualquiera de ambos, pero no podía acercarse tanto a mí y a mi fuerte sin ser juzgado. El momento de virar había pasado hacía rato cuando subieron las bengalas naranjas y llovieron los panfletos de advertencia. Era la Advertencia de Línea convencional en el país de las Fortalezas. Y si alguna vez fue ignorada, yo acababa de verla ignorada por esta silueta con cabeza de martillo. ¿Un hombre? ¿Y bien? ¿Quién podía decirlo?

Todas las formalidades de advertencia las dejó atrás como si no hubieran existido; si oyó el saludo, lo ignoró olímpicamente. Siguió avanzando, acercándose a las puertas, y se lo permití porque lo había examinado bien con la Mirada Atenta, y los informes sobre armamento y descontaminación habían sido aprobatorios. Mas ni siquiera se detuvo ante las puertas cerradas; siguió moviendo los pies tercamente y picoteando picoteando con la cabeza. ¡LOCO! Bien, eso supongo.

Accioné las puertas suavemente con el control de ABRIR en DESPACIO, y atravesó el hueco cuadrangular. Cuando se aproximó a mi casilla de acero, de donde yo había salido dejando un pie en la puerta, por las dudas, pareció notar mi presencia y giró la cabeza unos pocos grados desde la posición recta que parecía de su predilección.

-¿Propietario? - La voz era una vibración ronca; aún seguía caminando.

-Sí. ¡Y detente!

Asombrosamente se detuvo, parando en seco los picoteos; luego rotó para enfrentarme.

-Sólo pasaba. A nadie hiero en mi camino. Respeto los derechos vitales de los otros. Pero en general no me desvío. ¿Mi misión? Si tengo una… bien, es muy difícil saberlo.

-Soy el amo de Fortaleza 10 - dije -, el fuerte con el mejor historial de guerra en toda esta gran comarca. Por elección mía has desdeñado las bengalas y los panfletos de advertencia; por elección mía has atravesado las puertas picoteando; por elección mía has cruzado ileso la Línea de Advertencia. Espero no malinterpretes…

-¡Si he encontrado a Dios, éste es el fin del camino! - Tanteó un cinturón de hojalata que le colgaba bajo en la sólida cintura, y con fulminante celeridad blandió un enorme martillo de acero negro en cada mano. Mi cara casi sintió cómo hendían metal, tiras de carne y hueso. Desconcertándome, se echó a reír, un sonido cascado e increíble que no expresaba alegría, y enfundó los martillos en el cinturón de hojalata, donde colgaban (pensé involuntariamente) como dos signos de interrogación.

-Casi había desistido de encontrar a Dios. - Luego rió de nuevo. - Pero, bromas y sátiras aparte, no hablemos de Dios. Por su causa me he convertido en metal para el resto del Largo Viaje.

-¿Eres un sacerdote de hierro? - pregunté -. ¿Predicas a veces una fe antigua? ¿Clamas por la redención de un mundo? - Los encuentro a todos aquí en el canal donde la Gran Travesía pasa frente a mi fuerte, y estoy dispuesto a hacer concesiones a todos ellos. Pero con él sospeché que había ido demasiado lejos cuando vi que esas largas manos de acero se convertían en aves de rapiña al acecho y luego, al bajar, en cabezas de serpientes. Las apoyó ligeramente en los martillos.

-Amigo - dijo -, estoy en tu Fortaleza no por elección, y por cierto no como huésped.

Aun así no me dejaré burlar. Tú abriste las puertas. Yo no lo pedí. Si las hubieras dejado cerradas aún las estaría picoteando, los pies en movimiento. Al rato usaría los martillos. Una vez un monte de piedra me detuvo un año al sur de la provincia, un año entero de picotear. Al cabo el monte empezó a desmoronarse, y lo atravesé caminando. Para mí no tiene la menor importancia: picotear aquí una Fortaleza, derrumbar un monte de piedra al sur de la provincia, o caminar por tierras llanas en el aire libre del escudo de vapor. Gastaré el tiempo hasta que esté cansado del tiempo, y luego simplemente apagaré el mecanismo que me impulsa. No tengo absolutamente ninguna fe, ningún propósito conocido para existir, y si encuentro el rostro de Dios, o cualquier parte de ese rostro, estoy programado para golpearlo con ambos martillos con toda mi celeridad y todas mis fuerzas. Hay para todo esto razones que explico en detalle aproximadamente una vez cada veinticinco años. - Miró un sofisticado artefacto de medición que le colgaba del cuello de metal y supe que los años, los meses, las semanas, los días, las horas, hasta la palpitación del último segundo estaban comprimidos allí en un apiñamiento de calendarios y paletas rojas y giratorias. Si el metal puede sonreír, él sonrió, un gesto desenvuelto y afectado. - Acabas de perder el gran recital por un año, seis semanas, cinco días y una selecta cantidad de segundos palpitantes, minutos redondos y horas lentas y farragosas - dijo.

-Tal vez puedas acampar aquí hasta que llegue el momento de hablar, y entonces oiré tu historia - dije, pues tenía mi humor conmigo, así como un pie alerta en la puerta de la casilla de acero.

-Di tan sólo que he hallado las Respuestas - dijo él -. Di tan sólo que has visto al andante-parlante Hombre-Sin-Pena, un ser que ha escapado del Puño. No fue fácil, me exigió mucho tiempo y planificación, pero creo que al fin lo he conseguido, la resolución definitiva de esa agonía incorporada, la Encrucijada Vida-Muerte del Hombre.

No era poco lo que acababa de afirmar.

-¡SI! El andante-parlante Hombre-Sin-Pena descansa bien de noche. Simplemente se apoya en un poste, la barranca de un arroyo, un árbol, una vieja rampa de lanzamiento de proyectiles, cualquier cosa… apaga los controles y los deja programados para encenderse a una hora adecuada en la mañana. Y siempre lo acompaña la seguridad de la maravillosa opción; en cualquier momento, cuando el andante-parlante Hombre- Sin-Pena lo decida, podrá, al desconectar los controles de noche, omitir la programación de su despertar, y todo habrá terminado. ¡TERMINADO!

-Un momento - no pude evitar sugerir -: ¿no han tenido todos los hombres, en todo momento de la historia, esa misma opción, no despertar en la mañana? El acto de matarse es apenas más antiguo que la vida. ¿O hay algo que se me escapa?

-¡SI! - aulló burlonamente -. Se te escapa casi todo. El andante-parlante Hombre-Sin- Pena es diferente porque es tan indiferente. He burlado a Dios mediante una maniobra larga y lenta. Me fui despojando de mí mismo en cientos de mesas de operaciones, a lo largo de los días, a lo largo del camino. La carne que fui y el alma que presuntamente era han ido quedando en cientos de baldes de desperdicios en los hospitales, y así fueron esparcidas en muchos, muchos grandes ríos y muchas, muchas piras de incineración. Y ahora soy todo «repuestos»: corazón, cerebro, sangre, nervios, todo. Todo metal ahora, todo programado… ¡Maravilloso! ¿Y sabes una cosa? Nunca sueño de noche. ¿Cómo podría soñar de noche? Mis descansos son desconexiones. ¡JA!

Ese individuo sabía de qué hablaba. Empecé a entender su plan. Las otras personas de metal con las tiras de carne reducidas al mínimo, nos habíamos propuesto superar la Encrucijada del Hombre, la agonía de su transitoriedad y los temores de larga muerte en el mundo, con el simple recurso de vivir para siempre. Resolvíamos el gran acertijo no enfrentándolo nunca. Pero en verdad entreveía que eso podía conducir al tedio. Y ahora este hombre, que se llamaba a sí mismo el Sin-Pena, había descubierto un flamante plan que era muy superior al nuestro. El hombre gradualmente transformado en metal, ¡con todos los pensamientos, actos y necesidades programados! Bien, por cierto el Gran Misterio y el Gran Miedo parecían resueltos de un modo lógico y científico. Con el cuerpo de carne y el alma eliminados tan minuciosamente que ninguno de los dos existía ahora en ninguna parte, ninguno de los dos podía ser condenado ni consagrado a la redención. ¿Y quién podía decir que él era un trasgresor? ¿Se había matado? No. Simplemente se había transformado. ¿Y cuando se desconectara por última vez y, cansado de todo, no programara un nuevo día, podría decirse que se había matado? Creo que no sería razonable acusar al metal de suicidio, lógicamente hablando.

Una pregunta se me ocurrió mientras él esperaba tan desenvuelto y confiado, las dos manos de cabeza de serpiente apoyadas en los martillos colgantes.

-¿Por qué, si El te ha permitido resolver El Problema, deseas golpearle el rostro con esos dos martillos, si alguna vez encontraras ese rostro, en parte o en su totalidad?

Por un instante sólo me clavó los ojos, y si el metal puede odiar yo diría que odiaba. Sacó los dos martillos y se plantó con aire amenazador. Pese a los alardes metálicos y la mirada desafiante, la voz parecía vieja cuando habló.

-La inteligencia no quedó afuera cuando me reconstruyeron la cabeza. Ahora mis pensamientos son de metal, pero se articulan. ¿Acaso no sé quién me puso en la Encrucijada? ¿Acaso no lo sé? Y si El permitió que me convirtiera, a su vez podría quizá reconvertirme. Y juro que caeré peleando, golpeando hasta que estos martillos estén gastados y mis brazos sean jirones de metal, antes que El me reconvierta en hombre.

Luego me abandonó, y se alejó picoteando por la plaza de la Fortaleza. Cuando llegó al extremo opuesto, abrí las puertas para que se fuera. Salió, aún picoteando, marchando marchando hacia su fin. ¿Quién o qué sabe dónde?

 

FIN

 


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