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30 de agosto de 2017

EL HOMBRE SUPERIOR Víctor Giménez Morote



Jajali era un famoso asceta, es decir, uno que practicaba una auto disciplina extrema. Tenía un profundo conocimiento de los Vedas,1 los libros sagrados más antiguos, y atendía los fuegos sacrificiales. Jajali realizaba largos ayunos. Durante la estación de las lluvias dormía al aire libre y permanecía de día bajo el agua.

1. Son los textos de los que arranca la religión hinduista. Hay cuatro textos. Se complementan con los Upanisads.
En la estación del calor Jajali no aceptaba ninguna protección contra el ardiente sol ni el cortante viento. Dormía en los lugares más incómodos y manchaba su cuerpo, incluso sus cabellos, con porquerías y fango. Si quería usar alguna ropa, la hacía de trapos y pieles. Viajaba por toda la tierra atravesando los bosques, las montañas y las orillas del océano. Una vez, cuando estaba cerca del océano, decidió ocultarse bajo sus aguas. Era capaz de hacerlo mediante las grandes autodisciplinas que conocía. También podía proyectar su mente en todas las direcciones y tomar consciencia de todo lo que sucedía en diferentes partes del mundo.
Estaba Jajali sentado un día en el fondo del océano, pensando en cómo su mente podía viajar por todos los lugares, cuando la soberbia nació en su corazón y se dijo a sí mismo que no había nadie como él en todo el mundo. Cuando se estaba jactando de esto una voz resonó en su oído. Era la voz de un espíritu que le estaba cuidando.
-No deberías presumir así, nobilísimo brahmín. Yo conozco a un vendedor, un hombre muy virtuoso que vive en Benarés, que se gana la vida comprando y vendiendo perfumes. Muchos dicen que es el más virtuoso de los hombres, ¡pero él no tiene ni un pensamiento de orgullo!
-¡Un vendedor! -dijo el asceta-. Deseo ver aese maravilloso vendedor. Dime dónde vive e iré ahora mismo.
El espíritu le dio las oportunas indicaciones y Jajali dejó su asiento acuático y se fue hacia Benarés.
En el camino encontró un bosque, donde decidió pasar un tiempo practicando austeridades corporales. Durante muchos días permaneció absolutamente inmóvil. No movía ni un músculo y su apariencia era más la de un pilar de piedra que la de un hombre, con un gran montón de suciedad, su descuidado pelo en lo alto.
Sucedió que poco después dos pájaros, buscando un lugar donde construir su nido, decidieron que no encontrarían mejor lugar que la cabeza del asceta. Así que construyeron su nido entre sus cabellos usando para ello pajas y hierba.
Poco después el nido se llenó de huevos, pero Jajali ni se movió. La piedad le impidió hacerlo. Cuando los huevos hubieron madurado, las jóvenes aves emergieron. Los días pasaron y sus plumas crecieron. Cuando hubieron pasado más días, empezaron a volar. Más tarde aún empezaron a acompañar a sus padres varias horas al día en su búsqueda de comida. Pero ahora que el asceta había cumplido con sus obligaciones, en cuanto al bienestar de sus huéspedes, siguió sin moverse.
Llegó un momento en el que las aves estuvieron ausentes durante una semana, pero él siguió esperando por si volvían. Finalmente esperó durante un mes y, cuando vio que no volvían, consideró que habían abandonado el nido para siempre y que, por lo tanto, ya era libre para moverse.
Por desgracia, Jajali se sentía muy orgulloso de sí mismo por estimular su noble conducta.
«No hay nadie semejante a mí en todo el mundo», se dijo a sí mismo. «Debo de haber adquirido un gran mérito por este acto de generosidad.»
Se sentía tan orgulloso de sí que empezó a dar palmadas con manos y a bailar diciendo:
-¡No hay nadie como yo en ningún lugar!
Y una vez más oyó una voz que parecía salir del cielo que le dijo:
-¡Jajali! No digas eso. No eres tan bueno como el vendedor de Benarés y él no presume como tú lo haces.
El corazón de Jajali se llenó de rabia y decidió ir a Benarés sin más tardanza y ver a ese maravilloso vendedor.
Cuando llegó a Benarés, la primera persona que vio fue el vendedor, atareado en su tienda, comprando y vendiendo hierbas y perfumes. El vendedor le vio y le llamó con afecto.
-Te he esperado, nobilísimo brahmín, durante largo tiempo. He oído hablar de tu gran ascetismo, de cómo has vivido inmerso en el océano y de cuanto has realizado, incluso de los pájaros que has alojado en tu cabeza. Sé también de la soberbia que anida en tu corazón y de las voces que te la han reprochado. Estás enfadado y por eso has venido aquí. Dime lo que deseas. Mi mayor deseo es ayudarte.
El brahmín replicó:
-Tú eres un vendedor, amigo mío, y el hijo de un vendedor.
¿Cómo ha podido una persona como tú, que gastas la mayor parte de tu tiempo comprando y vendiendo, adquirir tanto conocimiento y sabiduría? ¿De dónde ha salido?
-Mi conocimiento y sabiduría -dijo el vendedor- consisten nada más que en seguir y obedecer aquella antigua enseñanza que todo el mundo conoce y que habla de la universal amistad y bondad de los hombres y los animales. Yo gano mi sustento con el comercio, pero me precio de ser siempre justo. Nunca he estafado ni injuriado a nadie ni de pensamiento ni de palabra o hecho. Nunca me he peleado ni he asustado, ni he odiado, ni he abusado, ni he difamado a nadie. Estoy convencido de que vivir así conduce a la prosperidad y al cielo con tanta seguridad como la vida de mortificación y sacrificio.
Prosiguiendo, el vendedor se volvió más y más enérgico y crítico, incluso un poco presuntuoso. No sólo condenaba la muerte de animales, sino que también manifestó su desacuerdo con la agricultura, ya que causa heridas a la tierra y es la causa de la muerte de muchas pequeñas criaturas que viven en el suelo, además de suponer el trabajo forzado de los bueyes y los esclavos. Del sacrificio de los animales dijo que había sido establecido por los glotones sacerdotes. El verdadero sacrificio era el sacrificio realizado por la mente y, si el pueblo deseaba realizar sacrificios, debían usarse hierbas, frutos y bolas de arroz. Dijo no creer en las peregrinaciones, que no era necesario vagabundear por el país visitando ríos y montañas sagradas. Que no hay lugar más sagrado que la propia alma.
Jajali estaba indignado. Dijo que el poseedor de una escala de valores así debía de ser un ateo. ¿Dónde viviría el hombre si no podía pisar el suelo? ¿Qué comería? Y respecto a los sacrificios, dijo que el mundo llegaría a su fin si dejasen de hacerlos.2

2. Existe la creencia generalizada en la India de que si se dejasen de hacer sacrificios a los dioses, éstos, enfadados, acabarían con el mundo.
El vendedor declaró que si un hombre comprendiera las enseñanzas reales de los Vedas, no necesitaría pisar el suelo. En los antiguos días la tierra producía todo lo que era necesario. Las plantas y las hierbas crecían por sí mismas.
A pesar de la fuerza de los argumentos del vendedor, el asceta no estaba convencido. Hablaron durante mucho tiempo. Algún tiempo después ambos murieron y cada uno fue a su paraíso particular. Sus paraísos fueron tan diferentes como lo habían sido sus formas de vida.

FIN



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