kirwi

Publicaciones de Paya Frank en Amazon

freelancer

PF

La Nostalgia del Pasado

LG

Buscador

1

Mostrando entradas con la etiqueta b- 011 La Nostalgia del Pasado. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta b- 011 La Nostalgia del Pasado. Mostrar todas las entradas

26 de enero de 2022

La Nostalgia del Pasado 6

 

Capitulo 6

LA RADIO: MÚSICA, PROGRAMA Y CANCIONES

 

El parte. Radio Oviedo y Radio Asturias. Discos de pizarra. Cuentos infantiles. Discos dedicados. Antonio Medio. Anuncios comerciales. Programas infantiles. Bobby Deglané y Carlos Alcaraz. Cabalgata fin de semana. Los seriales radiofónicos. Las canciones olvidadas. Sin novedad señora baronesa. Se va el caimán. Rascayú. La Tonta Tomasa. Santa Marta. Me he de comer esa tuna. Tabernero. Limosna de amor. Mi hijo. La caravana. Soñar despierto. Ay qué tío. Si me dejas entrar. Que se te ve. Hay que ver. Te digo adiós. Soldado de levita. Palma brava. Se va a Covadonga. Señor Colón. Pájaro carpintero. Chaqueta blanca. Mi vecina huérfana. Noche de Reyes. Carolina. Qué lindo estar enamorado. No cambies caballos.

 

Existen infinidad de estudios y publicaciones extensas y muy completas sobre lo que fue la radio en estos años que ahora evocamos y lógicamente no es motivo ahora reiterar todo lo escrito sobre este trascendental medio y su gran aceptación como entretenimiento familiar, sentados muchas veces todos los miembros a escuchar sus programas, en el círculo de una agradable mesa-camilla provista de brasero de carbón vegetal.

 

También hay que destacar cómo en esta época actual, caracterizada por las prisas y el entretenimiento rápido e individual, puede parecer extraño e incomprensible cómo era nuestra mayor diversión acomodarnos alrededor de un viejo aparato de radio y entre zumbidos, pitidos y crepitaciones escuchar sus emisiones de música, anuncios, seriales y programas nocturnos. El sonido de la fanfarria era inicio de los partes de noticias a las dos y media y a las 10, en que “el diario hablado de Radio Nacional de España” se emitía con “líneas a su cargo” en todas las emisoras españolas, finalizando éste con el toque de clarín y el himno nacional entremezclado con el “cara al sol” y el “Oriamendi”.

 

En Oviedo teníamos dos emisoras llamadas Radio Asturias EAJ-31 y Radio Oviedo de la Cadena del Movimiento, siendo lógicamente las más escuchadas por todos nosotros. A las 12 en punto comenzaba la emisión de ésta última con su música característica: el pasodoble Oviedo. La programación musical de ambas era similar ya que por aquellos años no había exclusivas y los discos de pizarra de 78 r.p.m. eran la base de todo, con su ruido inconfundible de fondo debido al roce de la aguja metálica.

 

Si nos atenemos a los discos infantiles se podían oír los cuentos clásicos entre los cuales los más repetidos eran “Blancanieves”, “El soldadito de plomo”, “Bartolo tenía una flauta”, “La lechera”, “Dónde están las llaves”, “El flautista de Hamelín”, “El enano saltarín”, “La gallina Marcelina”, “Los tres osos”, “La ratita presumida”...Otros eran de motivos cómicos tales como “La escuela de Don Gaspar”, “El examen de Maginet de la Caña”, “Una tarde en el circo”...

 

Para los mayores había discos dedicados en ambas emisoras y un programa especial a base del llamado “socio cooperador”, en el cual se podía elegir un disco al mes siempre que fueses socio de la emisora por una módica cuota. No voy a citar aquí la relación de títulos, ya archiconocidos por los numerosos estudios musicales que se han realizado sobre esta época pero quisiera recordar alguno de poemas recitados por Pepe Pinto tales como “La Chata”, “El Piyayo” y “Toíto te lo consiento menos faltarle a mi mare”. También solía oírse con frecuencia un disco horroroso llamado “disco de la risa”, en el cual se escuchaban únicamente unas carcajadas ordinarias con intervalos de música a base de un único trombón y eso era todo su contenido. También eran muy solicitadas las romanzas cantadas por un barítono asturiano, Antonio Medio, conocido por “la voz de hierro” y entre las cuales las más famosas eran “Canto a la sidra” y “Las campanas de Madrid”, Incluso cantaba anuncios comerciales de “Hojas de afeitar Palmera”.

 

A propósito de los anuncios comerciales musicales, que también se ponían en los descansos de los cines, había toda una serie de ellos y muchos también con productos y motivos asturianos. Lógicamente como la cara del disco podía durar de 3 a 4 minutos, todo este tiempo se aprovechaba para el anuncio en cuestión. Podemos aquí recordar a “La tableta OKAL”, “Gargaril”, “Anís de la Asturiana”, “Norit el borreguito”, “Mariquita Pérez”, “Hojas Iberia”, “DDT Chas”, “Sastrerías el Nalón”, “Jabón Saquito”, “Cola-cao”, “Hojas de afeitar Mezquita”, “Achicoria la Asturiana”, “Almacenes Froilán”, “Anís de la Praviana”, “Dentífrico Perborol”, “Anís Castellana”, “Almacenes San Mateo”, “Netol”. Todos nos deleitaban con su música pegadiza y sus graciosos pareados.

 

Simultáneamente a la música había pequeños programas infantiles, con uno que batió todas las marcas que fue el de “Las aventuras de Pinín”, ya famosísimo por sus historietas en el periódico La Nueva España y que tuvo incluso su propio programa de radio. Como colofón se le hizo un recibimiento por todo lo alto al que fuimos todos los niños ovetenses y pudimos ver en persona a nuestro pequeño héroe montado en su madreñogiro. Otro personaje radiofónico fue el de “Aventuras de Cartucho y de Toby, su fiel chucho”, pero no alcanzó ni el éxito ni la fama de nuestro admirado Pinín.

 

La aparición en los aires asturianos de los magníficos programas de Radio Madrid, de la mano de Bobby Deglané oscureció a los de Radio Nacional de España “Noches del Sábado” y “Gran Parada” de la mano de Carlos Alcaraz y otros muy oídos tales como “Plasmón” de tipo médico y “Pálpala” basado en el semanario “La Codorniz”.

 

El programa de la noche del sábado de Radio Madrid se podía oír perfectamente ya que Radio Oviedo se asoció a esta cadena y con ello la calidad del sonido estaba asegurada. En la noche y después del diario hablado de Radio Nacional, comenzaba “Cabalgata fin de semana” con una duración de casi 4 horas e incluso 5. aquellas noches eran entretenidísimas, con la actuación en directo de Gila, Tip y Top, lo hermanos Ozores y el inimitable Pepe Iglesias “El zorro” cuyos personajes de la loca Verónica y el Finado Fernández marcaron época. Simultáneamente actuaban cantantes tales como Ana María González, mejicana que popularizó el chotis Madrid y “El preso número nueve”, sin omitir a las Hermanas Fleta con su “Penjamo”. Entrelazadas entre estas actuaciones había concursos de “Doble o Nada”, “La melodía misteriosa” (hábilmente alterada por el Maestro Trabuqueli) y “La baraja musical”.

 

Las tardes lluviosas y frías del invierno oíamos también al lado de nuestras madres y hermanas los seriales radiofónicos de Guillermo Sautier Casaseca, entre los cuales sobresalieron “Ama Rosa” y “Un arrabal junto al cielo”, sin olvidar a Doroteo Martí y su “Rosa de Pasión”.

 

Las piezas musicales radiadas por las dos emisoras ovetenses eran lógicamente muy repetitivas, con un repertorio limitado, por cuyo motivo las letras de las canciones eran conocidas y tarareadas por la mayoría de los oyentes, entre los que estábamos incluidos también los niños. No se trata de hacer aquí , tal como ya se indicó, un estudio sistemático de aquellas inolvidables canciones e intérpretes pues ya hubo las suficientes investigaciones y publicaciones al respecto, pudiendo poner como ejemplo la selección musical de la magnífica película de Patiño “Canciones para después de una guerra” y a los excelentes grupos de intérpretes que han actualizado con mucho cariño y acierto las más famosas, tal como es el caso de “Radio Topolino Orquesta” y “El Consorcio”.

 

No obstante han quedado muchas canciones totalmente olvidadas que ahora recordaremos las letras de alguna de ellas, con todo merecimiento. Debo hacer previamente la importante observación de que éstas han brotado desde el profundo pozo de mi memoria y no ha habido otra fuente ni de inspiración ni de consulta previa. Por tal motivo puede haber y hay fallos en parte de alguna de ellas pero el núcleo de cada una, incluido el estribillo, permanece casi fiel a la realidad y puede así ayudar a dar una vuelta al recuerdo de muchas de éstas que tanto oíamos y cantábamos. Ahí van estas letras que parecían olvidadas y que a más de uno puede emocionar al encontrarse de nuevo con alguna de ellas, que en su niñez oyó y aprendió y nunca olvidó.

 

En la clasificación de éstas no se mantiene ningún orden, pero hay una que para mí guarda un valor especial por su contenido cómico y por ser una de las que más cantábamos a coro los niños y las niñas, sentados en corro sobre el mismo centro de la calle si hacía buen tiempo o dentro de un portal cuando llovía. Esta canción tenía por título “Sin novedad Señora Baronesa” y su letra, casi completa decía así: “José, José, aquí la baronesa”, “que llegué anoche a la ciudad”, “José, José,  llamo para preguntarte”, “si en el palacio hay novedad”. “No hay novedad, señora baronesa”, “no hay novedad, no hay novedad”, “solo pasó que anoche le robaron”, “las perlas de su gran collar”, “y que también un terremoto”, “a la techumbre hizo volar”, “por lo demás, la cosa está tranquila”, “no hay novedad, no hay novedad”. “Ramón Ramón, Ramón del alma mía”, “mi confianza pongo en ti”, “Ramón Ramón, mi mente desvaría”, “dime qué pasa por ahí”. “No hay novedad, señora baronesa”, “no hay novedad, no hay novedad”, “solo pasó que anoche cayó un rayo”, “y del palacio hizo un solar”, “y que después lo que quedaba”, “se lo ha llevado un huracán”, “por lo demás, esto es un paraíso”, “no hay novedad, no hay novedad”. “Manuel Manuel, te llamo desde el pueblo”, “muy disgustada desde ayer”, “Manuel Manuel estoy que ya ni duermo”, “di la verdad, di la verdad”. “No hay novedad, señora baronesa”, “no hay novedad, no hay novedad”, “le llamo a usted desde la casa del perro”, ”porque tampoco el perro está”, “todo acabó y a los bomberos”, “les nada queda que hacer ya”, “por lo demás, esto es un paraíso”, “no hay novedad, no hay novedad”.

 

Recordamos ahora otras pocas, aunque algunas de ellas no están completas pero que pese a ello merecen ser citadas.

 

Se va el caimán

 

“Se va el caimán, se va el caimán”, “se va para Barranquilla”, “se va el caimán, se va el caimán”, “se va y no volverá”. “Una chica patinando patinando se cayó”, “y en el suelo se le vio ¿el qué?”, “que no sabía patinar”. “Se va el caimán, se va el caimán”, “se va para Barranquilla”, “se va el caimán, se va el caimán”, “se va y no volverá”.

 

Esta  canción fue censurada y prohibida su radiodifusión en Asturias debido a que, según radio macuto, en el puerto de Gijón varios jóvenes tiraron un tablón al agua con una foto de Franco en ella y comenzaron a cantar a coro: “Se va el caimán, se va el caimán”, “se va para Argentina”, “se va el caimán, se va el caimán”, “se va y no volverá”. La policía se enteró del espectáculo y lógicamente la canción fue retirada de la circulación.

 

Otra canción censurada por iniciativa del clero, ésta por impía, fue “Rascayú” pues en ella se consideró que se ridiculizaba la vida en el más allá, ya que su estribillo repetía muchas veces “Rascayú cuando mueras qué harás tú”, “tú serás un cadáver nada más”.

 

La Tonta Tomasa

 

“Tomasa gritan los chicos del pueblo”, “Tomasa a todos sirves de guasa”, “Tomasa todos dicen que eres tonta”, “pero sabes hacer caca”. “Yo nunca he tenido novio”, “ni dios me dé tentación”, “pues yo a los hombres los quiero”, “lejos de mi corazón”. “Y si alguno se me acerca”, “aprovechando mi tontuna”, “esos son falsos testimonios, que le levantan a una”. Venía ahora un recitado: “El otro día un mozo me dijo que se quería casar conmigo. Si yo soy tonta le dije. Qué más da, me respondió, también las rosquillas son tontas y saben muy ricas”

 

Santa Marta

 

“Santa Marta, Santa Marta tiene tren”, “Santa Marta, tiene tren, pero no tiene tranvía”. “Si no fuese por las olas, caramba”, “Santa Marta moriría, caramba”. “Las mujeres, las mujeres colombianas”, “no saben ni dar un beso”, “en cambio las españolas, caramba”, “besan que es un embeleso, caramba”.

 

Me he de comer esa tuna

 

“Guadalajara en un llano, México en una laguna”, “Guadalajara en un llano, México en una laguna”. “Me he de comer esa tuna”, “me he de comer esa tuna”, “me he de comer esa tuna”, “aunque me espine la mano”. “Dicen que soy hombre malo”, “malo y mal acostumbrado”, “dicen que soy hombre malo”, “malo y mal acostumbrado”. “Porque me comí un durazno”, “porque me comí un durazno”, “porque me comí un durazno”, “de corazón colorado”.

 

Tabernero

 

 

“Tabernero que idiotizas”, “con tu brebaje de fuego”, “llena de nuevo mi copa”, “bien rellena de veneno”. A continuación seguía un monólogo con voz de borracho: “los hombres no valemos nada, y, digo que no valemos nada porque el otro día me saqué una fotografía y la expuso el fotógrafo con el valor de seis como ésta, 10 pesetas. ¡ Vivan las mujeres !, que todo el mundo debiera estar casado para que supiera lo que es bueno. Soy un hombre de una inteligencia cristalina, pues gracias a mí han podido enterrar a mi primo Telesforo. Primo mío que se murió sentado en una silla. Como estaba tan tieso y doblado no lo podían enterrar. Yo lo he solucionado. Metieron el ataúd vacío en el coche y él se fue sentado en el pescante con el cochero. “Tabernero que idiotizas”, “con tu brebaje de fuego”, “sigue llenando mi copa”, “bien rellena de veneno”. “Como yo no tengo amores”, “y los que tuve murieron”, “placer encuentro en el vino”, “que me sirve el tabernero”. “Tabernero, tabernero”, “yo ya no tengo remedio”.

 

Limosna de amor

 

“Como paria del destino”, “solo he hallado en mi camino”, “la tristeza y el dolor.” “Fuiste tú la magdalena”, “la mujer más bella y buena”, “que consuela mi dolor”. “Yo te debo mi alegría”, “toda la luz de este día”, “que me produce tu amor”. “Y si alguna vez nos encontramos”, “los apuros que pasamos”, “solo lo sabemos tú y yo”. “Limosna de amor”, “me diste un instante”, “limosna de amor, a mi alma sangrante”, “limosna de amor”, “que no te pedí”, “déjame conmigo tu buena limosna”, “teniéndote siempre muy cerca de mí”.

 

Mi hijo

 

“Yo tenía un hijo”, “que era mi alegría”, “ángel de los cielos”, “luz del mediodía”. “Bello cual su madre”, “fuerte como yo”, “hijo más hermoso”, “nunca más se vio”. “Al llegar rendido a casa”, “de tanto como lucho”, “venía a mí diciendo”, “papá te tero mucho”. “Pero el hijo tan querido”, “hace poco se murió”, “no comprendo como puedo”, “vivir con su ausencia yo”. “Hijo pedacito de mi carne”, “pedacito de mi vida”, “de mi pobre corazón”. “Hijo al saber que te he perdido”, “mi sollozo es el rugido que lanza fiero el león”. “Ahora ya no lucho”, “ando dando tumbos”, “y cuando llego a casa”, “parece que le escucho”, “papá te tero mucho”. “Su madre a mí abrazada”, “solloza como yo”, “los dos nos hemos muerto”, “el día que él murió”. “Aunque soy un fiel creyente”, “a mi Dios pregunto así”, “para qué te lo has llevado”, “si era todo para mí”.

 

La caravana

 

“Cantando van alegres”, “su tierra está lejana”, “errantes van en caravana”, “pueblos y pueblos los ven pasar”. “La caravana, con sus cantos y risas”, “la ruta sigue, sin sentir el dolor”. “Tan solo él quedó sin compañera”, “si ella estuviera, qué felices los dos”. “Tan solo él no ríe”, “tan solo él no canta”, “quiere olvidar en caravana”, “la triste suerte que le afectó”.

 

Soñar despierto

 

“Qué lindo es soñar despierto”, “ajeno a la tentación”, “y despertar un momento”, “en pleno instante de la ilusión”. “Soñar con el Paraíso”, “soñar que yo soy Adán”, “sin Eva ni compromiso”, “ni manzanas de Satán”. “Soñar con un lugar desierto”, “donde poder descansar”, “qué lindo es soñar despierto”, “y luego poder despertar”.

 

Ay qué tío

 

“Ay qué tio”, “ay qué tío”, “que puyazo le ha metido”. “Los viajes de la RENFE”, “solo tienen una pega”, “que se sabe cuándo sales”, “pero nunca cuándo llegas”. “Ay qué tío”, “ay qué tio”, “qué puyazo le ha metido”. “En un carro de basura”, “me he metido el otro día”, “pues por sucio y maloliente”, “me creí que era un tranvía”. “Ay qué tío”, “ay qué tío”, “qué puyazo le ha metido”. “Los productos del mercado”, “se encarecen cada día”, “menos mal que las bebidas”, “son más caras todavía”, “ay qué tío”, “ay qué tío”, “qué puyazo le ha metido”.


Si me dejas entrar

 

“Si a tu casa me dejas entrar”, “cuantas cosas te voy a contar”. “La mujer del panadero”, “quiere pedir el divorcio”, “porque dice que el marido”, “no sirve para el negocio”. “Si a tu casa me dejas entrar”, “cuantas cosas te voy a contar”. “Si me caso y tengo suegra”, “ha de ser con condición”, “que si al año no se muere”, “la tiro por el balcón”. “Si a tu casa me dejas entrar”, “muchas cosas te voy a contar”. “Al matrimonio y al baño”, “hay que entrarle de repente”, “porque puedes tener frío”, “y entonces te arrepientes”. “Si a tu casa me dejas entrar”, “muchas cosas te voy a contar”.

 

Que se te ve

 

“Yo te conocí”, “sentada en un café”, “y cuando te vi”, “de ti me enamoré”. “Más al mirar tus piernas”, “en algo me fijé”. “Uy lo que te vi”, “cantando lo diré”. “El dedo gordo del pie”, “por la punta del zapato”, “feo y chato se te ve”. “Que se te ve”, “que se te ve”. “¿El qué?” “El dedo gordo del pie”.

 

Hay que ver

 

“Hay que ver”, “hay que ver”, “hay que ver”, “lo que inventan las mujeres”, “para lo para lo para lo”, “para lograr sus quereres”. “La romántica suspira”, “noche y día sin cesar”, “porque el príncipe que espera”, “está a punto de llegar”. “Y por fin una mañana”, “la despierta un son guerrero”, “y este son resultó ser”, “el pito del basurero”. “Hay que ver, hay que ver, hay que ver”, “lo que inventan las mujeres”, “para lo para lo para lo”, “para lograr sus quereres”.

 

Te digo adiós

 

“Cuando yo te digo adiós en la ventana”, “pienso en mañana y así es mejor”. “Es mejor pasar la vida alegremente”, “que tristemente en ti pensar”. “La vida pasa que es un primor”, “y sobre todo pasa el amor amor”. “Al llegar a tu nuevo lugar”, “me tienes que escribir”, “si te gusta mucho la ciudad”, “en donde vas a vivir”, “y si desde tu ventana ves el mar”, “cuéntame tus cosas”, “relátame de todo”, “pero del amor ni hablar”. “Cuando yo te digo adiós en la ventana”, “pienso en mañana y así es mejor”.

 

Soldado de levita

 

“Soy soldado de levita”, “de esos de caballería”, “de esos de caballería”, “soy soldado de levita”. “Me incorporé a las filas por una mujer bonita”, “por una mujer bonita que era mi alegría”. “Al pie de una planta rosa”, “a una viuda enamoré”, “a una viuda enamoré”, “al pie de una planta rosa”, “y me dijo la graciosa”, “no puedo mover un pie”, “pero si es para otra cosa”, “aunque sea cojeando iré”.

 

Palma brava

 

“Atambao”, “atambao”. “Alegre el negro palmotea”, “desde su rústica atalaya”, “mientras el buque cabecea”, “poniendo proa hacia la playa”. “No sabe el negro que taimado”, “el blanco acecha desde el puente”, “y que el estigma del esclavo”, “palpita ya sobre su frente”. “Espera del blanco”, “amor y ternura”, “ignora que trae”, “dolor y amargura”. “Atambao”, “atambao”, “atambao magnusala”.

 

Se va a Covadonga

 

“Se va a Covadonga”, “ay el enemigo”, “se va a Covadonga”, “yo no tengo miedo”, “se va a Covadonga”, “yo soy muy valiente”, “se va a Covadonga”, “yo estoy disparando”, “se va a Covadonga”, “pin pan racapún catapán”, “se va a Covadonga”, “sigo disparando”, “se va a Covadonga”. “Ay que me han tocao”, “se va a Covadonga”, “ay yo huelo a sangre”, “se va a Covadonga”, “ay que me cagao”, “se va Covadonga”.

 

Recordemos finalmente fragmentos incompletos de otras canciones que también se oyeron frecuentemente.

 

“Oh oh señor Colón”, “oh oh señor Colón”. “El señor Colón es un zapatero”, “que arreglando los pies”, “gana mucho dinero”. “En cambio la Inés”, “es la zapatera”, “siempre se la ve”, “con los dedos fuera”. “Oh oh señor Colón”, “oh oh señor Colón”, “fíjese como está el mundo”, “oh oh señor Colón”.

 

“Pájaro carpintero”, “enséñame a volar”, “y llévame contigo”, “donde mi amor está”. “Un pájaro y una pájara”, “tuvieron cuatro pajaritos”, “pero más les hubiese valido”, “comerse un par de huevos fritos”. “Pájaro carpintero”, “enséñame a volar”, “y llévame contigo”, “donde mi amor está”

 

“Madre yo quiero”, “yo quiero”, “quiero una chaqueta blanca”, “con los bolsillos de seda”, “y los botones de nácar”. “No me importa que ella sea”, “de buen lino o de lana”, “madre yo quiero”, “yo quiero”, “quiero una chaqueta blanca”.

 

“Si alguna mujer nos quiere”, “la despreciamos”, “pero si otra no nos quiere”, “a esa la adoramos”. “Ay qué caray”, “qué poco pido”, “una casa en el campo”, “cielito lindo”, “y un topolino”. “Ay qué caray”.

 

“La casa está triste”, “murió mi vecina”, “dejando apenado a su pobre hogar”, “a mi buen amigo”, “y a su linda nena”, “que juntos llorando su falta están”. “Papito querido tengo mucho sueño”, “mirad cuantas velas”, “pusieron los hombres”, “que hay allá arriba”, “yo quiero mirar”, “es mi mamita”, “papito querido”, “decidle que venga”, “conmigo a jugar”.

 

“Pero una noche de Reyes”, “cuando a mi hogar regresaba”, “comprobé que me engañaba”, “con mi amigo más fiel”. “Preso de ira y coraje”, “para vengar tal ultraje”, “allí mismo los maté”. “Qué cuadro compañero”, “no quiero recordarlo”, “con los zapatos del hijo”, “el cariño de su padre”, “espera un regalito”, “no sabe que a su madre”, “por mala y traicionera”, “su padre la mató”.

 

“Yo tengo una novia”, “que se llama Carolina”, “Carolina, Carolina,” “Carolina de mi corazón”. “Cuando yo le digo adiós”, “con gran simpatía”, “con mucha pasión”, “ella llorando está”, “en nuestra despedida”, “Carolina de mi corazón”.

 

“Qué lindo es estar enamorado”, “todo parece más bonito”, “teniendo el corazón prendado”, “vivir tan solamente”, “para mi amorcito”. “Las flores me parecen más bonitas”, “que adornan muy alegres mi ventana”. “Si hasta el sol”, “qué caray”, “brilla más”, “qué caray”, “cuando voy de paseo”, “por la ciudad”.

 

Con el título en español de “no cambies caballos” hubo una canción cantada en inglés, con ritmo de fox-trot y con una orquesta de instrumentos de viento. Su máxima difusión fue en los años 40 y estaba tan de moda que incluso era una de las más sonadas en las barracas durante las fiestas de San Mateo.

La Nostalgia del Pasado 5

                                                                     Capitulo 5

 

JUEGOS PERIÓDICOS ANUALES

 

Coincidencias en la geografía. Los cromos: lo tengo, no lo tengo. Los gusanos de seda. Las chapas de botellas. Los juegos comunes. Cuchillo-tijera-ojo de buey. Luz. Mula. Las canicas. Las peonzas.

 

 

Hay que hacer una distinción entre los juegos y juguetes artesanales que frecuentemente nos acompañaban y otros que se nos presentaban todos los años, sin saber el motivo, en ciertos meses y que constituían una novedad en la rutina de nuestros entretenimientos. Aunque estos recuerdos están localizados en nuestra querida ciudad de Oviedo, he de manifestar una coincidencia del tipo de estos juegos periódicos tanto en el resto de Asturias como en diversas partes de la geografía española, tal como he comprobado al evocar esta peculiaridad de ciclos anuales con amigos de Salamanca, Valladolid, Madrid y Málaga, es decir en una distancia del Norte a Sur, en los que muchos de los juegos que ahora vamos a recordar, también fueron comunes a otros niños de lugares lejanos y casi en la misma etapa de anualidad. Es una coincidencia muy extraña, tal vez telepática, pues en aquellos años la movilidad era nula, permanecíamos anclados en el mismo lugar, y no digamos nada sobre posibles comunicaciones orales pues las conversaciones telefónicas brillaban por su ausencia. Al igual que los juegos ya relatados, también los de este capítulo se realizaban en plena calle, donde acudíamos los niños y niñas en busca de compañía y amistad, utilizando muchas veces juegos muy compartidos, lo que influyó muy de veras en nuestra educación de adultos ya que el juego individual era prácticamente inexistente, tal como comprobaremos en las siguientes páginas.

 

Los cromos: lo tengo, no lo tengo

 

Las colecciones de cromos eran muy frecuentes, basadas casi siempre en dos motivos: fútbol y películas de cine. Los cromos se adquirían en las tiendas especializadas y había automáticamente una valoración de los números escasos. Lógicamente el editor procuraba que algunos cromos fuesen difíciles de encontrar y de este modo la venta se disparaba ya que se compraban muchos sobres con la ilusión de obtener los números en blanco del álbum para completar éste. Había trueques en sencillo, es decir, cromo por cromo, pero si era uno difícil había que pagar entre 20 y 30 cromos diferentes. Éste era un trato tácito, nadie se creía engañado por el cambio pues en cualquier zona de la ciudad y en todos los colegios el valor de los cromos escasos era indefectiblemente el mismo. Ante la imposibilidad de obtener los cromos que escaseaban, se podía recurrir a la propia editorial, enviando el precio que ésta fijaba en sellos de correos y de esta manera nuestra anhelada colección podía completarse.

 

Había cromos de gran calidad, colorido y temática a base de fútbol, animales, aviones, etc. Otros con las películas de Walt Disney y otras menos infantiles, en especial “Robin de los bosques” “Policía montada del Canadá” “Mujercitas” “El doctor Satán” y “El Halcón y la Flecha”. Ésta última en blanco y negro. Incluso los mayores tenían la misma inquietud, con los álbumes tan conocidos de “Las bellezas de Asturias” y “Las bellezas de Galicia”, que se obtenían por la compra realizada en comercios de tejidos y zapaterías. Estaban hechos a base de fotografías en blanco y negro, de diferentes tamaños y engomadas para facilitar su colocación.

 

Había también otros cromos, éstos troquelados y que se vendían en láminas, con los cuales se jugaba entre varios niños, poniendo cada uno un cromo boca abajo y comenzando el juego a voltear alguno de ellos con golpes de mano ahuecada, apropiándose cada jugador de los que podía voltear y cuando se acababa el montoncito se volvía a poner otro cromo por participante, con lo cual alguno se quedaba sin sus cromos y procuraba ser más diestro en la próxima ocasión.

 

Los gusanos de seda

 

Lógicamente estos simpáticos gusanos estaban obligados a pertenecer a estos juegos periódicos debido a su ciclo vital.

 

Allá por la primavera estallaban los huevecillos guardados celosamente desde el año anterior y nacían unos minúsculos seres de unos 3 a 5 milímetros de longitud y que constituían un verdadero acontecimiento para todos nosotros. La principal y más ardua tarea que nos caía encima era procurarles el adecuado alimento y esto era bastante complicado ya que el árbol de la morera era escaso en nuestra ciudad. Todos conocíamos dónde había alguno de estos pocos ejemplares y lógicamente si casi todos acudíamos al mismo árbol, que generalmente no era de gran tamaño, éste se quedaba pelado de hojas al poco tiempo, ya que incluso le cogíamos los brotes pequeños. Total que había un mercado de hojas por parte de los conocedores de buenos sitios y en ello teníamos que volcarnos los demás. También había otro mercado casero, éste de gusanos ya criados y cuyo precio oscilaba de 10 céntimos (una perrona) a 25 céntimos (un real) y tenías así un surtido entre tamaño y raza pues había gusanos blancos completos y otros blancos rayados, siendo estos últimos muy apreciados. Aparte de la raza, el tamaño era el más valorado, ya que al adquirir un gusano grande, de unos 5 centímetros y con la parte de las patas amarillenta, garantizaba la próxima posesión de un capullo, amarillo o blanco, del cual saldría la mariposa.

 

La cría continua, sin este atajo vital, implicaba la ya citada escasez del alimento específico lo que nos obligaba en muchas ocasiones a sustituir la morera por otras hojas, tal como lechuga. Esta alteración alimenticia les producía a los pobres gusanos la aparición de un color oscuro, acompañado de una diarrea que muchas veces producía la muerte de toda la colonia y solo alguno de los más grandes hacía presuroso un débil capullo, futuro ataúd de la pobre crisálida. Pese a estas dificultades, cuando lográbamos obtener un ciclo adecuado, con buena alimentación, era muy agradable destapar la caja todos los días hasta encontrar de pronto alguno de ellos haciendo el capullo. Tras esta espera venía otra, la de la aparición de las mariposas y que en ellas hubiese machos y hembras, éstas de mayor tamaño. Cuando observábamos el apareamiento ya sabíamos que tendríamos el premio de los huevos, que recién puestos eran abultados y de color amarillo, transformándose en gris azulado y aplanados a los pocos días de su puesta.

 

Venía a continuación la delicada tarea de guardar la cosecha de huevecitos hasta el año siguiente, con un doble peligro, por una parte olvidar dónde los habíamos guardado y por otra que nos dejásemos llevar por nuestro instinto destructivo y los estallásemos uno a uno, tal vez como experimentación científica.

 

Las chapas de botellas

 

Una buena colección de chapas significaba poseer los materiales necesarios para lograr dos buenos entretenimientos: carreras ciclistas y partidos de fútbol. La calidad de ellas dependía del envase de su procedencia y en el primer lugar de aceptación eran las escasas que tapaban los botellines de vermut Martini Rossi y Cinzano, ya que por entonces estas chapas tenían troqueladas estas marcas en su base, por cuyo motivo poseían unas propiedades de adherencia idóneas para los juegos en que iban a ser empleadas.

 

Las carreras ciclistas constituían un juego apasionante. Su comienzo era simultáneo a la aparición de una colección de cromos que aparecían invariables a través de los años, en los que venían los retratos de los ciclistas más famosos en un círculo de su parte central enmarcado por las cubiertas cruzadas de una rueda de bicicleta y el correspondiente nombre en su parte inferior: Fermín Trueba, Manuel Cañardo, Dalmacio Langarica, Julián Berrendero, Delio Rodríguez, Gino Bartali... hasta un total de 48 corredores, por lo cual el álbum era fácil de completar. Aprovechando esta colección recortábamos las fotos y se fabricaban los ciclistas. El montaje era artesanal y en la mayoría de los casos una verdadera obra de arte. Para ello se sacaba la pieza interior de corcho de la chapa y se ponía la foto del ciclista, que era del mismo diámetro de la chapa, en el interior de ésta, después se recortaba hábilmente un cristal con un artilugio a base de un alambre doblado y con una parte libre en la que se metía el cristal y se comenzaba a partir aristas hasta lograr un círculo completo. Se colocaba el disco de cristal sobre la cara del ciclista y ahuecando la parte del centro de la pieza de corcho se introducía ésta en la chapa, de modo que servía de soporte y embellecedor del conjunto. Si había suerte y teníamos masilla de cristalero, el borde se rellenaba con ella, de tal modo que la calidad de la chapa-ciclista era mejor. Incluso se podía mejorar aún más con una anilla de latón en la parte cental de dicha masilla.

 

La carrera se hacía a base de pintar con tiza blanca en las aceras una carretera, con curvas, obstáculos y pinchazos, siendo penalizado el corredor que caía en alguno de ellos con pérdida de tiradas sin jugar. El movimiento de la chapa se hacía con un golpe del dedo índice presionado sobre el pulgar y abierto bruscamente. Solamente servía la tirada en la que la chapa quedaba en el interior de la pista y sin salir de ésta durante su movimiento.

 

En cuanto a los partidos de fútbol, la preparación de la chapa difería ya que se jugaba con ésta invertida, con la base hacia arriba y en la cual se pegaba la foto del futbolista. El juego tenía sus normas de obligado cumplimiento y el balón solía ser una bola pequeña de piedra, “china” se llamaba. En este caso el juego solía realizarse en la parte arenosa de la calle. Como mejora de los jugadores se utilizaban también botones grandes, lo que suponía más calidad en la presentación de los futbolistas. Hay que destacar que no era corriente disponer de los cromos de jugadores de fútbol con tanta facilidad como los de ciclistas.

 

Los juegos comunes

 

Había en la época de primavera-verano una serie de juegos en los que la mezcla de niños y niñas era más frecuente y se producían con mucha ingenuidad, sin malicia, pero con la excitación típica que siempre se ocasiona ante un ligero roce o las miradas tiernas. Uno de los más típicos, copiado de los mayores, era el de las prendas. En él cada uno de los participantes daba un objeto personal al encargado de organizar el juego, “la madre”, comenzando ésta por indicar inicialmente la tarea a desarrollar por el poseedor de la prenda que se iba a sacar. El seleccionado cumplía su obligación, que muchas veces era una canción o elegir novia, etc. Así continuaba hasta finalizar la extracción de todos los objetos.

 

En otro juego los niños y niñas se sentaban en el suelo y tras un sorteo se elegía al llamado “conejo”. Éste se alejaba del círculo y el resto de los niños entonaba una canción que decía: “el conejo no está aquí / se ha marchado esta mañana / por la tarde ha de venir, / ¡ ay ! Aquí está, / haciendo reverencias (en este momento aparecía el alejado) / tú besarás a quién te guste más” (era el momento álgido del juego pues aquí se descubrían los amores secretos). A continuación se repetía varias veces más, al final con gran jolgorio pues lógicamente había muchas coincidencias en los niños y niñas elegidos por cada “conejo”.

 

Otro juego común era “El rescate”, que también se conocía por el raro sinónimo de “Pío Campo”. En éste se repartían los participantes en dos grupos y la competencia consistía en atrapar prisioneros, que se colocaban en fila india y cogidos de la mano esperando el posible rescate, en la zona perteneciente a cada respectivo bando. Si había rescate éste únicamente se lograba cuando un corredor evitaba ser atrapado por sus enemigos y al llegar a la zona de los prisioneros golpeaba la palma extendida del primero de la fila, lo que producía la fuga alocada de todos los prisioneros. Al final ganaba el equipo que había apresado a todos los miembros del rival. Para los niños era un juego muy buscado pues al apresar a las niñas, siempre había casi un abrazo y lógicamente éste era muy bien recibido.

 

El juego de “Justicias y Ladrones” consistía en repartirse en dos bandos iguales. Los denominados ladrones se escondían y los policías salían de su zona o cuartel en la búsqueda de los escondidos. Al encontrarse uno u otro, el que  lo prefería daba el “alto” y el otro se quedaba quieto mientras el descubridor contaba 12 pasos en dirección al presunto prisionero. Había que tener una doble habilidad, una para no dar el “alto” demasiado pronto y la otra en tener la agilidad necesaria para que los pasos fuesen grandes y esquivasen obstáculos. En el caso de que con los doce pasos reglamentarios no te acercaras a tocar con la mano al contrincante, éste te daba a su vez el “alto” y lógicamente te hacía prisionero. En este juego, al igual que en el anterior, ganaba el grupo que hacía más prisioneros.

 

El “bote” y el “escondite” eran similares en su fundamento. Se echaba a suertes para elegir el que se “quedaba” y una vez logrado éste, con un bote de conservas vacío contaba hasta 20 golpes en el suelo y mientras tanto todos los jugadores corrían presurosos a esconderse, tanto en portales como muros y ruinas de casas. Comenzaba la búsqueda de los escondidos y al toparse con uno, se iniciaba una loca carrera hasta donde estaba colocado el “bote”, ganando el que llegaba antes y le daba una patada. El primero en ser encontrado y privado de alcanzar el “bote” tenía la penalización de ser el próximo “quedado” y había de esperar la continuación del juego por si alguno que le libraba llegando primero al bote y haciendo así repetir de nuevo al “quedado”.

 

En el caso del “escondite”, la variación era que el “quedado” contaba hasta 20 en voz alta con los ojos cerrados y mirando a una pared, que era el lugar en el que se producía después la misma circunstancia de atrapamiento o liberación como en el caso del “bote”. La única diferencia era que la liberación se producía en lugar de la patada al “bote”, en decir en voz alta en el lugar del “quedado”: “una dos y tres por mis compañeros”.

 

Había en los dos juegos el honor de ser el que vencía al “quedado” y según estos transcurrían, los gritos de ánimo y ayuda emitidos por los “encontrados” eran el acicate para los que aún estaban escondidos.

 

Cuchillo-tijera-ojo de buey

 

Se seleccionaban dos grupos por sorteo, no más de 6 jugadores por cada bando y se sorteaba quién se “quedaba” con la prueba de ir colocando pie sobre pie alternativamente hasta que al final el que pisaba el pie al contrario era el ganador. El grupo de los perdedores se colocaba formando una cadena de modo que el primero apoyaba su cabeza sobre las piernas del director del juego o “madre” con la cintura doblada en ángulo, el segundo metía su cabeza entre las piernas del primero y también con doblez de cintura y así sucesivamente hasta completar todo el grupo de “quedados”. El bando contrario iba saltando, de uno en uno, sobre la cadena de los agachados. Al ir aumentando el número de saltadores solía ocurrir que todo el peso fuese soportado únicamente por un par de los agachados, lo que motivaba la caída colectiva al suelo en una maraña de niños, por lo cual se repetía nuevamente el juego con los mismos “quedados”.

 

Si la cosa no fallaba por el hundimiento, uno de los subidos gritaba “cuchillo, tijera, ojo de  buey”, haciendo una señal elegida; dedo índice estirado, dos dedos en uve, cero con dos dedos en círculo respectivamente. La “madre” era testigo de lo señalado y el primero de la cadena tenía que acertar la señal, en cuyo caso “quedaba” el otro bando y si no lo hacía volvía a repetir el ya “quedado”. Este juego era un verdadero espectáculo cuando el número de participantes era grande y en la última fase entre el peso ejercido sobre unos pocos o el amontonamiento de los montados solía producirse la citada caída colectiva.

 

Pese a ello no se produjeron desgracias notables con aquellas caídas tan espectaculares.

 

Luz

 

Este juego se realizaba en época diferente a los demás coincidiendo generalmente con los recreos del colegio. También había una selección previa en dos bandos y sorteo para ver quien se “quedaba”. Los “quedados” se ponían todos, menos uno que vigilaba, cogidos por los hombros y en círculo cerrado. El bando contrario atacaba y tenía que montar completo sobre los “quedados”, sorteando al vigilante pues si éste cogía a alguno antes de montarse, ganaba el juego y se cambiaban los bandos. Durante la carrera del vigilante el corro quedaba libre, por lo cual los no perseguidos hacían “el abuso”, es decir, montaban y desmontaban repetidamente. El perseguido solía montar de un modo precipitado, por lo cual iba resbalando poco a poco hacia el suelo y era el momento en que el vigilante le cogía por un brazo o por la misma ropa, al tiempo que repetía “luz, luz, luz” hasta que éste tocaba el suelo y con ello perdía el juego. Lógicamente si el vigilante atrapaba al perseguido antes de montarse, al grito de “luz” el juego concluía también con la consiguiente pérdida. El perder de una u otra manera significaba hacer el corro y recibir el ataque.

 

Mula

 

Solía ser el juego de calle y con el buen tiempo. Consistía en que, previo sorteo, un participante se “quedaba” y los demás iban saltando sobre él, situado en flexión sobre la cintura, espalda horizontal y cabeza inclinada hacia el suelo. Comenzaba entonces el juego que consistía en ir participando los jugadores, por riguroso turno, sobre el “quedado”. Al saltar el primero pronunciaba una frase, prevista en el juego, y el correspondiente movimiento simultáneo al salto. El número de saltos llegaba a 20 o más pero se suspendía si a lo largo de la serie alguno de los jugadores se equivocaba o fallaba en el movimiento del salto y éste era el nuevo “quedado”.

 

Como ejemplo de esta cadencia podemos recordar: “a la una pica la mula” y durante el salto se pegaba un pequeño golpe con el talón del pie sobre el trasero del “quedado”; “a las dos la gran coz”; y aquí el golpe similar al anterior debía ser muy fuerte, “a las tres, tres saltitos me daré Juan Perico y Andrés”; y se daban tres saltos antes del definitivo sobre el “quedado”; “a las cuatro brinco y salto” y se daba un brinco y se saltaba después; “a las cinco salto y brinco” y se brincaba después del salto sobre el “quedado”; “a las seis iré, iré, iré” y te marchabas después del salto dando saltitos a la pata coja y todos lo hacían siguiendo el camino emprendido por el primer saltador, siendo en este número por su duración donde se producían los más numerosos fallos, perdiendo el que primero daba un traspiés o apoyaba ambas piernas.

 

Se continuaba así hasta finalizar el ciclo previsto y recomenzar con otro “quedado”.

 

Las canicas

 

Tenían una variedad de clases, dependientes de los materiales de su construcción. En la parte más baja estaban los más clásicos y abundantes, que se denominaban “banzones” y eran los fabricados de barro cocido y pintados de diferentes colores individuales. Como esta pintura era de muy baja calidad, el banzón envejecía pronto y perdía su color original y se quedaba de color barro, lo que era motivo para que algún espabilado hiciese a mano, con barro, sus propios banzones y tras dejarlos secar al sol o en el horno de la cocina de su casa, incorporaba su material falsificado en el torrente circulatorio de estos banzones.

 

A continuación estaban “las chinas”, que eran canicas hechas de piedra y de tamaños variados, siendo el mayor igual al de los “banzones”. Estos diferentes tamaños influían en su valor de cambio ya que la unidad era un “banzón” y de ahí se derivaba que una “china” corriente valía 10 “banzones”, mientras que su valor se disparaba en los tamaños más pequeños.

 

En la clase más elevada estaban los “mejicanos”, que eran de cristal con unos dibujos interiores de fuertes y variados colores. Lógicamente su cambio por chinas y banzones era muy elevado.

 

Los diferentes juegos que se realizaban con estas canicas solían iniciarse durante el mes de octubre. Uno de ellos era el “guá”, consistente en un pequeño hoyo redondo y generalmente dos jugadores. Cada jugador podía elegir el tipo de canica a emplear. El movimiento de la “canica” era producido por una flexión de dos o tres dedos que colocaban la bola de tal modo que al soltar el dedo adecuado, ésta salía disparada y bien orientada. Para completar esta posición de disparo había dos alternativas, llamadas “guilga cerrada” y “guilga abierta”. La cerrada consistía en que desde la posición de tiro se colocaba el dedo meñique de la mano izquierda y el pulgar sobre la muñeca de la mano derecha, limitando así la distancia, mientras que en la larga el meñique de la mano izquierda era el principio y con los dos brazos estirados, era el final la parte de la mano derecha que “disparaba” la canica. Una vez puestos de acuerdo los jugadores sobre el tipo de “guilga”, comenzaba el juego. El primer jugador tiraba su canica, generalmente de piedra, lejos del “guá”, a un máximo aproximado de 2 a 3 metros. El segundo jugador procuraba golpear la canica del contrario y en ese caso volvía a tirarla para alcanzar el “guá”, pero si fallaba y el contrario acertaba a darle a su canica y retornaba al “guá” éste era el perdedor, que pagaba con un banzón. El juego transcurría lento y era muy entretenido. Si uno de los jugadores perdía sus banzones, comenzaba la cuenta a crédito y si se alcanzaba la equivalencia de la “china”, también ésta pasaba a  poder del ganador.

 

Cuando había varios jugadores el juego se ampliaba con “la raya” y “el triángulo”. En el primero se trazaba una línea recta ligeramente profunda y cada jugador ponía un banzón sobre ella. Después cada uno y previo sorteo, tiraba su canica desde una distancia determinada y comenzaba el juego en orden de aproximación a dicha raya. Con la guilga acordada se procuraba golpear y sacar a cada banzón de la raya y mientras acertases seguías la tirada, ganando todos los banzones liberados. Durante este turno también podías golpear la canica de alguno de los participantes y alejarlo para que tuviese dificultad cuando le llegase su turno. Si el golpe era próximo y fuerte se conocía por “ñosclo” y llegaba incluso a producir la fragmentación de la canica golpeada. Si al operar te caía tu canica dentro de la raya estabas “quemado” y te quedabas allí sin tirar hasta que alguno te liberara con otro golpe, en cuyo caso pagabas un banzón. A continuación iban tirando el resto de jugadores en el orden establecido, mientras hubiese banzones o “quemados” dentro de la raya y finalizada esta etapa se reiniciaba con iguales características.

 

El “triángulo” tenía normas similares y variaba respecto a la figura geométrica ya que tanto las líneas que lo formaban como el área interior eran zona de “quemado”. Aquí se permitía mayor número de participantes pues que la zona de puesta de los banzones era mayor e incluso se podían situar en el interior del triángulo y a lo largo de los lados.

 

Otra aplicación de las canicas era jugar al fútbol, lo que implicaba tener once banzones del mismo color para cada equipo y una “china” pequeña para hacer de balón. Con el campo de fútbol pintado y haciendo tiradas consecutivas se hacían verdaderos campeonatos futbolísticos, acompañados incluso de espectadores. Lógicamente la pista del campo debía rotularse sobre una superficie arenosa.

 

Las peonzas

 

Las peonzas (trompos) eran también protagonistas de estos juegos periódicos. Las mejores tenían en su punta el ferrón de lanza y rosca, hechos en los talleres de la Fábrica de Armas o en el del padre de algún niño, que luego el afortunado poseedor presumía de la importancia de su peonza modificada por aquel artilugio destructivo. Éstas eran muy temidas por el resto de los jugadores pues partían fácilmente a las demás, al ser golpeadas durante el juego con un ferrón tan certero, fuerte y punzante. Los más habilidosos implementaban la fortaleza de su peonza con un refuerzo a base de chinchetas o chapas metálicas, que se incrustaban en la parte alta, previo capado de la misma, es decir, eliminando el pequeño cilindro ornamental que ésta tenía en la parte superior. Se complementaba la calidad de este artilugio casi bélico con una buena cuerda, `provista de una moneda de 25 cts (“un real”) al final de dicha cuerda, sujeta entre dos nudos, que favorecía así el agarre entre dos dedos y producía una mayor fuerza en el desprendimiento de la peonza.

 

El juego consistía en hacer rodar la peonza, cogerla con la mano durante su giro y hacer alguna prueba de habilidad con ella, previamente acordada entre los participantes del juego. Los que fallaban en el intento debían de dejar su peonza dentro de un círculo, sobre las cuales tiraban los demás jugadores las suyas con ánimo de golpearlas. Lógicamente aquí era el protagonismo de las peonzas modificadas que rompían en dos a cualquiera de las que esperaban en el círculo, con gran disgusto del respectivo propietario.

 

Canciones a coro

 

Como otro entretenimiento, éste nocturno, había también un repertorio de canciones que se acompañaban con inocentes actividades de muecas, ademanes, saltos, etc y entre los cuales podemos recordar las letras olvidadas en el tiempo, tales como “Dónde va la cojita miru, miru, miruflá”, “voy a casa de mi abuela, miru, miru, miruflá”; “El colegio Auseva es un colegio famoso donde suelen ir los niños a aprender a hacer el oso” “Salen los niños chumbalabalabero” Salen las niñas chumbalabarabá”, “haciendo de este modo chumbalabalabero”, “haciendo de este modo chgumbalabarabá”;  “Pelona sin pelo”, “cuatro pelos que tenías los vendiste de estraperlo”, “pelona sin pelo”.

 

Lógicamente había muchas más canciones que al ser muy tradicionales se han mantenido hasta los tiempos actuales, por lo cual al no estar olvidadas no se tienen aquí en cuenta.


La Nostalgia del Pasado 4

 

Capitulo 4

 

LOS JUGUETES ECONÓMICOS Y ARTESANALES

 

Juguetes de hojalata. Reparación. Artículos en la Plaza de El Fontán. Las Pizarras. Plumines y plumieres. Los trenes. El fútbol: pelotas de trapo. El Cascayu. Los cigarrillos de manzanilla y tabaco. Artículos pirotécnicos. Cariocas. Pistolas de pinzas. Gomero-Forcau. Muñecos en el techo. Soldados recortables. Mariquitas. Juegos con animales. Patinetes y carros de cojinetes. La chatarra. Juegos alimenticios. El aro y la comba. El caballito de cartón. El muñeco musical.

 

Ya comenté anteriormente que con excepción de los Reyes Magos, en que nuestros padres hacían un verdadero esfuerzo por dejarnos juguetes de importancia, durante el resto del año nos teníamos que conformar con otros más pequeños en tamaño, calidad y precio, pero que constituían una ilusión muy grande cuando caían en nuestras manos. En muchas exposiciones actuales, en los que los coleccionistas nos presentan muchos de ellos, nos asombra su fealdad y mal acabado de escala ¡ con lo maravillosos que nos parecían !

 

Estos juguetes de hojalata, tanto de Reyes como los otros, tenían la peculiaridad frecuente de poder moverse con un resorte metálico, “de cuerda” los llamábamos, cuya duración era corta ya que al atornillar la manecilla del resorte se producía con rapidez su rotura, lo que motivaba que intentásemos arreglar el estropicio. Para ello levantábamos las pestañas de los extremos de la base para llegar al trípode donde el resorte estaba fijado y manipulábamos éste, para dejar libre el eje de las ruedas sobre el que actuaba y así poder seguir jugando, esta vez a rueda limpia, cosa que también era muy deseada. Cuando inventábamos montar de nuevo la carrocería aquellas malditas pestañas se rompían siempre y ya no había manera de volver a tener el juguete armado nunca más, con lo cual el juguete finiquitaba en nuestras manos.

 

Hecho este preámbulo de muerte súbita para muchos de los juguetes, vamos a hacer un recorrido sobre la multitud de artículos, tanto adquiridos como manufacturados que hicieron felices muchas horas de nuestra infancia y constituyeron la base de los juegos, que en la mayoría de los casos eran comunitarios, es decir, se compartían entre varios niños, de tal modo que el entretenimiento era mayor y nos enseñó también a no ser egoístas.

 

Con unos pocos céntimos se podía ir de compras hasta la Plaza del Fontán y allí, en los puestos de venta especializados adquiríamos muchas veces unas gafas hechas de cartón con los cristales de papel transparente y de colores brillantes, principalmente rojas, azules y verdes. Las más baratas tenían una gomita para pasarlas detrás de la cabeza y las de más calidad estaban dotadas de patillas. Para completar el “lujo” había también relojes de pulsera, unos económicos con las manecillas pintadas y otros con más calidad, en los que las manecillas se movían con una pieza como la rosca de los de verdad y así te dedicabas a moverlas hasta romper el mecanismo, cosa que duraba muy poco tiempo.

 

Las pizarras 

 

Eran a base de una lámina de dicho material enmarcada con un cerco de madera vista. Este modesto objeto cumplía dos funciones, una era didáctica, que correspondía al equipaje del colegio y en ella realizábamos todo tipo de actividades escritas, tal vez para ahorrar cuadernos, tan escasos en aquellos años. Lógicamente la invectiva infatil procuraba sacar partido de esta pequeña propiedad que caía en nuestras manos y así servía para que realizásemos en ella nuestros primeros escarceos artísticos, con dibujos y garabatos que nos servían de gran distracción. ¿Quién no recuerda aquel dibujo numérico que hacíamos simultáneamente al recitado en alta voz “con un seis y un cuatro hago tu retrato? También nos servían para producir sonidos chirriantes; raspando el pizarrín con cierto ángulo se producía un ruido penetrante que incluso daba dentera a los presentes. Repito otra vez la selección del material del pizarrín, que el más común era a base de pizarra pero había otros más selectos, menos rudimentarios, cuya textura era suave y de color blanquecino, que lo conocíamos por “pizarrín de manteca” y que lógicamente era el preferido por todos.

 

Plumines y plumieres

 

La escritura con pluma estilográfica tardó años en lograrse y eran escasos los muchachos que poseían una, que para colmo solían estropearse pronto. La base de la escritura era el típico palillero en el que se introducían los clásicos plumines. Estos plumines eran variados, incluso con formas y gruesos adecuados para los cuadernillos con letra gótica. Los más comunes tenían una hendidura central, lo cual motivaba que la punta de la escritura se abriera más de lo necesario, siendo inservibles en poco tiempo. La calidad de éstos fue apareciendo poco a poco y así en la clasificación de los más comprados era la marca Irinoid la primera con ventaja al resto de sus competidores. En ocasiones teníamos una caja de madera lisa y alargada, el plumier donde poder guardar la goma de borrar, los plumines con su palillero y los lápices. Estos plumieres tenían también sus categorías dependiendo lógicamente de su precio, desde el más económico a base de un compartimento único hasta el más caro con tapas decoradas y multitud de divisiones interiores para clasificar sus contenidos.

 

Los plumines tenían también otras aplicaciones menos didácticas tales como servir de herramienta mediante su punta para hacer modestos tatuajes en el dorso de las manos, utilizando para ello tintas de colores e incluso para clavarlos en el abdomen de algún moscardón y observar su lento caminar provisto de tal accesorio.

 

Los trenes

 

No puedo reseñar aquí nada sobre los trenes con resorte y los trenes eléctricos, tan difíciles de poseer y tan conocidos por los coleccionistas en la actualidad y que debido a su categoría están alejados de este recuerdo.

 

Para suplir su carencia buscábamos afanosamente en los pequeños desperdicios domésticos las latas de conserva vacías de sardinas y atún. Ambas latas eran planas y alargadas, como las actuales, y con ello adecuadas para ser transformadas en vagones de mercancías. Desprovistas de las tapas y haciéndoles un agujero en ambos extremos, se unían entre si con un trozo de cuerda, siendo este mas largo en la lata que hacia el papel de locomotora, con el que cogido el extremo del cordel con la mano, servía para mover aquel tren tan maravilloso, que hacíamos circular por aceras y calles y como eran de mercancías se rellenaban los vagones con arena, piedrecillas y palos, de modo que para nosotros aquel artilugio fue durante mucho tiempo un tren casi de verdad.

 

El fútbol

 

Los juegos de este deporte eran muy corrientes de realizar en plena calle, ya que los coches brillaban por su ausencia y por lo tanto éramos los dueños absolutos de esta zona. Lo malo era que la posesión de una buena pelota o un balón era prohibitivo y teníamos que recurrir a otros modelos, más económicos o artesanales. El más económico era una pelota hecha de badana y rellena de serrín de madera, lo que ocasionaba que, pese a su pequeño tamaño, fuera muy pesada y como la badana se deterioraba pronto en su erosión sobre el suelo de la calle, al final duraba poco tiempo. La otra opción, muy barata, era hacer la pelota con trapos y cordel. Había verdaderos artesanos especialistas en esta manufactura, siendo lo más difícil encontrar los trapos pues por entonces nadie los tiraba, de modo que teníamos que pedir en nuestras casas algún retal inservible.

 

Lograda la materia prima comenzaba la fabricación  propiamente dicha, prensando los trapos mojados  en forma esférica y alcanzado el tamaño deseado, se remataba con cordel fino, de Bramante se llamaba, lográndose así una pelota, que lógicamente duraba solo una tarde. Su muerte era gloriosa pues comenzaba por la rotura y pérdida del cordel y lógicamente el desmembrado de los trapos, pese a lo cual proseguía su uso hasta que su deterioro impedía continuar. En ese momento el juego se suspendía y los restos de la pelota se guardaban para el día siguiente en el que con nuevas aportaciones de trapos y cuerda se recomponía y volvía una vez más a cumplir su destino.

 

El Cascayu

 

Era un juego que servía tanto a niñas como a niños. Consistía en cinco o siete  rectángulos enlazados, pintados con tiza si la superficie era de cemento, o con una línea profunda si era en zonas arenosas. Con un trozo de piedra plana comenzaba el juego, depositando ésta en el primer rectángulo y pasándola posteriormente al siguiente únicamente con la ayuda de un pie y el otro mantenido en alto. Cada rectángulo consecutivo tenía mayor dificultad en los movimientos que había que realizar sobre él, de manera que el jugador que fallaba era eliminado y comenzaba el juego el siguiente competidor. Como había muchos especialistas el juego se iba complicando pues una vez superados todos los rectángulos comenzaba otra vuelta sobre ellos, esta vez con mayores dificultades añadidas. En ocasiones el cascayu era para un jugador solitario, así que servía también de entretenimiento individual y de paso como entrenamiento.

 

Los cigarrillos de manzanilla y tabaco

 

Aunque ya se citó este tipo de entretenimiento conviene recordarlos una vez más ya que nuestra apetencia por imitar a los mayores implicaba que los comprásemos frecuentemente en los comercios especializados de la Plaza del Fontán y en la Boalesa.

 

Lógicamente eran inofensivos y por lo tanto permitidos pero también nos servían de tapadera para fumar cigarrillos de verdad. Si teníamos dinero, cosa poco probable, comprábamos algún pitillo suelto de los más baratos, Los Ideales. Aquellos cigarrillos eran pura dinamita, con su envoltura de papel amarillo y su contenido heterogéneo, casi siempre lleno de nervios de las hojas  del tabaco, estacas las llamábamos, que si no apagabas el cigarrillo, producían un olor y sabor de lo más desagradable. Cuando el pecunio era escaso recurríamos a un proceso asqueroso consistente en recoger colillas del suelo, abrirlas y mezclar su contenido hasta lograr la cantidad requerida para surtir a todos los ansiosos fumadores.

 

La técnica de las colillas se aprovechaba también por las personas mayores, pues las cigarreras vendían simultáneamente este tipo de tabaco, que tenía un poco más de higiene que el nuestro, pues lo habían sometido a un lavado previo antes de proceder a su venta.

 

Artículos pirotécnicos

 

Uno de los entretenimientos más deseados consistía el hacer explosionar una serie de materiales de fácil adquisición, tanto por su abundancia como por su precio. La tienda más frecuentada para estos menesteres era la de Nicanor, ya que este venerable anciano disponía de un surtido variado de “bombas”, restallones”, “petardos” y “voladores”.

 

Las bombas eran unos pequeños envoltorios que al tirarlos con fuerza sobre el suelo de cemento o losetas, producían una explosión. Los más económicos eran a base de un pequeño abultamiento, como de 0,5 cm3, que estaba forrado con papel de color chillón y una pequeña prolongación, por la que se cogía y se hacía su tirada. De mayor precio era otro modelo, este en forma de cilindro deformado, de unos 2 cm de largo y 1 cm de diámetro, construido en papel de estraza y con un refuerzo de cordel muy fino para evitar su deterioro. Lógicamente el estallido que producían  era apreciable. Ignoro cual podía ser la composición del material explosivo de estas “bombas”, lo único que se me ocurre que pudiera explosionar por golpe brusco es una gota de nitroglicerina pero me parece de un peligro exagerado, aunque en aquellos años el nivel de peligrosidad para los juegos infantiles era bastante elevado.

 

Los “restallones” estaban formados por una tira de papel basto, sobre el cual iban depositados unos pequeños semicírculos abultados de color marrón rojizo. Se compraban por unidades o por tiras completas y para utilizarlos se separaba uno de ellos, cortando el trozo de papel correspondiente, y se raspaba sobre una piedra o pared y el restallón comenzaba a originar pequeñas explosiones hasta que finalizaba el material que los producía. Muchas veces los frotábamos con suavidad en las paredes de los pasillos de nuestras casas cuando ya era de noche y dejaban un rastro fosforescente que era muy apreciado por nosotros pero la diversión duraba  solamente una noche ya que al día siguiente la pared estaba llena de los arañazos que habíamos producido y por tanto la regañina y posterior prohibición estaban aseguradas.

 

Los “petardos” eran también de varios tamaños, según su precio. Los más económicos y por tanto lo tanto los más utilizados, eran unos cilindros de cartón, de unos 5 cm de largo y 0.5 cm de diámetro, con estrechamiento en ambos extremos y en uno de los cuales llevaba una pequeña mecha. Producían una explosión bastante sonora pero nada comparable a los de tamaño superior y mayor precio, los cuales se podían introducir en los huecos de ladrillos y producían una ruidosa deflagración, acompañada de un pequeño destrozo.

 

Los “voladores” eran similares a los utilizados en las fiestas veraniegas, pero lógicamente a escala muy reducida. De este surtido pirotécnico estos “voladores” eran los menos preferidos, tal vez porque la relación diversión-precio no era la adecuada.

 

Cariocas

 

También jugábamos con unas cintas de papel de tipo seda, papel pinocho se llamaba, con una bolsita pequeña de tela en su extremo, llena de arena blanca y con un cordel bramante atado a ésta, para poder girar el conjunto y simular círculos en el aire de colores chillones. Se conocían por los nombres de “carioca” y “serpentina” y se vendían en muchas de las tiendas de materiales infantiles ya descritas anteriormente a un precio muy módico, por lo cual eran muy solicitadas.

 

Pistolas con pinzas

 

Aprovechando las pinzas de madera para tender de la ropa en nuestras casas hacíamos unas modestas pistolas, capaces de disparar granos de maíz o cualquier semilla aplanada. Para su manufactura se desarmaba una pinza y con el muelle metálico se montaba un resorte, que se fijaba en una de las partes aprovechando las muescas existentes en dicha pinza. Posteriormente se encajaba sobre las dos piezas de apretar la ropa de la otra pinza y estas cumplían la doble misión de sujetar el conjunto de la pistola y la semilla-proyectil. La recarga se hacía con la otra parte de la pinza desarmada, de modo que con la zona plana de ésta se empujaba el resorte del muelle hasta su respectiva muesca. Este modesto juguete era muy utilizado, tanto en batallas personales, en las que el golpeo de la semilla en cualquier parte del cuerpo significaba “muerto”, como para disparar en forma de catapulta con la pieza cargadora en batallas con soldados recortables.

 

Gomero- Forcau

 

Existían unos artilugios menos inocentes que también eran artesanales. El gomero se hacía con una goma elástica de oficina sujeta a un soporte de alambre en forma de “U” y con la parte inferior alargada para servir de agarradera. Los proyectiles eran a base de papel enrollado y doblado en uve, de modo que se introducía la goma en su base aguda interna y se cogían con dos dedos las dos partes de la uve del papel, se estiraba ésta hacia atrás y al soltarlo bruscamente el proyectil salía disparado con la suficiente fuerza como para hacer un pequeño daño si alcanzaba la cara de algún despistado. También era muy utilizado en batallas “en serio” con soldados recortables, pues debido al fuerte impacto que recibían, estos soldados quedaban destrozados e irrecuperables. Debo añadir que en alguna ocasión se sustituyó el proyectil de papel por una horquilla metálica, que silbaba al salir del gomero y tenía ya un peligro máximo pues su impacto era terrorífico. Afortunadamente esta variación no fue de uso generalizado ya que solo conocíamos esta unos cuantos “inocentes angelitos”.

 

El hermano mayor era el Forcau, que se construía con un diseño similar pero el soporte era de madera, las gomas de cámara de rueda y una badana en la parte central de éstas para situar el proyectil, que en este caso era una piedra tipo canto rodado. Había verdaderos artistas en disparar con este sistema, incluso se permitían el lujo a ir de de caza a pájaros, lo que sirve de prueba de su habilidad. Los forcaos se utilizaban también en las peleas entre chavales de un barrio contra otro; en especial eran muy temidos los que habitaban en la Calle Oscura, que tenían aterrorizados a los barrios vecinos ya que solían realizar incursiones con un elevado número de participantes de gran fiereza, por lo cual cuando se daba la alarma de su presencia corríamos presurosos a escondernos en las partes más altas de las escaleras de alguna vivienda. Otra aplicación un tanto incivil, era destrozar con su proyectil a las bombillas del alumbrado y a las tacillas de porcelana blanca de los postes de la conducción eléctrica.

 

Muñecos en el techo

 

Un entretenimiento, tanto doméstico como de sala de estudio del colegio era pegar un muñeco de papel en el techo de cualquiera de estos lugares. Para ello con una cuartilla o una hoja de cuaderno se doblaba por la mitad y cuidadosamente se recortaba a mano el perfil de un monigote, con los brazos y piernas extendidos. A continuación se masticaba un buen trozo de papel hasta hacer una papilla pegajosa bien ensalibada. Lograda ésta, se unía la cabeza del monigote mediante un hilo de coser a la bola pegajosa del papel masticado y  se tiraba con fuerza dicha bola hasta el techo. Si estábamos en casa el asunto no pasaba de ahí pero si lo hacíamos en el colegio, aprovechando la distracción del vigilante del estudio, el número de monigotes era mayor ya que había un buen contagio entre los aburridos estudiantes y lo peor sucedía cuando los susurros alertaban al vigilante, ya conocedor de este entretenimiento, lo cual producía indefectiblemente el correspondiente castigo, bien corporal o de prolongación de la estancia en el horario del colegio.

 

Soldados recortables

 

Como sustitutivo de los soldados de plomo, que siempre escaseaban en nuestras manos, teníamos a nuestro alcance, por un precio super-económico, los soldados y vehículos recortables en láminas de papel. Nuestros favoritos eran los de la marca “La Tijera” y posteriormente también los igualaron los de “Bruguera”. Los soldados de la Tijera eran en su mayoría reproducciones del ejército español ,tales como artilleros, infantería de tierra, marinos, legionarios, transmisiones… con la particularidad de tener doble cara, de tal modo que su aspecto una vez montados era de lo más aparente. La dificultad importante para su montaje es que necesitaban ser pegados y el artículo para realizarlo escaseaba. Como materiales sucedáneos utilizábamos engrudo de harina de trigo, que tardaba 24 horas en pegar y goma arábiga, que fabricábamos a base de savia solidificada de algún árbol frutal, también lenta en operar. Si disponíamos de poder adquisitivo teníamos la oportunidad de utilizar el “Pegamín” o “Sinteticol”, que era un pequeño tubo con un contenido acaramelado de olor muy penetrante pero con un poder adhesivo muy pobre, de modo que los materiales que encolábamos con este producto también tardaban lo suyo en poder ser utilizados. Incluso los cromos pegados con el “Pegamín” se despegaban fácilmente a las pocas semanas pero el olor que emanaba se mantenía incluso durante este largo período de tiempo.

Con estos soldados, implementados con algún vehículo, montábamos unas batallas reales; si éramos cuidadosos solo eran con la utilización de chapas o botones como proyectiles al ras del suelo pero si queríamos una batalla real…valía todo, desde terrones que estallaban como bombas hasta pedradas con forcau, allí todo valía pero este entretenimiento real traía consigo la pérdida de casi todo el ejército de papel. El final apocalíptico era de tipo funeral Vikingo pues los supervivientes se colocaban en fortificaciones hechas con palos de madera y algún petardo entre sus astillas, comenzando entonces el encendido de este conjunto, que hacía volar por los aires el circuito fortificado y reducía a cenizas a los pobres supervivientes de las batallas anteriores.

 

Mariquitas 

 

Las niñas también tenían los modestos juguetes que sustituían a las muñecas de verdad y eran unas muñequitas recortables con una gran variedad de vestidos y sombreros. La muñequita venía en paños menores, de lo más decente lógicamente, acompañada también por hermanitos. Los vestidos tenían dos pestañas en su parte superior, que se doblaban y colocaban sobre los hombros de la “mariquita”, que era el nombre por el que se solía conocer a estos recortables femeninos. De esta manera el surtido de vestidos era intercambiable y las niñas podían jugar así, con mucha imaginación, a que tenían en sus manos a la inalcanzable Mariquita Pérez con todo su lujoso vestuario, sustituyendo el armario ropero por “el libro ropero”, que mantenía los trajes estirados y sin defectos que alterasen su postura.

 

Juegos con animales

 

Las travesuras infantiles se concretaban muchas veces en martirizar a algunos de los seres vivos que tenían la desgracia de cruzarse en nuestro camino.

 

Para lograr algún pájaro vivo, especialmente los gorriones, utilizábamos liga y guindones. Con la liga era más probable que la pobre ave sobreviviera hasta caer en nuestras manos ya que los guindones los solía matar por asfixia o desnucamiento. Total, una vez en nuestro poder la inventiva era bastante desarrollada pues los que sobrevivían eran sometidos a crueles experimentos científicos, tales como atarles una cuerda en una pata con un trozo de papel en el otro extremo de ésta y observar su vuelo meteórico hasta que se enredaba en algún saliente del tejado de la casa más próxima. Otro experimento consistía en cambiar el color del plumaje mediante inmersión en un baño de tinta verde o roja. Ya seco, el pobre pájaro escapaba hacia lo que el creía que era la libertad pero su ilusión se fragmentaba al acercarse a sus congéneres de la misma raza, pues al tener otro color no era reconocido como individuo común a ellos y la emprendían a picotazos hasta expulsarlo de su compañía. Este proceso era seguido con toda meticulosidad por nuestra parte, orgullosos del éxito alcanzado con este experimento biológico.

 

Otro entretenimiento esporádico era la separación de dos perros apareados. Es bien sabido que los perros, una vez realizado su coito, quedan pegados ya que el pene del macho se inflama demasiado y no es posible separarse de la hembra hasta pasada casi una hora. Pues bien, cuando encontrábamos a una pareja de canes en tal trance, nos acercábamos a ellos provistos de un palo y aprovechando la posición en la que se encontraban, culo con culo, les pegábamos un buen golpe con dicho palo justamente en el centro de ambos traseros, lo que motivaba una separación brusca de la pareja seguido de unos alaridos de gran potencia emitidos por el pobre macho.

 

Como colofón de estas terribles travesuras no faltó tampoco la clásica lata de conserva atada a la cola de algún pobre perro y que suponía una desenfrenada carrera del pobre animal, seguido por los “angelitos” que habíamos realizado tal proeza.

 

Los sapos tenían su suplicio privado consistente en “sapiar” al pobre bicho. La prueba consistía en poner al sapo en el extremo de una tabla alargada que estaba soportada sobre un trozo de piedra en el centro, a modo de columpio. Situado el sapo en dicha posición, se golpeaba bruscamente el otro extremo en la tabla con un palo grueso. El impulso de este efecto hacía que el sapo saliese despedido por el aire con las cuatro patas extendidas y aterrizase de esa guisa, con un fuerte golpe de panza que lo dejaba inconsciente, repitiéndose el proceso hasta que quedaba definitivamente muerto. De este juego se estableció la palabra “sapiazo” para expresar alguna caída al suelo de alguno de nosotros, cuando jugábamos a otros juegos diferentes y que se parecía a la del pobre sapo.

 

También era frecuente en los días de lluvia la caza de sacaveras (salamandras), de gran tamaño y de colores negro y amarillo. Estos inocentes reptiles tienen un aspecto asqueroso pero son totalmente inofensivos. Nosotros nos basábamos más en su aspecto que en su conducta y en cuanto veíamos alguna era instantáneamente aplastada a base de pedradas y en ocasiones, me avergüenza decirlo, las impregnábamos en alcohol y las quemábamos vivas.

 

Patinetes y carros de cojinetes

 

Estos dos juguetes eran muy apreciados y lógicamente de los más deseados pues no era fácil disponer de los materiales básicos para su construcción: los cojinetes metálicos. Hay que tener en cuenta que estos artilugios móviles eran construidos por nosotros mismos, sin ayuda de los mayores, por lo cual a la escasez de todos sus componentes se unía la dificultad operativa por parte de sus futuros poseedores. Tal como cité la base para la fabricación de estos juguetes tan importantes, era disponer de los cojinetes metálicos necesarios, dos o tres para el patinete y tres o cuatro para el carro. Estos cojinetes solo se podían conseguir en los talleres de reparación de coches y camiones, por lo que era necesario conocer a alguna persona que trabajase en ellos, generalmente un aprendiz, que rebuscase entre la chatarra de desperdicios del taller y encontrase estas piezas tan codiciadas. Este personaje era muy avispado y conocedor de la demanda de estos productos a los que él tenía acceso y lógicamente pedía un precio por ellos, en función de su tamaño, y características ya que había unos cuyos rodamientos estaban casi a la vista y otros que los tenían protegidos por una pieza de aleación metálica de color dorado, que ocultaban las bolas, con lo cual eran más resistentes a los golpes y evitaban la penetración de arena y piedrecitas en su interior. A este último modelo, el más valorado y por tanto el más caro, lo llamábamos “americano”, adjetivo que en aquellos años significaba la máxima calidad.

 

Los patinetes eran de modelo similar a los que vendían en las jugueterías pero lógicamente de aspecto muy rústico. Generalmente se construían de dos ruedas, de las que de la parte posterior sobresalía ligeramente de la base de madera y llevaba adosada por encima una tira de cuero, que al pisarla servía de frenada.

 

Los carros eran ya otra cosa más importante, en tamaño y calidad. Su base era un armazón con barrotes de madera, en forma rectangular, sobre el que iban clavadas las tablas, de modo que su aspecto era de una superficie plana, sobre la cual irían sentados los futuros viajeros. Había carros de tres ruedas para dos o tres plazas y otros de cuatro ruedas para tres a seis plazas. En ambos casos las dos ruedas traseras llevaban las palancas del freno, a base de una barra giratoria pequeña de madera con una pieza de goma clavada en tal posición que al girar, la barra se apretaba sobre la rueda, produciendo incluso chispazos cuando la frenada era brusca.

 

En los carros de tres ruedas se seleccionaba el cojinete de mayor tamaño y calidad para la parte delantera, que consistía en una pieza de madera en cada lado de la rueda, que soportaba el eje sobre el cual iba dicha rueda. Ambas piezas estaban clavadas a la barra que sostenía la base anterior del carro, cuya barra tenía también la misión de hacer el giro del carro durante su desplazamiento. Para lograr este movimiento de la barra, esta iba fijada a la base de madera mediante un tornillo pasante, que obteníamos de los restos del jergón de alguna cama.

 

El carro de cuatro ruedas tenía dos ejes y el delantero, con las dos ruedas en su exterior, también tenía movimiento giratorio, con la misma fijación central de tornillo grueso.

 

En ambos modelos el conductor iba sentado en primer lugar, con los pies en los extremos de la barra y las manos sujetando una cuerda que estaba fija en ambos extremos. A continuación se sentaban a horcajadas el resto de los pasajeros y el que iba en último lugar era el encargado del freno.

 

Los carros se hacían correr en plena calle o en las aceras que tuviesen suficiente pendiente para permitir su veloz deslizamiento cuesta a bajo y a plena carga, con el único obstáculo de la súbita aparición de un guardia urbano, que nos hacía parar en el acto y nos amenazaba con llevarnos al “Cuartón” si no retirábamos el carro.

 

Estos vehículos, tanto patinetes como carros, permitían disfrutar de un lujo que pocos teníamos pues el descenso a tumba abierta en zonas con baches producía un verdadero sorteamiento de peligro y muchas veces el aguerrido conductor hubo de ser asistido en la Casa de Socorro para que le saneasen los dedos y nudillos de las manos, que solían quedar aplastados al zozobrar el vehículo en alguno de los baches que se tragaban  prácticamente el vehículo en su interior, con la consiguiente rotura de su parte delantera.

 

La Chatarra

 

Ya se ha recordado en parte, respecto a los profesionales que buscaban restos de metales y materiales para ser posteriormente vendidos en los establecimientos del ramo. En nuestro caso, a pequeña escala, también procurábamos su búsqueda para sacar algún provecho económico. No obstante, cuando teníamos la suerte de encontrar “peines” completos con balas de fúsil sin usar, la ventaja era doble ya que aparte de su posterior venta, desmontábamos hábilmente el conjunto casquillo-bala y así teníamos la bala para jugar como proyectil en batallas con soldados recortables y la pólvora del cartucho metálico, que una vez vaciada de éste, nos servía para dejar impreso nuestro nombre en cualquier superficie dura. Para ello dibujábamos con la pólvora las correspondientes letras y después, al quemarla, quedaban nuestras letras impresas en negro y duraderas varios días, lo que constituía un orgullo para cada autor de tal proeza.

 

Los casquillos vacíos los volvíamos a llenar con arena prensada y machacábamos la parte superior para que no se viese tal truco, sumamente inocente pues el comprador de la chatarra nos estafaba después tanto en el peso como en el precio.

 

Recordaré una vez más que también nosotros, en nuestra búsqueda de materiales vendibles, escarbando en las ruinas, nos encontramos más de una vez huesos alargados, que resultaban ser restos humanos de algún pobre soldado desaparecido en combate.

 

Juegos alimenticios

 

Nuestra alimentación era escasa, lo poco que nuestros pobres padres podían ofrecernos. Baste recordar aquellos bollos del pan de racionamiento, de color oscuro y de textura y aspecto heterogéneos debido a la mezcla de materiales de que estaban hechos, excepto de harina de trigo. También el azúcar era en terrones sin refinar, de color marrón oscuro; y no digamos nada sobre el pobre chocolate, hecho a base de algarroba y que se desmoronaba fácilmente en nuestras manos. Su unidad era la “libra” y venía dividido tal como hemos visto en partes rectangulares que se llamaban “onzas” por lo que nuestra merienda era muchas veces “pan con una onza de chocolate”. Pues bien, a esta común escasez nosotros respondíamos procurándonos unos alimentos que la naturaleza o los agricultores ponían a nuestra disposición. Teníamos de esta manera pequeños ágapes a base de moras de zarza, boliche que era una especie de trébol que crecía en los maizales, mazorcas tiernas que cogíamos con gran peligro por el enfado de sus dueños, avellanas con su “garapieyu”, castañas y otras delicias imaginativas tales como “jamón”, que eran brotes tiernos de las guías de las sebes y “paninos”, un pequeño fruto en forma octogonal que producía una planta rastrera que abundaba incluso en los laterales de las calles. Si las circunstancias lo permitían también, asaltábamos alguna huerta en busca de “arbeyos” sin formar y madurar, por lo que tenían un sabor muy agradable y calmaban nuestros poco delicados estómagos. No obstante, debido a tales originales manjares, era frecuente que sufriésemos fuertes diarreas, “cagalera” como llamábamos a tal indisposición.

 

El aro y la comba

 

Constituían ambos dos modestos juguetes para el entretenimiento de niños y niñas.

 

El aro podía ser de dos materiales distintos: madera y varilla de hierro. Los aros de madera tenían una vida muy limitada pues la humedad los deformaba y prontamente se despegaban por la parte de unión, lo cual motivaba en ocasiones un movimiento poco armónico y el abandono posterior del juguete. Para hacerlo girar estaba provisto de un palo que a su vez servía para corregir su alocada trayectoria ya que al no tener soporte de sujeción se desbocaba cuesta abajo y era por lo tanto muy frecuente ver a niños y niñas correr tras su díscalo juguete.

 

Los mejores aros se conseguían con los fabricados con tubo de hierro, que al ir soldados no se alteraban ni con el uso ni con los agentes atmosféricos. Tenían una guía, también de alambre metálico que impedía su fuga y permitía grandes habilidades, ya que, introducido su extremo curvado en el interior del aro, se podía frenar y acelerar su macha, por lo cual los poseedores de tal juguete, que no se vendía en tiendas como sucedía con el aro de madera, manifestaban su orgullo al efectuar sus demostraciones acompañado por el típico sonido que producía el roce de la guía.

 

La comba también podía ser de adquisición en tiendas o fabricación casera. Lógicamente había una notable diferencia entre ambas ya que la comprada era gruesa, multicolor, suave al tacto y estaba provista de empuñaduras de madera en los extremos, con una semiesfera metálica llena de trozos también metálicos, que producían un sonido tipo cascabel al mover la comba. La otra lógicamente era un trozo de cuerda con varios nudos en los extremos para su agarre.

 

En ambos casos se empleaban fundamentalmente para el salto con variaciones de una o dos piernas y acompañando el movimiento con alguna canción.

 

Una similitud al juego del aro era una rueda situada en el extremo de un palo y con este modesto artilugio recorríamos distancias considerables, simulando que conducíamos algún vehículo que solamente existía en nuestra imaginación.

 

El caballito de cartón

 

Muchas veces disfrutábamos de la entrañable compañía de este modesto juguete, construido de cartón piedra y de varios tamaños, según su precio, por lo cual era el más enano el que frecuentaba nuestros juegos. Las patas de este caballito estaban pegadas en una base de madera provista de ruedas para facilitar su movimiento al atarlo con una cuerda.

 

Además de este modelo existía también otro más dinámico, consistente en una cabeza de caballo también de cartón-piedra sujeta a un palo largo que tenía en el otro extremo una ruedecilla. La cabeza estaba provista de riendas, de modo que montando sobre el palo, con un ángulo de 45º, las riendas en una mano, un sombrero de papel de periódico en la cabeza y una espada artesana de madera en la otra mano, nos transformábamos en soldados de caballería y nos pegábamos las grandes galopadas.

 

La duración de estos caballitos era corta ya que su material de construcción tenía una endeblez muy grande y por otra parte si la lluvia mojaba el cartón, la figura se abollaba y deshacía con suma facilidad, con lo cual únicamente sobrevivía el resto de madera, que en ambos casos permitía aprovecharlos para otros juegos diferentes.

 

 

 El muñeco musical

 

Durante las romerías, fiestas locales e incluso en la misma plaza de El Fontán aparecía a la venta un curioso muñeco artesanal. Sus fabricantes eran también los propios vendedores sin intermediarios.

 

Este muñeco era muy rústico y de pequeño tamaño, unos 15 cm de envergadura, con una vestimenta variada, en la que predominaba el payaso y el paisano, ambos tocados de sombrero. Sus brazos estaban formados por un alambre continuo y doblado en forma de U, en cuyos extremos tenía sendas bolas metálicas.

 

En su interior esta pieza característica de los brazos estaba unida a una gomita, que la tensaba hacia arriba y a una cuerdecita que sobresalía por el hueco inferior del muñeco. En su espalda se adosaba, perpendicular al cuerpo, una flauta pequeña de un solo agujero y en la parte frontal el muñeco portaba un tambor, que al accionar la cuerdecita hacía sonar mediante los golpes rítmicos realizados con los movimientos de los brazos y producía así un sonido peculiar.

 

El vendedor de tal prodigio voceaba su producto gritando “Aquí está don Nicanor tocando el tambor” acompasándose del ritmo del tambor, hacía sonar la flauta con alguna de las melodías de moda.

 

La cuestión era que, encandilados por tal prodigio musical, éramos muchos los que comprábamos este modesto juguete, pero… algún truco debía de tener pues cuando soplábamos la flauta solo nos salía un pitido estridente que nada se parecía a los emitidos por el vendedor y pese a nuestro empeño no logramos entonar ninguna sonoridad agradable.