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3 de noviembre de 2017

Otoniel Guevara an tu anet


a Antonia Giroldo.



Introduzco mi mano en el interior de este cuerpo de Rimbaud para abandonar lo sucio y deleznable, para arrancar lo rancio y lo raído, la desesperanza, el sordo vivir sin poder juntar las manos cuando llueve, sin poder elevar una oración cuando el terremoto atraganta. Me quedo naciendo otra vez, yo, que ya no tenía reencarnaciones posibles; yo, que me gasté mis vidas siendo un negro esclavo prendido en llamas por un rayo voraz bajo una noche despojada de estrellas; que fui bisonte de ojos encendidos, descendiendo como roca al precipicio; que fui infiel dama empalada por ladrones furtivos; que presencié la danza macabra de mi raza alrededor del fuego cebado con sangre y sangre y sangre.

Ahora retorno a la vida, renazco: toco tus labios y se enardece mi piel: tomo tu pequeña cara de irremediable niña huérfana y soy de nuevo un hombre que abre las ventanas para encarar el amanecer que en algún lugar te esconde. Ahora me elevo en puntillas para trazar un ballet doloroso entre los calistemos, surfeo en tu pecho donde aprendo las lecciones del buen navegar, ensalivo los bordes de las pasarelas para que toda flor o beso o mirada tierna se acomode a tus pies. Soy otro que es más torpe, pues gasté mi fortuna por hacerme de un olor que haga juego con tus lunares populosos, vertí mis músculos tratando de abrazar toda tu historia, y me despojé de la vida -definitivamente- cuando me confirmaste con tus ojos de virgen salvaje que habías llegado a mí como el pájaro se precipita del nido a levantar la hebra con qué tejer su nido; cuando me dijiste sin palabra alguna que el destino es así y que hoy apenas hemos abierto los brazos.

1 de agosto de 2017

Olga Orozco Mujer en su ventana


Ella está sumergida en su ventana
contemplando las brasas del anochecer, posible todavía.
Todo fue consumado en su destino, definitivamente inalterable desde ahora
como el mar en un cuadro,
y sin embargo el cielo continúa pasando con sus angelicales procesiones.
Ningún pato salvaje interrumpió su vuelo hacia el oeste;
allá lejos seguirán floreciendo los ciruelos, blancos, como si nada,
y alguien en cualquier parte levantará su casa
sobre el polvo y el humo de otra casa.
Inhóspito este mundo.
Áspero este lugar de nunca más.
Por una fisura del corazón sale un pájaro negro y es la noche
-¿o acaso será un dios que cae agonizando sobre el mundo?-,
pero nadie lo ha visto, nadie sabe,
ni el que se va creyendo que de los lazos rotos nacen preciosas alas,
los instantáneos nudos del azar, la inmortal aventura,
aunque cada pisada clausure con un sello todos los paraísos prometidos.
Ella oyó en cada paso la condena.
Y ahora ya no es más que una remota, inmóvil mujer en su ventana,
la simple arquitectura de la sombra asilada en su piel,
como si alguna vez una frontera, un muro, un silencio, un adiós,
hubieran sido el verdadero límite,
el abismo final entre una mujer y un hombre.

19 de julio de 2017

Ramón López Velarde A LA PATRONA DE MI PUEBLO

Señora: llego a Ti
desde las tenebrosas anarquías
del pensamiento y la conducta, para
aspirar los naranjos
de elección, que florecen
en tu atrio, con una
nieve nupcial... Y entro
a tu Santuario, como un herido
a las hondas quietudes hospicianas
en que sólo se escucha
el toque saludable de una esquila.

Vestida de luto eres,
Nuestra Señora de la Soledad,
un triángulo sombrío
que preside la lúcida neblina
del valle; la arboleda que se arropa
de las cocinas en el humo lento;
la familiaridad de las montañas;
el caserío de estallante cal;
el bienestar oscuro del rebaño,
y la dicha radiante de los hombres.

Señora: cuando ingreso a la comarca
que riges con tus lágrimas benévolas,
y va la diligencia fatigosa
sobre la sierra, y van los postillones
cantando bienandanza o desamor,
súbita surge la lección esbelta
y firme de tus torres, y saludo
desde lejos tu altar.

Tú me tienes comprado en alma y cuerpo.
Cuando la pesarosa
dueña ideal de mi primer suspiro,
recurre desolada
a tus plantas, y llora mansamente,
nunca has dejado de envolverla en el
descanso de tus hijas predilectas.
Me acuerdo de una tarde
en que, como una reina
que acaba de abdicar,
salía por el atrio de naranjos
y llevaba en la frente
el lucero novísimo
de tu consolación.

Confortándola a Ella, Tú me obligas
como si con la orla
dorada de tu manto,
agitases un soplo
del Paraíso a flor de mi conciencia.
Porque siempre un lucero
va a nacer de tus manos
para la hora en que Ella
te implore, Tú me tienes
comprado en cuerpo y alma.

En las noches profanas
de novenario (orquestas
difusas, y cohetes
vívidos, y tertulias
de los viejos, y estrados
de señoritas sobre
la regada banqueta)
hay en tus torres ágiles
una policromía de faroles
de papel, que simulan
en la tiniebla comarcana un tenue
y vertical incendio.

Y yo anhelo, Señora,
que en mi tiniebla pongas para siempre
una rojiza aspiración, hermana
del inmóvil incendio de tus torres,
y que me dejes ir
en mi última década
a tu nave, cardíaco
o gotoso, y ya trémulo,
para elevarte mi oración asmática
junto al mismo cancel
que oyó mi prez valiente,
en aquella alborada en que soñé
prender a un blanco pecho
una fecunda rama de azahar.

14 de diciembre de 2016

Juan Eduardo Cirlot El palacio de plata

El palacio de plata resplandece 
en medio de las aguas del abismo
y las coronas arden con dulzura.

Y la dorada rueda de las rosas
levanta su cabeza de aire blanco.

El árbol infinito de la sangre
atraviesa la roca transparente.
La noche abre sus ojos de fulgor
sus letras de cristales que respiran.

De la calma del centro nacen llamas.

*

En medio de las aguas del abismo 
el árbol infinito de la sangre
atraviesa la roca transparente
y la dorada rueda de las rosas.

La noche abre sus ojos de fulgor
sus letras de cristales que respiran.

El palacio de plata resplandece:
levanta su cabeza de aire blanco.
De la calma del centro nacen llamas
y las coronas arden con dulzura.

*

El árbol infinito de la sangre
levanta su cabeza de aire blanco;
de la calma del centro nacen llamas.

Y la dorada rueda de las rosas
atraviesa la roca transparente.

La noche abre sus ojos de fulgor
en medio de las aguas del abismo;
sus letras de cristales que respiran.

El palacio de plata resplandece.
Y las coronas arden con dulzura.

*

La noche de la roca del abismo
atraviesa la rueda de fulgor
y la calma dorada del palacio.

Las rosas de cristales resplandecen,
el centro abre las llamas infinitas
en medio de las letras de aire blanco.

El árbol de las aguas con dulzura
levanta la cabeza de la sangre,
que nace de la plata que respira.

Y las coronas arden en los ojos

*

La noche abre el palacio de las aguas
y la dorada rueda transparente;
de las rosas de plata de la sangre
levanta su cabeza de las llamas.

El árbol del abismo resplandece
y las coronas nacen de sus ojos.

Del infinito centro de fulgor,
en medio de la calma que respira,
atraviesa la roca de aire blanco:
sus rosas de cristales con dulzura.

*

El palacio de plata de la sangre
atraviesa la roca con dulzura
en medio de las aguas que respiran.

El árbol infinito resplandece
y la dorada rueda de fulgor
levanta su cabeza de cristales.

De las rosas del centro del abismo,
sus letras de la calma nacen llamas.
La noche abre sus ojos transparentes
y las coronas arden de aire blanco.

*

La noche abre sus ojos que respiran;
sus letras del abismo de cristales
y las coronas nacen de las aguas,
de las rosas del centro con dulzura
en medio de la calma de fulgor.

Levanta su cabeza de la roca
el palacio de plata transparente.

El árbol infinito resplandece
y la dorada sangre de aire blanco
atraviesa la rueda de las llamas.

*

Árbol en la dulzura de aire blanco:
la cabeza dorada de fulgor.
Las letras del palacio resplandecen,
los ojos de la noche de las llamas.

Y el centro de la roca del abismo
leanta las coronas infinitas
en medio de la calma transparente.

Las rosas de cristales arden sangre,
abren plata que nace de las aguas,
atraviesan la rueda que respira.

*

El palacio de sangre transparente
levanta las coronas con dulzura,
y la dorada roca de las letras
atraviesa las aguas de aire blanco.

La noche abre cristales que respiran,
de la plata del árbol nacen ojos;
en medio de la rueda de las llamas,
en la calma del centro resplandecen.

Las rosas infinitas del abismo
arden en la cabeza de fulgor.

*

De las rosas del centro del abismo
la noche abre sus ojos transparentes,
y las coronas arden con dulzura.

El palacio de plata de la sangre
atraviesa la roca de aire blanco,
en medio de las aguas que respiran.

El árbol infnito resplandece,
sus letras de la calma nacen llamas.

Y la dorada rueda de fulgor
levanta su cabeza de cristales.

*

La noche abre el palacio de la sangre
atraviesa la roca de aire blanco,
sus rosas de cristales con dulzura
y la dorada rueda transparente.

Del infinito centro de fulgor,
de las letras de plata de las aguas,
levanta su cabeza de las llamas.

En medio de la calma que respira
el árbol del abismo resplandece
y las coronas nacen de sus ojos.

*

La noche de cristales de aire blanco
atraviesa el palacio transparente,
la roca de las rosas de fulgor,
en medio de la calma que respira.

Del infinito centro de sus ojos
el árbol de las llamas resplandece,
y la dorada rueda de las aguas
levanta su cabeza con dulzura;
del abismo de plata que abre letras.

Y las coronas nacen de la sangre.